Réplica a Hernán Gómez Bruera

Enlace Judío México e Israel.- El martes 1 de octubre, en su columna de El Universal, Hernán Gómez Bruera —considerado uno de los “intelectuales orgánicos” del actual gobierno federal en México— nos ofrece un artículo donde expresa sus opiniones sobre el conflicto israelí-palestino.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Lamentablemente, se trata de un cúmulo de imprecisiones o consignas poco vinculadas con la realidad, y que a ratos más bien se reducen al nivel de panfleto.

Hernán comienza refiriendo el impresionante museo de Yad Vashem, memoria del Holocausto. Buena entrada para darle un tono sentimental a su nota y luego lanzar un dardo: “…historias de exterminio, discriminación y limpieza étnica han sido revisitadas en menores dimensiones una y otra vez. Paradójicamente, lo ha sido y continúa siéndolo a escasa distancia de ahí, en Gaza y Cisjordania, los principales territorios palestinos”.

Sería encantador que Hernán nos ofreciera, con datos verificados y verificables de por medio, cuándo ha ocurrido algo similar a un extermino o limpieza étnica en cualquiera de los enclaves. La población palestina en Gaza es de alrededor de 1.5 millones de personas, y sigue creciendo; la de Cisjordania es de 3 millones, y también sigue creciendo. Nunca en la historia se han visto sujetos a una disminución significativa en su población, lo que nos obliga a descartar que alguna vez haya habido un exterminio o algo remotamente similar.

“Exterminio”, por definición, significa erradicar a algo o a alguien de una zona o lugar determinado. El episodio de violencia en el que más palestinos murieron al enfrentarse al ejército de Israel fue la Segunda Intifada (2000-2005; por cierto, fue iniciada por los palestinos), y el total de víctimas mortales palestinas fue de un poco más de 5 mil. Una cifra que no justifica desde ningún punto de vista (o desde ninguna dimensión menor) que se use la palabra “exterminio”.

¿Se puede aplicar el concepto de “limpieza étnica”? El simple análisis (que, evidentemente, Hernán no hizo) nos indica que tampoco. Ese fenómeno sucede cuando un grupo identificable por sus rasgos en común (es decir, una etnia) es sistemáticamente eliminado (ya sea por asesinato o expulsión) de un lugar determinado. Y eso tampoco está sucediendo en Gaza y Cisjordania. Los palestinos que viven allí lo hacen desde 1949, y nadie les ha pedido que se vayan a otro lugar.

Es terrible el nivel de confusión de Hernán. Podría hablarse de “limpieza étnica” durante la guerra de 1948-1949, pero en ese caso habría que remitirnos al territorio que actualmente es el Estado de Israel, no a Gaza y a Cisjordania. Y aún en ese caso, el concepto de limpieza étnica también estaría mal aplicado, porque ni siquiera en Israel en esa primera guerra árabe-israelí sucedió algo semejante. Lo que hubo fueron desplazados de guerra (lo mismo árabes que judíos), y por eso se gestó el problema de los refugiados palestinos. Pero ojo: No todos los árabes fueron obligados a salir de lo que vino a ser Israel. En total, se calcula que unos 600 mil árabes tuvieron que desplazarse (por cierto, a la loma de enfrente, literalmente; la zona que abarca a Israel y a Gaza y Cisjordania es increíblemente pequeña), mientras que alrededor de 750 mil se quedaron y se convirtieron en ciudadanos israelíes. Nadie los obligó a huir porque allí no hubo ninguna limpieza étnica. Sus descendientes hoy son casi 2 millones de árabes, que siguen viviendo allí como ciudadanos israelíes, y cuentan con tres partidos políticos que han ganado 15 escaños en el parlamento (Knéset).

La penosa confusión en la que incurre Hernán al expresarse indistintamente de Israel o los territorios palestinos hacen mella en prácticamente toda su nota.

Por ejemplo, más adelante nos dice: “El drama pasado y presente de los palestinos aparece en cada parte de nuestro recorrido. Es la historia de un pueblo que se quedó sin patria, que fue desplazado de sus lugares de origen… y donde hoy algunos viven en campos de refugiados”.

