Enlace Judío México e Israel.- Bernard Berenson, cuyo nombre real era Bernhard Valvrojenski era un experto en arte. Sus estudios sobre arte y sus contactos con la alta sociedad estadounidense le hicieron rico gracias a que puso de moda el Renacimiento en el mercado del arte y autentificó numerosas obras
NÚRIA ESCUR
Elba recupera dos de los libros de uno de los historiadores del arte más influyentes del siglo XX.
Si quisiéramos resumir sin concesiones la vida de Bernard Berenson podríamos empezar así: judío lituano se convierte en portentoso sabio estadounidense y acaba como multimillonario en una lujosa mansión italiana. Pero sería injusto.
Nació en Vilna, Lituania, en 1865 y murió en Florencia 94 años después. En medio de ese arco, circunstancias que le marcan: a los diez años se traslada junto a su familia a Estados Unidos (huyen de las leyes antisemitas), estudia en Harvard y tras su matrimonio se establece en Settignano, cerca de Florencia, hasta su muerte, en la Villa I Tatti, residencia que legó a la Universidad de Harvard (junto a su colección de arte y su biblioteca) para crear un centro de investigación artística. Todavía hoy I Tatti sigue siendo uno de los centros de estudios sobre el Renacimiento más reputados del mundo.
Apuntes para un autorretrato (con espléndido prólogo de J. F. Yvars) y Ver y saber son los dos títulos con los que la editorial Elba recupera ahora la figura de este autor, uno de los historiadores del arte más influyentes del siglo XX. El primero no es una biografía al uso (hay en ella, además de anécdotas, filosofía y profundidad) y el segundo anuncia su método: la capacidad de mezclar, ante una obra de arte, el ver y el saber. Lo escribió cuando ya tenía 83 años. Y como apunta Calvo Serraller en el prólogo “obra de un anciano erudito cascarrabias, aunque estas tres características cuadraran a la perfección con Berenson, salvo que el catálogo de sus manías fastas y nefastas fuera mucho más amplio del que fue”. Hacia 1906 se convirtió en asesor del marchante inglés lord Joseph Duveen y principal asesor de coleccionistas americanos. No era un simple experto en la materia, se ganó la fama de poseer una extraordinaria sagacidad visual. Y en sus memorias hay humor: “desde que se puso de moda el psicoanálisis, me pregunto si entre los 50 y los 60 aumenta el número de personas a quienes les preocupa más el estreñimiento que el sexo”.
Invirtió diez años en escribir Dibujos de los pintores florentinos. Siempre mantuvo que no fueron años desperdiciados, aunque siempre deploró la insuficiencia de las palabras. “Ese libro, hasta donde yo sé, fue el inicio de una manera completamente nueva de enfocar los dibujos de un artista”.
“¿Puede un mortal retratarse con palabras como quizás pueda llegar a hacerlo con tiza o carboncillo?” se pregunta este Berenson historiador del arte en sus memorias. Él, que fue uno de los primeros en reconocer a artistas como Pierre Auguste Renoir y Paul Cézanne. Unas memorias que inicia en plena Segunda Guerra Mundial y dio por concluidas finalizado el conflicto bélico.
Su público preferido no estaba entre adultos “curtidos y excesivamente resabiados” sino en personas, decía él, que conservaran una mentalidad adolescente hasta el final. “Esta condición suele darse más en las mujeres que en los hombres, pues las primeras no compiten”, mantenía mientras clamaba por abolir el deseo de posesión.
Testigo de su siglo, reconoce su papel de connoisseur, que no su dilettantismo, curiosidad y sagacidad inagotables que dejaron mella en amigos y discípulos. Inicia sus Apuntes para un autorretrato comparándose con una vaca “con las ubres caídas mugiendo para que el ternero alivie su carga”. Nació para hablar, dice, no para escribir, y peor aún, para conversar, eso sí, sólo con interlocutores estimulantes. “Pero no es preciso que éstos se cuenten entre mis amigos. Pueden ser complementos extraños o meros conocidos”. Eso sí, añadía, debían poseer el afán, la curiosidad, el interés y la sensibilidad necesarias para tirarle de la lengua.
“A lo largo de mi vida adulta nunca he disfrutado plenamente de una obra de arte, ya fuera literaria, musical y visual, sin entrar a formar parte de ella” admitía un octogenario Berenson. A medida que envejecía descubrió lo que es vivir por delegación. “Vivo cada vez más en las personas, los libros, las obras de arte y el paisaje que en mi propia piel (…) Una vida plena podría ser aquella que terminara en una identificación tan absoluta con el no-ser que no hubiera un yo al que dejar morir”.
“Nunca he disfrutado plenamente de una obra de arte sin entrar a formar parte de ella”, escribió a sus 80 años
“Mi público preferido está entre aquellos que conservan una mentalidad adolescente hasta el final”
Fuente: LA VANGUARDIA
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