La secuestraron y ella rechazó el pan porque era Pésaj. Shulamit Graber presenta“Del sufrimiento al crecimiento”

Enlace Judío México e Israel.- El martes 26 de noviembre la psicoterapeuta familiar y experta en estrés postraumático, Shulamit Graber, presentó en la Cafebrería El Péndulo su libro “Del Sufrimiento al Crecimiento”.

En el evento, la periodista y escritora Silvia Cherem pronunció las siguientes palabras:

“Buenas noches a todos, un privilegio, Shuly, que me invitaras a acompañarte el día de hoy a presentar tu nuevo libro en sociedad. Entre tú y yo había una deuda pendiente.

Seguramente recordarás, que unas cuantas semanas después de que fuiste liberada a mediados de abril de 2007, nos sentamos en un café con la posible intención de que yo incluyera tu historia entre mis crónicas de sobrevivientes.

Sostuvimos una larga plática aquel día, una conmovedora catarsis de lo vivido, y aunque ninguna de las dos lo verbalizamos, ambas supimos que aquel encuentro no tendría otra intención que ser un simple café de amigas.

Tú, porque eventualmente querías ser la autora de tu relato como lo constatamos hoy.

Yo, porque la experiencia estaba demasiado fresca, los captores aún respiraban en tu piel, e imbuida en la gratitud, como suele suceder con otros secuestrados tras su liberación, estabas aún atrapada en el síndrome de Estocolmo contemplando a los criminales con ojos benevolentes por no haberte lastimado, por haberte tratado con cortesía y decencia, por haberte dado de comer…

Sobre todo, porque, como buena psicóloga, lograste algo que casi nadie consigue: empatizar en un lenguaje común con El Jefe, dialogar con él, tocar su corazón y entender por qué había elegido aquel negro oficio un hombre que pasó por la universidad, un lector culto volcado a las humanidades.

A mis ojos, Shuly, en aquel momento te faltaba distancia y perspectiva, el respiro necesario para equilibrar las piezas del rompecabezas, para darle fuerza a la historia ponderando el sentido de cada personaje. Estabas aún en trance, eclipsada por tu liberación, por la euforia de regresar a casa, aún estabas desvelada por la pesadilla.

Cuando pienso en el desapego necesario para escribir una historia, viene a mi mente mi crónica de Karen, sobreviviente del tsunami en Tailandia, con quien reconstruí lo vivido a un año de distancia, cuando el trabajo terapeútico había hecho ya lo suyo, cuando hacer pública su historia era el último eslabón de la sanación.

Pienso también en el Relato de un náufrago de García Márquez. En aquel 1955, Gabo, un chamaco haciendo sus pininos como periodista, se mostró remolón cuando Luis Alejandro Velasco, el náufrago sobreviviente del destructor Caldas de la marina de guerra de Colombia, quería que algún reportero de El Espectador lo entrevistara.

García Márquez consideraba que a un mes de haber sido hallado moribundo en una playa al norte de Colombia, todo estaba dicho, que ya lo habían entrevistado todos los diarios hasta agotar el relato. No quería perder su tiempo en un refrito.

Y lo cierto fue que, quien llegaría a ser Premio Nobel, con un olfato periodístico fuera de serie, pudo reconstruir a un mes de lo sucedido la aventura. Con lo que el náufrago dijo cuando fue encontrado y con los vacíos evidentes de lo silenciado, develó lo que pasó, minuto a minuto. Reconoció las verdades de aquel trágico hundimiento, una historia que nadie más vio y aquel relato, publicado por partes en El Espectador, provocó un cataclismo en Colombia.

Al sobreviviente le costó su carrera y su gloria porque, al hablar con la verdad dinamitó su propia estatua heroica, y a García Márquez, casi le costó el pellejo a manos de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinjilla, un folclórico individuo recordado por haber ordenado una matanza de estudiantes y por haber mandado matar a los taurófilos que lo abucheaban en la Plaza de Toros.

