Enlace Judío México e Israel – La muerte del “califa” Abu Bakr Al Baghdadi el 25 de octubre del 2019 en una operación de EUA en la provincia norte de Siria de Idlib, cercana a la frontera de Irak, descabezó al grupo terrorista Estado Islámico (EI), empero, no significó su desaparición.
El presidente Donald Trump anunció que el líder del grupo EI, al verse acorralado, se quitó la vida con un chaleco explosivo. “Murió como un perro”, dijo Trump. Al Baghdadi dirigió varios ataques terroristas y alentó e inspiró a sus simpatizantes a realizar atentados en más de 30 países diferentes.
Al Baghdadi nació en Irak y se dió a conocer en 2014 cuando anunció la creación de un califato en 88,000 kilómetro cuadrados de territorio de Irak y Siria, un tercio del territorio del primero y la mitad del segundo, casi equivalente a la superficie del Reino Unido, en el que estableció un régimen basado en el salafismo islámico. El califato tuvo atribuciones de Estado, ejerció su poder controlando a una población de alrededor de 12 millones de personas.
La corriente salafista yihadista legitima la violencia y combina la teología y la política, pretende llevar a cabo un retorno a las fuentes del Islam mediante “una lectura rigorista y libre de la contextualizar, con el fin de encarnar al Islam original, el islamismo de los ancestros”. Por ello rechaza y prohíbe cualquier interpretación que difiera de su literalidad en la misma, considerando que cualquier divergencia de punto de vista contradice a largo plazo el debilitamiento de la comunidad. En el plano geopolítico, contextualizado, pretende defender a los musulmanes oprimidos allí donde se encuentren y en última instancia reunirlos a todos bajo una entidad: el califato. El entorno geopolítico del Medio Oriente le permitió apoyar su argumento clave: Occidente ha declarado la guerra al Islam.
La combinación entre lo religioso y lo político ha sido particularmente atractivo para el EI y se justifica para que cualquier intervención en territorio islámico sea rechazada por el EI. A través del califato, el EI pretende materializar su mesianismo revolucionario. El EI, para autopromocionarse en el mundo, aplicó castigos, torturas y actos violentos a las minorías cristianas y a los yazidis principalmente, que tuvieron una repercusión mediática que superó a otros movimientos radicales. Durante el ataque a Sinyar, más de 5 mil yazidies mayores de 15 años fueron hechos prisioneros, mientras que las mujeres fueron violadas y convertidas en esclavas.
La ejecución de rehenes occidentales también fue parte de esta estrategia propagandista, entre otras la decapitación de Daniel Pearl, corresponsal del The Wall Street Journal que fue secuestrado en enero del 2002 mientras realizaba labores periodísticas desde Pakistán. Su asesinato fue grabado en video y publicado en la web.
El verdugo enmascarado del EI que cortó la cabeza del periodista, fue un ciudadano británico. Peter Neumann, del King College de Londres, consideró que se escogió deliberadamente para el video de la decapitación a un extremista de habla inglesa a fin de causar el máximo impacto en Occidente.
La brutalidad que ejerció el EI en el califato fue complementada por una burocracia sorprendentemente eficiente: construyó un Estado con un aparato administrativo que recaudaba impuestos y otorgaba servicios públicos, entre otros la recolección de basura, incluso estableció un departamento para el registro vehicular y un registro civil que supervisaba los análisis médicos con el fin de garantizar que las parejas pudieran tener hijos.
La administración del califato tenía un flujo de ingresos diversificado que le permitió lograr sus objetivos principales: Los recursos provenían de los impuestos que impuso a la población, de la exportación ilegal de petróleo (se apoderó de instalaciones petroleras) y de antigüedades, de el saqueo de las ciudades conquistadas o rescates por liberar a rehenes y donaciones aportadas por simpatizantes. Los cristianos estaban obligados a pagar un gravamen oficial para poder mantener sus costumbres religiosas, o convertirse al islam.
El EI estableció en el califato 14 oficinas gubernamentales y nuevos ministerios que no existían, entre ellos la Hisba o Policía de la moral. Decretó que las querellas en el califato se resolverían solo mediante la ley de Dios. Los empleados administrativos fueron obligados a no rasurarse y su vestimenta debería llegar hasta el tobillo. Asimismo, el EI alquiló los terrenos que eran del gobierno para rentarlos a los agricultores. Igualmente buscó expropiar cualquier propiedad de chiítas, apóstatas, cristianos, aluitas o yazidíes.
