“Sin embargo, los sentimientos no pueden ser ignorados, no importa cuan injustos o desagradecidos nos parezcan” (Ana Frank)
Enlace Judío México e Israel – Desde niña siempre me he preguntado porque miles de millones de personas ponen su alarma en la noche y se levantan en la mañana a trabajar. Por qué preocuparse por hacer el desayuno, ir al médico a la hora adecuada, pagar las cuentas cuando debes de pagarlas y hacer todas las cosas que no escogiste hacer y sin embargo haces. La respuesta es clara porque hay motivos más valiosos, objetivos que uno tiene en el corazón y que lo impulsan a moverse y hacer todas esas cosas pequeñas, o no tan pequeñas, que son necesarias. Muchas veces las emociones están en el centro de ese orden; actuamos respondiendo a ellas y vivimos el mundo que nos rodea a través de ellas.
Uno puede evitar una situación desagradable gracias al miedo que siente, buscar un lugar especial por la felicidad que le provoca o incluso dominar un pensamiento o sentimiento por la sensación de paz y tranquilidad que le trae. Finalmente, las emociones no son el único objetivo en la vida, y a veces tampoco el más poderoso, pero definitivamente son el más tangible, son la respuesta que tenemos ante el mundo de enfrente. Por eso quise explorar lo que dice el judaísmo sobre las emociones.
Las emociones en el judaísmo
Es difícil hablar de emociones en el judaísmo, porque no siempre existe una postura uniforme y clara con respecto a ellas. A veces se habla de éstas como engañosas, que pueden llevarnos a creer en una realidad que no es cierta y terminan por destruirnos o como la expresión misma de los deseos de nuestra alma y nuestro máximo contacto con el mundo espiritual.
La Kabalá divide la psique humana y la experiencia consciente en mente y emoción. Las emociones son aquello que le dan realidad a la vida que vivimos, porque nos permite interpretarla. Es la parte del ser humano que nos lleva a la experiencia y por eso la más espiritual, porque es el ámbito en que todas las fuerzas espirituales se expresan. Por eso mismo es de suma importancia conocerlas y controlarlas, puesto que sin control uno carece de dirección y se pierde en ellas. Gran parte de la Kabalá incluso del Musar (una corriente ética judía) tratan de ayudarle al individuo a entender sus emociones y controlarlas, haciendo mapas y análisis de su raíz espiritual; buscando lo que el alma expresa al sentirlas para dirigirlas correctamente.
Rab Jacob Simon cabalista reconocido, compara la relación entre la mente y las emociones con un barco, donde el capitán del mismo es la mente y el mar, el barco mismo y las olas son las emociones. Si tienes solo la mente no tienes experiencia, sólo tienes teoría, tangiblemente no tienes nada, pero si no tienes capitán no tienes dirección. Parecería ser que ese es el balance más aceptado en cuanto a este conflicto.
El retrato de las emociones en la Torá
En cuanto al texto bíblico es importante señalar algunos rasgos del lugar que la Torá misma da a las emociones. Por un lado tenemos la escenas como la de los espías donde las emociones son abrasadoras y contraproducentes. En estos pasajes los comentaristas nos recuerdan que los espías dejaron llevar por sus emociones al punto tal que éstas distorsionaron su percepción, haciéndolos creer que eran más pequeños de lo que su tamaño real y los cananitas más fuertes y más grandes. El miedo, la inseguridad distorsionaron las escenas que se presentaban frente a sus ojos e hizo que no pudieran entrar a la Tierra de Israel. Lo mismo ocurrió con los hijos de Jacobo, los celos cegaron sus ojos y no fueron capaces de discernir correctamente, ni hacer un juicio justo a Yosef. Actuaron sobre su impulso velando frente a sí mismos la verdad.
Sin embargo también se nos habla del amor de Lea hacia su esposo como algo inusual que mantuvo, el compromiso de D-os con Israel a lo largo del tiempo. Y no es de menos notar que el texto siempre se refiere a D-os con una emoción para explicar su comportamiento y trasmitir un mensaje. Esto nos señala que una de las formas más profundas de espiritualidad se encuentra en las emociones; nunca se nos dice lo que D-os piensa, pero sí se nos habla de lo que D-os quiere.
