Tres vocaciones concurren en esta figura central de la izquierda mexicana de la segunda mitad del siglo XX.
CARLOS ILLADES
Pocos historiadores han escrito con autoridad sobre cada uno de los grandes periodos de la historia de México. Todavía menos profesionales de la disciplina enmarcaron esta perspectiva de larga duración en los procesos globales que dieron origen a la modernidad. Enrique Semo Calev hizo ambas cosas. Las preocupaciones tempranas del historiador marxista se dirigieron a indagar la deuda externa durante la posrevolución, para después adentrarse en el trasfondo de la construcción del Estado nacional, lo que lo condujo a estudiar los orígenes del capitalismo periférico en el Virreinato. Más adelante, Semo ensancharía el arco histórico ocupándose del siglo XIX, la economía precolombina y la Conquista, además de la caída del campo socialista y de la historia de la izquierda. Todo esto sin desatender el compromiso con las luchas de esta fuerza política y los ideales que asume, preocupación siempre presente del académico, intelectual y militante comunista quien, a los 89 años, sin perder la sonrisa amable, desea y considera posible cambiar el mundo.
El núcleo problemático del intelectual comunista es el capitalismo, sistema económico que integró el mercado mundial en los albores de la modernidad, desdoblándose como globalización a finales del siglo XX. El viaje al Semo historiador inicia con sus contribuciones en Historia y Sociedad, para continuar con Historia del capitalismo en México. Los orígenes, 1521-1763 e Historia mexicana. Economía y lucha de clases. A éstos sigue un paréntesis historiográfico, motivado por los debates al interior del Partido Comunista Mexicano (PCM) y el colapso socialista, que da lugar a Viaje alrededor de la izquierda, Crónica de un derrumbe. Las revoluciones inconclusas del Este y La búsqueda. En 2005 Semo Calev renuncia a la Secretaría de Cultura del Distrito Federal para retomar su obra histórica con La antigüedad. De los cazadores y recolectoras a las sociedades tributarias 22,000 a. c.-1519 d. c., México: del Antiguo Régimen a la modernidad. Reforma y revolución, y La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios.
Los objetos historiográficos de Semo remiten inequívocamente a una postura política, son un emplazamiento con respecto de una realidad que se pretende transformar, labor imposible o equívoca si no se le conoce bien, esto es, en sus fundamentos. Ello exige el planteamiento de los problemas cardinales y el enfoque adecuado para intentar resolverlos. Hacerlo supone ir a contramano de las tendencias historiográficas dominantes, cuestionar sus preguntas y respuestas, plantear otras nuevas y distintas. En un diagnóstico temprano acerca de la historiografía mexicana del segundo tercio del siglo XX, el historiador nacido en Sofía consignó que en su mayor parte ésta reflejaba “el interés de las clases medias (léase la burguesía ascendente). Su trasfondo ideológico es el liberalismo y la ‘Revolución mexicana’, sus enfoques metodológicos, el historicismo, el positivismo, el estructuralismo y el idealismo heidegeriano”. Sin representar una corriente única ni uniforme, el denominador común de esta historiografía era que había prácticamente borrado a las clases populares. Sin embargo —subraya Semo—, “la historiografía anterior no debe ser ignorada, sino superada”. Qué mejor puerta de entrada a su obra.
Niño judío, joven comunista, historiador marxista
El 30 de julio de 1930 nació Enrique Semo Calev en Sofía, instalándose la familia en Viena cuando él era aún niño. La expansión de las fronteras del Tercer Reich, y su incursión en el Este, harán que los Semo Calev emigren a Francia, permaneciendo un par de años en Marsella. México les ofrece la oportunidad de abandonar Europa en 1942. A los 15 años de edad Enrique Semo se incorpora al movimiento socialista-sionista Hashomer Hatzair, que pretendía hacer del recién fundado Israel un Estado socialista que congrega a judíos y palestinos; comienza también a leer a Marx y a los clásicos de la izquierda judía. “No creo exagerar si digo que nací para ser socialista”, dijo el historiador hace no mucho en una entrevista. Con el ánimo de construir el socialismo a partir de la comunidad igualitaria y democrática de los kibutz, el futuro historiador pasa tres años en Israel. Estudia en la Escuela Superior de Derecho y Economía, y se incorpora al Partido Comunista, de carácter binacional, defraudado por la deriva nacionalista del sionismo. En México no revalidan a Semo los estudios de Economía realizados en Tel Aviv, por lo que opta por la carrera de Historia, “mi segundo interés”, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. El historiador comunista tuvo en la Facultad profesores muy destacados, si bien trabó “especial amistad con tres personajes a quienes más debo en mi formación”, maestros todos del exilio español: Wenceslao Roces, Luis Villoro y José Miranda. Éste recomendará al joven historiador como ayudante de investigación en la Historia de la Revolución mexicana, dirigida por Daniel Cosío Villegas en El Colegio de México, proyecto en el que Semo trabajará durante un año y medio.
