#EnlaceJudío México e Israel.- En un artículo de opinión publicado por el diario catalán Segre, el profesor de la Escuela de Negocios y Derecho de ESADE, hace un balance de los logros y carencias de Israel en el año que está a punto de acabar.
JAUME GINÉ DAVÍ
Viajé por primera vez a Israel en 1973, pocas semanas antes de la guerra del Yom Kippur. El estado proclamado el 14 de mayo de 1948 por David Ben-Gurión estaba haciendo realidad el sueño sionista de asentarse y construirlo en tierras de Palestina. Hace poco volví a Israel. El país dio un gran salto que le convirtió en una potencia económica, militar y tecnológica. Unos éxitos económicos que no pueden esconder unos problemas de fondo que condicionan el futuro. Las negociaciones para alcanzar una paz estable entre judíos y árabes han fracasado. Hoy, las diferencias económicas y sociales entre judíos y palestinos son abismales, Cisjordania y Gaza, dos territorios separados geográficamente, son “formalmente” administrados por una debilitada y dividida Autoridad Palestina establecida por los Acuerdos de Oslo de 1993. Pero están controlados de facto por las autoridades israelís.
El factor demográfico es clave. En 1948, solo 600.000 judíos vivían en un país mayoritariamente árabe. El espectacular crecimiento demográfico arrancó con la repatriación gradual y organizada de parte de la diáspora judía en todo el mundo. Destaca el millón largo de judíos llegados desde la colapsada URSS. Israel cuenta hoy con unos 8,9 millones de habitantes gracias a una alta tasa de natalidad de 3,1 hijos por mujer que duplica la media de los países de la OCDE (1,7% hijos).
Israel disfruta de un buen crecimiento económico, un bajo índice de paro y unas finanzas saneadas con una divisa fuerte, el shekel. Es una potencia innovadora orientada hacia el high-tech que dedica el 4,5% del PIB a I+D. Cuenta con más de 6.000 start-up, que representan el segundo ecosistema mundial tras Silicon Valley. Tel-Aviv es el centro tecnológico y financiero. Haifa, con un gran puerto, es el centro industrial y exportador. Jerusalén es la capital administrativa con un dinámico sector servicios, destacando el turismo. Las tres ciudades, conectadas por un tren de alta velocidad, constituyen el gran eje de crecimiento que cuenta con unos fondos de capital de riesgo, incubadoras de empresas y 16 universidades. Y tiene más empresas en el Nasdaq, la bolsa de valores tecnológicos de EEUU, que los 28 estados de la UE. Y cuentan con unos potentes sectores estratégicos de defensa y ciberseguridad, industrias farmacéuticas y de desarrollo agroalimentario.
Israel apostó por la internacionalización. Impulsó un dinámico comercio exterior favorecido por los acuerdos comerciales con EEUU, la UE y otras economías avanzadas y emergentes. Es una economía abierta pero persisten muchas barreras no arancelarias con un marco regulatorio que dificulta a las empresas extranjeras establecerse en el país. Un marco proteccionista que incrementa el coste de la vida de los israelíes, un 20% más alto que el español. Israel alcanzó un rápido desarrollo económico, industrial y agrícola en una zona árida sin apenas recursos naturales. Pero hoy afronta una compleja crisis provocada por unas divisiones internas, políticas y religiosas, que nublan el futuro del país. Israel es una historia de éxito económico.
El conflicto árabe-israelí sigue envenenado por el problema palestino. En Cisjordania, ocupada desde hace 52 años, viven más de 3 millones de palestinos, prosigue un imparable proceso de establecimiento de colonias judías que ya alcanza los 850.000 colonos, incluyendo los asentados en la zona de Jerusalén Este, anexionada por Israel en 1980. También se mantiene un durísimo bloqueo sobre los 2 millones de palestinos que malviven en Gaza, controlada por Hamás desde 2007. Una situación injusta e insostenible que ahoga el desarrollo económico de los dos territorios palestinos. Este conflicto político no se resolverá levantando altos y vergonzantes muros. Los jóvenes árabes van acumulando frustración y resentimiento.
La economía israelí funciona con distintas velocidades. Una gran locomotora es el sector tecnológico de las competitivas start-up, que contribuye al 12,5% del PIB, casi la mitad del valor de las exportaciones, y emplean a un 10% de trabajadores altamente cualificados. Pero muchos israelíes están empleados en sectores convencionales no tecnológicos con bajos salarios y niveles de productividad. La economía precisa integrar a determinados sectores sociales como el millón de judíos ultraortodoxos (11% de la población) que, muy cerrados en los estudios religiosos y exentos del servicio militar, prácticamente viven a costa del Estado. También se malbaratan las potencialidades de una parte significativa de los árabes (el 18% de la población), que se sienten marginados. La división interna entre los judíos también mina la estabilidad política. Israel sigue con un Gobierno en funciones tras las dos elecciones legislativas celebradas el 9 de abril y el 17 de septiembre. Y parecen estar abocados a unos terceros comicios.
Israel sigue siendo un joven país en gestación con fracturas internas y amenazas externas. Su consolidación precisa una reconciliación y la paz con los árabes que solo llegará cuando el maltratado pueblo palestino también tenga su propio Estado. Todos saldrían ganando. Pero este objetivo está cada día más lejos. Priman los intereses geoestratégicos de las dos grandes potencias en Oriente Medio, EEUU y Rusia. La UE cuenta poco. Y algunos países árabes, más allá de la retórica oficial, tienen otras prioridades. Donald Trump, con su apoyo incondicional a Israel, está avivando peligrosamente el avispero regional.
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