Enlace Judío México e Israel – La pandemia es una oportunidad para pensar, no tanto en las desgracias que implica sino en quiénes somos, en qué somos. Te presentamos una conversación entre Carol Perelman y Pepe Gordon, a razón de la ciencia, la poesía y el tiempo convulso que nos tocó vivir.
Para el escritor y periodista Pepe Gordon, la ciencia y la poesía no solo no son antagónicas sino que poseen características comunes que nos pueden ayudar a liberarnos de la prisión perceptiva en que vivimos; que nos permiten ir más allá de la caja en que nuestros sentidos y la sociedad nos han insertado.
“Tanto en la ciencia como en la poesía estamos hablando de descubrimientos que tienen otras metodologías pero que no dejan de ser descubrimientos. Por otra lado, ciencia y poesía despiertan nuestra capacidad de asombro, despiertan nuestra curiosidad. Y finalmente, ciencia y poesía tienen la capacidad de vincular mundos.”
En una conversación remota con nuestra colaboradora Carol Perelman, el autor de Gato encerrado (Sexto Piso, 2019) hace gala de su singular apreciación del mundo, de su amor por el conocimiento y por el lenguaje, para invitarnos a pensar en la presente crisis como una oportunidad de redescubrimiento personal y colectivo que puede ayudarnos, no solo a sobrevivir la pandemia sino a construir un futuro en el que estemos mejor conectados.
Mientras que la ciencia crea los vínculos mediante ecuaciones, “la literatura, la poesía y el arte lo hacen a través de metáforas. Pero eso es exactamente lo que quiere decir ‘metáfora’. Viene de la palabra griega ‘mudanza’. Y esto quiere decir que mudamos de un lugar a otro lugar un concepto, otro concepto, vinculamos y armamos, conectamos mapas del mundo.”
Para Gordon, es triste que no seamos capaces de ver que en la ciencia también juega un papel muy importante la imaginación. “La imaginación científica es verdaderamente fascinante. Por ejemplo, cuando se descubren las ondas gravitacionales. El problema era detectar los niveles más finos de la naturaleza. Detectar una onda gravitacional es el equivalente a descubrir, dentro de una fotografía del tamaño de una galaxia, un objeto del tamaño de balón de futbol.”
Y entonces nos explica, con un ejemplo como, al igual que los artistas, los científicos deben poner a trabajar la maquinaria de su imaginación para comprobar empíricamente lo que antes se ha teorizado en el abstracto terreno del papel y el lápiz. Como las perturbaciones que captan los aparatos son tan finas, tan delicadas, no se pueden distinguir del paso de una vaca “que está caminando a 20 metros de la casa.”
“La ciencia, entonces, te propone algo que requiere una imaginación enorme: te dice ‘vamos a hacer dos aparatos parecidos y los vamos a poner a 3,000 kilómetros de distancia uno del otro. Y entonces, si detectamos un impulso al mismo tiempo, aunado con otros parámetros matemáticos, es muy probable que estemos detectando una onda gravitacional.”
Y así es como se descubrieron las ondas gravitacionales, dice, “pero requirió una gran imaginación científica, una gran creatividad, que yo siempre he apreciado en mis amigos que se dedican a hacer ciencia. Y creo que eso es lo que hay que comunicar, que esa gran imaginación que a veces pensamos que es privilegio del arte, está discurriendo en la ciencia, y que también esa imaginación tan maravillosa que se despliega en el arte, a veces es inspiradora de grandes hallazgos para los científicos, porque de lo que se trata es de abrir mapas del mundo.”
La pandemia
Ineludible, el tema de actualidad brota en la conversación. Para Gordon, quien reconoce que la crisis actual está imbuida de tragedias humanas lamentables, vivimos una situación muy distinta a la que debieron enfrentar nuestros antepasados durante las grandes pandemias históricas, como la peste negra.
“Hay que plantear que, en ese entonces, se consideraba que la peste estaba asociada a demonios malditos que estaban en el aire. Y el problema es que si tú te enfrentabas a demonios malditos, invisibles, (de los) que no conocías cuál era la naturaleza, simple y sencillamente se esparcía y estas epidemias y pestes duraban hasta diez años.
La diferencia que tenemos hoy en día, sin de alguna manera minimizar o plantear que no es un problema serio el que estamos viviendo, es que en tan solo dos semanas se pudo tener la secuencia de lo que es este virus, que sabemos que hay bacterias, que hay virus, que hay patógenos y que los podemos estudiar, podemos estudiar sus estructuras, y que entonces podemos precisamente ver cómo los podemos enfrentar. Y esto creo que es una diferencia fundamental.”
El conocimiento nos da herramientas. Sabemos quién es nuestro enemigo y cómo enfrentarlo. Sabemos cómo aislarnos físicamente para evitar que se multiplique. Tenemos pistas que nos ayudarán a desarrollar medicinas y vacunas para combatirlo. “Pero la parte más importante es compartir información.”
“Hay un investigador muy interesante de la India, un ingeniero en telecomunicaciones, Sam Pidroda, que decía que uno de los problemas que tenemos hoy en día es que tenemos una mentalidad del siglo XIX, procesos del siglo XX y necesidades del siglo XXI.
Entonces, las necesidades del siglo XXI se deben de enfrentar con la democratización del conocimiento, compartir información. Y esto creo que es vital en estos días porque, desafortunadamente, para enfrentar estos problemas, a veces surgen las malas noticias, que llevan al pánico y que llevan a situaciones que son verdaderamente de descontrol y que añaden un virus terrible, que es un virus social, que es el virus del miedo.”
