Bereshit Alef y Bereshit Bet: la dualidad del hombre

Enlace Judío México e Israel.- En Simjat Torá concluimos la lectura anual de la Torá y comenzamos un nuevo ciclo de lectura; este día se lee la parashá de Bereshit, la primera parashá.

MARGARETH MICHAN

Entre las grandes enseñanzas del primer capítulo de Bereshit está la creación del hombre, dentro de esta parasha una de las más maravillosas explicaciones que he aprendido es la del Rab. Josep Soloveitchick de su libro La soledad del hombre de fe.

En Bereshit Alef y Bereshit Bet se expresa una aparente contradicción de la narración de cómo Dios crea el hombre, pero como parto, al igual que la corriente ortodoxa, de la afirmación de que la Torá es divina y por lo tanto no hay contradicciones, ni relatos que se contraponen, sino lo que hay es la invitación a interpretar lo que está escrito, trataré de explicar lo que el Rabino expone en su libro.

Según Soloveitchick; no hay una contradicción en los relatos, hay una contradicción en la propia naturaleza del hombre, refiriéndose a su dualidad.

Bereshit Alef: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos: llenad la tierra y sojuzgadla y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”

Bereshit Bet: “Entonces Dios, El Eterno, formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente. Dios el Eterno plantó un huerto en Edén, al oriente.. Tomo, pues, Dios el Eterno al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo labrara y lo cuidara”

El primer Adán modelado a imagen de Dios, fue bendecido con un gran impulso para la actividad creativa, sobresaliente en inteligencia, capaz de enfrentarse al mundo exterior e investigar los complejos entresijos. Este Adán busca la funcionalidad, el control, le fue ordenado llenar la Tierra y dominarla. Mientras que el segundo Adán de la palabra tierra (Adama en hebreo) dice que está insuflado de aliento divino, el aliento divino es su parte espiritual. El segundo Adán no matematiza los fenómenos ni conceptualiza las cosas: sale al encuentro del universo con todo su colorido, su esplendor y grandeza, y lo estudia con ingenuidad, asombro y admiración del niño que buscó lo inusual y maravilloso en cada cosa y suceso ordinario. Es el Adán receptivo que contempla el mundo en sus dimensiones originales; es un Adán que busca la estrecha unión con Dios.

Ambos Adanes desean ser humanos, luchan por ser ellos mismo, por ser aquello que Dios les ha encomendado que sean, es decir, hombres.

El primer Adán fue creado en comunión, no está solo, no busca el anonimato, no tiene conciencia de la soledad. El segundo Adán sí la tiene, “No es bueno que el hombre este solo”, es un hombre solo.

El primer Adán ordena; el segundo sirve “lo labrará y lo guardase”. El segundo fue tomado del polvo de la tierra, es humilde en su origen.

El primer Adán es triunfador, creado a imagen de Dios, el segundo es inseguro, creado de la tierra y está solo, es observador. El segundo Adán debe descubrir, “Y dio nombres a todas las bestias y aves… pero no tiene un compañero con quien comunicarse. Dios hace caer al segundo Adán en un sueño profundo para dominarlo, derrotarlo y traerle compañía. El primer Adán no se sacrifica para tener una compañera, es creado con ella, el segundo tiene que dar parte de sí mismo para crear compañía

Soloveitchik, continúa con su análisis de las dos narrativas, de los dos Adanes, para explicar la complejidad de la Fe.
Podemos, a partir de esta explicación, entender un poco más de la naturaleza humana, de la sociedad, de las diferencias entre las personas; es probable que algunos de nosotros seamos más el primer Adán, mientras que otros se parecen más al segundo. O quizá, todos tengamos esa dualidad como lo explica el Rab, por ellos podemos ordenar y contemplar, cuidar y controlar.

En este comienzo de la lectura de la Torá, que también es el comienzo de nuestro año, busquemos el balance en nuestra vida, el triunfo y la humildad, la razón de ser creados a imagen de Dios sin olvidar que también fuimos creados del polvo de la tierra.

 

 

 

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