Yonatán y el séptimo milagro de Janucá

LA MUERTE DE YEHUDA MACABI

El general Lisias llegó a Antioquia, la capital del reino seléucida, venció a Filippo y se convirtió allí en el regente del joven rey Antiojus de 9 años de edad. Pero esta situación sólo duró unos años. En el año 161 a.e.c. Demetrio Soter derrotó y mató a Lisias y al pequeño hijo de Antiojus. Entre otras cosas Demetrio decidió retomar las expediciones militares contra Judea, conquistar Jerusalén y asignar allí como mandatarios a los judíos helenistas, que eran sus aliados.

Demetrio envió a su mejor general, Bakjides con 20.000 hombres y 2.000 jinetes. Su misión era atrapar y matar a Yehudá Makabí y terminar con la rebelión de los judíos. Bakjides no llegó por mar, como usualmente llegaban las tropas griegas, sino que llegó por tierra, desde el noroeste: Turquía, Siria y el Golán. Yehudá no estaba preparado y contaba sólo con un pequeño ejército local de 800 hombres.

Bakjides lo tomó por sorpresa.

El ejército seléucida encontró y mató a Yehudá y a todos sus combatientes. Las consecuencias fueron desastrosas. Flavio Josefo cuenta que los nuevos decretos anti-judíos y las persecuciones a todos lo que observaban la Torá fueron ahora mucho más intensas y brutales que en los tiempos de Antiojus Epifanes. Los griegos llegaban con la idea de conquistar pero también con una gran sed de venganza contra Yehudá y los judíos.

Bakjides asignó a un falso sacerdote para administrar el Templo, Alquimos, quien en su primer acto oficial como Gran Sacerdote (Cohen Gadol) ejecutó públicamente a 60 rabinos. Miles de Yehudim fueron asesinados o tomados como esclavos y exiliados.

Así, sin Yehudá Macabí, sin ejército, sin Yerushalayim y sin Bet haMiqdash, parecía que la milagrosa rebelión que había comenzado con Matitiyahu en el 167 a.e.c. había llegado a su fin. Y todo se había perdido…

¿EL FINAL DEL JUDAISMO?

Hay milagros, como el del aceite que duró ocho días, donde la intervención Divina es del 100%. Y hay otros milagros donde la intervención Divina se combina con la grandeza humana: HaShem inspira el espíritu de los hombres de bien, les concede la fuerza y el coraje para luchar y les hace ver un futuro que lógicamente parece irrealizable.

Esto fue lo que sucedió con los hermanos de Yehudá: Yojanán, Shimón y Yonatán. Los 3 hermanos, junto a los pocos soldados sobrevivientes, decidieron que no iban a rendirse. Yonatán tomó el mando y comenzó a planear su lucha contra el poderoso Bakjides. Pero Bakjides los estaba buscando, y las cabezas de los Jashmonaim, de sus soldados y de sus familiares tenían un precio muy alto. Yonatán decidió huir al desierto de Judea cerca de la ciudad de Tekoa. Allí hay cuevas muy profundas donde esconderse y desaparecer del ojo del enemigo. Algunas de estas cuevas tiene varios niveles y se adentran en la montaña por más de 50 metros de profundidad.

Pero acceder a esas cuevas era muy difícil y peligroso. Yonatán y sus hombres lo podían hacer. Pero para las mujeres y los niños acceder a esas cuevas y las condiciones de vida allí eran prácticamente imposibles. Yonatán decidió entonces acudir a sus aliados, los Nabateos, para que cuidaran de sus familiares mientras ellos luchaban contra Bakjides.

Los Nabateos eran un pueblo nómada que vivía en la península arábica, enemigos de los seléucidas, que había sellado una alianza militar desde hacía varios años con Yehudá. Yonatán envió a las mujeres y a los niños, acompañados por Yojanán y unos cuantos soldados, a esconderse allí. Pero los Nabateos, atraídos por la recompensa que ofrecía Bakjides, traicionaron su pacto con Yehudá, y mataron a Yojanán, a las mujeres y a los niños… solo un soldado pudo escapar, que logró llevar la trágica noticia a Tekoa.…

EL PEOR MOMENTO

Cuenta el libro de los Jashmonaim que Yonatán y sus hombres se sentaron de duelo y lloraron amargamente por la muerte de sus mujeres y sus hijos durante siete días (shibá) en las oscuras cuevas de Tekoa. Es muy difícil, o imposible, imaginar los sentimientos de los Jashmonayim en estas terribles circunstancias. Todo indicaba que ya se rendirían. Porque lo que alienta a los hombres a luchar y sobrevivir, es saber que algún día regresarán a sus casas, y que están luchando por sus familias y para que sus hijos tengan un futuro mejor. Pero ahora que ya nada quedaba ¿por qué y para quién iban a luchar?

Este puede haber sido, queridos lectores, el momento más crítico de la historia del pueblo de Israel. El futuro de nuestro pueblo y nuestra religión estaba en manos de un puñado de hombres traicionados y vencidos física y moralmente. Ya no tenía sentido luchar y ya no quedaban más hombres dispuestos o con la fuerza necesaria para enfrentar al ejército griego Los helenistas habían ganado. Y los judíos practicarían ahora la versión griega del judaísmo. En una generación más, los judíos se hubieran asimilado completamente al helenismo.

¿COMO RESURGIR DE LAS CENIZAS?

Pero increíblemente, ¡milagrosamente! Yonatán sacó fuerzas de su fe en el Creador, se levantó de su duelo, removió las cenizas de su cabeza y decidió que mientras él estuviese con vida la rebelión debía continuar. Primero atacó violentamente a los traidores Nabateos cuando estos celebraban una boda.

Y así recuperó su fuerza disuasiva, siguiendo los pasos de Shimón y Leví en la ciudad de Shejem: ahora el enemigo sabría que quien traicionara a Yonatán sufriría las consecuencias. Luego, Yonatán se dedicó a reclutar más soldados judíos en las aldeas y comenzó una guerra de desgaste contra el ejército de Bakjides. Durante dos años, desde el 161 aec hasta el 159 aec, el improvisado ejército de Yonatán hacía lo que Yehudá había hecho en sus inicios: atacaban por las noches a las tropas griegas, a sus suministros y a sus depósitos de armas.

LA RETIRADA DE BAKJIDES

En el año 159 aec, frustrado por no poder atrapar a Yonatán, y viendo como sus tropas se debilitaban poco a poco pero sin tregua, el general Bakjides se cansó. Tomó a sus hombres y abandonó la tierra de Israel para luchar otras batallas más fáciles de ganar y que le darían más prestigio a su carrera militar…. Yonatán, Shimón y sus soldados habían triunfado. Y una vez más la ciudad de Yerushalayim, gobernada por los helenistas, estaba al alcance sus manos. Pero contra toda lógica, Yonatán se resistió a la tentación de invadir Yerushalayim, como lo había hecho Yehudá en circunstancias similares en el año 165 aec.

En lugar de eso Yonatán se estableció en Mijmás durante los siguientes 7 años.

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