Semo se graduó en 1965 en la Facultad de Filosofía y Letras con la tesis La deuda exterior en la historia de México, 1910-1963, dando a conocer parte de la investigación en Historia y Sociedad, revista que había fundado en febrero de aquel año. El trasfondo de la deuda —indica Semo— es el imperialismo que, por medio de la exportación de capitales en la forma de empréstitos, facilitó a Inglaterra ingresar al mercado latinoamericano tras las independencias nacionales, a las potencias tripartitas intervenir en el México de Juárez y a Estados Unidos doblegar al régimen obregonista a cambio de reconocerlo. Las Conferencias de Bucareli de 1923 consagraron una deuda leonina para el país, además de cancelar la opción de las nacionalizaciones de las industrias estratégicas, postergando una de las reivindicaciones más sentidas de “los grupos más radicales que participaron en la Revolución”. En consecuencia, “la dependencia de México respecto del capital extranjero venía a reafirmarse”. El gobierno de Lázaro Cárdenas dispuso de una correlación de fuerzas más favorable para el movimiento popular, beneficiada por la coyuntura bélica, lo que le permitiría atacar el problema de la deuda externa en condiciones mejores y desarrollar el capitalismo nacional en la posguerra con la intervención estatal.
El historiador se incorpora al PCM motivado, según cuenta, por las luchas obreras del periodo 1956-1959, que costaron la prisión a sindicalistas y a militantes comunistas. Para entonces, la membresía partidaria a duras penas sobrepasaba varios cientos de personas. Sirviéndose de su formación teórica, y de lo aprendido en la experiencia concreta del movimiento comunista internacional, Semo forma en aquellos años un círculo de estudios marxistas al que acuden Enrique González Rojo, Eli de Gortari y José Revueltas. Tras los oscuros años de la gestión de Dionisio Encina al frente del PCM, época de purgas y expulsiones, Arnoldo Martínez Verdugo impulsa su transformación, por lo que incorpora a intelectuales a la dirección partidaria. “En ese sentido —recuerda Semo—, puedo decir que [Arnoldo] me adoptó, puedo decir que puso mucha atención en mi formación, a los cambios que vinieron, a las tareas que me encomendaba”.
Era 1964, año en que Gustavo Díaz Ordaz ocupa la presidencia. Paranoico y anticomunista, el presidente poblano empleó la fuerza durante su mandato. El asalto al cuartel Madera en su primer año de gobierno, el movimiento de los médicos del Hospital General, y la protesta en las universidades públicas, hicieron palpable el descontento. El gobierno recurrió a la represión y al amedrentamiento. A Semo Calev, uno de los dirigentes del PCM en el Distrito Federal, la Procuraduría General de Justicia lo citó en dos oportunidades debido a que “desde hace algún tiempo se dedica franca y abiertamente a agitar en ese alto centro de estudios”. Hacia mediados de abril de 1967, el en aquel momento académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales padeció una agresión física presumiblemente por parte de elementos policiacos. Eso decidiría al partido a enviarlo a realizar un doctorado en historia económica en la Humboldt-Universität zu Berlin de la República Democrática Alemana (RDA). Semo ingresó en octubre de ese año al Instituto Herder de la Universität Leipzig (entonces Karl Marx), donde concurrían los estudiantes extranjeros, incorporándose en febrero de 1968 a la Humboldt-Universität con el respaldo de sus profesores y amigos, los eminentes historiadores Friedrich Katz (también de familia judía refugiada en México) y Manfred Kossok. La Primavera de Praga sorprendió al historiador mexicano en la RDA. El PCM se pronunció contra la invasión de las fuerzas del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. Y Semo se vio precisado a defender la postura de su partido y la propia ante sus camaradas alemanes: “me llamaron… para regañarme. Me mantuve en mi posición pese a todas las presiones”.
