Jacqueline Kahanoff: la mirada a lo levantino

El festival de cine sefardí de Nueva York  inaugura el 23 de febrero su edición 2020 con una película del israelí Rafael Balulu sobre la escritora que indagó e hizo reconsiderar  el concepto de levantinidad.        



ENLACE JUDÍO MÉXICO E ISRAEL: Jacqueline nació en El Cairo,  en 1917, cuando la oscura Rusia  perpetraba la Revolución de Octubre y cuando  Europa entera, además del Oriente Medio,  se enfrentaban  a las tinieblas de la  Primera Guerra Mundial. Lo que se llama todo un momento de inflexión.

Fotograma de la película de R. Balulu

Sus progenitores no habían nacido en la capital de Egipto. . El padre, Joseph Shojet, había nacido en Irak;  pero de niño, con toda la familia,  y a pie,  había abandonado las riberas del Tigris para llegar hasta las del Nilo. Por el camino fueron atacados por unos bandidos y llegaron a El Cairo habiendo perdido toda la fortuna familiar para empezar una nueva vida desde cero. Esta historia la conoció Jacqueline de la boca de su padre para convencerla de que no tenía que tener miedo a la muerte por estar enferma de tifus, pues de igual manera que H´´ había salvado al abuelo Yaakov, así la salvaría a ella. Y ella no olvidó jamás esto. No era su hora.

La madre de Jacqueline, Yvonne Semla, nacida en Túnez –y muy orgullosa de su ciudadanía francesa- era la hija de los propietarios de unos grandes almacenes, “Shemla Fréres”. Los hermanos  David y Victor,  propietarios de esta empresa floreciente, eran hijos de un famoso ceramista tunecino, Yaajov  Shemla; estos hermanos, a través de madame Spid,  te  llevaban hasta  el norte de Africa todos los vestidos de moda en París. En 1907,  el negocio familiar del afrancesamiento prosperó tanto que  abrieron sucursal en El Cairo. Diez años después,  Yvonne Shemla, ya casada con Yoseph Shojet, dio a luz a una encantadora niña a la que llamaron Jacqueline.

El sustrato sefardí de la mezcla de lo tunecino con lo iraquí, sazonado  con el afrancesamiento egipcio de los hebreos cuando Egipto se independiza del Reino Unido, será un hecho que Jacqueline absorverá en su cosmopolita  juventud políglota de los felices años veinte;  Jacqueline crece vestida con linos y recostada  en una  chaise longue  social sobre los  mullidos algodones   de la burguesía judía de entonces: una gran casa en el exclusivo barrio de  Garden City, con sirvientes y chófer, champagne y  tenis,  bailes  en los grandes hoteles,  cocktails en las mejores embajadas.

A los 20 años, con una amiga del colegio, fue en tren hasta Eretz Israel para pasar la Pascua judía en casa de unos amigos de su amiga. Aunque se sintió incómoda con la idiosincrasia general de las personas del kibutz que visitó valoró la posibilidad de abrazar el sionismo.Y aunque no le gustaba el dogmatismo, se dijo que antes quería  conocer el mundo occidental para poder elegir inteligentemente en cuál desarrollarse como persona.  Así que se casó con un médico judío, de origen ruso, que estaba haciendo su especialidad en los Estados Unidos, y se fue a Nueva York cuando casi toda Europa  estaba atrapada en el nazismo y la guerra. Se divorció pronto y se puso a estudiar periodismo en la Universidad de Columbia, mientras empezaba a trabajar para el magazine Atlantic Monthtly y escribía una novela, “La escalera de Jacbob”, de inspiración autobiográfica sobre el mundo de los sefardíes de cuando ella era niña.

Pero aunque  todo parecía irle viento en popa, América le procuraba una tremenda nostalgia de toda la cultura mediterrénea de su pasado  y decidió regresar a El Cairo. No tomó en cuenta la posibilidad de estar regresando a un Egipto distinto, donde había ido creciendo el nacionalismo y su xenofobia, a la vez que se preparaba, por descontento general de la sociedad, la caída del rey Farouk  y el paso a la república. Puesto que su hermana vivía entonces en París, dejó El Nilo por el Sena.

En la Ciudad de las Luces tuvo oportunidad de conocer a intelectuales de los años ´50 -C Lévy-Strauss, por ejemplo, con quien dicen tuvo un romance; tuvo allí  oportunidad también de viajar por distintos países sobre los que también escribió. Conoció entonces al Sr. Kahanoff, que sería su segundo marido, y quien le propuso irse a vivir a Israel. Ella dijo sí a todo.

Después de vivir dos años en el Centro de Absorción de Beer Sheva, se radicó en la localidad de Bat Yam. En Israel su bagaje como periodista y novelista en Nueva York o sus contactos en París no surtían efecto alguno y escribía para magazines femeninos como La´Ishá. Poco a poco fue descubriendo y analizando la sociedad israelí de finales de los años´50. En este momento, trabajando para un periódico, combinó su siempre habitual estilo autobiográfico con el estilo de la periodista ya madura y publicó cuatro opúsculos sobre el mundo de los levantinos, por los cuales pasará siempre a ser recordada.

Su mensaje es que la modernidad está para arreglar lo que estaba antes mal , no para destruir ninguna forma de cultura. Conocedora de la  antigua y profunda conexión entre los pueblos judío y árabe , cuyas raíces están arraigadas en las historias de la Biblia,  ella cree que ese haber crecido juntos es una posible y optimista fuente de diálogo y cercanía,  una apertura opcional para poner fin al conflicto de Israel con sus vecinos. En su opinión, la negación israelí de sus orígenes levantinos es una de las causas de la división y el odio entre los pueblos, mientras que el reconocimiento de estas fuentes puede dar sus frutos.

En tanto que mujer de su tiempo nunca fue insensible a la situación de la mujer del oriente. Algunos quieren ver en ella un modelo de emancipación feminista. En su ensayo “Ser o no ser independiente”, explicó que en un país como Israel, donde la esperanza de vida de los hombres es baja debido a las guerras frecuentes, una mujer debe desarrollar una identidad propia y un círculo social independiente de su pareja, alentando  la planificación del parto  e invitando a las mujeres a trabajar para mejorar la situación financiera de la familia y preocuparse por una gran cantidad de población problemática, pero aparentemente no por motivos feministas sino sociales y nacionales.

En los años ´70 enfermó y murió cuatro  años después, en 1979,  por un cáncer de útero. Era su hora, la de reunirse con el abuelo Yaakov como cuando tuvo miedo el día que su padre la consoló en una pesadilla provocada por la fiebre  de la difteria.

 

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Pedro Huergo Caso: