El viaje de Fanny, cuyo título original, Le Voyage de Fanny (Francia, 2016, 94 m.) dirigida por Lola Doillon y Los Invisibles, título original, Die Unsichtbaren (Alemania, 2017, 110 m.), dirigida por Claus Räfle, son dos películas en apariencia diferentes.
En la primera, los protagonistas son niños judíos huérfanos del Holocausto perseguidos por los nazis, mas protegidos por franceses generosos. En la segunda, son adultos berlineses que viven en una ciudad que los rechaza porque llevan a cabo “la solución final”. Ambos filmes, aunque suceden en países diferentes, comparten el mismo año: 1943. Lo más importante es que para sobrevivir, tanto niños como adultos tendrán que recurrir a la mentira. O sea, se dice a los niños que nieguen su judaísmo y adopten otro nombre. Ser otro. Del mismo modo, por ejemplo, uno de los protagonistas del filme alemán, guapa mujer de pelo oscuro, entra a un salón de belleza para que le tiñan el cabello de rubio y así parecer “alemana”.
Una diferencia entre estos dos filmes, es que mientras los niños judíos están huyendo a campo traviesa y escondiéndose por la campiña francesa; los adultos judíos en Alemania, con sus debidos pasaportes falsificados, no se ocultan; por el contrario, caminan por las calles de Berlín, entran a las cafeterías o restaurantes y cines ¿por qué hacer eso? Quizás algún lector recuerde que el mismo tema se trata en un cuento de Edgar Allan Poe, “La carta robada”. Todos la buscaron por los lugares más inimaginables y a la vista estaba expuesta. Los Invisibles muestra complejidad de tiempos, espacios, pues una serie de ancianos nos están contando a través de actores jóvenes cómo sobrevivieron. Entonces, pasado y presente aunados a estos seres forman un tapiz de historias gracias a una edición muy bien hecha. De los siete mil quinientos judíos berlineses, sólo se salvaron mil setecientos y el director Claus Räfle elige entrelazar la vida de algunos sobrevivientes.
Del reconocido cineasta israelí Eran Riklis, Refugiada, cuyo título original es Mistor (Alemania/Francia/Israel, 2014, 93m), hablada en inglés, hebreo, alemán y árabe, nos presenta un thriller que muestra otra aparente contradicción en su propuesta. Ésta es la historia de una espía libanesa que trabaja para los israelís en contra del grupo terrorista Hezbollah. La guardiana israelí que la protege, se plantea esta interrogante: ¿por qué? Bien mirado, este filme es una suerte de western urbano enmascarado de thriller ‒si esta contradicción de término pudiera existir. Como se sabe, tanto el thriller como el western son géneros cinematográficos con reglas exactas. Si dejamos de lado por un instante as llanuras, los caballos y las escopetas veremos que en el western siempre prevalece el mismo tema; hay hombres malos, la mujer es victimizada, el tiempo pasa, pero la venganza llega. Un ejemplo sería The Searchers (1956) de John Ford. En el thriller todo es válido pero debe existir una tensión constante, un suspense y un final inesperado. Ciertos filmes de Alfred Hitchcock serían un ejemplo de este género.
En ambos géneros lo que cuenta es que el director logre hacer algo original. Riklis, ha logrado que simpaticemos con ambas heroínas. La refugiada, tanto como la guardiana, han sido víctimas. La primera, por un hombre malo; la segunda, porque sus compañeros de trabajo, aunque la hayan ayudado, le han ocultado quizás a propósito, datos que ella debería saber. En este filme de Riklis, las mujeres son las heroínas y las encargadas de ejecutar la venganza pero la originalidad no reside sólo en eso, pues ya Chabrol en Las Diabólicas (1955) lo había hecho sino porque logra que dos enemigas se amisten. Y, por supuesto, Refugiada hay tensión y final sorpresivo.
Perfectas, cuyo título original es Haneshef (Israel, 2018, 97 m.), de los directores Tal Granit y Sharon Maymon, comienza exponiéndonos una juventud israelí donde predomina la vacuidad y frivolidad en esa generación de estudiantes. Pero pronto el filme tiene un cambio drástico y se transforma en una tragedia donde tres amigas serán abusadas, humilladas y acosadas por diferencias físicas y espirituales.
Mismas que para Granit y Maymon las consideran la perfección en el ser humano. Destaca la actuación de Stav Strashko porque supo imprimirle timidez, ternura y a la vez firmeza de carácter a su personaje al aceptar su destino. ¿Qué caso tiene estarse mudando constantemente si en cualquier parte te topas con un muro de prejuicios?
Si el color en el filme de El viaje de Fanny juega un papel importante por la fotografía de esos verdes lujuriosos de la naturaleza por donde huyen los niños, y en Los Invisibles predomina una penuria de colores en ese Berlín nazi, en Los que se quedaron (Hungría, 2019, 83m), del director Barnabás Thót, hay un tono sepia de la intimidad que inunda los espacios claustrofóbicos de este filme; un consultorio médico y un apartamento pequeño, modesto, austero.