Los militantes del EI tomaron los bienes de las casas que confiscaron. El EI prometió cuidar de los suyos, incluyendo la oferta de vivienda gratuita a extranjeros reclutados en sus filas. El EI se dispuso a rehacer todos los aspectos de la vida en el Califato, comenzando por el papel de la mujer. Así, los militantes del EI incautaron una fábrica textil para producir prendas femeninas con un largo reglamentado. Introdujeron al mercado miles de conjuntos de niqab (para cubrir la cara y la cabeza) y multaron a las mujeres que no se cubrían. La Hisba o Policía moral actuaba con rigor.
El impuesto más lucrativo que estableció el EI fue el religioso, conocido como zaka, que era conocido como uno de los pilares del islam. Esta contribución se calculaba con base en el 2.5% de los activos de un individuo y hasta 10% de la producción agrícola. Se estima que el EI obtenía hasta 800 millones de dólares de ingresos.
La caída del califato no fue abrupta. A partir del 2016, por las derrotas que registró el EI por la convergencia de intensos bombardeos aéreos de la Coalición Internacional contra el EI, encabezada por EUA, y sucesivas ofensivas terrestres se irían acumulando, produciendo una merma progresiva de combatientes. A mediados de 2016 alrededor de 45,000 combatientes fieles a Al Baghdadi se habían dado de baja y el EI ya había perdido la mitad del territorio conquistado en Irak y 30% de Siria. Al final de 2017, los militantes del califato solo retenían 5% del espacio capturado entre 2013 y 2014.
Al final de marzo de 2019 las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) respaldadas por EUA se impusieron al EI en la batalla de Baghoz, ciudad próxima a la frontera con Irak. Miles de combatientes del EI se rindieron, antes de ser enviados junto con sus familiares a varios centros de detención establecidos en el sur de Siria o alguna cárcel de Irak. Del califato solo hay escombros hoy día. Miles de personas perdieron sus hogares.
El auge extraordinario del EI en el califato tuvo repercusiones a escala mundial que han persistido hasta el presente. Muchos países europeos han emprendido una lucha contra un fenómeno de índole mundial. Numerosos yihadistas todavía ven atractivo al EI, responden al perfil de jóvenes marginados excluidos en términos socioeconómicos y políticos, cuyo pasado se ha visto enfrentado a dificultades personales, lo que los ha llevado a radicalizarse al entrar en contacto con los reclutadores del EI. Aunque también se dan casos de yihadistas procedentes de clase media que se han marchado para vivir “en tierras del islam”.
¿Cómo ha sido posible que una organización terrorista haya atraído a diferentes perfiles? Lo cierto es que en su momento el EI fue innovador en su estructura, en su proyecto, en su ideología, así como por su impacto comunicacional, todo esto frente al resentimiento contra las promesas hechas y no cumplidas de la Primavera Árabe que se inició en 2011 en varios países del Medio Oriente. Diferentes actores que aspiraban a la instauración de regímenes verdaderamente islámicos, la conversión de algunos partidos de gobierno y la represión de estos contra quienes propugnaron por la Primavera Árabe, convencieron a un grupo numeroso de personas, principalmente jóvenes, de que el proyecto islamista no podía materializarse a través de las urnas.
Así, el acceso a los medios masivos de comunicación tuvo un importante papel en la radicalización y atracción de jóvenes al EI, ante la percepción de la ausencia de una alternativa verdaderamente islamita. La pérdida reciente del líder del EI ha afectado a sus capacidades de ataque, empero, la ideología subyacente y el odio sectario que promovió siguen siendo atractivos para muchos extremistas. El proyecto del EI está vigente.
Al final de enero pasado, el vocero del EI, advirtió que el nuevo líder del grupo terrorista, Abu Ibrahim Al Hashimi Quraishi, ha instado a sus militantes “a una nueva faceta de operación, con un foco central en Israel, los ojos del califato, a donde quiera que se encuentren sin Jerusalén”. La inteligencia de EUA estima que el EI todavía tiene entre 22,000 y 30,000 combatientes operando en la clandestinidad en Siria e Irak. Cuenta con una militancia disciplinada y experimentada. Se estima que 30,000 combatientes extranjeros siguen vivos y libres.
Asimismo, el EI tiene suficientes armas y materiales en túneles y escondites. Aún dispone de fondos y mantiene activas sus redes de financiamiento interno con las que puede seguir costeando sus actividades. El Consejo de Seguridad de la ONU calculó que el EI retenía entre 50 y 300 millones de dólares a mediados de 2019.
Por lo demás, es posible que oculte depósitos de antigüedades y objetos culturales que podría comercializar y también continúa implicado en actividades delictivas que le generan ingresos. En el presente ha cambiado su estrategia buscando desgastar a sus enemigos a través de atentados y operando bajo esquemas de guerrilla. El EI no está muerto.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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