Enlace Judío México e Israel – Avigdor Lieberman ha declarado que va a recomendar a Gantz para primer ministro de Israel. Eso cambia la ecuación por completo, y hace que sea más probable que sea Gantz quien reciba la encomienda por parte de Rivlin, y Netanyahu quede relegado al papel de líder de la oposición. Pero, en realidad, podría ser un terrible error por parte de Lieberman.
En otras ocasiones he explicado que, en el singular sistema electoral israelí, no necesariamente quien tiene más votos es quien queda como primer ministro.
Los resultados de la elección del lunes pasado parecían claros: Netanyahu obtuvo un mejor resultado que Gantz, traducido en 36 escaños para el Likud y 32 para Kajol Laván, y por ello todo el proceso fue visto como una victoria para el todavía primer ministro (aunque interino).
Pero también se señaló que su posible coalición sólo tenía 58 escaños, así que le faltaría convencer a tres diputados más para poder formar gobierno. De no lograrlo, existía el riesgo de ir a una cuarta ronda electoral.
Se señaló además que esa situación la estaba provocando Avigdor Lieberman, que con 7 escaños ganados para Yisrael Beitenu, seguía siendo el hacedor de reyes. Es decir, el que podía decidir la solución final del conflicto. Justamente por su indecisión es que ni Netanyahu ni Gantz habían logrado formar un gobierno tras las elecciones anteriores. Sin el apoyo de Lieberman, ninguno alcanzaba la mayoría mínima requerida para integrar una coalición gobernante.
El anuncio de Lieberman de que va a recomendar a Gantz cambia toda la ecuación. Por fin le da, aparentemente, al líder de la oposición la posibilidad de integrar una coalición de 62 diputados. Entonces, aunque el Likud y Netanyahu hayan ganado con una clara ventaja, sería Gantz quien se convertiría en primer ministro. Netanyahu quedaría como líder de la oposición.
Pero ¿realmente está resolviéndose el problema? ¿Va a ser efectiva la decisión de Lieberman?
La verdad es que no necesariamente.
El primer problema que va a tener Gantz —ya lo tuvo tras la elección de septiembre de 2019— es que integrar su coalición no va a ser nada sencillo. De hecho, la tiene más difícil que Netanyahu, porque tiene que meter en el mismo saco a dos grupos irreconciliables: en un extremo están los partidos árabes (con 15 escaños) y la coalición de izquierda (con 7 escaños); en el otro, el propio Avigdor Liberman con su partido de extrema derecha.
Incluso hoy tenemos un factor que no existía en septiembre de 2019, y que le va a complicar todavía más el asunto a Gantz: el plan de paz propuesto por EE.UU., que contempla anexiones para Israel en Cisjordania. La Lista Conjunta árabe va a exigir que Gantz se declare en contra de su implementación; la coalición de izquierda seguramente tomará la misma postura.
Entonces Gantz se enfrenta al singular problema de que si cede a estas exigencias, pone en riesgo el apoyo de Lieberman, pero —peor aún— le confirmaría a la sociedad israelí lo que Netanyahu viene diciendo desde hace meses: que Gantz podría traicionar los intereses de Israel con tal de obtener el apoyo de los árabes.
Es un problema muy complejo que probablemente provoque que Gantz no logre integrar una coalición de gobierno.
Ahora bien: suponiendo que por un momento todos los partidos de oposición dejaran de lado sus diferencias y le dieran el apoyo necesario a Gantz para poder formar gobierno, la realidad es que eso no solucionaría la crisis. Sólo la aplazaría. Más temprano que tarde, las diferencias irreconciliables aparecerían, y bastaría con que uno solo de los grupos abandonara el gobierno para que se tuviera que convocar a nuevas elecciones. Si la Lista Árabe se retira, la coalición de Gantz sólo tendría 47 escaños; si se retira la coalición de izquierda, sólo tendrían 55; lo mismo pasaría si se retira Lieberman; y si se retiran árabes e izquierdistas, Gantz quedaría sólo con 40 escaños.
Lo más probable, entonces, es que la siguiente ronda electoral se diera en un año y no en seis meses. Es decir, sólo se prolongaría la agonía.
Pero habría una diferencia enorme: Netanyahu tendría todos los argumentos a su favor para demostrar que, efectivamente, no se podía confiar en Gantz. Ni en Lieberman.
Y eso, muy probablemente, sería el combustible para una victoria aplastante del grupo liderado por el Likud.
La única situación que pondría una variante en este caso sería que Netanyahu perdiera el juicio en su contra por corrupción, que muy factiblemente concluiría con un arreglo en el que Bibi se retiraría de la política a cambio de una amnistía. Pero eso no cambiaría el fondo de la situación: quien quede como líder del Likud tendrá exactamente las mismas ventajas para aplastar a Gantz, Lieberman y sus partidarios.
Hay otro panorama todavía peor: si el poder judicial israelí decide que Netanyahu es inocente, entonces también podrá usar como argumento que siempre estuvo sometido a una persecución política, y que todo el drama de las tres (o cuatro, o cinco) elecciones fue un mero berrinche de una oposición mezquina y antidemocrática, que quiso tumbarlo en la corte porque no podían derrotarlo en las urnas.
Y tendría razón.
En ese panorama, es casi seguro que su victoria en un nuevo proceso electoral sería contundente y dejaría completamente aplastados a Gantz y a Lieberman.
Así que Lieberman está jugando con fuego. Está apostando todo su capital a una carta muy riesgosa. O, como decimos en México, está echando toda la carne al asador.
El problema evidente es que hay algo de lo que no cabe duda: el colmillo político de Netanyahu es infinitamente más grande y retorcido que el de Gantz, incluso que el de Lieberman. Bibi sabe que puede esperar. Sus oponentes parecen demasiado urgidos para construir la coalición que lo deje fuera de la jugada.
Pero precipitarse nunca ha sido buena estrategia.
Me quedo con la sensación de que el partido de ajedrez entra a su fase más interesante, pero Gantz y Liberman parece que están jugando damas chinas.
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