Vamos a ver: Primero habla de Gaza y Cisjordania, los territorios en donde viven los palestinos; pero luego dice que se quedaron sin patria; finalmente agrega que viven en campamentos de refugiados.

Me queda claro que Hernán conoce poco y entiende menos de lo que sucedió allí entre 1948 y 1949.

En primer lugar, falla al dibujarnos la situación como si, repentinamente, los palestinos hubiesen sido brutalmente expulsados de “su patria” sin contexto histórico alguno. Lo que en realidad sucedió es que hubo una guerra (declarada por los árabes), que provocó lo que provocan todas las guerras: Desplazados. Y hubo desplazados en los dos bandos. En lo que hoy llaman Jerusalén Este había una milenaria población judía, que era abrumadoramente mayoritaria. Toda ella fue expulsada y allí sí se aplicó una política de limpieza étnica, porque entre 1949 y 1967 ningún judío fue aceptado para vivir en esa zona, controlada por Jordania (política que prevalece hasta hoy tanto en los territorios palestinos como en Jordania; Hernán debería ser más riguroso y menos prejuicioso a la hora de investigar los casos de verdadera limpieza étnica).

Lo que sucedió después fue lo más odioso: Los 600 mil árabes desplazados de guerra fueron refundidos en campamentos de refugiados por varios de los países árabes que habían declarado las hostilidades (Líbano, Siria, Jordania y Egipto). Se les negaron los mínimos derechos civiles, y no sólo a ellos, sino también a sus descendientes (algo inaudito en el mundo; el hijo de un refugiado recibe, por nacimiento, la nacionalidad del país que recibió al refugiado; los países árabes le negaron la ciudadanía a los palestinos desde un principio, y hasta fechas recientes sólo Líbano y Jordania se las conceden; en Siria, pese a tener cuatro o cinco generaciones viviendo allí, siguen siendo considerados refugiados). En contraste, los judíos que fueron expulsados de sus hogares fueron asimilados como ciudadanos en el Estado de Israel. Fueron expulsados de su lugar de origen, pero no se quedaron sin patria.

Ahora bien: En la actualidad, Gaza y Cisjordania son zonas autónomas donde los palestinos se gobiernan a sí mismos. Sería interesante que Hernán explicara a qué se refiere, entonces, cuando dice que se quedaron sin patria. Tuvieron que huir de sus lugares de origen, cierto; pero no tenían por qué quedarse sin patria. Se establecieron en dos zonas específicas en donde no había otro tipo de población (salvo la judía, que fue expulsada), así que ahí podían haber construido, desde un principio, una nueva patria. No se puede negar que era una situación odiosa y complicada, pero también era una alternativa posible. Además, no era más odioso o complicado de lo que fue para los judíos desplazados de guerra. En resumen, fue un problema mayúsculo consecuencia de que los árabes declararon la guerra y la perdieron, así que en primer lugar, no se puede culpar a Israel por el giro que tomaron los acontecimientos.

Pero, además, si esos árabes desplazados de guerra se vieron reducidos a condiciones miserables de vida, sin patria y sin derechos, fue por culpa de los países árabes. Curiosamente, entre 1949 y 1967 ningún país árabe habló de darles independencia a los palestinos. El territorio fue anexado por Egipto (Gaza) y Jordania (Cisjordania) —sin sustento legal, aunque la ONU no dijo ni pío—, pero a los refugiados no se les ofreció ningún tipo de garantía jurídica. Sólo la promesa de que algún día Israel sería destruido y ellos podrían volver a ocupar “su hogar”.

El párrafo de Hernán rebosa ingenuidad, y cae en ese falaz discurso donde los problemas palestinos están mal enfocados (y por eso omite referir que fueron los países árabes los principales provocadores de sus desgracias), tergiversados y exagerados (y por eso habla de exterminios y limpiezas étnicas que no existen), y reducidos a consignas panfletarias (donde Israel parece ser el único responsable de todo).

