Llevar a cabo la educación inclusiva dejando de lado los diagnósticos

Inclusión dentro de la educación es un término que valdría la pena detenerse a repensar, formulando preguntas sin asumir respuestas de manera acelerada.

Enlace Judío México e Israel – Inclusión es un término que tiene una gran distancia entre la teoría y la práctica, probablemente porque el concepto se utiliza de manera superficial y sin detenerse a pensarlo.

ALBERTO TARTAKOVSKI FUHRMAN

Pareciera que se ha mal entendido o no se ha querido entender, por lo tanto, valdría la pena detenerse a repensar de qué trata, formulando preguntas sin asumir respuestas de manera acelerada.

Vivimos en tiempos donde se ha priorizado la observación sobre la escucha. Como si lo que vemos nos diera autorización para actuar y lo que oímos quedara como algo secundario.

Posiblemente los adultos ya no nos sentimos con la confianza necesaria para sostener nuestra palabra y por ello recurrimos a manuales diagnósticos que parecieran ser verdades inamovibles.

Decimos que los manuales están avalados por expertos. Lo más interesante de todo, es que esos expertos nunca han estado dentro de un aula de clase.

Valdría la pena pensar, ¿por qué necesitamos de un amo (en este caso de un manual) que nos dictamine cómo actuar? Nuestra experiencia dentro del aula no es poca cosa, de hecho, es un quehacer arduo que se va tejiendo día a día. ¿Cómo empezar a actuar por nuestra propia autorización?

Recordemos que las imágenes sin acompañamiento de palabras son engañosas. Éstas son el efecto de un recorrido histórico. Si no nos detenemos a escuchar ese recorrido, lo más seguro es que caigamos en la trampa.

A la imagen la hemos colocado en un lugar objetivo, pero se nos ha olvidado que con lo que tratamos no es con imágenes, con conductas o con registros sino con personas. Niñas, niños, jóvenes, adultos, personas llenas de historias, de circunstancias, de sentido y de sin sentido, humanas cargadas de subjetividad. Las imágenes son inmovibles, las personas afortunadamente nos podemos mover.

Propongo pensar los diagnósticos como imágenes, cada una de éstas formadas a partir de características observables, por lo tanto “objetivas”.

Cada una de éstas nos permite pensar en una serie de posibles diagnósticos y punto. No hay cabida para ir más allá. Recordemos que las imágenes que hoy llamamos diagnósticos fueron formadas a partir de criterios, determinados por una serie de “expertos” que saben mucho de neurología y psiquiatría, pero poco de subjetividades.

Estos criterios surgen a partir de la observación de los diferentes, de aquellos que no son como la mayoría, de los anormales. Tristemente vivimos en un mundo, en una sociedad que categoriza entre normal y anormal; tanto así que tenemos que utilizar la palabra inclusión.

Paradójicamente, lo normal no siempre es lo correcto. Vale la pena detenerse en nuestra sociedad mexicana para saber que lo normal es la corrupción sabiendo que no es lo correcto.

Las imágenes hacen desaparecer el nombre propio. Cuando uno se encuentra viendo una imagen en un periódico o en la televisión deja de lado a la persona.

No pensamos en que Mario, José y Regina murieron, sino que hubo tres muertos en tal lugar. ¿Se dan cuenta? sus nombres han desaparecido. Algo similar sucede en las escuelas, cuando dejo de escuchar y solo me pongo a observar se pierden los nombres propios de mis alumnos.

María, Francisco y Susana pasan a ser imágenes, diagnósticos para convertirse en Asperger, Negativista Desafiante y TDAH. Su singularidad ha muerto, se han convertido en objetos, específicamente en objetos de estudio que hay que manejar según dictamine un completo extraño, que pareciera que sabe mucho más de María, Francisco y Susana que de lo que saben ellos mismos de sí.

