Enlace Judío – La delgada interfase entre la ciencia y la música ha sido atravesada a lo largo de los tiempos por muchos genios de ambas disciplinas.
Ejemplos van desde el principal guitarrista de la popular banda Queen, Brian May, quien durante su juventud estudió matemáticas y física en el Imperial College de Londres y luego de su exitosa carrera musical obtuvo su doctorado en 2007; incluso, hace justo un año, el 1 de enero de 2019, Brian May lanzó su canción New Horizons (Ultima Thule Mix) para marcar la salida de la sonda espacial del mismo nombre del sistema solar, vinculando así sus dos grandes pasiones: la música y la astrofísica.
Y ni hablar del icónico Albert Einstein quien solía salir de casa generalmente acompañado de su apodado violín Lina (corto de violina) y quien de no haber sido científico hubiera perseguido una carrera en la música: “a menudo pienso en música, vivo mis sueños en música, veo mi vida en términos de la música”. Siendo su madre pianista, Einstein recibió sus primeras clases de violín a los seis años y quedó fascinado en cuanto descubrió las creaciones de Mozart y Bach. Según comentarios de su segunda esposa Eva, la música le ayudaba a pensar, siendo la inspiración para sus elegantes teorías sobre el universo.
No podemos dejar de lado al químico/compositor ruso del siglo XIX Alexander Borodin, cuyas contribuciones a la música incluyen la ópera Príncipe Igor y varias sinfonías que lo han integrado al prominente “Grupo de los cinco” (junto con Rimski-Korsakov, Musorgski, Cesar Cuí y Balakirev). Sus aportaciones a la ciencia son varias, por un lado consiguió que la Academia en San Petersburgo abriera sus cursos de medicina a las mujeres y por otro, como químico, fue el primero en sintetizar un compuesto orgánico fluorado, demostró la sustitución nucleofílica y codescubrió en 1872 una de las reacciones más importantes de la síntesis orgánica, la reacción aldólica.
Por último, viajemos a la antigua Grecia para mencionar a Pitágoras, quien siendo filósofo y matemático, describió la relación tan íntima entre la música y los números, ambas bellas, ordenadas y perfectas. Pitágoras explicó cómo las cuerdas vibran para formar la octava musical, describió cómo, en el fondo, la música es una expresión de las matemáticas. Cualquiera que estudie teoría musical entiende que hay un esqueleto numérico que da la forma al pentagrama, a la duración de cada nota en el tiempo, a los distintos ritmos sincopados y tónicos, a la escala con sus diversas tonalidades y hasta a la organización estructural de una bella melodía.
Siendo Beethoven uno de los muchos genios musicales que entendió la íntima relación de la música con el diseño numérico, dijo que: “la arquitectura es una música de piedras; y la música, una arquitectura de sonidos”. Incluso, un estudio realizado por Derek Haylock en 1978 encontró la proporción áurea dentro de la estructura del primer movimiento de su Quinta Sinfonía. Es por esto que me parece especialmente acertado que este 2020 en que se celebran los 250 años de su nacimiento, la inteligencia artificial, a base de algoritmos matemáticos acabe su inconcluso trabajo.
El próximo 28 de abril en Bonn, la natal ciudad alemana de Ludwig van Beethoven, podremos ser testigos de una innovadora intersección entre la ciencia y la música. Uno de los eventos en torno a las celebraciones del 250.º aniversario del natalicio de este gran compositor, será la interpretación de lo que hubiera sido la Décima Sinfonía de Beethoven a partir de fragmentos que dejó escritos antes de su muerte a los 57 años. Programadores y musicólogos se han unido para al enseñar a una computadora, a través de múltiples partituras el estilo particular del compositor, con la idea de que ésta pueda predecir lo que hubiera sido su última sinfonía. Este proyecto de inteligencia artificial debutará con los músicos en escena de la Orquesta Beethoven bajo la batuta del director Dirk Kaftan.
No es la primera vez que se ha intentado terminar una obra musical. Ya se han utilizado programas para completar obras inconclusas de Bach, Mahler y Schubert donde a través del estudio estadístico de las formas musicales de obras completas se buscan los acordes más predominantes y algunos patrones para replicar, prediciendo el estilo de cada uno de estos grandes maestros.
El musicólogo Jonathan Kramer indica que la relación entre la música y la ciencia es inseparable; que los niños aprenden sobre el espacio al jugar desde pequeños con objetos y entienden sobre el tiempo a través de los ritmos de las canciones infantiles. Así, las primeras lecciones intuitivas de física son los juegos infantiles y las canciones de cuna.
De hecho, un reciente estudio realizado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) encontró que niños de a 5 años que tomaron clases de piano semanalmente incrementaron sus habilidades lingüísticas con respecto a niños de la misma edad que tomaron, durante el mismo periodo de tiempo, clases de lectura. Es decir, las clases de música promovieron más las habilidades de lenguaje que las propias clases de lectura. No es casualidad que la tendencia pedagógica nacida en Estados Unidos de incluir materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) en la currícula escolar para promover el pensamiento crítico y fortalecimiento de habilidades considere aumentar la “A” de arte del STEAM hacia una oferta educativa con tópicos de enseñanza musical.
No hay duda de que la ciencia y la música son, funcionalmente, sinónimos; ambos son intentos humanos por describir el mundo que nos rodea. Cada uno ve el mismo mundo pero a través de un lente distinto, pero ambos obedeciendo un estricto orden y rigor. ¿Qué lenguaje prefieres tú para reseñar al mundo? Te invito a reflexionar sobre ello mientras escuchas Einstein on the Beach de Phillip Glass o Los Planetas de Gustav Holst.
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