Siguen las imprecisiones injustificables: “Es el drama de un pueblo que vive bajo el permanente hostigamiento de fuerzas israelíes presentes todos los días de sus vidas como una auténtica pesadilla. Existen en todas las carreteras retenes de seguridad… que hacen de cualquier desplazamiento interurbano una calamidad que a veces les hace perder hasta tres horas en filas interminables”.

No. Existen retenes fronterizos (aunque habrá que hacer más adelante una especificación sobre este punto). Los puestos de revisión israelíes no están repartidos por todo el territorio palestino. Están en las zonas donde termina —de facto— la zona palestina y empieza la zona israelí, y los retenes de seguridad son para revisar a los palestinos que van a ingresar a territorio israelí. El problema —que, por supuesto, Hernán no menciona— es que los 32 billones de dólares regalados por la comunidad internacional a los palestinos en los últimos 40 años no han sido aprovechados en absolutamente nada (salvo terrorismo y corrupción), y por eso la economía palestina está colapsada. Eso obliga a muchos palestinos a trabajar en Israel, y por ello deben de trasladarse a territorio israelí y pasar por los puntos de revisión, cuyas medidas de seguridad son —desafortunadamente— extremas y rigurosas, debido a todos los problemas de terrorismo palestino que han existido durante décadas.

Las únicas zonas en las que podría aplicarse, aunque de manera imprecisa, la noción de que las tropas israelíes hacen revisiones en territorio palestino, es en las regiones de la llamada Zona C, que es territorio en litigio pero donde hay asentamientos judíos. Por acuerdo firmado por israelíes y palestinos en Oslo en 1993, esas zonas están bajo supervisión del ejército de Israel, así que todas las medidas de seguridad implementadas por el ejército israelí son legales.

Sigue una queja contra la expansión de los asentamientos, que remata de este modo: “El proyecto es de lo más perverso: Se otorgan facilidades a judíos israelíes o de cualquier país del mundo que quieran establecerse en la zona para avanzar poco a poco y apoderarse de territorios que fueron otorgados a los palestinos en el Plan de Partición de Naciones Unides del 47”.

Hernán incurre en una imprecisión histórica terrible: En 1947, “palestinos” eran judíos y árabes por igual. Por eso la Resolución 181 no habla de “un territorio para el pueblo palestino”. Habla de un territorio para fundar un estado judío y otro territorio para fundar un estado árabe, sin que eso significara que los habitantes de cada estado tenían que ser, forzosamente, judíos (en Israel) o árabes (en el estado árabe). Hernán debería saber que los estados son estructuras jurídicas, no nacionales ni étnicas.

Lo que parece no saber es que los países árabes rechazaron tajantemente el Plan de Partición desde ese mismo momento (hace 72 años), por lo que sus lineamientos quedaron obsoletos. No existe un solo interesado en el problema que apele al Plan de Partición como fundamento legal para definir qué territorio le corresponde a cada quién.

Por cierto: en 1948-1949, los países que ocuparon la mayor parte del territorio asignado para un estado árabe, fueron Jordania y Egipto, no Israel. Peor aún: Los árabes que podían haber sido los fundadores de ese nuevo estado árabe se quedaron viviendo en el territorio en el que podían fundar ese nuevo estado árabe, pero los países árabes circundantes no les permitieron independizarse de ningún modo. Jordania y Egipto se anexaron, unilateralmente, el territorio y sometieron a esos árabes desplazados a condiciones inhumanas de vida.

Cuando en 1967 Israel conquistó ese territorio en el marco de la Guerra de los Seis Días (que también inició por la agresión árabe), quienes perdieron esos territorios fueron Jordania y Egipto, no “los palestinos”. Eventualmente, ambos países renunciaron a reclamar cualquier zona de Gaza o Cisjordania, así que hasta el momento no existe ningún grupo que tenga la figura jurídica adecuada para disputarle ese territorio a Israel.