El proyecto académico original de Semo consistía “en escribir un libro que contendrá seis ensayos sobre la historia económica de México durante el periodo 1821-1921. Uno se referirá, probablemente, a las teorías contemporáneas sobre el desarrollo de América Latina en el siglo XIX. En otro abordaré el tema del feudalismo mexicano durante ese periodo; otros más versarán sobre la burguesía y la clase obrera, las formas de dependencia, la relación entre el desarrollo de la economía mexicana en el siglo y el desarrollo del capitalismo en el mundo y principalmente en América Latina”.
Para comprender esto, sin embargo, habría de remontarse más atrás en el tiempo de acuerdo con el criterio de sus mentores, de manera tal que en 1971 Semo Calev se graduó con honores con la tesis Los orígenes económicos de la nación mexicana, 1521-1759. Historia del capitalismo en México. Los orígenes, 1521-1763, basado en la investigación doctoral, se convirtió en un bestseller desde su publicación en 1973. Con un tiraje cercano a los 100 mil ejemplares, el volumen cuenta con 22 reimpresiones y traducciones al inglés, yiddish y japonés. Bastante influyente en la historiografía mexicana y mexicanista, los científicos sociales notaron la novedad interpretativa de Historia del capitalismo en México, dado que “la investigación estuvo precedida por un afán indagatorio no muy corriente, por cierto, entre quienes hacen historia social”. Enriquecía también el debate acerca de los modos de producción en América Latina y su articulación en formaciones económico-sociales concretas, todo ello dentro de la discusión que en el cuarto de siglo precedente tuvieron los marxistas sobre la transición del feudalismo al capitalismo. Fue además libro de texto para los maestros normalistas, lo cual tuvo un impacto en la formación de varias generaciones de educandos y futuros profesores.
Teóricamente dotado, con un enfoque global, el volumen intentaba desentrañar la naturaleza preindustrial de la economía mexicana previa al Porfiriato, de allí la pertinencia de remontarse a la Colonia con el objeto de colocar en perspectiva las transformaciones de la sociedad nativa a consecuencia del dominio español, así como los cambios propiciados por la integración subordinada de la economía novohispana con la economía-mundo, ocupada en la acumulación originaria de capital. Según su autor, “la tesis principal de este primer tomo es: aun cuando existieron brotes importantes de relaciones capitalistas embrionarias o tempranas, la estructura de la sociedad en su conjunto desde 1521 hasta 1765 es clara y decisivamente de corte precapitalista”. Incluso la Guerra de Independencia, en la que se verificó el enfrentamiento del feudalismo hegemónico con las tentativas capitalistas de avanzada, culminó con la “derrota de las tendencias capitalistas revolucionarias y en la consolidación del feudalismo y la renovación de las relaciones de dependencia”. Cuando más, aquella gesta significó “la eliminación de todos los restos del despotismo tributario con su centralismo burocrático y la victoria de la gran propiedad semifeudal de la tierra con su caciquismo localista”.
