Enlace Judío México – Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de mi juventud es la imposibilidad que sentía al tratar de unir mi vida como universitaria con mi vida como religiosa. Recuerdo pasar horas enteras en el calor de un coche cruzando una de las ciudades más grandes del mundo de punta a punta para llegar a la clase de Torá y acabar el ensayo que tenía que entregarse al día siguiente. Recuerdo la frustración tan grande que sentía al entregar los trabajos tarde por no poder haber trabajado en ellos el sábado, las materias reprobadas porque los exámenes caían en festividades, los grandes festejos internos cuando un paro espontaneo me salvaba de tener otra falta y las caminatas tan bellas que me echaba cada vez que quería ir a una fiesta en viernes en la noche. Lo recuerdo con una alegría profundísima y un sentimiento de orgullo raro.
Sin embargo, debo de admitir que en el momento, el conflicto no era tan fácil de atajar. Estaba dividida entre dos discursos morales tan distintos que ni siquiera era capaz de saber hasta dónde llegaban sus diferencias. Yo quería vivir entre ellos, eran mis dos mundos, y hacía todo por mantenerlos vivos y mantenerme en ellos. No era fácil, pero era el lugar donde quería estar; quería que se juntaran, que cohabitarán y se mezclaran; valía la pena aunque sea intentarlo. Que por una vez, el mundo de adentro no estuviera peleado con el mundo de afuera, que gentil y judío pudieran vivir juntos sin juzgarse uno al otro. De a ratos funcionaba y de a ratos parecía una locura que no acababa por consumirme.
Hubo una vez que sentí la división tan fuerte que hasta la fecha aún me acuerdo de ese día. Era la sexta noche de Janucá, yo había estado llorando un rato porque no había podido disfrutar la festividad como hubiera querido. También era la última semana de entregas en la universidad y había escrito más de un ensayo diario, no había ido a mi templo y en lugar de estudiar Torá había tenido que dedicarme a terminar correctamente el semestre; sentía que el momento se me había ido; que me había fallado por completo y me sentía muy triste, muy atrapada y muy enojada conmigo. Había prendido mis seis velas como cada noche frente a la ventana y me encontraba escribiendo mi ensayo. Conforme iba avanzando en las palabras más me enamoraba del cuento que describía; más me gustaba mi análisis y más disfrutaba mi trabajo.
En ese momento frente a la angustia de escribir, mis velas me acompañaban. Justo cuando ya estaba terminando, casi al final del párrafo se presentó frente a mí una escena maravillosa, la noche empezaba a clarear para recibir el amanecer cuando una de las velas se apagó. Algunos segundos después siguió la segunda y así cada una de las velas que prendí empezaron a apagarse en el mismo orden que las había prendido y con la misma distancia de tiempo que había tardado en prenderlas. Parecía una sinfonía que nunca había visto antes con tanta simetría. Cuando acabaron, el amanecer ya había iluminado el cielo. Yo ya había terminado mi ensayo. Fue uno de los momentos más estéticos de mi vida y me sirvió como símbolo interno de Janucá, para el resto de mi vida. Para mí estas luces encierran el significado de todo lo que la fiesta representa.
En Janucá, no sólo festejamos la victoria militar de los macabeos, ni la consagración del Templo tras la victoria a los griegos; en Janucá, celebramos la unión de la fe con el intelecto, el surgimiento de la belleza a través de la espiritualidad y el paso de Israel por el Exilio. Las velas de Janucá no sólo representan el milagro en el Templo sino la luz que nos alumbra hoy todavía a lo largo del tiempo. A continuación trataremos de hablar de ello.
El judío en el Exilio; la dualidad entre Tzión y Yavan
Uno de los temas recurrentes en las películas, obras de teatro y libros judíos es la inhabilidad de los personajes de integrarse al medio que los rodea. Intelectuales perdidos en medio de Nueva York que sienten que no pertenecen ni al mundo judío, ni al país que los rodea son comunes en las películas de Woody Allen, series estadounidenses y novelas del siglo XXI. Sin embargo, no son únicas del medio artístico y popular estadounidense. Desde tiempos inmemorables el Talmud habla sobre dicha división interna que el judío vive constantemente.