Dicho en otras palabras: Los palestinos carecen de identidad jurídica para hacer reclamos territoriales. Y eso no es invento ni posicionamiento mío. Así quedó asentado en los dictámenes finales que la Corte de Apelaciones de Versalles emitió en relación a un juicio interpuesto por la Autoridad Palestina contra empresas francesas por participar en la construcción del moderno tren que atraviesa Jerusalén. Según el argumento de la Autoridad Palestina, las empresas habían colaborado con un gobierno de ocupación. Los palestinos perdieron el juicio, y en 2016 perdieron las apelaciones. La Corte de Versalles dictaminó que la Autoridad Palestina no tenía el perfil jurídico para hacer los reclamos, y que la única entidad jurídicamente legitimada para hacer obras y construcciones en la zona, es Israel.

Hago un repaso de la situación jurídica del territorio, para evitarle a Hernán Gómez la molestia de investigar (aunque puede corroborarlo sin problemas, si gusta): Originalmente, el territorio se divide en dos por el Plan de Partición de 1947, avalado por la ONU; una parte sería para crear un Estado judío (que se creó y se convirtió en Israel), y la otra para crear un Estado árabe (que no se creó por la negativa de los países árabes, quienes optaron por la guerra). La zona de Cisjordania quedó anexada por Jordania, y la de Gaza por Egipto; la comunidad internacional aceptó de facto ambas anexiones, y jamás se le exigió a esos países que procedieran a respetar el Plan de Partición declarando la independencia de un nuevo Estado árabe; con ello, los lineamientos del Plan de Partición quedaron definitivamente obsoletos y a partir de ese momento, los conflictos territoriales fueron entre Israel y Jordania-Egipto. Luego, durante la Guerra de los Seis Días Israel ocupó militarmente esas zonas, y los pleitos territoriales —siempre con Jordania y Egipto— se mantuvieron hasta las firmas de los tratados de paz (Egipto, 1979; Jordania, 1993). Dichos tratados incluyeron o provocaron que Egipto y Jordania renunciaran a cualquier reclamo territorial, por lo que la situación de los territorios en litigio quedó en un limbo jurídico, si bien se determinó en los Acuerdos de Oslo de 1993 que habría una negociación de cinco años para llegar al punto de fundar un Estado palestino, con la Autoridad Palestina como cabeza del gobierno. Entre tanto, se estableció la llamada Línea Verde (la línea de armisticio de 1967) como referencia principal, pero no como frontera oficial. La idea obligada es que israelíes y palestinos habrían de negociar fronteras definitivas, mismas que deberían quedar delimitadas en 1998.

Tras la firma de los Acuerdos de Oslo, los palestinos se han rehusado sistemáticamente a avanzar con las negociaciones para llegar a la fundación de su propio Estado. La principal razón es bien sabida: Si se funda un Estado palestino, Hamás y Al Fatah entrarían en guerra civil (ya se vio en Gaza en 2007), con altos índices de probabilidad de que triunfe Hamás. Por lo mismo, Al Fatah —la Autoridad Palestina— no ha hecho ningún movimiento definitivo para la fundación de su Estado. Sería suicida. Pero como consecuencia de dicha inacción, no existen fronteras oficiales entre Israel y Palestina. Por lo tanto, no existe jurídicamente algo que pueda ser llamado “territorio palestino”. El término pertenece a la jerga propagandística árabe, pero más allá del proyecto de crear un Estado palestino, carece de validez jurídica.

Ahora quisiera preguntarle a Hernán por qué los asentamientos de colonos judíos son un problema. Por supuesto, será mejor que le conteste. Con tanta confusión en su nota, dudo que pueda desglosar correctamente este punto.

La primera razón es práctica: Los colonos israelíes están sometidos a una amenaza terrorista permanente. Por ello el ejército tiene que intervenir continuamente. Y sí: Eso causa una serie de problemas agobiantes para los palestinos, pero es una consecuencia lógica de una condición de guerra.

Ahora bien: En el marco de un tratado de paz entre israelíes y palestinos en el que queden delimitadas las fronteras entre ambos países, ¿cuál sería el problema de que esos colonos se quedaran viviendo en Palestina? Es decir: seguirían siendo judíos, pero podrían pasar a ser ciudadanos palestinos (así como hay judíos estadounidenses, franceses, canadienses, mexicanos, argentinos o alemanes).