El segundo volumen de Historia del capitalismo en México iría de las Reformas borbónicas a la Reforma liberal, a modo de comenzar con los “brotes de capitalismo” para quedarse en el umbral del Porfiriato. El historiador nacido en Sofía pensaba escribirlo en 1974, dado que “prácticamente he terminado con la tarea de reunir los materiales para el segundo tomo”. No obstante, la tarea quedaría pendiente por 40 años. “Eso no se podía escribir en los setenta —argumentaría Semo—, porque los estudios sobre la sociedad y la economía en el siglo XIX eran muy reducidos en número y calidad”. De todos modos, el historiador circuló algunos avances, reunidos en Historia mexicana. Economía y lucha de clases, publicado en 1978, “fruto de los trabajos de investigación realizados a lo largo de los años 1965-1977”. Periodo en el que también se dio tiempo para fundar el posgrado en la Escuela de Economía de la UNAM, permitiéndole con ello convertirse en facultad, siendo director José Luis Ceceña. El volumen plantea que la revolución burguesa obedeció a un ciclo en México. La Independencia separó al país del imperio español. La Reforma terminó con el poder omnímodo de las corporaciones. La Revolución destruyó las haciendas, fundamento económico de la burguesía terrateniente. Ésta era una unidad compleja dispuesta tanto para el autoconsumo como para el mercado, la cual combinaba diferentes formas de trabajo (peonaje, trabajo asalariado, aparcería) con variadas formas de apropiación del producto (renta, explotación, etcétera). En las postrimerías del siglo XIX será cuando la hacienda “en algunas regiones se transforma decididamente en plantación o emprende el desarrollo capitalista por la vía prusiana”.
La nueva década encuentra a Semo comprometido en los debates partidarios en torno a la estrategia de lucha por el poder —puesta a la orden del día por el reconocimiento legal del partido y la difusión del eurocomunismo— y el eventual abandono del leninismo, que se dirimirían en el XIX Congreso del PCM (1981), dirigiendo también el Instituto de Estudios Contemporáneos en la Universidad Autónoma de Puebla (1981-1987) y coordinando la edición de México, un pueblo en la historia (1981). Estos cuatro volúmenes presentaron una perspectiva no canónica de la historia del país en la que las clases populares eran las protagonistas, la historia de los acontecimientos era remplazada por la reconstrucción de procesos que explicaban su génesis y desarrollo, ratificando el afán de que “la historiografía anterior no debe ser ignorada, sino superada”.
El compromiso intelectual
En las elecciones intermedias de 1979, el PCM logró el registro definitivo. Su línea política había cambiado considerablemente en las dos décadas en las que militó Semo, fuera por el impacto de acontecimientos relevantes como la Revolución cubana y el gobierno de la Unidad Popular chilena, o por coyunturas tales como la reforma política de 1977 que, después de largos periodos de persecución, abrió a los comunistas mexicanos el camino de la política electoral. De esta manera, el XIII Congreso del PCM (1960) postuló la “revolución democrática de liberación nacional”, el XV Congreso (1967) la “revolución democrática, popular y antiimperialista”, el XVI Congreso (1973) y el XVIII Congreso (1977) la “revolución democrática y socialista”. Al finalizar la década, el PCM priorizaba la lucha democrática, abjuraba de la “dictadura del proletariado” y el “internacionalismo proletario”, afirmaba su independencia con respecto del movimiento comunista internacional, encabezado por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), y adoptaba una política de alianzas que buscaba sumar a las clases medias, los grupos emergentes, los jóvenes y las mujeres.
El historiador nacido en Sofía, al frente de los renos o renovadores —identificados con ese nombre a partir de la publicación en Excélsior de la carta abierta “Por la renovación del Partido Comunista Mexicano”—, consideró la directriz partidaria una ruptura con la tradición revolucionaria, más aún si el “poder democrático obrero” sustituía a la dictadura del proletariado. En un balance posterior, cuando el PCM había cedido sus siglas y registro al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), Semo Calev rememoró aquella batalla partidaria. El 20 de noviembre de 1981, la cuarta parte del Comité Central publicó un manifiesto que exigía una profunda democratización de la vida del partido. Su posición se transformó en una corriente, los renovadores, que luchó contra la burocratización, por el pluralismo ideológico y el derecho a las corrientes en el partido… Esto constituía un cambio en un partido que hasta ese momento había tenido una dirección monolítica.
