Enlace Judío México e Israel.- ¿El objetivo en ambas? Vejar y desgraciar a aquellos en las imágenes ofensivas—uno adulto, el otro un niño—debido a su judaísmo.
BEN COHEN
A medida que los visitantes del Memorial del Holocausto Yad Vashem en Jerusalén van llegando a la exhibición principal, son confrontados por una serie de fotografías inquietantes de la primera década del poder nazi: judíos obligados, sobre sus manos y rodillas, a limpiar las aceras; una joven mujer judía huyendo de una multitud en pánico ciego, su vestido desgarrado, abierto; escolares judíos obligados a llevar una Estrella de David amarilla como un distintivo de vergüenza.
Lo que transmiten estas imágenes es una sensación poderosa de cómo puede progresar el antisemitismo de ser una mera ideología a realidad cotidiana. Muchos visitantes de las exhibiciones del Holocausto se asombran de que estas atrocidades ocurrieron en lugares que se ven, para nuestros ojos, modernos y familiares, con los carteles de tiendas y cafeterías señalando una sensación de normalidad frente a la crueldad sistémica visible en el trato a los judíos en esas mismas fotografías. Nos fuerza a preguntar—en parte porque podemos ver los inicios de nuestra propia sociedad de consumo en esas imágenes—si seríamos capaces de hacer lo mismo en nuestro propio tiempo.
Durante muchos años después de 1945, hubo esperanza real de que el antisemitismo depravado y violento de los nazis había sido consignado a la historia. Y aun con todo lo difícil que es la situación actual para los judíos en esos países donde ahora está creciendo el antisemitismo—desde Argentina a Alemania y a todos los otros puntos de la brújula—el razonamiento detrás de esa esperanza sigue firme. Las generaciones de judíos posteriores a la guerra no han vivido con el miedo y el terror guiando cada una de sus decisiones, grandes o pequeñas.
Y sin embargo, a veces encontramos fisuras inquietantes en esa sensación general de seguridad posterior a la guerra, particularmente cuando encontramos casos de antisemitismo que se asemejan a esos horrores pasados. La inquietud que es causada no viene del temor que surja repentinamente un Cuarto Reich o un Califato Islámico o algún otro Estado totalitario de pesadilla. Viene de la toma de conciencia más fundamental de que los seres humanos todavía son capaces de crueldad extraordinaria cuando son animados por la intolerancia y el odio.
Durante la semana pasada hubo dos ejemplos de este tipo de comportamiento visceralmente antisemita: uno en el Reino Unido, el otro en Australia. En la raíz de ambos estuvo el deseo de infligir humillación física sobre las víctimas como un castigo por su judaísmo.
En el caso del Reino Unido—profundamente desagradable, pero no tan chocante como el ejemplo australiano—la ofensa se centró en una imagen publicada en la popular app de citas Tinder. Un estudiante de origen surasiático de nombre “Jonathan” subió una foto de sí mismo sentado en el subte. de Londres con una sonrisa de oreja a oreja mientras señalaba de forma burlona a un hombre judío jasídico adyacente a él que habría cometido el error de quedarse dormido. Por añadidura, “Jonathan” luego fotoshopeó una foto de una bandera palestina con la palabra “Palestina” sobre la boca del hombre dormido antes de adjuntarla a su perfil de Tinder—evidentemente pensando que un potencial compañero romántico encontraría esto atractivo.
Cuando la imagen de Tinder terminó en Twitter, hubo mucha indignación por esta humillación deliberada y alegre de un judío para diversión general. Igualmente, hubo quienes dijeron que fue una broma inofensiva, y que los judíos, como de costumbre, estaban siendo exageradamente sensibles. “Jonathan” mismo fue rastreado por un sitio web estudiantil, confesando en una entrevista con ellos que lamentaba haber publicado la imagen y garantizando a los lectores que él no era, de ninguna manera, un antisemita. Su universidad, mientras tanto, lo ha suspendido.
Algunos días más tarde, apareció en las redes sociales otra imagen aún más angustiosa, esta vez en Australia. Mostraba a dos niños en un parque público en un día bellamente soleado. Un niño de 12 años de edad, vistiendo pantalones cortos y zapatillas, estaba postrado en el suelo besando las zapatillas de un niño de 13 años de edad, quien estaba también vistiendo pantalones cortos.
El niño obligado a postrarse era judío, mientras que el niño parado justo sobre él era musulmán. Según los relatos del incidente en la prensa australiana, obtener esa imagen llevó un grado de planificación. El niño judío fue llevado embaucado al parque con la promesa de un juego de fútbol. Una vez allí, él descubrió a nueve niños de la misma edad que le dieron un ultimátum: inclínate y besa los pies del niño musulmán, o te golpearemos. El niño judío cumplió, y la fotografía de su humillación fue subida debidamente en Instagram.
Esta historia fue revelada como parte de una exposición más amplia de intimidación antisemita en dos escuelas en la ciudad de Melbourne (con el otro caso involucrando a un niño de 5 años que fue sujeto de burla por sus compañeros de clase por tener un pene circuncidado.) Después de su calvario en el parque, el niño de 12 años fue sometido a meses de acoso , abuso antisemita y violencia física. De acuerdo con la Comisión Judía de Antidifamación, hay una tendencia creciente entre los padres judíos en Melbourne de sacar a sus hijos de las escuelas públicas en favor de escuelas judías—algo que se ha visto extensamente en Europa también.
La lección más profunda aquí es que el elemento deshumanizante, que es tan esencial para el antisemitismo, sigue estando con nosotros. En los dos casos aquí—uno involucrando a adultos y el otro involucrando a niños, uno con una persona llevando vestimenta visiblemente judía, el otro una persona vestida de forma genérica—el objetivo en común fue vejar y desgraciar a las víctimas por su judaísmo. Ese impulso sería reconocible instantáneamente para los nazis, para quienes las ceremonias de humillación pública servían como un recordatorio gráfico del estatus legal de los judíos como subhumanos. Aun con todas las diferencias históricas entre entonces y ahora, es esa similitud particular la que debe provocar algo en todos nosotros.
*Ben Cohen es periodista y autor radicado en la Ciudad de New York que escribe una columna semanal en asuntos judíos e internacionales para JNS.
Fuente: JNS
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.
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