Enlace Judío México e Israel – La humanidad ha empezado a comprender, finalmente, que somos sólo parte de la biosfera de nuestro planeta. Que nuestras acciones tienen una profunda repercusión a nivel planetario. La ciencia ha descubierto que somos ecosistemas compuestos de ecosistemas, fuertemente acoplados e interdependientes. No somos árboles individuales, somos más parecidos a los bosques.
DR. ALEJANDRO FRANK HOEFLICH EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
La afectación a cualquier componente del sistema se transmite y afecta en cascada a todos los demás. Afectamos y nos afectan todas las estructuras físicas y biológicas, a todas las escalas. Hemos por fin entendido, con pasos lentos y dolorosos, que no somos el centro del universo: que la especie humana está íntimamente conectada con todas las demás y con su entorno físico y químico. Cada ser humano individual es un conglomerado de virus, microbiota, células y órganos. Y esta pirámide continúa, ya que cada grupo humano está constituido a su vez por familias, organizadas en barrios, colonias, ciudades, países- y continentes, en interacción con miriadas de especies interdependientes entre sí.
Estamos viviendo hoy una extraordinaria transición, una perturbación inédita, un cambio de fase global.
Los ecólogos fueron los primeros en entender lo que ocurría. En el Parque Nacional de Yellowstone, observaron durante el siglo pasado un fenómeno extraordinario. Allí el desequilibrio empezó desde arriba de la cadena ecológica, con la extinción forzada de los lobos en 1926, provocada por nuestra especie. En forma por demás acelerada, la ausencia de depredadores modificó las relaciones entre especies vegetales y animales, así como sus interacciones. Los alces proliferaron, defoliaron plantas y arbustos, las aves dejaron de anidar, y así una cadena de efectos encadenados e inesperados. Hasta los ríos modificaron su curso. El problema se resolvió lentamente, restaurando a los lobos empezando con 14 en 1995. Se llegó así, poco a poco, a un nuevo equilibrio, diferente al anterior.
El desequilibrio que estamos enfrentando, la pandemia del COVID-19, se ha iniciado desde el otro lado del espectro, de lo más profundo, lo invisible de nuestro ecosistema global. Pero, de nuevo, los que hemos causado este desequilibrio global, hemos sido los humanos. Los virus, pequeños envoltorios que contienen un puñado de genes egoístas (los replicadores de Dawkins), y que se reproducen a través de nosotros, saltaron desde otras especies cuyos territorios hemos invadido cada vez más. Estos saltos han ocurrido muchas veces a través de la historia, pero nuestro explosivo crecimiento poblacional y enorme movilidad han acelerado la velocidad con que estos microorganismos se propagan.
Nuestra única defensa, por el momento, es nuestra capacidad de comprender el fenómeno infeccioso para combatirlo. Nuestra mejor arma es nuestra capacidad científica. Sin embargo, sin duda nuestra mayor desventaja es la dificultad para organizarnos y ser solidarios para restaurar un equilibrio que depende de todos. No es posible resolver el problema por fracciones, por países o regiones. El virus no distingue fronteras ni agendas políticas.
Irónicamente, para poder prevalecer, la lección más importante es que no podemos, no debemos seguir actuando como los virus, concentrados exclusivamente en sus intereses, en multiplicar su poder e invadir todos los territorios accesibles.
Es momento de actuar colectiva y solidariamente para intentar restaurar el equilibrio a nuestro planeta lo más pronto posible. Tendrá que ser un nuevo equilibrio. Tendremos que cambiar para evitar futuras pandemias. Esperemos que sea un equilibrio más consciente de nuestro entorno y de nuestra biósfera compartida.
Termino con una nota optimista.
Ciencia y Humanidad
Sobrevivirá la humanidad. Somos resilientes. Pronto tendremos vacunas. Agentes químicos existentes y otros en desarrollo van a combatir al virus con efectividad. Existe hoy una inédita unión internacional entre los científicos. ¡Hay esperanza! Nosotros, los mayores, hemos tenido una vida muy privilegiada. Por fortuna, sabemos que el virus no es tan peligroso para los jóvenes. ¡Viva la ciencia y la solidaridad!
*El autor es coordinador general del Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM y miembro de El Colegio Nacional.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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