El Beit Hamikdash y el 5º milagro de Janucá

Cuando el general seléucida Lisias se enteró de la derrota de sus generales, decidió tomar el asunto en sus propias manos. Reunió una fuerza mayor de hombres: 60,000 soldados y 5,000 jinetes de unidades de élite. Yehudá no fue intimidado.

RAB YOSEF BITTON

UN EJÉRCITO INVENCIBLE
Debido a su fama y éxito, Yehudá (Judá) logró reclutar un ejército de 10,000 combatientes judíos. Pero cuando los judíos vieron el impresionante ejército griego, se sintieron desmoralizados. Una vez más, Yehudá los alentó recordándoles que HaShem había entregado a Goliat, un hombre gigante, a las manos de David, y que le otorgó la victoria en la batalla de Mikhmas a Yonatan, el hijo del rey Shaul.

Inspirados por su fe en el Todopoderoso, Yehudá y sus soldados lanzaron un ataque que dejó 5.000 soldados griegos muertos. El general Lysias se dio cuenta de que la lucha contra el ejército de Yehudá no sería corta ni sencilla. Al mismo tiempo, recibió misivas que le pedían que viajara a Antioquia, donde el emperador Antiojus, que había caído enfermo, necesitaba refuerzos militares. Al día siguiente, los soldados judíos observaron con sorpresa y gran alegría cómo el gran ejército de Lisias se retiraba.

OBJETIVO: JERUSALEM
Yehudá reunió a sus hombres y rezaron a Dios en agradecimiento por su milagrosa victoria. Yehudá dijo: “Ya hemos visto que Dios ha entregado a nuestros enemigos en nuestras manos. Es hora de emprender nuestra misión principal: recuperar Jerusalén. ”

Cuando el falso sacerdote Menelao y sus secuaces escucharon que Yehudá venía a Jerusalem y que el ejército griego se había retirado, él y sus hombres escaparon a una fortaleza griega. Yehudá llegó a Jerusalem sin encontrar resistencia.

Cuando los judíos entraron al Beit HaMikdash, vieron las profanaciones terribles que habían tenido lugar allí. Los seléucidas, a través de sus representantes judíos, habían construido un panteón de ídolos y habían erigido una estatua de Zeus al lado del altar. En ese mismo altar, los sacerdotes corruptos habían encendido un gran fuego y habían quemado todos los Rollos de la Torá del Templo.

DEL LLANTO A LA CELEBRACION
Después de ver la horrible profanación del Sagrado Templo, Yehudá y sus hombres se rasgaron la ropa en señal de luto y lloraron amargamente. Entonces Yehudá se volvió hacia sus guerreros y les dijo: “Este no es el momento de llorar, sino de construir y celebrar”. Y así los judíos comenzaron la tarea de purificar el Templo. Reconstruyeron el altar y prepararon las vasijas y los artefactos del Templo para su inauguración.

Sin embargo, a pesar de buscar en todos los rincones del Templo, no pudieron encontrar aceite ritualmente puro, producido bajo la supervisión de un Sacerdote legítimo y sellado por él. Ese era el único tipo de aceite que podía usarse para encender la Menorá, la lámpara de oro que siempre permanecía encendida en el Templo.

Este aceite de oliva especial solo se podía obtener en el norte, en el área de la tribu de Asher. Obtener nuevo aceite tomaría ocho días completos ida y vuelta dese Jerusalem. La ausencia de aceite ritualmente puro era crítica: sin encender la Menorá, el Templo no podía ser dedicado nuevamente.

Una vez que purificaron el Templo, el 25 de Kislev de 165 a.e.c los judíos inauguraron el Beit HaMikdash y lo volvieron a dedicar al servicio de Dios. Providencialmente, habían encontrado un pequeño recipiente con aceite puro, pero que era suficiente para encender la Menorá solamente por un día. Cada día que pasaba los sacerdotes revisaban la Menorá, seguros de que tendrían que limpiarla y quitar las mechas ya apagadas. Pero para sorpresa de todos, las velas permanecían encendidas durante el tiempo necesario para que llegara el nuevo aceite. Así, los Sacerdotes pudieron continuar con la inauguración del Beit HaMikdash durante ocho días, tal como lo hicieron en la inauguración del Tabernáculo que los israelitas construyeron en el desierto después de salir de Egipto.

Este es el milagro más conocido de Janucá y es la razón por la cual encendemos velas en Janucá durante ocho días. Los judíos de esa época vieron el milagro del aceite como un signo de la intervención de Dios en sus batallas contra un enemigo superior, y como una revelación de la bendición Divina sobre sus acciones. Los ancianos de Jerusalén, por lo tanto, establecieron que cada año, el 25 de Kislev, todas las familias judías celebrarían el milagro de Janucá. En cada generación, los judíos encendemos velas durante ocho días, para dar testimonio del gran milagro que experimentaron los Yehudim and la época de los Hashmonayim. Los Sabios también establecieron la recitación de la oración de Halel en alabanza al Creador por la Presencia Divina que se manifestó en nuestra salvación de las manos del enemigo.


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