La figura del Exilio en los textos bíblicos representa una cualidad del alma de ser incapaz de tener una tierra propia y de pertenecer a la tierra en la que se vive. Los judíos a lo largo de los siglos han tenido que luchar contra la cultura que los rodea para no asimilarse por completo, para no perder su identidad, su ley y sus tradiciones y al mismo tiempo no separarse por completo del país que los arropa y no perder los pocos privilegios que las otras naciones les han dado. La pregunta ¿hasta dónde lo que hago es correcto?, ¿hasta dónde puedo convivir sin perderme internamente?, es una de las muchas preguntas que los judíos de la diáspora se hacen cotidianamente. Janucá representa ese conflicto.
La guerra que se peleó en las épocas de los macabeos, no fue sólo una guerra entre griegos que habían dominado a judíos, sino también entre judíos helenizados que querían el poder del mando en manos griegas y judíos religiosos que querían recuperar su identidad como judíos, el estudio de Torá, la libertad para hacer prácticas rituales como el Brit Mila, Rosh Jodesh y los servicios en el templo. Esto representa la división interna del judío entre el deseo de asimilarse y el deseo de mantenerse como judío.
Yosef y sus hermanos. La importancia de la fe
Esa división la aprendemos también del ejemplo que existe entre Yosef y sus hermanos. La rivalidad que existe entre los hijos de Lea y los hijos de Raquel representa la rivalidad que existe al interior del pueblo judío a lo largo de los años. Cuando analizamos de cerca la historia del pueblo judío, vemos que las tribus, si bien tuvieron épocas de paz y harmonía, constantemente estuvieron separadas las unas de las otras y pelearon entre sí. Tanto así que llegaron a existir dos reinos en Israel. Los Exilios ayudan a subsanar las diferencias internas entre los distintos grupos del pueblo. Al mismo tiempo, dichas diferencias representan la división que el individuo siente en su interior, a través de la llegada del Mesías y de la sanación del final de los tiempos ambas diferencias serán subsanadas; primero reinará un descendiente de Yosef quien a su vez dará paso al descendiente de David proveniente de la casa de Yehuda. Janucá representa el inicio de dicha salvación, representa el exilio de Yosef en Egipto, su ascenso al trono como virrey y la posterior reunión de los hermanos frente a él.
Janucá representa los giros de tuerca que da el mundo para al final ser colocado por D-os en el mejor escenario posible, celebramos que los pocos ganaron a los muchos, los débiles a los fuertes, que el orden político que existía fue invertido de forma sorprendente y aquéllo, que parecía improbable, sucedió. Durante esta semana se lee la parashá (porción de Torá) donde se cuenta la historia de Yosef y sus hermanos; ya que más allá de la coincidencia temporal Yosef vive los mismos reveses de fortuna que representa la fiesta y las partes más importantes de su historia ocurren durante Janucá (el encuentro con la esposa de Potifar, el descenso al calabozo y su salida majestuosa como virrey).
Al igual que Janucá, Yosef representa el hombre que jamás pierde la confianza en D-os; se parece a su bisabuelo Abraham, porque ambos son arquetipos de la fe en el judaísmo, sin embargo, Abraham lo es desde la racionalidad, mientras que Yosef lo es desde la alegría y la confianza. Incluso en el fondo de un pozo oscuro lleno de alimañas o recluido en un calabozo, nunca pierde la seguridad en D-os ni la esperanza, y la salvación llega para él de forma natural, bella, adornada y en detalle; como el milagro en épocas griegas.
