Enlace Judío México e Israel.- París, Campos Elíseos. 14 de julio. Día de la Bastilla. Justo antes de que comience el desfile militar, el presidente Emmanuel Macron baja por la avenida en un coche oficial para saludar a la multitud. Miles de personas se congregaron a lo largo de la avenida para gritar: “Macron, dimisión” y abuchearlo y lanzarle insultos.
GUY MILLIÈRE
Al final del desfile, varias decenas de personas soltaron globos amarillos al cielo y repartieron folletos que decían: “Los chalecos amarillos no están muertos”. La policía los dispersó, con rapidez y firmeza. Momentos después, llegaron cientos de anarquistas de “Antifa”, que lanzaron barreras de seguridad a la calzada para levantar barricadas, provocar fuegos y destrozar los escaparates de varias tiendas. La policía tuvo dificultades para controlar la situación, pero al final de la tarde, al cabo de algunas horas, lograron restablecer la calma.
Unas horas más tarde, miles de jóvenes árabes de los suburbios se reunieron cerca del Arco del Triunfo. Al parecer, habían ido a “celebrar” a su manera la victoria de la selección argelina. Se destrozaron más escaparates y se saquearon más tiendas. Había banderas argelinas por todas partes. Se gritaron eslóganes a los cuatro vientos: “Larga vida a Argelia”, “Francia es nuestra”, “Muerte a Francia”. Las placas con los nombres de las calles se sustituyeron por placas con el nombre de Abd El Kader, el líder religioso y militar que luchó contra el ejército francés en la época de la colonización de Argelia. La policía se limitó a contener la violencia con la esperanza de que no se propagara.
En torno a la media noche, tres líderes del movimiento de los “chalecos amarillos” salieron de una comisaría y le dijeron a un reportero de televisión que habían sido detenidos aquella mañana y que habían pasado en prisión el resto del día. Su abogado afirma que no hicieron nada malo y que sólo fueron detenidos “de manera preventiva”. Hace hincapié en que se había aprobado una ley en febrero de 2019 que permite a la policía francesa detener a cualquier persona sospechosa de ir a una manifestación; no es necesaria ninguna autorización del juez y no es posible apelar.
El viernes 19 de julio, la selección argelina vuelve a ganar. Más jóvenes árabes se reúnen cerca del Arco del Triunfo para volver a “celebrarlo”. Los daños son aún mayores que los de ocho días antes. Se presentan más policías, y no hacen casi nada.
El 12 de julio, dos días antes del Día de la Bastilla, varios cientos de autodenominados inmigrantes ilegales africanos entraron en el Panteón, el monumento que alberga las tumbas de los héroes que desempeñaron un papel importante en la historia de Francia. Allí, los inmigrantes anunciaron el nacimiento del “movimiento de los chalecos negros”. Exigen la “regularización” de todos los inmigrantes ilegales en territorio francés y casa gratis para todos ellos. La policía se presenta, pero rehúsa intervenir. La mayoría de los manifestantes se marcha pacíficamente. Algunos insultan a la policía y son detenidos.
Francia es hoy un país a la deriva. La agitación y la alegalidad siguen ganando terreno. El desorden se ha convertido en parte de la vida diaria. Las encuestas indican que una gran mayoría rechaza al presidente Macron. Parecen odiar su arrogancia y se inclinan a no perdonarlo. Parecen resentidos por su desprecio hacia los pobres, por cómo aplastó el movimiento de los “chalecos amarillos”, y por no haber prestado la menor atención a las mínimas demandas de los manifestantes, como el derecho a celebrar un referéndum ciudadano como los de Suiza. Macron ya no puede ir a ninguna parte en público sin arriesgarse a las muestras de enfado.
Parece que los “chalecos amarillos” han dejado al fin de manifestarse y se han rendido: demasiados se han quedado lisiados o han sido heridos. Sin embargo, su descontento sigue ahí. Parece que está a la espera de volver a explotar.
