Enlace Judío México e Israel.- Un análisis responsable de la peor crisis que transita la comunidad internacional en estos días debe comenzar, necesariamente, efectuándonos una pregunta fundamental, esto es: ¿Los ataques a las instalaciones petroleras de Aramco en Arabia Saudita la pasada semana, alterarán el “status quo” impuesto en los últimos 17 meses, es decir, desde que el presidente Donald Trump retiró a los Estados Unidos del “acuerdo nuclear con Irán”, firmado por su antecesor Barack Obama?
GEORGE CHAYA
El sensacionalismo que ocupó los titulares de los ataques, en gran parte atribuidos a la República Islámica de Irán pero negado por los mulás, puede sugerir un “sí” como respuesta. Sin embargo, una mirada más profunda podría sugerir una respuesta con matices. Es probable que quien haya planeado los ataques estuviera más interesado en tensar la cuerda para probar fuerzas viendo cuán lejos era posible llegar en la provocación sin hacer inevitable una respuesta aplastante en lugar de un intento serio por alterar el status quo.
No obstante, primero veamos qué entendemos por el nuevo status quo, que ha reemplazado al creado por la gestión Obama.
Bajo el status quo de Obama, Irán puso gran parte de sus políticas económicas, comerciales e incluso militares bajo control directo o indirecto del denominado Grupo 5 + 1 a cambio de una vía libre para perseguir su agenda “exportadora de la revolución islámica” en el Oriente Medio. También desarrolló un programa balístico de misiles de mayor alcance para una futura extensión de su influencia en la región y más allá de ella. Los mulás podían sobrellevar la humillación de la tutela extranjera parcial porque el acuerdo de Obama contenía una cláusula de suspensión bajo la cual las restricciones impuestas a la República Islámica caducarían después de cinco, 10 o 15 años, según el caso.
Lo que el presidente Trump ha planteado y quiere, es un nuevo acuerdo, en el cual las restricciones impuestas a la República Islámica continúen y puedan extenderse en el tiempo mientras se detenga el proyecto de desarrollo de misiles de Irán, que hoy no está incluido por el “acuerdo” de Obama, se entrelaza en el conjunto pero no tiene una consideración primaria y de estricto cumplimiento. Tal situación permitiría a los mulás prolongar su gobierno, pero dificultaría “exportar” la revolución bloqueando de su pretensión de crear “la nueva civilización islámica” para la humanidad, como Irán lo pretende.
La negativa de Teherán a la “oferta” de Trump creó un nuevo status quo en el que la República Islámica retiene su libertad de acción, incluidas sus travesuras en Siria, Yemen, Líbano y Gaza mientras sufre las consecuencias de la reimposición de sanciones.
De lo que los mulás no se dieron cuenta fue que el nuevo status quo no tuvo costo alguno para los estadounidenses que pueden permitirse prolongarlo tanto como sea necesario. Todo lo que Trump hizo fue anunciar que cualquiera que comerciara con la República Islámica no podía comerciar con los EE.UU. Y que los EE.UU. ya no permitirían que los mulás utilicen las instalaciones bancarias y comerciales estadounidenses a nivel global.
La pregunta que sigue, es si ha tenido éxito el método Trump. Teherán no proporciona una respuesta clara aunque se aprecia que el pueblo iraní ha comenzado a padecer los desaciertos de su régimen.
La propaganda nacional y la propaganda dirigida a sus clientes en los países árabes y el mundo fingen que no ha habido ningún efecto o, en algunos casos, incluso que todo lo gestionado por el presidente Trump ha fortalecido el movimiento khomeinista. Sin embargo, cuando se trata de países occidentales, los mulás fingen la posición de víctimas, alegando que ha bloqueado los envíos de leche y medicinas para los bebés y los enfermos iraníes. Los occidentales que simpatizan con los mulás, en gran parte debido a un profundo anti-americanismo, saben que las democracias occidentales son débiles y sensibles con las historias de victimización y, por lo tanto, vulnerables a la tiranía de los desvalidos.
