Enlace Judío México e Israel. Tomado del Diario El Mundo. El autor realiza un exhaustivo repaso histórico por el origen de la crisis cultural que sufrió Europa en el siglo XIX y cómo a partir de ella nació un odio judeófobo que acabó en el Holocausto
ISIDRO GONZÁLEZ
Recientemente este diario publicaba una lista sucinta pero muy significativa de los casos de judeofobia en la Europa actual. Pareciera que este fenómeno es un hecho aislado, acotado en el tiempo. Nada más lejos de la realidad. El problema, que se inicia ya en el siglo XIX, aunque hunde sus raíces en los anteriores, desembocó en la gran tragedia del Holocausto. Pero como escribió Cicerón “quien no conoce su historia está condenado a ser un niño“. El médico judeo ruso Leo Pinsker, una de las tantas víctimas que sufrió las consecuencias del antisemitismo al ser rechazado en la Universidad por su condición de judío, escribía en 1884 en su libro Autoemancipación: “El judío es para los vivos un muerto, para los nativos, un extraño, para los sedentarios, un vagabundo, para los pobres, un explotador y millonario, para los patriotas, un expatriado y para las clases sociales, un competidor aborrecido“.
¿Qué argumentos utilizaban los perseguidores de los judíos? Simplemente se les consideraba como extraños y enemigos de su patria en todas sus variables, como expuso Pinsker. Surge pues una gran paradoja que está basada en un dualismo ambivalente que podríamos enunciar así: ¿Por qué se persigue a aquellos que han contribuido tan decisivamente al florecimiento de la cultura y la ciencia en Europa, de la que tan orgullosos nos sentimos? Basta echar una ojeada para ver que en cierta medida las crisis del XIX tienen una proyección en la actual, aunque en otros parámetros.
Porque la Europa de la segunda mitad del XIX sufre una gran crisis de identidad. Los nacionalismos, compañeros inseparables del populismo, buscan el chivo expiatorio en los judíos, que perturbaban, según ellos, el logro de sus fines. El mismo lenguaje se hizo viral y se acuñaron términos que quedaron como fotos fijas: pogrom y antisemitismo. El primero es ruso, significa motín, revuelta, pero instintivamente se atribuye a la persecución de los judíos. El otro nace en la historiografía alemana del XIX acuñado por el historiador Wilhem Marr. El vocablo genéricamente se refiere a los semitas, pero se sobreentiende que está dirigido a los judíos.
El fenómeno se desarrolló sobre tres áreas importantes: El Imperio ruso, Prusia, que más tarde sería Alemania, y Francia. Rusia, con su paneslavismo religioso ortodoxo, pretendía la conformación de un Estado basado en la unión de la etnia y la religión y fijó como enemigos a los judíos. Ahí están los pogroms de Kiev y Odessa de 1881-1882. Enseguida, el odio irradia a países vecinos como Polonia y varias naciones eslavas, como se recoge magistralmente en la película El violinista en el tejado, de Norman Jewison. De las persecuciones se pasó a las leyendas y las calumnias, cristalizadas en los famosos Protocolos de los Sabios de Sion, propagados por la Ojrana, la policía secreta rusa, siendo su autor Sergio Nilus, que quedaron como un tópico de difícil desmitificación, y en los libelos de sangre y las acusaciones de crímenes rituales, como refleja El Proceso, la película dirigida por G.W. Pabst, con guión de Rudolf Brunngraber.
En Alemania el antisemitismo surge ya en la época previa a la unificación de 1870, que tuvo un soporte ideológico y político en la identificación de la etnia y la nación -que se traslada al vocabulario habitual con el nombre de pangermanismo- a la que sirvió de condicionante una corriente nacionalista paneuropea: la llamada Primavera de los pueblos, iniciada en 1848 y según la cual “Alemania aún no se había unificado ni era una nación grande porque había elementos que la distorsionaban: los judíos“. Enseguida, emerge desafiante una gran contradicción: la gran cultura alemana estaba sustentada en parte por los judíos, es decir, querían echar a aquellos que constituían su cultura. Este es ya uno de los principales síntomas de la crisis cultural europea, que por definición es universal, liberal y supone un contrapunto al mundo acotado y cerrado de los nacionalismos. El huevo de la serpiente se expandirá por toda Europa, hasta desembocar en la gran tragedia.