Por lo mismo cada fiesta judía nos empuja a trabajar internamente sobre una emoción distinta, Sucot nos invita a vivir la alegría, Kipur a deshacernos de la culpa, Tisha B’Av la tristeza, Shavuot el amor y compromiso a la Torá y así sucesivamente. Porque finalmente las emociones son un reflejo de quiénes somos y cómo nos relacionamos con D-os. Cuando las refinamos es que sale lo mejor de nosotros, dicen mucho más de nuestra persona que el pensamiento o la moral misma.
La tristeza en el judaísmo
Uno de los sentimientos humanos más poderosos en el hombre es la tristeza. Puede hacer que una persona pierda su trabajo por no poder levantarse, rompa una relación por el hartazgo que genera en la otra persona ese estado constante o generé un estancamiento progresivo. Puede ser intensa o medida, sin embargo es presente para el que la siente.
Muchos psicólogos y rabinos afirman que la raíz de este sentimiento parte de una sensación de pérdida o desesperanza. Rab Twerski lo describe como “la carencia de crecimiento en la personalidad.” Nos dice que cuando el tiempo avanza y nada sucede “el alma siente la mano fría de la muerte.” La tristeza hacia el final de la vida en realidad es que el movimiento o la actividad ya no es posible “ningún cambio puede ser generado, todo se congela. Esa es la diferencia esencial entre la vida y su opuesto, el alma tiene una premonición de ese final cuando está inactiva en este mundo.”
Por esa misma razón el consuelo se encuentra a través de la esperanza, a través de la posibilidad de una continuidad entre lo que se ha construido y el estado después de haberlo perdido. La vida después de la muerte es el mayor consuelo que uno persona puede tener porque la posibilidad de plenitud y crecimiento continua.
Moisés y Lea dos tipos de consuelo
En la Torá, entre varios ejemplos de tristeza que tenemos, destacan dos bastantes significativos: la de Lea y la de Moisés. La primera ocurre por la aparente falta de cariño que expresa su esposo hacia ella; mientras que la segunda ocurre cuando D-os le revela a Moisés que no podrá entrar a la tierra prometida y que su muerte se avecina pronto. En ambos casos encuentran consuelo de una forma distinta.
El paso de Lea de la tristeza a la felicidad podemos verlo en los nombres que da a sus hijos. Cada uno de los hijos es el producto de su acercamiento con Jacobo, Rubén y Simón son un recuerdo de su aflicción, que el amor de los años y de los hijos empieza a oscurecer; mientras que Levi y Judá son la viva muestra que dicho dolor quedó atrás. Son el símbolo de su cercanía con Jacobo.
Lea dedico su vida entera a la vida marital y la vida familiar, su tristeza nacía de su anhelo hacia Jacobo, de un deseo no concretado. La felicidad llegó cuando vio el fruto de su esfuerzo, cuando supo que era correspondida con la misma intensidad que ella sentía. La felicidad viene de haberse materializado su búsqueda.
Mientras que en el caso de Moisés podemos percibir el mismo amor que Lea pero en vez de ser dirigido hacia un ser humano es dirigido hacia el pueblo de Israel y la Torá. Moisés dedica su vida entera a trasmitir el mensaje de D-os, a vivir en base a los principios de la Torá y guiar al pueblo hacia ese destino. No entrar a la tierra de Israel representa no poder cumplir cabalmente la razón por la que ha luchado toda su vida; la tierra de Israel es el único lugar donde se pueden cumplir todos los mandatos divinos, donde la Torá puede florecer totalmente. El dolor que ha de haber sentido Moisés al ver su muerte sin haber entrado a esa tierra ha de haber sido enorme. Sin embargo, D-os le dio un consuelo mucho mayor, le permitió ver la cantidad de veces que el pueblo judío sería expulsado de la tierra y regresaría a ella. Le hizo ver que con él o sin él la Torá seguiría en este mundo por siempre, que era eterna. La felicidad que expresa en estos pasajes es enorme, pues más bello que ver tu trabajo concretado en vida propia es ver que los cimientos de tu esfuerzo son sagrados, que están destinados a vivir eternamente.
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