Sin embargo, no hay duda de que reimponer las sanciones, especialmente la neutralización que da lugar a la incapacidad de Irán para vender su petróleo, están empezando a doler y causar efectos devastadores al régimen.
Hace seis meses, el presidente Hassan Rouhani afirmó que su gobierno tenía suficientes reservas de divisas para cubrir todos los “costos básicos del gobierno” durante al menos 18 meses, es decir, casi hasta el final del primer mandato presidencial de Trump. Sin embargo, su ministro de Relaciones Exteriores, Mohammad-Javad Zarif, ha estado pidiendo ayuda recientemente en Europa para asegurar U$D 60 mil millones al año para cubrir esos mismos “costos básicos”.
En otras palabras, la República Islámica puede hacer frente al nuevo estado impuesto por Trump, pero solo por poco de tiempo. El objetivo de Teherán para sobrevivir a Trump, si apuesta a que el presidente estadounidense no sea reelecto, debería ser alguna modificación urgente del mismo status quo. A menudo, los mulás lo hicieron presionando la tensión con los Estados Unidos, ninguno aumentó más y siempre obtuvieron los resultados que deseaban. En 1979, pocos meses después de la caída del Sha, temían que la administración Carter hiciera un trato con el gobierno pro-estadounidense del primer ministro Mehdi Bazargan y excluyera del poder a los mulás y sus aliados comunistas.
Los khomeinistas tiraron más de la cuerda y generaron más presión al ingresar y apoderarse de las instalaciones de la embajada de Estados Unidos en Teherán y tomar como rehenes a sus diplomáticos. Carter reaccionó como los mulás habían esperado, hablando con dureza pero sin hacer nada mientras el coro global anti-americano consideraba a los mulás como víctimas del imperialismo.
Se usaron tácticas similares durante las administraciones Reagan, Bush (Padre) y Clinton. Cada vez, los mulás aumentaron la presión, obligando a los estadounidenses a enfrentar una cruda elección entre no hacer nada o una guerra a gran escala que la propia opinión pública estadounidense no respaldaría.
En todos los casos, la tiranía del desvalido funcionó y los mulás lograron aplastar a sus oponentes en casa y engordar a sus cohortes en el extranjero mientras se lanzaban como campeones de los oprimidos que resistían los dictados del “Gran Satanás”. Los expertos sugirieron que debería concederse indulgencia al régimen khomeinista porque todavía estaba haciendo frente a las consecuencias de la revolución que lo produjo. Después de todo, según los expertos y asesores del presidente Carter “cada revolución necesita de un tiempo para acomodarse”. Esa idea continuó y Bill Clinton se enamoró de la frase mucho más que otros, eso quedo expuesto cuando dijo a una audiencia en el Foro Económico Mundial en Davos, que el régimen de Teherán era “más cercano a su forma de pensar que muchos otros regímenes revolucionarios en el mundo”.
¿Caerá Trump en la afirmación de que, en lo que respecta a la República Islámica, la única opción es entre una guerra a gran escala o rendirse a la agenda de los mulás? Nadie, tal vez ni siquiera el propio Trump, sabe la respuesta. Sin embargo, esto es lo que espera el “Guía Supremo” Ali Khamenei. Es por eso que está tratando de mantener la tensión alta para sostener la afirmación de que la política actual de Washington puede conducir a una guerra a gran escala. Sin embargo, al mismo tiempo, está calibrando cuidadosamente sus provocaciones para no desencadenar la guerra de la que está advirtiendo.
La esperanza de Kamenei es que Trump ordene la ejecución de alguna operación que sacudiría pero no derrocaría al régimen khomeinista mientras moviliza a la opinión iraní e internacional en su apoyo como víctima, forzando así, la flexibilización de las sanciones que están comenzando a quebrar su régimen. Es por ello que Khamenei dice que no quiere “ni negociaciones ni guerra”, mientras que Trump afirma que está listo para ambos escenarios. Ese acto de equilibrio de Trump, puede preservar el status quo actual donde la negociación es imposible y la guerra es innecesaria.
Fuente: infobae.com
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