Viaje alrededor de la izquierda contiene la valoración del historiador acerca de los cambios del paisaje comunista en la mudanza de década. Dos temas están en el centro de su reflexión en ese tiempo: la viabilidad de un socialismo democrático en Europa del Este, y la estrategia para que la izquierda consolidara posiciones y tomara el poder en México. Con respecto de aquél, Semo aprecia un hilo de continuidad de la Primavera de Praga con Solidarność y la perestroika. A pesar de haber sido doblegada, la tentativa reformista checoslovaca puso en el horizonte socialista la democratización del sistema político y las libertades ciudadanas, la autogestión de los trabajadores en las empresas y la apertura al mercado. Aunque gradualmente —consideraba Semo Calev—, el bloque soviético cobraba conciencia del necesario incremento de la productividad laboral, la innovación tecnológica y la eficiencia administrativa, únicamente posibles “si la sociedad conoce un proceso global de democratización”.
Semo Calev asumía el compromiso del socialismo con la democracia, el valor de la participación electoral y las virtudes intrínsecas de las reformas; en eso no discrepaba del planteamiento eurocomunista. Para él la estrategia empataba en países con sociedades civiles fuertes, clases obreras independientes y democracias avanzadas. Sus reservas estribaban en la adopción mecánica de la estrategia eurocomunista en países donde estaban ausentes o eran débiles estas condiciones. Adicionalmente, esto entrañaba el peligro de diluir la propuesta eurocomunista en el más tenue reformismo socialdemócrata dado que, sin las condiciones indispensables señaladas, las clases subalternas se subordinarían al proyecto burgués, tal y como había sucedido en la historia moderna de México. Por esa razón, el historiador nacido en Sofía asume que la tarea más urgente de la izquierda es “la creación de una fuerza obrera y popular autónoma, de alternativa al sistema vigente”, a la vez que entablar un diálogo con las “corrientes socialistas locales”, es decir, “el nacionalismo revolucionario, el cristianismo radical y la nueva izquierda surgida del movimiento de 1968”.
El diálogo con el nacionalismo revolucionario previsto por Semo en 1984 sucedió cuatro años después por la fuerza de las circunstancias, cuando el candidato del Partido Mexicano Socialista (PMS), Heberto Castillo, declinó su aspiración presidencial en favor del candidato del Frente Democrático Nacional, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Sin embargo, el diálogo terminaría con la asimilación por parte del nacionalismo revolucionario de la corriente socialista histórica. Otro factor coadyuvante fue la caída del Muro de Berlín que precipitó el colapso del bloque socialista. Durante unos meses cruciales (de octubre de 1989 a noviembre de 1990), el historiador fue testigo y relator de esos cambios en Crónica de un derrumbe. Las revoluciones inconclusas del Este, publicado en 1991, mientras se desempeñaba como profesor visitante en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque). Esperando un desenlace en sentido socialista, sobre todo después de escuchar de viva voz el proyecto de Nuevo Foro en la RDA, que conciliaba la propiedad estatal y privada en el marco de un socialismo democrático, Semo acabó por registrar las huellas de la revolución conservadora provocada por la propia burocracia que podía conducir a una restauración capitalista. Para el historiador marxista, el colapso del campo socialista forzaba a modificar la idea acerca de la transición del capitalismo al socialismo, dado que la evidencia de ese “gran laboratorio social de la humanidad” que es el centro y el este europeo, mostraba “un proceso histórico sumamente prolongado que cubre varios siglos”. Veinticinco años después, el prólogo a la segunda edición del libro emitía el veredicto definitivo del historiador comunista: “estamos convencidos que el derrumbe de la URSS pudo ser evitado y que el sistema soviético podía ser reformado”.
En igual forma que el socialismo soviético había sucumbido, las izquierdas inspiradas en la tradición socialista —comunistas y socialdemócratas— estaban en desuso. Ni el comunismo había logrado sepultar al capitalismo y la socialdemocracia se había sometido a él. Los dos volúmenes de La búsqueda, editados en 2003-2004, intentan vislumbrar el horizonte de la izquierda socialista tras la derrota histórica con la que clausuró el siglo XX. Después del fracaso del intento más ambicioso de unificación de la izquierda independiente, esto es, el PMS, ésta hubo de aliarse con la izquierda nacionalista marginada dentro del PRI por la tecnocracia neoliberal. Pero avanzar en esa dirección para salir de su crisis, le costó a aquélla su desdibujamiento. “La unidad, la conquista de un electorado significativo —advirtió Semo—, la inserción en la verdadera lucha por el poder, vino acompañada de la desaparición del socialismo”, pues “los socialistas se sumaron al Partido de la Revolución Democrática (PRD) divididos y se disolvieron rápidamente en el nuevo partido, abandonando toda pretensión de mantener una identidad independiente”. En esa fuga hacia adelante, “en la izquierda programática no hubo asimilación crítica del [19]89 ni balance efectivo del pasado”.