El realismo se logra a través del artificio, la abstracción y el simbolismo de un color, de un sonido o de cualquier objeto. Los protagonistas son dos huérfanos de la vida, víctimas por doble partida del destino. Ella es una joven que rechaza su orfandad y él, por el contrario, como médico, la asume en su pleno dolor. Ambos han perdido a sus seres queridos durante el Holocausto y como maldición ahora su patria, Hungría, ha sido invadida por los soviéticos.
Y como filme artístico las críticas veladas se muestran de manera sesgada. Por ejemplo, ambos comentan con añoranza la época en que se bañaban bajo regadera y el agua salía caliente. El 5 de marzo de 1953 cuando Stalin muere, la cámara enfoca el mismo apartamento luminoso con vajilla puesta de una cerámica de un blanco reluciente y la luz entrando por la ventana abierta, esta brillantez nos está diciendo que para los dos, la vida seguirá un curso diferente.
Cada película sea un color, la edición, la fotografía, trae su propia recurrencia y en La ley cuyo título original es La Loi (Francia, 2014, 87m), del director Chistian Faure, destacan dos recurrencias. La primera, hay un guion absolutamente espectacular. No podía ser de otro modo, los franceses aman la verbalización en sus películas y un ejemplo sería el cine pleno de diálogos de Éric Rohmer. Pero el director Faure, hábilmente expone estos parlamentos en pasillos, subiendo y bajando escaleras para darle movilidad al filme.
La otra recurrencia que llamó la atención a la cronista, es que todos los personajes están fumando constantemente. Es una idea genial porque incluye hasta una frase que dice uno de los personajes: “un día el cigarro nos va a matar a todos”. Y en efecto, la pantalla se nubla; no es exageración. Hay que prestar atención a la cortina de humo que esconde una serie de pretensiones políticas ligadas a ambiciones personales de estos funcionarios del estado francés. Por ejemplo, cuando un consejero le dice al actor que interpreta a Valéry Giscard d’Estaing que si no vota a favor de la despenalización del aborto, a la que una mitad se opone y otra no, él y su gabinete se verían obligados a renunciar. O cuando el delegado socialista se niega a dar su voto, a menos que le cumplan ciertas condiciones, además de un largo etcétera de agendas personales en otros comisionados. El espectador se percatará que el aborto en sí y sus consecuencias, no es la prioridad. La actriz Emmanuelle Devos está impecable en su interpretación de Simone Veil (1927-2017), no se le mueve ni un músculo de la cara; no la traiciona una emoción, es un rostro inexpugnable. Hay una confesión de ella en la película que quedó perdida en la traducción, y es cuando dice: “yo, ante todo, soy francesa”. Y sí, fue una funcionaria leal a las decisiones de su país; por eso no debe causar extrañeza que haya ocupado altos cargos. Si viviese ¿qué pensaría sobre el grado de despenalización que ha alcanzado el aborto en ciertos “estados santuario” estadounidenses? Donde se lleva a cabo el “aborto total”, que en realidad es un vil asesinato pues una vez nacido el niño, si la madre decide no quererlo, un doctor lo desnuca; decisión que ha causado una repulsa unánime entre hombres y mujeres. Con estos brutales asesinatos es necesario saber que el tráfico de órganos humanos y más de un recién nacido es, en la actualidad, es un negocio que deja muchísimo dinero.
Para cualquier cinéfilo una película será recordada por su tema, por las actuaciones de algún artista favorito o por una secuencia que será inolvidable. Se citan algunas de este festival. En Perfectas sería el instante en que la mujer, enganchadora de riñones, descorre violentamente la cortina de baño para mostrar el cuerpo desnudo de una de las protagonistas. Los que se quedaron tiene ese instante en que los personajes, aterrados al oír el sonido de unas botas subiendo las escaleras, se abrazan temblando de miedo y es una fina línea en donde el amor filial y el erotismo se unen por un segundo. De tanto querer parecerse a los alemanes, cuando en Los Invisibles llega un oficial ruso y les pregunta a dos transeúntes: “y, ¿ustedes son alemanes?”, “no, somos judíos”. El militar ruso no les cree y corta cartucho para matarlos, entonces, empiezan a rezar: Shema Israel… y continúan hasta el final recitando la oración en hebreo ante el rostro estupefacto del ruso que no podía creerlo. Lo que sigue ya no se cuenta porque es de una emotividad inmensa. En El viaje de Fanny, poco importa si el papel “salvador” fue engaño o genuino. Si el director lo incluyó fue para dotar de tensión al filme y para que nos fijemos qué es lo que representa ese papel libre flotando en el aire. Quizá signifique la voluntad que tiene un líder de salvarse él y los suyos. Pero mejor no seguir para que cada cinéfilo escoja su secuencia favorita.
El 17 Festival Internacional de Cine Judío en México que Arón Margolis fundó y dirigió durante diez años, seguido por Mark Liwerant, Isidoro Hamui, tiene ahora como directora general a Fredel Saed Raffoul. ¡Enhorabuena!
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