Pero la paradoja mayor surgió en el país de las libertades por excelencia: La Francia de la Revolución, de los Derechos del Hombre, de la instauración de los tres poderes, que por primera vez reconoce de manera explícita y legal la igualdad de los judíos con los demás ciudadanos. La ola de antisemitismo que se abatió sobre Francia a final del XIX acabó en el Affaire Dreyfus que devino en un movimiento antijudío en toda Europa. ¿Por qué Francia, en cuya cultura había una importante aportación judía? ¿Por qué en el país de las libertades, de la Revolución y de los Derechos del Hombre? Desde la derrota de Sedan (1870), cuando pierde la hegemonía europea en su confrontación con Alemania, Francia sufre una gran crisis de identidad, de la cual culpa a los judíos, ya que el capitán Dreyfus, de origen judío, es acusado de pasar información secreta a los alemanes. Había que buscar un chivo expiatorio, sí, pero hay un componente nuevo que actúa como coadyuvante decisivo: la prensa. Hasta entonces, el antisemitismo crecía entre las elites intelectuales y políticas. Desde ese momento, sin embargo, el poder expansivo de la prensa lo convierte en más letal. Un hecho puede trasladarnos a aquella realidad: más de 500 periodistas se reunieron en 1899 en la ciudad Rennes, donde se llevó a cabo el proceso, y fue el acontecimiento no sólo político sino también periodístico con más resonancia en Francia y en toda Europa, incluida España, donde El Heraldo de Madrid llegó a publicar dos ediciones diarias. Los efectos traspasaron el debate político para llegar al enfrentamiento en la calle y en el seno de las propias familias.
Este repaso histórico, muy general y elemental, nos ayuda a comprender la certera reflexión de Pinsker. Para formar una gran nación, son extraños; en épocas de crisis económicas, son responsables. Stefan Zweig, en sus conocidas memorias, El mundo de ayer (Acantilado), trató de explicar las aseveraciones de Pinsker, probablemente sin haberlo leído. Por su especial situación, explicaba Zweig, el judío necesita identificarse con la cultura y las costumbres del país en el que vive, utilizándola como elemento protector, con un deseo irrefrenable de no sentirse excluido. Y de esa necesidad, el judío se transforma en un gran dinamizador de la cultura europea.
La Europa del XX, sometida a presiones contrarias y contradictorias a la esencia de su cultura, produjo los fenómenos más destructivos aún: los totalitarismos, los fascismos, el nazismo y el comunismo. Ortega y Gasset escribe en La rebelión de las masas, prefigurando lo que se columbraba de una manera amenazante, que “tanto el fascismo, el nazismo como el comunismo son elementos extraños a la cultura europea y la abocaban en dirección inversa a la esencia que la vio nacer“. Tesis tales como el patriotismo de la gran Francia, la gran Alemania, la gran Rusia se vivieron con profusión en el periodo de entreguerras (1919-1939). El primer síntoma apareció al concluir la Primera Guerra Mundial, cuando se culpó a los financieros judíos de la derrota de Alemania y tuvo su traducción en el asesinato en 1922 de Walther Rathenau, ministro de la República de Weimar de origen judío. Un ambiente, el de entreguerras, que la historiadora Zara Steiner describe con nitidez en su libro El triunfo de la Oscuridad. Historia internacional de Europa (1919- 1939).
El antisemitismo es una hiedra que parecía definitivamente desecada, pero no es así. El olvido y el silencio son traidores. El historiador francés Léon Poliakov ha descrito esta evolución casi cíclica en su monumental obra La Europa Suicida 1870-1939. Asombra a día de hoy, cuando uno se asoma a las páginas de la prensa de la época e incluso a los documentos diplomáticos, el respeto casi reverencial y la admiración a los logros de los Estados totalitarios, incluidos países de tradición liberal y democrática como EEUU y Gran Bretaña, que demostraron una reacción servil y claudicante y vieron las medidas contra los judíos como una anécdota que palidecía bajo el ruido estruendoso de los aparentes logros de los totalitarismos. Chaves Nogales, en una extraordinaria crónica desde el Berlín en abril de 1933 nos describió in situ la situación que se estaba larvando y las consecuencias que traería. Siendo muy graves los ataques de estos años a sinagogas e instituciones judías, es mucho más preocupante y más letal el olvido y el desconocimiento de los orígenes de aquel fenómeno.
Isidro González es historiador y miembro de comité científico de la Cátedra Universitaria España-Israel. Su ultimo libro es Los judíos y España después de la expulsión (Almuzara, 2014).
Fuente: El Mundo
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