Enlace Judío México e Israel.- Desde autoinmolaciones a incendios forestales, las conflagraciones en el Líbano están encendiendo las protestas pan-sectarias.
FIRAS MAKSAD
Para el pueblo de Líbano, luchando bajo el peso de una crisis económica siempre creciente, corrupción endémica, y crisis económica social creciente, ha sido un año lleno de fuego. En febrero, George Zreik, un padre esforzado que ya no podía permitirse la instrucción de su joven hija, se inmoló en el patio de juegos de su escuela. Su acto desesperado de auto-inmolación sacudió al país hasta su centro. Una foto de Zreik abrazando a su hija, ahora huérfana, cubrió las plataformas de redes sociales, pero el status quo frágil de Líbano se mantuvo.
Esta semana, después que incendios forestales sin precedentes arrasaron mucho del país, el descontento popular explotó finalmente. Paralizados por la corrupción, los funcionarios observaron impotentes mientras bomberos voluntarios combatían las llamas con equipo rudimentario y viejo. Incluso mientras las montañas una vez exuberantes de Líbano estaban aún ardiendo, un gobierno fuera de contacto anunció una nueva ronda de impuestos, incluso sobre WhatsApp, el popular servicio de mensajería. Los libaneses finalmente tuvieron suficiente.
Las protestas actuales, las cuales hasta ahora han llevado a millones de personas a la calle y llevaron a la renuncia de cuatro ministros, no tienen precedentes en su naturaleza y escala. A diferencia de olas de agitación popular previas—incluyendo la Revolución de los Cedros del 2005 y el movimiento “Tú Apestas” del 2015—el levantamiento actual cruza todas las divisiones sectarias y de clase que históricamente han dificultado la movilización masiva. Libaneses de todos los orígenes, incluidos suníes, chiíes, cristianos y drusos; pobres y ricos; urbanos y rurales; están en las calles.
Para evitar las grietas sociales tradicionales que podrían debilitar al movimiento, cada grupo por separado está enfocado en derribar el orden político establecido en su propia comunidad. Los suníes del norte de Líbano derribaron retratos del Primer Ministro Saad Hariri. Los cristianos pusieron en llamas carteles del Presidente Michel Aoun. Los chiíes desvalijaron oficinas afiliadas con Hezbolá y el Movimiento Amal del presidente del parlamento, Nabih Berri.
Aunque espontáneos y todavía desorganizados, los manifestantes tienen algunas demandas centrales, a saber la renuncia de al menos el gabinete actual si no el gobierno entero; su reemplazo por un gobierno de tecnócratas para ver al país pasar por reformas políticas, económicas, y administrativas; y el levantamiento de impuestos gravados sobre los segmentos más pobres de la sociedad.
Pero a pesar de la extraordinaria presión del público, con el país en una paralización, el establishment político afianzado en Beirut se está rehusando a ceder el paso.
Durante el fin de semana, Hassan Nasrallah, el líder del Hezbolá apoyado por Irán y la figura política más poderosa en el país, salió en las ondas de aire y esbozó firmemente las líneas rojas de su organización contra las demandas de los manifestantes. Él puso énfasis en que la presidencia de su aliado cristiano Aoun va a continuar no obstruido y el gobierno actual no va a ser depuesto. Si otros partidos políticos trataban de sacar ventaja del malestar, amenazó Nasrallah, su grupo militante pasaría a las calles y exhibiría la extensión total de su fuerza.
Prestando atención a las palabras de advertencia de Nasrallah, el líder druso Walid Jumblatt, quien había llamado a Hariri a renunciar junto con sus propios ministros, revirtió el curso y decidió respaldar al gobierno existente. De igual manera, Hariri decidió ganar tiempo, anunciando una serie ambiciosa de reformas económicas y esperando que las protestas a nivel nacional retrocederían gradualmente.
Sigue sin saberse si la intimidación de Hezbolá, emparejada con las aperturas de Hariri, probará ser suficiente para contener el enojo popular.
El miedo que una vez evitó que muchos libaneses desafíen abierta y directamente a Hezbolá está cediendo paso. Después del discurso de Nasrallah, miles de personas lo fulminaron desde centro de Beirut, “Todos ellos significa todos ellos, y Nasrallah es uno de ellos,” una referencia a la élite política a la que ellos acusan de arruinar el país.