La policía francesa se muestra agresiva cuando trata con manifestantes pacíficos, pero apenas es capaz de impedir que organizaciones como “Antifa” provoquen violencia. Por lo tanto, al final de cada manifestación, aparece “Antifa”. La policía francesa parece particularmente cautelosa a la hora de tratar con los jóvenes árabes e inmigrantes ilegales. La policía ha recibido órdenes. Saben que los jóvenes árabes y los inmigrantes ilegales pueden crear disturbios a gran escala. Hace tres meses, en Grenoble, la policía estaba persiguiendo a unos jóvenes árabes que iban en una moto robada y que estaban acusados del robo. En su huida, sufrieron un accidente. Empezaron cinco días de caos.
El presidente Macron se muestra como un líder autoritario cuando se enfrenta con los pobres disgustados. Nunca dice que lo siente por los que han perdido un ojo o una mano o han sufrido daños cerebrales irreversibles por la extrema brutalidad policial. En su lugar, le pidió al Parlamento francés que aprobara una ley que casi abole completamente el derecho a protestar y la presunción de inocencia, y que permite detener a cualquiera, en cualquier parte, incluso sin motivo. La ley se aprobó.
En junio, el Parlamento francés aprobó otra ley que castigaba severamente a cualquiera que diga o escriba algo que se pueda contener “discurso del odio”. La ley es tan poco concreta que Jonathan Turley, investigador jurídico estadounidense, se sintió obligado a reaccionar. “Francia se ha convertido en una de las mayores amenazas internacionales para la libertad de expresión”, escribió.
En cambio, Macron no parece autoritario con los anarquistas violentos. Cuando se enfrenta con los jóvenes árabes y los inmigrantes ilegales, se muestra completamente débil.
Sabe lo que el exministro del Interior, Gérard Collomb, dijo en noviembre de 2018 cuando dimitió del Gobierno:
Las comunidades de Francia se están enredando cada vez más en un conflicto entre ellas y se está volviendo muy violento […] hoy vivimos unos al lado de los otros, temo que mañana sea frente a frente.
Macron también sabe lo que el expresidente François Hollande dijo al terminar su mandato como presidente: “Francia está al borde de la división”. Macron sabe que esa división de Francia ya existe. La mayoría de los árabes y africanos viven en zonas de exclusión, apartados del resto de la población, donde aceptan cada vez menos la presencia de personas no árabes ni africanas. No se definen a sí mismos como franceses, salvo cuando dicen que Francia les pertenece. Las informaciones muestran que la mayoría están llenos de un profundo rechazo a Francia y la civilización occidental. Son cada vez más los que parecen situar su religión por encima de su ciudadanía, y muchos parecen radicalizados y dispuestos a luchar.
Macron no parece querer luchar. Lo que parece es que ha decidido apaciguarlos. Está obcecadamente empeñado en su plan de institucionalizar el islam en Francia. Hace tres meses, se creó la Asociación Musulmana para el Islam de Francia (AMIF, por sus siglas en francés). Una rama de la asociación se ocupará de la expansión cultural del islam y se encargará de la “lucha contra el racismo antimusulmán”. Otra será responsable de los programas para formar a los imames y construir mezquitas. Este otoño se creará un “Consejo de Imames de Francia”. Los principales líderes de la AMIF son (o fueron hasta hace poco) miembros de los Hermanos Musulmanes, un movimiento clasificado como organización terrorista en Egipto, Bahréin, Siria, Rusia, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, pero no en Francia.
Macron es consciente de los datos demográficos que demuestran que la población musulmana de Francia crecerá de forma considerable en los próximos años (el economista Charles Grave escribió hace poco que en 2057 Francia será de mayoría musulmana). Macron ve que pronto será imposible que nadie sea elegido presidente sin depender del voto musulmán, así que actúa en consecuencia.