La historia global
Semo Calev es reacio a confundir la práctica del historiador profesional con la del intelectual y militante. No porque no estuvieran relacionadas, antes bien desea evitar que una limite a la otra, dado que “teoría y práctica tienen sentido dentro de quehaceres distintos”. En ese entendido, a la vista de la larga noche de la izquierda socialista, Semo ha dedicado los últimos tres lustros a culminar su obra historiográfica sin renunciar a llevar a cabo intervenciones puntuales en el campo intelectual. El historiador marxista comenzó esta segunda etapa de su producción historiográfica haciéndose cargo de la Historia económica de México, edición en trece volúmenes publicados en 2004-2006, de la cual escribió el volumen inicial. Si en la primera etapa, de mediados de los sesenta a finales de la década siguiente, se advertía el apego de Semo a la larga duración y la que entonces se denominaba “historia total”, en la segunda profundiza ambas adentrándose en lo que hoy llamamos historia global. Sin ánimo de exagerar, estamos en verdad ante uno de los proyectos intelectualmente más ambiciosos emprendidos por la historiografía mexicana desde su profesionalización universitaria a mediados del siglo pasado.
El periplo del historiador marxista arranca en la prehistoria mesoamericana y consta de aproximadamente 1750 páginas, muchas más que las de su obra histórica precedente. La antigüedad. Los orígenes: de los cazadores y recolectoras a las sociedades tributarias 22,000 a .c.-1519 d. c. presenta la evolución de los pueblos mesoamericanos desde los primeros asentamientos humanos hasta la llegada de los conquistadores castellanos. Dentro de ese amplio arco temporal se despliegan tres formaciones fundamentales que Semo define y periodiza como sigue: comunidad de cazadores-recolectoras (21000 a 5000 a. C.), comunidad agrícola igualitaria (5000 a 1000 a. C.) y sociedades tributarias (1000 a. C. a 1519 d. C.). Aquélla se basa en el parentesco, configura sociedades simples, con una elemental división del trabajo entre los sexos. La comunidad agrícola igualitaria supone la generalización de la agricultura, sin el abandono de la caza y la recolección, dado que la ganadería es inexistente antes de la llegada de los españoles. Las sociedades tributarias están divididas en clases sociales, la agricultura es intensiva gracias a la habilitación de obras hidráulicas, hay un Estado centralizado, se forman grandes centros urbanos y la apropiación del excedente económico —sustraído a los campesinos y a los pueblos dominados— adopta la forma de tributo; da lugar a sociedades complejas. El imperio mexica, resultado de la Triple Alianza (México-Tenochtitlan, Texcoco, Tacuba), señoríos coaligados que derrotan a Azcapotzalco en 1427, representará el mayor imperio que conoció Mesoamérica hasta que Cortés y sus hombres llegaron “cabalgando no en uno sino en los cuatro caballos del Apocalipsis, incluyendo el de la plaga”.
La segunda parte de la investigación esbozada en Berlín acerca de la historia del capitalismo en México tomó finalmente la forma de libro en 2012 con el título México: del Antiguo Régimen a la modernidad. Reforma y revolución. Semo recuerda que, al lado de sus maestros y jurados del examen doctoral Manfred Kossok y Max Zeuske, concibió “el plan de escribir la continuación de mi libro sobre la Colonia y discutí los grandes problemas que éste debía abordar”. El grueso volumen reúne varios artículos publicados previamente con otros, la mayoría “escritos o rescritos especialmente para este libro”. Mientras la Historia del capitalismo en México abordó el capitalismo temprano contenido por las estructuras del feudalismo tardío y despótico-tributarias, ocupándose del periodo 1521-1763, Del Antiguo Régimen a la modernidad corre de 1790-1940, y trata la transición al capitalismo dependiente, la conformación de las clases sociales modernas y la consumación de la dominación burguesa, es decir, la constitución de la modernidad subdesarrollada en la que todavía vivimos, aunque la fantasía de las élites asuma que la habríamos dejado atrás a no ser por la obcecada resistencia de las clases subalternas. “La más grande tragedia de las corrientes liberales modernizadoras, y por ende del país, fue no aceptar la presencia del campesino indio y la imposibilidad de obligarlo por la fuerza a la aceptación de un sistema de propiedad privada, espíritu empresarial e ingenio. Pero lo más impresionante es que despreciando al indio por esas razones, no veían que ellos mismos, sumidos en la cultura señorial, consumista, literaria en vez de técnica, pendenciera en vez de empresarial, dependiente en vez de innovadora, estaban tan impedidos de entrar a la modernidad capitalista como los indígenas, si bien de una forma muy diferente”.
