Enlace Judío México e Israel – Sharon Zaga, fundadora del Museo Memoria y Tolerancia, ofreció la conferencia “¿Por qué la maldad está triunfando?”, dentro de las actividades de La Ciudad de las Ideas 2019, el pasado sábado 9 de noviembre.
“¿Quién piensa que la maldad está ganando terreno en el mundo; que cada vez hay más odio, violencia, injusticia, miseria, extremismo, que la maldad está ganando la batalla?” Con esa pregunta sacudió Sharon Zaga, fundadora del Museo Memoria y Tolerancia, a un auditorio que, a partir de ese momento, la escucharía atento y conmovido.
“O ¿quién piensa lo contrario: que estamos evolucionando, que cada vez hay más construcción de derechos humanos, paz, armonía, tolerancia, justicia…?” Entre el público, nadie. Un silencio aterrador se extendió como el signo de una realidad maléfica.
“Yo les quiero pedir que en este momento hagamos una reflexión de esa lucha pero dentro de nosotros mismos. Constantemente tenemos esta lucha, adentro, entre nuestro ser tolerante o intolerante, en nuestra capacidad constructiva o destructiva. Hay que mirar hacia dentro de nosotros para definir cuál está ganando.”
Y así, en su charla de poco más de 15 minutos, Zaga fue llevando a los asistentes por un tobogán conceptual y emotivo que no dejó de sorprender, de arrancar risas y aplausos, sí, pero también reflexión y conciencia. Justo esa palabra parecía central en el discurso de la activista.
“En esta plática vamos a definir cuál es nuestro nivel de conciencia y cómo lo estamos ejerciendo para que ese bien que habita en nosotros gane la batalla.”
Zaga narró el génesis del Museo Memoria y Tolerancia, la semilla que, sembrada en ella y su inquietud adolescente, germinaría años más tarde en la forma de uno de los museos más aclamados de la Ciudad de México, uno por donde han desfilado cuatro millones de personas.
Y esa semilla fue la tierra de Auschwitz, el campo de exterminio nazi. “Es una experiencia desgarradora. Para mí, indescriptible. Estar frente a una fábrica de muerte. Donde lo único que ocurre es eso: el asesinato masivo y sistemático de millones de personas.”
Para hacerlo más gráfico, Sharon Zaga preguntó: “¿Han estado en una fábrica de autos?” Así eran ese campo. “Sistemático, eficiente, pero para asesinar personas.”
Luego contó una historia que ni sus amigos ni su familia conocían, según dijo. En esa visita al campo sufrió una crisis emocional y comenzó a escarbar la tierra con sus manos para guardarla en los bolsillos de su pantalón. “Y sé hoy que esa tierra que me quería guardar era para asegurarme que esos sentimientos, esa indignación tan profunda que sentí jamás se me olvide.”
La memoria es selectiva, se pierde, dijo. Se han repetido siete genocidios y siguen ocurriendo hoy, advirtió. “Porque el mundo no ha tenido la voluntad de detener en la historia nunca un genocidio.”
Agregó: “Llevo muchos años en este tema. Es un tema oscuro, difícil. Pero sobre todo es importante entender algo: el genocidio es la capacidad extrema de crueldad en el ser humano.” Destruir a alguien por ser distinto, por miedo a lo diferente. “Decenas de millones de personas han muerto” por ese odio.
Aún más provocadora, Zaga dijo: “Yo quisiera decirles que estos genocidas son sádicos, enfermos, ellos y sus colaboradores, y por eso fueron capaces de hacer esto. Pero no es cierto. Es parte de nuestra naturaleza. Todos tenemos esa capacidad enorme de destrucción y no tiene límite.”
Recordó que fue por ello que Mily Cohen y ella decidieron crear el museo,”un lugar en donde pudieran acudir millones de personas a vivir una experiencia. Quería transformar la consciencia de los mexicanos. Estamos obsesionados con la educación, lo cual es importantísimo porque hay muchos rezagos. En la biología, en las matemáticas… Pero ¿qué hay de los valores? La educación en valores, eso es lo que queríamos crear.”