Macron ve que el descontento que dio origen al movimiento de los “chalecos amarillos” aún sigue ahí. Parece pensar que la represión bastará para impedir cualquier futura revuelta, así que no hace nada para remediar las causas del descontento.
El movimiento de los “chalecos amarillos” nació de una revuelta contra los desorbitados impuestos al combustible y las duras medidas del Gobierno contra los conductores de coches y motos. Estas medidas incluían la reducción de los límites de velocidad —80 km/h en la mayoría de las autopistas— y más radares; un fuerte aumento de las multas de tráfico, y complejos y caros controles anuales de revisión de los vehículos a motor. Los impuestos al fuel franceses subieron hace poco otra vez y ahora son los más altos de Europa (un 70% del precio que se paga en las estaciones de autoservicio). Aún siguen vigentes otras medidas contra los usuarios de coches y los motociclistas, especialmente dolorosas para los pobres. Ya los echaron de los suburbios los intolerantes recién llegados, y ahora tienen que vivir aún más lejos —y conducir— desde su lugar de trabajo.
Macron no ha tomado ninguna decisión para remediar la desastrosa situación económica de Francia. Cuando fue elegido, los impuestos, deudas y gastos sociales representaban casi el 50% del PIB. El gasto del Gobierno representaba el 57% del PIB (el más alto de los países desarrollados). La proporción de nacional respecto al PIB era casi del 100%.
Los impuestos, deudas y gastos sociales y del Gobierno siguen en el mismo nivel que cuando llegó Macron. La proporción entre deuda y PIB es del 100% y va en aumento. La economía francesa no está creando puestos de trabajo. El nivel de pobreza sigue siendo muy alto: el 14% de la población gana menos de 855 euros al mes.
Macron no presta atención al creciente desastre cultural que se está apoderando del país. El sistema educativo se está desmoronando. Un creciente porcentaje de alumnos que salen del instituto no saben cómo escribir una frase sin errores que hacen incomprensible cualquier cosa que escriban. El cristianismo está desapareciendo. La mayoría de los franceses no musulmanes ya no se definen como cristianos. El fuego que asoló la catedral de Notre-Dame de París fue oficialmente un “accidente”, pero sólo fue uno de los muchos edificios religiosos cristianos que se han destruido hace poco en el país. Cada semana, se vandalizan iglesias ante la indiferencia general de la opinión pública. Sólo en la primera mitad de 2019, se quemaron 22 iglesias.
La principal preocupación de Macron y el Gobierno francés no parece ser el riesgo de revueltas, el descontento de la opinión pública, la desaparición del cristianismo, la desastrosa situación económica o la islamización y sus consecuencias. En su lugar, es el cambio climático. Aunque la cantidad de emisiones de dióxido de carbono de Francia es infinitesimal (menos del 1% del total mundial), combatir el “cambio climático provocado por el hombre” parece ser la prioridad absoluta de Macron.
Greta Thunberg, una niña sueca de 16 años —y sin embargo gurú de la “lucha por el clima” en Europa— fue recientemente invitada a la Asamblea Nacional francesa por los miembros del Parlamento que apoyan a Macron. Pronunció un discurso en el que aseguró que la “destrucción irreversible” del planeta iba a empezar muy pronto. Añadió que los líderes políticos “no son suficientemente maduros” y necesitan las lecciones de los niños. Los diputados que apoyan a Macron le dedicaron un cálido aplauso. La niña recibió el Premio de la Libertad, recién creado, que se les entregará cada año a las personas “que luchen por los valores de los que atracaron en Normandía en 1944 para liberar Europa”. Probablemente sea razonable asumir que ninguno de los que atracaron en Normandía en 1944 creyó que estaba luchando para salvar el clima. Sin embargo, Macron y los diputados que lo apoyan parecen estar por encima de esos detalles sin importancia.
Macron y el Gobierno francés tampoco parecen preocupados porque los judíos —a causa del aumento del antisemitismo, y comprensiblemente preocupados por las decisiones judiciales imbuidas del espíritu de la sumisión al islam violento— sigan huyendo de Francia.
