Baruch Spinoza, el judío excomulgado

Enlace Judío México e Israel – Criado como judío pero ávido lector de los grandes filósofos de su tiempo, Baruch Spinoza se convirtió en uno de los pensadores más polémicos. 

Después de que los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica, a finales del siglo XV, muchos refugiados emigraron a los Países Bajos. Los judíos buscaban un país amigo, y la ciudad de Ámsterdam, en Holanda, fue uno de los principales destinos. Fue así como la comunidad judía de Ámsterdam se convirtió, a mediados del siglo XVII, en la más próspera y famosa de Europa, y llegó a su máximo esplendor en el primer cuarto del siglo XVIII, manteniéndose durante casi tres siglos como un importante centro judío.

Encontrar una Holanda tolerante fue un verdadero alivio y muchos judíos conversos que se habían visto obligados a bautizarse tuvieron la oportunidad de volver a su judaísmo. Para la primera mitad del siglo XVII, la oscura Edad Media estaba quedando en el pasado, y aunque faltaban 150 años para que los judíos de Holanda fueran emancipados, el Renacimiento había llegado y estaba dando sus primeros pasos.

En este contexto, nació en 1632 Baruch Spinoza, quien a los seis años de edad quedó huérfano de madre, y quedó bajo los cuidados de su padre. Baruch tuvo una infancia como cualquier otra, pero más tarde lograría escribir su nombre en la historia.

La niñez de Baruch no tuvo nada de especial, su padre le inculcaba continuamente el judaísmo con la esperanza de que su pequeño se convirtiera algún día en rabino. Y efectivamente, el joven Spinoza aprendió mucho de religión, pero continuó leyendo y llegó a muchos más autores con la intención de ampliar su conocimiento. Leía al filósofo inglés Thomas Hobbes y se sentía atraído, lo que lo alejaba poco a poco de su inculcado judaísmo; leía a René Descartes y fue así como Spinoza comenzó a ver su religión como un reglamento de inútiles ideas ancestrales.

Cuando Miguel, el padre de Baruch Spinoza murió, se sintió liberado para construir y escribir en base a su propia convicción. Su intención era conciliar la fe y la razón; no era el primero en hacerlo, el filósofo Filón de Alejandría ya lo había hecho en el siglo I, de hecho, Filón había dejado un gran legado comparando a la Torá con la sabiduría griega.

En tiempos más cercanos a la modernidad también existieron intentos de unir la ética con la racionalidad, con genios como Ibn Gabirol e Ibn Paquda. Sin embargo, Spinoza añadió elementos que causaron gran alboroto en la sociedad de entonces, pues desvinculó por completo la religión y la filosofía, apartándose del racionalismo aristotélico, maimonideano o de cualquier otra filosofía; de hecho, sus críticas a uno de los más grandes de la historia judía, Moshe Maimónides, llegaron más lejos cuando Spinoza dijo “podemos descartar el punto de vista de Maimónides como dañino, no viable y absurdo.”

Así pues, aquel niño que había sido educado como judío, ahora era un joven adulto que decía que Dios nunca se reveló, y que la Torá más bien es un texto de origen humano que sirve para el pueblo de Israel como constitución. “Es un hecho que el Estado no puede mantenerse sino por leyes que obliguen a todos los ciudadanos” (Spinoza, Tratado teológico político cap III, pág 10).  Y que como constitución, debía permitirse su libre e individual interpretación, pues de lo contrario, la religión se convierte en una herramienta para inculcar el miedo, provocando sociedades temerosas, controladas y con un bajo intelecto.

Estos atrevidos pensamientos lo diferenciaron de su homogéneo contexto, sin embargo, Baruch Spinoza no era en lo absoluto ateo, de hecho, Spinoza estaba obsesionado con Dios, pues pensaba que Dios era tanto que era todo, que sus extensiones se traducían en todo lo existente, que Dios era la naturaleza y que la naturaleza era Dios, quien no solo era espíritu eterno, sino cuerpo infinito, y es aquí donde viene un punto de ruptura, pues decir que Dios es también cuerpo, contradice las creencias judías.

Otra de sus fuertes declaraciones fue poner en duda el poder divino de los profetas, diciendo que eran solo hombres comunes con un intelecto más desarrollado. Fueron estas ideas las que provocaran que ante los ojos de los judíos de la época, Baruch fuera considerado un absoluto blasfemo.

La sociedad judía que rodeaba a Spinoza era una sociedad que luchaba por mantener vivo el judaísmo, lo que no era un reto sencillo, pues sin duda, enfrentaban un tiempo de movimiento; un entorno donde la religión pasaba de moda y las ciencias y el racionalismo ganaban terreno. Sin embargo, el racionalismo de Spinoza no pretendía dejar a Dios fuera del saber y del intelecto, es cierto que se atrevió a plantearlo como un ser limitado e imperfecto; pero estas críticas no interferían con sus sentimientos, que afirmaban que “el amor a Dios es el más constante de todos los afectos” (Spinoza, La ética, cit V pág 371).

Los judíos ortodoxos de Ámsterdam en el siglo XVII, no toleraron la blasfemia de sus palabras y de sus textos, y sin tantos rodeos, lo tomaron como un insistente panteísta. Finalmente, el 27 de Julio de 1656, Baruch Spinoza fue excomulgado de la comunidad judía.

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío

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Nadia Cattan: