Todavía recuerdo esa noche. Las sábanas fueron lo que me despertaron. Su rasposidad sobre mis piernas desnudas y la cubierta pesada de las cobijas, esas naranjas con negro que me regaló mi padre en Janucá.
Su color apenas se dejaba ver entre la oscuridad y sus formas dejaban una leve semblanza, que no podía ser reconocida sin la luz.
Muchas veces no puedo recordar ni que comí el día anterior, ni las caras de algunos conocidos que crucé apenas semanas antes, pero hay sensaciones que te llegan y que nunca dejan tu memoria. Este es el caso del frío que parecía darle forma a esa noche.
La vedad no soy experto en materia de fríos, pero he leído que existen algunos que pueden ser mortales, como aquellos que se encuentran en el espacio, que deshacen piel, músculos y huesos con apenas tocarte directamente. Hay otros que te forzan a regresar a la cama en días de invierno, pero dicen que los peores, son aquellos que se sienten solamente en la oscuridad, aquellos que se sienten sobre la nuca y la parte baja de la espalda, una vez que empiezan a acariciarnos las sombras.
Yo no sabía que existían esos, hasta la noche en donde se me apareció esa voz rasposa, que le gustaba rozar mis oídos, como si fuera un susurro de otra dimensión. Parecía que la voz era el frío y el frío la voz, helada al colarse entre mis oídos.
Sin mi permiso, mis ojos se abrieron de par en par. Detenidos por el terror que calaba mis huesos, igual que ese frío intenso. Se dirigieron mis ojos hacia el pie de la cama, donde una sombra se delineaba entre las demás y una silueta que se eregía, me miraba fijamente. Sin decir ni una palabra. Sin mover un solo centímetro de su ser.
Futilmente busqué su mirada, intentando el viejo truco de aquellos condenados, que usan la empatía para salvarse. Sabiendo que de igual forma, no funcionaría.
Llegó un susurro más, que llenó el cuarto y terminó en mi oreja, con un tono que no sabía cierto fuera de hombre o mujer. Mis manos subieron las sábanas rasposas y cubrieron la oscuridad con una oscuridad más grande, más completa.
Las sombras se movían suavamente hasta colarse dentro de la cama y acariciar desde el talón de mi pie derecho, hasta la punta. Trepando mis piernas, mi torso y mi pecho. Hasta que mi cuello sintió el leve rozar de su mano fría, vestida de oscuridad.
Repitiendo las palabras en mi oído, como si una lengua de serpiente buscara investigar el centro de mi sien, de la forma más profunda. Entonces escuché la voz una vez más. “Dibuk” mencionaba. Lentamente.
La oscuridad fue ocultándose entre mis sentidos, hasta que ese frío tomó mi pecho y se esparció hasta el fondo de mi espina dorsal. Mi gritos silenciosos, siendo tapados por la oscuridad, me dejaron sin habla hasta el día de hoy. Forzándome a escribir mis palabras, sin voz.
Otorgándole a esa sombra, que hasta ahora no tiene nombre, otra víctima que tenga una voz tan linda, que pueda pasar a ser parte de las sombras, y unos ojos que puedan leer estas palabras, es decir que no quieran más abrir los ojos .
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