Lo más importante, los manifestantes dentro de la propia comunidad chií de Nasrallah están saliendo a la calle a pesar de la represión en curso por parte de los miembros de la milicia aliados con él. En la ciudad sureña de Tiro, un bastión tradicional de apoyo a Hezbolá y al Movimiento Amal asociado, la gente cantaba, “¿Cómo podemos luchar por ustedes en Siria y Yemen si nos dejan hambrientos en Líbano?”
El dilema de Hezbolá, y por extensión el de su patrón en Irán, es que ya no puede fingir más que no es el partido dominante de Líbano. Puede detentar sólo el 10% de bancas del gabinete, pero su poder real corre más profundo; desde que aseguró la presidencia y mucho del gabinete para sus aliados en el 2016, con los rivales tradicionales Hariri y Jumblatt aceptando ser socios menores, mucho del público ahora lo hace finalmente responsable.
El método preferido de Hezbolá de esgrimir fuerza detrás de una cortina de humo de cómplices dispuestos está perdiendo su eficacia. En los días y meses por delante, sus problemas serán empeorados por una necesidad urgente de medidas económicas más dolorosas y profundamente impopulares. El fracaso del gobierno en llevarlas a cabo casi garantiza una crisis económica y financiera total, la cual ya ha comenzado a manifestarse a través de una crisis monetaria naciente.
No obstante, sería un error subestimar la capacidad de Hezbolá y la coalición gobernante de mantenerse en el poder. Lo que Líbano está presenciando hoy es una revuelta, no una revolución. Es improbable que los manifestantes, impresionantes y numerosos como pueden ser, tengan éxito en derrocar el orden político establecido hace tiempo. En cambio, es más probable que ellos obtengan alguna forma de mejora sectaria. Los que están en el poder, sintiendo la presión, intentarán cumplir en reformas muy atrasadas que son prerrequisitos para desbloquear unos u$s11 mil millones en ayuda exterior de prestadores internacionales.
Mientras, hay tanto que Estados Unidos y otros interesados extranjeros pueden hacer para influenciar positivamente en los acontecimientos en Beirut. Hay algunas oportunidades, no obstante, que encajan bien con los intereses de Washington en repeler a Irán mientras alienta mayor transparencia y el imperio de la ley.
Washington debe aliarse con el pueblo libanés presionando vocalmente por reforma. Con la excepción de fondos designados para ayudar a los refugiados sirios en Líbano, la ayuda financiera en ausencia de tales reformas sólo serviría para rescatar a un establishment político profundamente corrupto que está bajo la influencia de Hezbolá e Irán. Al mismo tiempo, la ayuda preexistente proporcionada a las agencias de seguridad de Líbano debe continuar pero bajo provisiones estrictas. Estados Unidos debe estar dispuesto a des-intensificar y finalmente suspender tal ayuda si el ejército elige esperar mientras Hezbolá y sus aliados emplean la violencia para amordazar a los manifestantes.
Sin dudas, no hay arreglos rápidos en Líbano. El orden político sectario y clientelista del país está podrido hasta su núcleo, y los partidarios de Hezbolá en Irán están dominando mucho del Levante, desde Bagdad a Beirut. Pero hay una posibilidad de importante revisión política en el 2022, cuando Líbano esté a punto de tener elecciones parlamentarias, municipales, y presidenciales. Los millones de libaneses protestando en las calles tendrán una oportunidad de traducir su revuelta en cambio político significativo. Hasta entonces, Washington haría bien en asegurar que reglas del juego sigan siendo justas y que votaciones ordenadas constitucionalmente tengan lugar en forma oportuna.
Entendiblemente, tres años son una eternidad para una madre que no puede alimentar a su hijo o un padre, como Zreik, que no puede enviar a la suya a la escuela. Pero hay algún consuelo en la historia. En la antigua mitología griega, Líbano es asociado con el fénix, un ave legendaria muy conocida por su muerte en un espectáculo trágico de fuego, sólo para renacer de nuevo. El Líbano de hoy está ardiendo, y su pueblo debe prepararse para surgir de las cenizas.
*Firas Maksad es profesor adjunto en la Escuela Elliott para Asuntos Internacionales de la Universidad George Washington. Es también un consultor político en Medio Oriente con base en Washington.
Fuente: Foreign Policy
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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