Hemos dejado de escuchar la historia personal de nuestras niñas, niños y jóvenes por diversas razones, a mi parecer principalmente por comodidad. Escuchar implica comprometerse. ¿Qué tan fácil es esto para un docente que cuenta con su propia historia llena de diversas situaciones, afectos y pensamientos?

Escuchar es una de las acciones más complejas por su propia naturaleza. Para poder escuchar uno tiene que estar dispuesto a escuchar, incluso lo que le genere incomodidad.

La escucha está plagada de inconvenientes en el sentido de que no todo tiene sentido. Hay que aventurarse a la sorpresa, a la novedad, a la expectativa, al equivoco, a la falla, a la falta y a lo que ahí pueda acontecer.

No es fácil soportar la angustia, sin embargo, hay que sostenerse. ¿Se dan cuenta de lo complicado que es comprometerse a escuchar?

Es por esto y por comodidad que existen las evaluaciones neuropsicopedagógicas, donde se privilegia la observación sobre la escucha, quedando uno exento de todo involucramiento.

Las cosas que hoy en día les suceden a nuestros alumnos tienen que ver con todo menos con ellos, puesto que quedan por fuera de su propia historia de vida.

Qué más da si su madre lo sobreprotege, si su padre todo el día trabaja y no tiene tiempo para jugar con ella, si su maestro lo regaña frente a todos, si su novio le puso el cuerno con su mejor amiga o si su abuela está a punto de morirse, si la causa de lo que le sucede se encuentra en su cerebro, sus neuronas y sus neurotransmisores.

La solución no está en lavarse las manos, sino en dar cuenta de que el problema nos aqueja a todos. A todas y a todos como sociedad. Ustedes mejor que nadie saben que un diagnóstico no hace cambios a favor del alumno dentro del aula de clase. De hecho, me atrevo a decir que entorpece, que excluye y nos aleja de la posibilidad de escuchar.

Maestras y maestros tenemos la posibilidad de hacer cambios, empezando por nosotros mismos. Nuestra forma de hacer vinculo puede ser y hacer la diferencia para nuestras alumnas y alumnos.

Las conductas “anormales” son expresiones de auxilio, formas de descargar el ensordecimiento que se ha tenido hacia nuestros jóvenes. Por ello invito a que no seamos cómplices, no seamos indiferentes ante la diferencia.

Basta de continuar por el camino de la patologización de las diferencias. Todas y todos somos diferentes, afortunadamente. Empecemos a aceptar que las diferencias y las dificultades son parte de la vida misma.

Abordémoslas desde otro lugar. Afrontemos nuestros propios miedos, escuchándonos.

Comencemos a utilizar nuestra capacidad creativa, atrevámonos a jugar con lo que proponen nuestras alumnas y alumnos, quizás hasta nos sorprendamos. Justamente hay que apostarle a la sorpresa porque pareciera que ya todo está dicho, lo cual es imposible. Contemos con nuestra voz que es propia, una herramienta maravillosa.

Hagamos equipo a partir de la no señalización del otro. Más bien, acompañemos al otro con sus deseos y vicisitudes. La inclusión es una cuestión de todos para todos, todos somos únicos y cada uno cuenta con sus propias cosas, buenas, malas, difíciles y fáciles.

Si somos capaces de transmitir algo de esto, si nuestros estudiantes pueden dar cuenta de que nosotros también somos humanos y por lo tanto también tenemos fallas, podrán y podremos transitar en un mundo con menos culpas.

Es importante dejarnos de perseguir, de investigar quién tiene la culpa como si pudiéramos hallar al culpable. Dejemos de culpar y de culparnos. Es tan valido sentirse bien como sentirse mal.

Hemos tapado el malestar de una manera desesperada como si éste no pudiera mostrarse. Queremos encontrar soluciones ante problemas que aún no han llegado.

Demos oportunidad de hablar, de desplegar nuestro sentir. Cada vez hay menos espacios para poder dialogar, vivimos contra tiempo, presionados, yendo a quien sabe dónde. Encontremos pausas, respiremos e innovemos. Incluyamos.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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