Enlace Judío México e Israel.- El dictador venezolano está cercado. El escaso margen de maniobra y la decisión de sus socios estratégicos.
LAUREANO PÉREZ IZQUIERDO
Nicolás Maduro agota el ámbito de lo posible. Como Sísifo, una y otra vez carga la misma roca con la esperanza de que algo varíe en su ya marcado porvenir. Sin embargo, la pesada piedra vuelve a precipitarse una y otra vez. Y las artes que le proporcionaron bocanadas de oxígeno extra hasta hoy llegan indefectiblemente a su final.
El dictador venezolano decidió tomar un camino que parece no contar con una salida. Está solo, acorralado y cada vez más aislado. Los únicos que le susurran a su oído lo que debe hacer -los jerarcas cubanos- le insisten en que mantenga la guardia alta, que no se deje intimidar y que continúe con su énfasis de permanecer en el poder más allá de todo. Que gane tiempo, le suplican. Tiempo que La Habana también haría propio.
Pero aquellos que estaban convencidos -de buena fe o por conveniencia- en que los diálogos con la oposición en Oslo y Barbados podrían redundar en un amanecer democrático para Venezuela experimentan hoy diferentes emociones ante el abrupto desenlace. Algunos se sienten estafados. Otros ridículos. Algunos avergonzados. Los menos, defraudados. ¿Resultaron a fin de cuentas útiles a los planes del Palacio de Miraflores para lograr perdurar en el poder? Pecados, quizás, involuntarios… o inconfesables los llevaron a apoyar aquella enclenque mesa.
Lo cierto es que Maduro, ofendido porque la mayoría de los países lo considera un paria, decidió golpear la negociación en la minúscula isla caribeña y abandonar la posibilidad de construir una ruta hacia elecciones libres. Prescindiendo de su candidatura, desde luego.
El patrón de Caracas ensayó indignación. Se retiró de las conversaciones, según palabras propias de su gobierno, “en razón de la grave y brutal agresión perpetrada de manera continuada y artera por parte de la administración (Donald) Trump contra Venezuela, que incluye el bloqueo ilegal de nuestras actividades económicas, comerciales y financieras”.
Hacía referencia al embargo que la Casa Blanca decidió trabar contra los oscuros negociados que la dictadura mantiene con sus socios. Fue un golpe devastador e inesperado. No sólo para la sede gubernamental, sino además para sus principales camaradas –Rusia, China- quienes están más inquietos por las posibles implicancias que dicha medida podría tener para sus operaciones en todo el mundo.
Cualquier empresa -estatal o privada- que rubrique contratos con el régimen podría ser sujeto de sanciones por parte de la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos. El efecto dominó que podría desencadenarse sería interminable: alcanzaría incluso a compañías que ni siquiera piensan en pisar tierra venezolana pero que sí mantienen lazos con las firmas amonestadas por su amistad con Maduro y su círculo. Nadie quiere figurar en una lista negra norteamericana. En este caso: los amigos de tus amigos son mis enemigos.
El pasado jueves, el dictador insufló con palabras cargadas de belicosidad su discurso: “¿Quieren batalla? ¡Vamos a la batalla! Estamos listos. La furia bolivariana está lista para la batalla”, gritó. No es más que otro alarido de endurecimiento de las prácticas que ya puso de manifiesto el “informe Bachelet” y que ruborizó a sus más cercanos defensores del continente.
El Tribunal Supremo bolivariano hizo lo propio y cumplió con su esperado papel, de obediencia a la centralidad. Encabezado por el particular Maikel Moreno -ex espía y guardaespaldas– también alertó a la oposición. “La Justicia venezolana estará atenta a castigar con severidad cualquier intento de apoyar a sectores que tengan como propósito limitar las necesidades básicas de nuestro pueblo”, señaló por medio de un comunicado el jurista de lealtad en evaluación.
Incluso se nombró a un “cazador de traidores”: Diosdado Cabello, quien comanda la máquina represiva y los resortes de la inteligencia, será el encargado de perseguir a aquellos que su paladar le indique que son “traidores a la patria”. Vulnerará cualquier derecho. Como hasta ahora.
En tanto, sobre la limítrofe Táchira, Venezuela despliega soldados. Lo hace, de acuerdo a su plan público, para combatir el “delito transfronterizo”. Los crímenes y el tráfico existen. Pero no son nuevos. El Ejército de Liberación Nacional (ELN) trabaja desde hace tiempo con los colectivos parapoliciales. Los instruyen en armamento y en narcotráfico. Siempre fue con la bendición y el aliento de la cúpula venezolana y a espaldas de Bogotá.
El de Maduro es un proyecto muy riesgoso. A pocos metros del Puente Internacional de Tienditas –famoso por el bloqueo del régimen a la ayuda humanitaria del pasado 24 de febrero– está la colombiana Cúcuta. Allí sobreviven miles de venezolanos que escapan del hambre y la represión. ¿Qué tipo de provocación estimula el usurpador caraqueño? ¿Hasta dónde empujará su incursión militar? El presidente Iván Duque está atento.
Quien permanece vigilado en un rincón es el generalísimo y ministro del Poder Popular para la Defensa, Vladimir Padrino López. Muchos veían en él la posibilidad de un escape de la autocracia. Lo siguen haciendo y confían en que sus subordinados lo seguirían en una misión contra Miraflores aunque su margen de acción está cada vez más acotado.
Pero el mandatario quizás deba evaluar sus pasiones. Su esposa Cilia Flores -histórica dirigente de intachable pedigrí chavista- le recomienda lo contrario a los susurradores castristas. Le ruega que acepte la vía de una salida negociada y unas largas vacaciones allí inclusive en República Dominicana. En la isla tiene dónde residir. El pack turístico incluiría no ser molestado por la justicia. Ni el matrimonio ni su descendencia. El dictador cavila sobre el asunto cuando no concilia el descanso.
Sus aliados, en tanto, se mantienen firmes junto a los negocios. Buscan asegurarse que ningún cambio de gobierno pueda impactar sobre sus operaciones. Rusia ya conversa con la oposición de forma fluida. China, de igual manera. Ambas potencias imaginan un escenario sin Maduro, pero con ellos hurgando en las entrañas del suelo venezolano aún en una arena democrática. Resultan flexibles dependiendo de los intereses en juego.
Prefieren, desde luego, alguien con quien hablar el mismo idioma. Sin intérpretes. El ideal sería un miembro pleno de la oligarquía chavista: Héctor Rodríguez, gobernador del estado de Miranda y de pureza indiscutible. Los socios creen que el joven dirigente sería alguien comprensible con sus pedidos. Accesible a sus necesidades y a quien no habría que enumerarle detalles del funcionamiento de la sociedad.
Fuente:infobae.com
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