Por eso, el centro no se encontraba en los objetos, las obras de arte o los datos. Lo que la pareja de jóvenes activistas quería crear era un lugar que provocara una experiencia transformadora en los visitantes. “Queríamos provocar un cambio en nuestro país. Y en eso radicaba el éxito.”
Durante 13 años, Zaga y Cohen trabajaron “para que cada una de las palabras que están ahí escritas provoquen una transformación.”
Como suele ocurrirle a los visionarios, a estas chicas judías la gente las tildaba de locas. El reto de construir un museo, de financiarlo, de conseguir un carro de tren original de Auschwitz era enorme, sí. Pero no era el más grande. Más difícil era hablar de tolerancia. Darle sentido a esa palabra. Hacer sentir a los visitantes lo que significa tolerar.
Y, claro, lo consiguieron. ¿Su fórmula? Simplemente estar seguras de que había que hacerlo. De que sería una realidad. “Estábamos tan seguras que esto iba a pasar… México lo necesitaba, lo sigue necesitando hoy en día, más que nunca.”
¿Qué es la tolerancia?
Pensamos que tiene que ver con ser pacientes y aguantar lo que no nos gusta: los monólogos aburridos de una suegra, la orientación sexual de un conocido… “Nada más alejado de la realidad. La tolerancia es la relación armónica de nuestras diferencias. Parece una frase bonita (pero)… Pónganla en práctica: es muy difícil.”
Dijo que se trata de un ejercicio “que se me presenta cada vez que una persona está frente a mí.” Aceptar el derecho a ser distinto. “Por más que pueda odiarte, defender tu dignidad y los mismos derechos para ti que para mí.”
Luego, Zaga habló de la mente del perpetrador, de quien, dijo, dispone de tres herramientas fundamentales. La primera es el odio, que surte efecto inmediatamente, “pega fuerte y vende”. La segunda es el silencio y la pasividad de millones de personas. Y, por último, la justificación. “Los genocidas jamás se vieron como destructores de la humanidad: se piensan como salvadores de ella.”
Para odiar hay millones de justificaciones y, mientras más me justifico, más me siento con el derecho de hacerle daño a quien odio, dijo.
Como una zebra, en cuyas rayas blancas o negras puede apreciarse la maldad o la bondad, somos ambiguos y podemos habitar los dos espectros morales del ser. Para Zaga, muchas veces creemos que por tener sentimientos de empatía somos buenos. Pero advirtió que “la compasión, sin acción, no tiene sentido.”
Era el momento álgido de su ponencia cuando arrancó la primera gran ola de aplausos. “He visto llorar a cientos, a miles. Si esas lágrimas tuvieran un efecto, en México no habría injusticia, no habría violencia. No es suficiente con las lágrimas.”
En un tono imperativo, impetuoso, sentido, Sharon Zaga retó al público nuevamente: “¿Qué te duele?” Los niños de la calle; la violencia contra las mujeres; el maltrato animal. Eso que te duele es tu campo de acción, dijo, “es por ahí.”
Con certeza narrativa, cerró su discurso volviendo a su inicio. La maldad, efectivamente, está ganando terreno. ¿Por qué? “Las personas que ejercen la maldad lo están haciendo con todo, con su potencial, con su conocimiento, con sus recursos materiales, y nosotros estamos dando lo que nos sobra. Esa es la diferencia”, dijo.
Luego invitó a la gente a “actuar con todo, con todo el compromiso, así como luchamos por nuestra empresa, por nuestra familia, luchemos porque esas rayas se hagan más grandes.” Volvieron los aplausos a llenar el salón.
Para concluir, Zaga narró una anécdota sobre Einstein. Los alumnos del científico se habían quejado con él por la dureza de uno de sus exámenes. Cuando, meses después, Einstein les realizó el mismo examen, los alumnos volvieron a quejarse. “¡Son las mismas preguntas!”. “Sí, respondió él. Y confío en que esta vez sus respuestas sean distintas.”
Así despidió a su audiencia Sharon Zaga, advirtiéndole que, al salir del salón, se encontraría con las mismas preguntas, con las mismas personas incómodas o detestables, con las mismas actitudes nefastas. “Lo que yo les deseo de todo corazón es que sus respuestas sean distintas.”
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