Los fundamentos de esa modernidad coja y excluyente están en el colonialismo, tema del libro más reciente de Semo Calev, La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios, publicado en 2019. La densidad espacial, temporal y conceptual que le da el historiador marxista a este acontecimiento desborda ostensiblemente los estudios convencionales al abordar el colonialismo en una perspectiva global, de lo cual resulta que éste anida “en el corazón del capitalismo, no en su periferia”. En palabras de Semo, la explotación económica colonial adoptó las modalidades de acumulación originaria, superexplotación del trabajo, monopolios mercantilistas e intercambio desigual.
El volumen presenta el desarrollo de cuatro actores que, con la lógica específica de las relaciones en que se encuentran inmersos, se interconectan por efecto de la Conquista. Ellos son los amerindios, africanos, europeos y españoles. Los amerindios, en su mayoría regidos por el despotismo tributario, aportarán a la empresa colonial trabajadores forzados y tributo. Los africanos, agrupados en comunidades de cazadores y recolectoras seminómadas, o en jefaturas y sociedades tributarias, se convertirán en esclavos. Los europeos, a caballo entre el feudalismo y el capitalismo, demandarán oro y mercados. Los españoles, en plena reconquista, reclamarán territorio, vasallos, oro y fieles. La Conquista forma parte del proceso global de formación de la economía-mundo. Sin embargo, las huestes conquistadoras, persiguiendo el oro y la fama, irrumpen en la escena capitalista cuyo guion desconocen. Si bien solo se consumó en Europa Occidental, la transición del feudalismo al capitalismo impactó todo el mundo conocido, en Europa Occidental aceleró la crisis del feudalismo y facilitó el crecimiento del capital mercantil. En China, el mundo árabe y el Imperio otomano se produjo un momento de espera o un retroceso que abrió posteriormente las puertas al capital europeo. En América produjo un verdadero holocausto de la población amerindia y un festín de acumulación primitiva; en África la caza de esclavos causó la emigración forzada de más de 10 millones de africanos. Ésta fue la participación de cada actor en el drama del surgimiento del capitalismo.
El éxito militar de la empresa colonial acelera la historia, pues “mi teoría es que sin América —abunda Semo—, el salto que se dio en tres siglos (XVI al XVIII), hubiese requerido mucho más tiempo para su desarrollo”. A pesar de ello, la Conquista y la ocupación del espacio fueron un proceso mucho más dilatado, que en varios sentidos llega al presente. Por eso el historiador plantea que la rebelión neozapatista “significa que no es totalmente parte del pasado, hay representantes de los pueblos originarios que aún no aceptan la realidad impuesta, que se resisten a perder su identidad y su memoria”. Asimismo, la acumulación originaria, sea por desposesión o saqueo, se perpetúa en el mundo y el país por medio del neostractivismo y el despojo de los pueblos autóctonos, fue decisiva en el capitalismo temprano, pero persiste en el despliegue en el tiempo de este modo de producción. De esta manera, la Conquista, fundamento de la relación colonial, es constitutiva de la historia del capitalismo, desde sus orígenes hasta el capitalismo desregulado de hoy. Y, por eso, también, este gran libro de Semo cataliza sus preocupaciones como historiador, intelectual y militante comunista, sintetiza su obra, es el uno que contiene a todos los demás.
Fuente:milenio.com
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