El problema es sencillo: el proyecto de Estado palestino es un proyecto abiertamente xenófobo y genocida, basado en la noción de un Estado nacional y excluyente, y que explícitamente tiene como objetivo aplicar un programa de limpieza étnica para que ningún judío viva allí.

Por eso es que los palestinos ven la presencia de judíos como una agresión contra su proyecto de Estado. Porque han declarado que su Estado debe estar “libre de judíos” (judenrein, en el mejor estilo del nazismo).

Esa es la cuestión que hace que los asentamientos se vuelvan un problema.

¿Se imaginan si Israel declarara que la firma de un tratado de paz implicaría tener un Estado judío “libre de árabes”? Ardería Troya, y las acusaciones no dejarían de circular por todos lados.

Hipócritamente, ese lujo del proyecto de Estado nacional, racista y genocida se le tolera a los palestinos, bajo la irracional y trasnochada suposición post-colonialista de que los grupos “oprimidos” no pueden ser acusados de racismo o cosas similares.

Algo más: Hernán se queja de las condiciones de vida en las que viven los palestinos (que, por supuesto, viven en territorios que, de facto, son palestinos). Pero se le olvida una cosa: Son palestinos que viven gobernados por palestinos. Su queja de que Israel impone una condición de apartheid —no lo dice explícitamente, pero su idea es clara—, cosa que en realidad es imposible. El apartheid es una dinámica impuesta por un gobierno en su propio país, y los palestinos no son gobernados por Israel. Tienen su propias autoridades (corruptas y bastante inútiles, por cierto; por ejemplo, las crisis de servicios básicos es responsabilidad de la Autoridad Palestina, no de Israel).

Los palestinos que “sufren” a manos del gobierno israelí son los que trabajan en Israel y se tienen que someter a los controles de seguridad. Pero, lamentablemente, no hay alternativa. Hernán olvida que ha sido la política terrorista palestina, fomentada desde el gobierno palestino, la que ha obligado a Israel a tomar medidas odiosas y extremas, pero necesarias.

Para Hernán es muy fácil quejarse sentimentaloidamente del muro que divide Israel de Cisjordania, y decir que el muro es “una edificación, aún inconclusa, que según los israelíes comenzó a construirse por razones de seguridad, para prevenir ataques terroristas, aunque los palestinos la viven a diario como una barrera segregacionista y una forma de apartheid…”.

Ese comentario es un absoluto desastre.

En primer lugar, el asunto de la seguridad no es una suposición israelí sacada de la manga. Es un hecho objetivo. El muro se planeó y edificó como consecuencia de la ola de atentados terroristas cometidos por palestinos entre 2000 y 2005, durante la Segunda Intifada, y que cobraron la vida de casi 1500 israelíes. Es increíble que Hernán simplemente desprecie la sangre judía y le dé su voto de validación a “lo que los palestinos sienten”.

Le guste o no, con el muro los atentados terroristas se redujeron al mínimo. Respecto a que eso es interpretado por los palestinos como un apartheid, ya expliqué por qué semejante juicio carece de razón: Los palestinos no son ciudadanos israelíes, así que no pueden ser víctimas de un apartheid israelí. No importa cómo se sientan. Se les ha engañado al venderles esa historia.

Sobra decir que la comparación con los judíos del Holocausto es estúpida. Los judíos segregados por los alemanes eran alemanes. Así que la comparación es absolutamente falaz.

En resumen, Hernán Gómez Bruera ha expuesto más prejuicios que datos objetivos, y al hacerlo en un espacio público como lo es El Universal, me he visto impelido a poner mi respuesta en este espacio público que es Enlace Judío.

Por supuesto, si Hernán quiere contestar y comentar mis puntos, está más que invitado a hacerlo.

Sólo le recomiendo que se informe mejor de lo que sucede por allá, para construir sus respuestas y argumentos a partir de la realidad, no de consignas panfletarias de la propaganda pro-palestina.

 

 

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.