Lo que quiero decir con todo esto, es que la distancia permite abordar una historia trágica con mayor honestidad, con la franqueza para reventar los mitos, para hallar los hilos conductores, para mirarse en un espejo más certero.

Es por eso que me congratulo de estar hoy aquí presentando esta obra definitiva: “Del sufrimiento al crecimiento. No es lo que te pasa, sino lo que haces con lo que te pasa”, de editorial Grijalbo, en el que la doctora Shulamit Graber, nuestra querida Shuly, pudo narrar su historia con la madurez que dicta el tiempo y traducir las lecciones y conocimientos que aprendió, en un sistema que servirá para ayudar a otros a salir de situaciones límite.

El libro, debo enfatizarlo, es claro y conmovedor. No me acaba de gustar el título, porque es mucho más que un libro de auto ayuda. Quizá me gustaría más: “Del cautiverio a la libertad”, y como balazo: “Te pueden arrebatar todo, no así la decisión de cómo enfrentar la adversidad”. Pero bueno, me estoy aventurando en terreno que no me toca y los editores siempre saben más de esto. Más los de Random, también mis queridos editores.

Lo que sí es un hecho es que el libro engancha a cualquier lector. En primer término, por la crónica puntual de los sucesos desde el momento de la captura y la exigencia de que Shuly le pusiera un precio a su vida, hasta su liberación.

Me conmueve, como señalé antes, que Shuly ¬–quien conoce los rasgos de los psicópatas, mujer curiosa que nunca se ha quedado callada para expresarse, opinar, aprender y debatir–, tuvo la asertividad y cautela para vincularse con los secuestradores y ganarse así un trato más amable.

En “modo sobrevivencia”, como ella lo titula, con la visión y sabiduría de una estratega, supo evaluar el peligro y los riegos, y reconoció que no podía controlar lo que le deparaba el destino, pero sí podía decidir qué actitud tomar.

Le podían arrebatar todo, no así la última de sus libertades humanas: la decisión de cómo enfrentar la adversidad . Bien supo mantener el optimismo con los recuerdos de los suyos, con la narrativa que se inventó para sobrevivir.

Parece el límite del absurdo saber que pidió a sus captores su cepillo de dientes Oral B número 35, una pasta de dientes Sensitive, y con un “por favor” de por medio, también lo que quería comer: manzanas, atún con apio, queso panela, jitomates y agua embotellada. Cuando le preguntaron si quería pan, respondió que era Pésaj, la Pascua Judía, y que el pan era alimento prohibido.

Pensando en ese milenario paso de la esclavitud a la libertad, simbolismo de Pésaj, Shuly puso el foco en un objetivo: regresar a casa, volver a los suyos, recuperar su identidad. Mantuvo la esperanza y no se dio por vencida.

Tuvo las agallas para pedir un trato digno, la fortaleza para exigir respeto a pesar del cautiverio, la inteligencia, la suerte y la flexibilidad para sensibilizar a sus captores, la capacidad de sobrevivir esa experiencia límite que pudo haberle arrancado la vida.

El Jefe le confiesa a Shuly que él también cree en Dios. El día de la liberación se quita su propio suéter para cobijarla, le mete 500 pesos a la bolsa para que pueda pagar un taxi y, además, busca “los lentes de la señora”, porque, según dice con una dosis de ironía, “nosotros somos secuestradores, no rateros”.

Este libro goza de la sana distancia de la que hablé al inicio. Es decir, tiene la factura del tiempo, esa lectura que ha ido haciendo la doctora Shuly Graber a fin de sopesar su experiencia y darle un nuevo sentido. Un para qué, como lo expresó el propio Víctor Frankl: “si no podemos cambiar la situación, nuestro reto es cambiarnos a nosotros mismos”.

Mirando la sombra de la muerte, Shuly se fijó un claro objetivo: capitalizar lo vivido. Durante el cautiverio, al pensar en el mañana, en qué haría si salía viva de aquello, se prometió a sí misma que si tenía vida se dedicaría profesionalmente a trabajar con quienes hayan vivido experiencias límite para ayudarles a acomodarlas, para ayudarse a sí misma también a resignificar lo acontecido.