Al mismo tiempo, la historia de Yosef también representa las dos formas en que la belleza puede mostrarse en este mundo. La belleza puede ser externa y ocasionar envidia y odio como en el caso de la esposa de Potifar y de los hermanos; o puede ser interna y recatada y ocasionar empatía como el amor que producía en el pueblo egipcio durante su gobierno. En la historia, Yosef debe aprender a medir sus palabras y a hacer interna su belleza externa; debe aprender a dominarla y hacerla menos imponente. Esa es la misma rivalidad que existe entre Yaván (Grecia) y Tzión (el pueblo judío) y es una de las muchas luchas que se libran en Janucá.
Yavan y Tzión. Grecia e Israel dos formas de acercarse a la belleza
Casi las últimas cosas que leemos de Noé son las bendiciones que da a sus hijos tras el evento del vino. En este pasaje Yafet y Shem son quienes cubren el cuerpo de su padre y quienes lo cuidan. Sin embargo, cuando los bendice Noé dice que Yafet habitará en las tiendas de Shem. Shem será quien traiga la espiritualidad al mundo, quien mantenga la creencia en un sólo D-os a lo largo de los siglos, quién reciba sobre sí leyes sólidas y estructuradas que lo separen del mundo en el servicio que da a D-os, Shem representa la intimidad con D-os, el monoteísmo. Yafet por su lado representa el refinamiento más allá de la espiritualidad, la habilidad humana de apreciar la belleza, de adherirse a comportamientos correctos a través de dominar la parte humana más corporal y más animal. Incluso la palabra en hebreo usada para decir bello “yafé,” proviene de Yafet mismo. La guerra de Janucá es una guerra que se libró entre los descendientes de Yafet y los descendientes de Shem. Entre aquellos que buscan la espiritualidad y aquellos que buscan la belleza. Janucá representa la sanación hacia un mundo en donde ambos convivan en paz y construyan juntos un servicio a D-os correcto, que surja de una belleza interior de una espiritualidad vivida íntimamente. Ambas naciones representan la intelectualidad, pero desde distintos flancos.
El pleito de Janucá representa la lucha entre una belleza que se vive desde la intimidad y una belleza que se vive desde la manifestación hacia lo externo, desde una intelectualidad que se dirige hacia la búsqueda de D-os y la aceptación de sus mandatos; y la búsqueda de su manifestación y conocimiento físico que intelectualmente busca verterse hacia lo natural y hacia la independencia humana. Lo ideal es la unión de ambos
Las palabra de Yaván y Tzión solo difieren en la letra tzadi inicial, esa es la letra del justo (tzadik), la unión del justo, de aquel que obedece y busca a D-os, con la nación de Yaván forma la palabra Tzión: la nación que debe servir a D-os con la belleza y la intelectualidad occidental encontrando un balance puesta al servicio de D-os.
Janucá como sanación al mundo
Janucá tanto el evento histórico como el ritual representan la sanación de esa división interna. Ocurre en el mes más oscuro del año, representa el exilio, el olvido de Torá. Pero a diferencia de las otras festividades que recuerdan un exilio y que son de luto y que se ayuna; ésta es una celebración llena de festejo y de alegría porque nos recuerda las partes positivas del exilio. Después de que recuperamos el templo, el exilio continuo, no celebramos el día en que el exilio terminó, eso pasó varios siglos después.
El exilio representa el alejamiento de D-os, en ello participamos nosotros. A través del olvido de la Torá es que podemos involucrarnos desde nuestra individualidad con D-os. A través del convivio y el confrontamiento con Yaván es que podemos encontrar la belleza desde lo espiritual
La luz de las velas representan la luz que rompe esa oscuridad, que es la luz primigenia y la luz de la sabiduría de los 36 sabios que mantienen el mundo; es la luz de la fe, puesto que es la búsqueda de D-os a través de la intelectualidad; con la luz de la llama de esas velas es que cada uno de forma individual se acerca a subsanar esa división interna, el Aieka a Adán que traen la luz de los sabios que es la luz de la creación
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