Enlace Judío México e Israel.- Los ataques que reciben los judíos en Israel y fuera son innumerables y casi desde todos los frentes: el político, el económico y por supuesto el cultural, incluida aquí la cuestión religiosa.
ÁNGEL MÁS
Llama la atención que el sinfín de ataques que reciben los judíos en Israel y fuera de allí tenga tan escaso eco en la prensa española. Sin embargo, son innumerables y casi desde todos los frentes: el político, el económico y por supuesto el cultural, incluida aquí la cuestión religiosa. Y desde casi todas las ideologías, aunque en los últimos años sean especialmente notorios desde la extrema izquierda.
Los que atacan a esta democracia olvidan que de acuerdo a The Economist Intelligence Unit, Israel es la trigésima democracia más sana del planeta, justo por detrás de Francia y por delante de Bélgica o Italia. Según The Freedom House, Israel es uno de los 86 Estados libres en el mundo, floreciente en lo económico, en lo tecnológico y en lo social. Las críticas no se hacen como a cualquier otro país (las democracias son por definición imperfectas y permiten, a diferencia de las dictaduras, la crítica interna y aceptan la externa), sino que abogan por su desaparición como Estado, mientras se presentan ellos mismos como víctimas; censurando que son tachados de antisemitas cuando en realidad lo que ellos dicen ser es antisionistas, suelen ser provocadores ultras de izquierda, de derecha o islamistas.
Aclaremos esto: el antisionismo no va de ‘criticar a Israel’, es una ideología que promueve la aniquilación del Estado judío. El mismo Estado que acoge a muchos de estos activistas, donde residen y trabajan cubriendo la región (Siria, Irán, Líbano, no parecen ofrecer las mismas facilidades), beneficiándose de sus garantías democráticas, sus libertades y sus servicios.
Nadie ha llamado antisemita a ninguno de ellos por criticar a Israel, ni siquiera por el evidente doble rasero de hacerlo con parámetros que ni las democracias más exitosas del mundo superarían. Que a estos no les gustan los judíos queda demostrado por la evidente falta de empatía que muestran en sus crónicas, al igual que otros opinantes, con sus vecinos israelíes, personas normales que tratan de llevar su vida en paz, intentando evitar ser víctimas del terror, luchando por defenderse y sobrevivir a atentados yihadistas similares a los sufridos en España y el resto de Europa.
Viven en Israel, sus hijos van al colegio allí, acuden al médico, salen a restaurantes, van al gimnasio… Mientras albergan y difunden relatos de odio contra esas personas que les rodean, pero lo que hace de estos activistas unos antisemitas es llevar esa crítica al nivel del antisemitismo clásico, el punto de no retorno de la deshumanización del judío, en este caso la demonización del judío colectivo que hoy representa Israel.
En muchas de sus crónicas, se despersonaliza a la mitad de los judíos del mundo que allí viven y quieren a su país pintándolos con una crueldad inhumana. Se sataniza a su Gobierno y sus instituciones democráticas, al igual que a los estamentos que representan a la población, como sus fuerzas de defensa, un ejército popular en el que la mayoría sirve. Y lo hacen usando los mismos clichés de odio que los antisemitas han usado a lo largo de la historia contra ‘los judíos’.
Este pequeño grupo de antisemitas ofendidos, estas autodefinidas víctimas de la ‘persecución’ israelí, algunos cesados por sus malas prácticas profesionales, ignorados por el público e insignificantes en general, obvian adicionalmente y de modo conveniente que israelíes son todos los ciudadanos del país. Ya sean árabes (los únicos de todo Oriente Medio que pueden votar libremente), drusos, cristianos —dentro de estos, católicos, ortodoxos, 300.000 de origen ruso—, bahais y, por supuesto, judíos. Casi uno de cada cuatro de los ciudadanos del país pertenece a una minoría reconocida.
Los ‘antisionistas’ despojan así de su dignidad a todos esos ciudadanos no judíos. A los patriotas sionistas de entre ellos y también a los que critican a Israel sin cuestionar su derecho a existir. Pues vivir en la única democracia de la región les permite disfrutar de los mismos derechos que goza la mayoría judía y les ofrece un refugio en un océano de integrismo e intolerancia.
Por todo lo expuesto, aquellos que demonizan a Israel lo hacen con el ánimo de destruir al judío entre las naciones. Nada ni nadie les impide criticar las políticas de tal o cual Gobierno, o de tal o cual político, pero identificar al Estado judío y a los que defienden su derecho a existir (sionistas) con ‘el mal’ brutaliza por extensión a la inmensa mayoría de los judíos que, en Israel y la diáspora, se declaran, naturalmente, sionistas.
Nada tienen, por cierto, que ver las posiciones de estos ‘antisionistas’ con la defensa del pueblo palestino. Si estuvieran preocupados por su bienestar, acometerían la tarea de denunciar los atropellos de sus dirigentes, la falta de libertades, la corrupción endémica. Esos dirigentes palestinos que no convocan elecciones, reprimen la libertad de prensa, persiguen a homosexuales, maltratan a las minorías (que se lo pregunten a los cristianos), promueven la Yihad y honran a los ‘shahid’ (mártires) con las donaciones occidentales… pero que curan sus males en hospitales israelíes. Esos autócratas que rechazaron las ofertas de paz que pusieron en sus manos tanto Ehud Barak como Olmert.
Los antisionistas, en resumen, sí son verdaderamente antisemitas. Y también son antipalestinos, pues ayudan a perpetuar la desesperanza de los árabes de esos territorios. Aquellos que, desesperados, emigran a Europa, EE.UU o cualquier otro lugar libre y democrático huyendo de la opresión de sus líderes. Y los que son encarcelados por exigir los mismos derechos humanos que gozan los árabes ciudadanos de Israel.
Fuente: elconfidencial.com
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