Enlace Judío México e Israel.- El espíritu de certidumbre que dominó la política de la década de 1930 no está tan distante de nosotros hoy.
BRET STEPHENS
La Segunda Guerra Mundial comenzó hace 80 años, después que la Alemania Nazi y la Unión Soviética firmaron un pacto “de no agresión” que fue, en verdad, un pacto de agresión mutua. Adolfo Hitler invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939. La invasión de Polonia por parte de Rusia, no menos asesina, siguió dos semanas después.
El 3 de noviembre de ese año, Joseph Goebbels, el ministro de propaganda, dio a Hitler un informe de su viaje a Polonia. “Por sobre todo, mi descripción del problema judío obtiene la aprobación plena [de Hitler],” escribió en su diario. “El judío es un producto de desecho. Es una cuestión clínica más que una social.”
Durante varios años, muchos comentaristas, incluyéndome, hemos escrito sobre los paralelos entre la preguerra y el presente.
Está el ascenso de regímenes dictatoriales intencionados en vengar humillaciones geopolíticas pasadas y volver a trazar frontera: Alemania, Italia, Japón y Rusia entonces; China, Irán y Rusia ahora.
Está la falta de voluntad de las fuerzas del status quo de coordinar sus acciones, confrontar dictaduras, apagar las guerras regionales y estar a la altura de los desafíos globales. La Sociedad de Naciones entonces; el G7 ahora.
Está el recrudecimiento del rencor nativista, barreras proteccionistas y políticas aislacionistas, junto con dudas profundas sobre la viabilidad de la democracia liberal y el orden internacional. El Padre Coughlin y los EE.UU. Primero entonces; Donald Trump y los EE.UU. Primero ahora.
Todo eso, más tres factores cruciales: nuevas formas de comunicación masiva, el discurso de deshumanización y la política del bien absoluto contra el mal absoluto.
La tecnología (relativamente) nueva de la década de 1930 era la radio. “Es el milagro de la radio que fusiona a 60, 000,000 de alemanes en una única muchedumbre, a ser desempeñado por una única voz,” informó The Times en 1936. Esto fue a propósito. Entre las primeras campañas de Goebbels, después que los nazis llegaron al poder, estuvo producir y distribuir una radio barata — la Volksempfänger, o receptor del pueblo — que pudiera llevar la voz y mensaje del Führer dentro de cada hogar.
La radio hizo posible una relación inmediata, y aparentemente personal entre líder y súbdito. Excluyó a los intermediarios de la información — periodistas, editores, portavoces, expertos, etcétera — en quienes las generaciones previas de líderes habían sido obligadas a depender. Convirtió a una nación en una audiencia y a la política en un escenario donde la emoción importaba mucho más que el sentido. En “Los Años de la Pesadilla,” el corresponsal William Shirer de CBS recordó estar impresionado por la desconexión completa entre la insania del léxico de Hitler y la calidad cautivante de su declamación.
Por entonces la radio, como Twitter hoy, era la tecnología de la identidad; un canal que podía concentrar la furia política en una época en que había mucho para todos.
Fue también una época en que la ideología dictaba que esa furia fuera dirigida a clases enteras de gente. La década comenzó con propaganda soviética aplaudiendo el anuncio de Stalin de “la liquidación de los kulaks como una clase” — una referencia a millones de campesinos ucranianos que morirían de inanición forzada en el Holodomor.
El esquema de pensamiento político que convirtió a seres humanos en categorías, clases y razas también los convirtió en roedores, insectos y basura. “El antisemitismo es exactamente lo mismo que despiojar,” afirmaría Heinrich Himmler en 1943. “Librarse de los piojos no es un tema de ideología. Es un tema de limpieza.” Observando arder el gueto judío de Varsovia ese año, un antisemita polaco fue escuchado diciendo: “Las chinches están en llama. Los alemanes están haciendo un gran trabajo.”
Hoy, el discurso de infestación está de regreso. En EE.UU, Trump lo usa para describir a los inmigrantes latinoamericanos. En Europa, Jaroslaw Kaczynski, presidente del partido gobernante de Polonia, Ley y Justicia, advirtió en el 2015 que los migrantes portaban “todo tipo de parásitos y protozoos,” los que, “si bien no son peligrosos en los organismos de estas personas, podrían ser peligrosos aquí.”
Seguramente seguirá más de esta conversación, y no sólo desde la derecha. La izquierda estadounidense se ha vuelto especialmente promiscua en lo que hace a hablar peyorativamente acerca de categorías enteras de personas desfavorecidas.
Nada de esto sería posible sin el tercer factor: la convicción que un opositor encarna un mal irredimible, y que su destrucción es por lo tanto un acto de bien indudable. Ese espíritu de certidumbre que dominó la política de la década de 1930 no está tan distante de nosotros hoy. Las figuras políticas impopulares de nuestros días parecen transmitir menos del 100% de la creencia verdadera: el conservador moderado, el liberal escéptico, el oscilante de centro.
Este 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial es una oportunidad para reconsiderar cómo el mundo llegó a esa profanación oscura en la cual murieron unos 70 millones de personas. Una oportunidad, también, para recordar las palabras del juez estadounidense Learned Hand, sobre cómo la gente libre y civilizada puede regresar del borde.
“El espíritu de la libertad,” dijo él, “es el espíritu que no es demasiado seguro que sea correcto.”
Fuente: The New York Times
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