Hoy es ella una autoridad en manejo de estrés postraumático, una experta que dicta talleres continuos de resiliencia, figura en espacios radiofónicos, asiste a gobiernos y ayuda a quienes padecen un acontecimiento límite de esos que, de un instante a otro, paralizan, agotan la realidad y lo transforman todo para siempre.

Bien lo dice, casi como un credo del uso de la libertad responsable: “Después de una vivencia de ese tipo sólo hay dos caminos: o permites que ese dolor te consuma, o te fortaleces a partir de ese evento para resignificar tu experiencia y darle un sentido, generando un crecimiento”.

No deja de conmover que este libro incluya la mirada de otros protagonistas de la historia: Abraham, su marido, e Isaac y Eduardo, sus hijos, quienes, desde otra trinchera, también estuvieron secuestrados.

Quebrantados en la negra oscuridad de la toma de decisiones para lograr la libertad de su madre y esposa, hablan del pánico con el que enfrentaban sus días, la impotencia que padecían ante el miedo intenso y paralizante, ante la pérdida de la libertad y la confianza, ante el profundo temor de perderla para siempre.

Me gusta que ella los incluya porque, como ella lo señala, el secuestro fue un reto para toda la familia y, con sus miradas, nosotros, como lectores, podemos empatizar y entender la dimensión de la tragedia, la complicidad y el amor que los Ezban Graber se tienen, el rostro aún más humano de lo acontecido.

Por último, quizá para cualquier terapeuta lo más importante es que el libro sistematiza cuatro pasos, un modelo de sanación, al que ha llegado Shuly a partir de su trabajo terapéutico. Ese tema me gustaría dejárselo a los expertos.

Me quedo por lo pronto con su valentía para abrir los ojos. Dice que, durante el cautiverio, cerrar los ojos le resultaba difícil y que ahora, en esta nueva vida, en esta nueva oportunidad, quiere permanecer despierta.

Lo cierto es que a Shuly los secuestradores la fortalecieron, parecieran sus socios en esa pasión de sanación, en el conocimiento para enfrentar, en la capacidad para resignificar su vida, en el orden necesario para crear una nueva narrativa, una nueva versión de sí misma como mujer, madre, esposa y terapeuta.

Quienes la conocemos, lo sabemos: jamás fue ni será una víctima.

Comienza ahora un camino más como autora, como autoridad en temas de resiliencia. Me congratulo, querida amiga, de tu atrevimiento. Me congratulo que tu fuerza interior nunca te abandonó. Me congratulo que con esfuerzo y trabajo, con dedicación e inteligencia, con responsabilidad y compromiso, has sabido andar el espinoso trayecto, y lo has hecho como lo dicta Frank Sinatra: a tu manera.

Muchas, muchas felicidades.

 

 

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Silvia Cherem: Mi alumbramiento en la carrera del periodismo fue repentino y con dolor como, en cierta forma, lo fue en aquellos días para México el despertar zapatista. Los indígenas encapuchados en Chiapas dejaron escuchar su grito desamparado que arrojaba por la borda la creencia de que México ingresaba al primer mundo y, en ese contexto, después de haber trabajado largamente para ello, decidí que mi momento de "ser periodista" había llegado. No conocía a nadie en los medios de comunicación y hubo quien me dijo que "sin padrino" nunca publicaría una sola línea en los periódicos mexicanos. Como colaboradora, los proyectos se han sucedido encadenándose unos a otros, tanto en el entorno cultural, como en el político y el internacional e inclusive investigando temas de interés científico y médico. Confieso que aún hoy, cuando debería "tener más callo", paso noches sin dormir y esta vibrante carrera de emociones fuertes me mantiene viva y creciendo en una vertiginosa montaña rusa, colmada de raudas y emocionantes subidas y bajadas. Quizá esa pasión arropada de arrojo, miedo y gozo sea la esencia de "ser periodista".