Kobili Traore, el hombre que asesinó a Sarah Halimi en 2017 mientras coreaba suras del Corán y gritaba que los judíos son Sheitan (“Satán” en árabe) fue declarado no culpable. Por lo visto, Traore había fumado cannabis antes el asesinato, así que los jueces decidieron que no era responsable de sus actos. Traore será pronto puesto en libertad. ¿Qué pasa si vuelve a fumar cannabis?
Unas semanas después del asesinato de Halimi, tres miembros de una familia judía fueron agredidos, torturados y tomados como rehenes en su domicilio por un grupo de cinco hombres que decían que “los judíos tienen dinero” y que “los judíos deben pagar”. Los hombres fueron arrestados: todos eran musulmanes. El juez que los imputó anunció que sus actos no eran “antisemitas”.
El 25 de julio de 2019, cuando el equipo de fútbol israelí Maccabi Haifa competía en Estrasburgo, el Gobierno francés limitó el número de seguidores israelíes en el estadio a 600: ni uno más. Un millar de personas había comprado billetes de avión para ir a Francia y asistir al partido. El Gobierno francés también prohibió ondear banderas israelíes en el partido o en cualquier parte de la ciudad. No obstante, en aras de la “libre expresión”, el Departamento del Interior francés permitió manifestaciones contra Israel delante del estadio, donde había banderas y pancartas palestinas que decían “Muerte a Israel”. En la víspera del partido, unos israelíes fueron violentamente atacados en un restaurante cerca del estadio. “Las manifestaciones contra Israel se aprueban en aras de la libertad de expresión, pero las autoridades prohíben a los seguidores del Maccabi Haifa que muestren la bandera israelí, es inaceptable”, dijo Aliza Ben Nun, embajadora de Israel en Francia.
El otro día, llegó a Israel un avión lleno de judíos franceses que se marchaban de Francia. Más judíos franceses se irán pronto. La marcha de los judíos a Israel les supone sacrificios: algunas inmobiliarias francesas se están aprovechando del deseo de muchas familias judías de marcharse, así que compran y venden propiedades a los judíos a precios mucho menores de su valor de mercado.
Macron seguirá siendo presidente hasta mayo de 2022. Varios líderes de los partidos de centroizquierda (como el Partido Socialista) y de centroderecha (Los Republicanos) se unieron a La República en Marcha, el partido creado hace dos años. Después de eso, el Partido Socialista y Los Republicanos sufrieron un derrumbe electoral. Es probable que la principal oponente a Macron en 2022 sea la misma que en 2017: Marine Le Pen, líder de la populista Agrupación Nacional.
Aunque Macron es sumamente impopular y odiado, probablemente usará los mismos lemas que en 2017: que él es el último bastión de esperanza contra el “caos” y el “fascismo”. Tiene muchas posibilidades de salir reelegido. Cualquiera que lea el programa político de Agrupación Nacional puede ver que Le Pen no es una fascista. También, cualquiera que vea la situación en Francia se podría preguntar si el país no ha empezado ya a hundirse en el caos.
La triste situación que reina en Francia no es del todo diferente a la de muchos otros países europeos. Hace unas semanas, Robert Sarah, un cardenal africano, publicó un libro titulado Le soir approche et déjà le jour basse (“Llega la noche, y la luz ya empieza a oscurecer”). “En el origen del derrumbe de Occidente se halla una crisis cultural y de identidad —escribe—. Occidente ya no sabe lo que es, porque no sabe ni quiere saber qué le ha dado forma, qué constituye, qué fue y qué es […] Esta autoasfixia conduce de forma natural a una decadencia que abre el camino a nuevas civilizaciones bárbaras”.
Esto es exactamente lo que está pasando en Francia… y en Europa.
Fuente: es.gatestoneinstitute.org
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