Así pues, nos encontramos ante una aparente paradoja: compartir información sin diseminar un miedo irracional que paralice. “Como nunca, es importante compartir información pero información que precisamente proviene de la ciencia y que no estemos tomando nuestras recetas al antojo, al arbitrio, pensando que ‘bueno, ya se hizo una prueba de que a lo mejor esto podría funcionar…’ pero si no está avalado todavía por la comunidad científica, yo creo que tenemos que tener prudencia, este problema, tarde que temprano, pasará, y pasará mejor si estamos más organizados, si tomamos medidas para cuidarnos los unos a los otros y también para descubrir algo que es muy importante.”
Y entonces, en una digresión aparente, Gordon recuerda Cien años de soledad, la novela emblemática del premio Nobel Gabriel García Márquez. En el mítico Macondo, una epidemia de insomnio azota a los habitantes. Al insomnio, recuerda Gordon, le sigue el olvido.
“Y lo primero que se empieza a borrar son las memorias de la infancia. Y luego se te empiezan a borrar los nombres de los objetos. Pero entonces la gente del pueblo empieza a decir ‘¿por qué no entonces marcamos los nombres en las cosas?’ Entonces, si tenemos una silla, agarramos un marcador y le ponemos ‘silla’ y si tenemos una mesa le ponemos la palabra ‘mesa’ y si tenemos una planta le ponemos la palabra ‘planta’… Pero el problema es que después nos vamos a olvidar para qué sirve la silla. Entonces, tenía que ponerse una descripción del concepto: ah, ‘silla’, sirve para sentarse. Vaca… y le tenían que poner un letrero a las vacas con la descripción de para qué sirve: sirve para que nos dé leche y la leche nos sirve para luego mezclarla con café y tener nuestro café con leche. Pero el olvido progresivamente se va dando hasta que llega un momento que olvidamos nuestra misma identidad y olvidamos nuestra consciencia de ser y de existir.”
Pepe Gordon advierte que este otro virus, el virus que ocasiona la epidemia del olvido, ha penetrado en nuestra sociedad y nos ha hecho olvidarnos de qué somos y de qué son los otros, “y entonces creo que, cuando estamos hablando de quédate en casa, creo que deberíamos de dar un giro de tuerca más y decir ‘quédate en casa y regresa a casa’, y regresar a casa quiere decir volver a recuperar la memoria de lo que somos, que a veces se ha perdido, precisamente, con este virus del olvido y del insomnio.”
¿Qué somos?
Somos muchas más posibilidades de las que nos imaginamos, dice Gordon. Y luego regresa a la ciencia para ayudarnos a recordarlas. “Parece que estamos encerrados; incluso si vamos más lejos, no tan solo estamos encerrados en una casa, sino estamos encerrados en nuestro cuerpo. Pero hay una ventaja enorme que ocurre porque tenemos un cerebro que tiene 100 mil millones de neuronas.”
Una cifra inimaginable. “Hay galaxias que tienen 100 mil millones de estrellas; entonces, vamos a hacer un símil: es como si tuviéramos una galaxia en el cerebro. Y si tenemos una galaxia en el cerebro, eso quiere decir que esas posibilidades combinatorias de creatividad y de imaginación, eso es lo que somos.”
En Gato encerrado, Gordon parte del experimento de Hubel y Wiesel con gatos recién nacidos para hablar de nuestras aparentes limitaciones. Los premios Nobel, que sabían que los nervios ópticos de los gatos se desarrollan después de nacidos, metieron gatos recién nacidos en cajas donde solo podían ver figuras horizontales. Cuando los liberaron, los gatos tropezaban con las patas de las sillas y de las mesas, pues eran incapaces de ver lo vertical.
“Entonces, cuando nos preguntamos qué es lo que somos, pues somos también muchas veces la cárcel perceptual en la que nos encierra nuestra neurofisiología, nuestra educación, nuestro entorno. Pero la buena noticia es que la ciencia y el arte abren boquetes precisamente en esa cajita en la que también nosotros estamos, no solo los gatos, para entonces poder ver lo que no podíamos ver. ¡Quién soñó alguna vez que podríamos tener una fotografía de un agujero negro¡ ¡Cómo pudimos extender nuestros sentidos hasta el grado que los agujeros negros tienen una selfie cósmica a través de nosotros!”
Nosotros y los otros
“Entonces, esas posibilidades nos abren a lo que somos y nos abren a entender que nuestra casa no es nada más donde dormimos, en donde hacemos las actividades de familia. Nuestra casa es más amplia. Nuestra casa tiene que ver con nuestro vecindario, nuestra casa tiene que ver con nuestra ciudad, nuestra casa tiene que ver con nuestro país, y si vamos extendiéndonos, realmente, la definición que hemos tenido de “casa” es una definición muy pobre.”
Para Pepe Gordon, “estamos en una casa cósmica. Cuando estamos hablando en este momento, todo nuestro planeta está girando tan lentamente que ni nos damos cuenta de que gira alrededor de su propio eje y que gira también alrededor del sol, pero estamos en el mismo barco, estamos en la misma casa, y tal vez, esta llamada de atención con la que nos confronta el coronavirus es una oportunidad también de vernos un poquito más ampliamente y descubrir que si no cuidamos de nuestra casa —y eso quiere decir también cuidar del otro—, no estamos entendiendo de qué se trata este problema y, sobre todo, no estamos entendiendo las posibilidades de la vida.”
Recurriendo a otra novela clásica, esta vez La peste, el escritor nos recuerda que su autor, Albert Camus, “planteaba que en las pestes, en las epidemias, se descubre el cielo y el infierno, lo peor del ser humano y lo mejor del ser humano, y yo creo que esto es lo que debemos de aprovechar, esta invitación a descubrir lo mejor de nosotros mismos y a empoderarnos, a pesar de que podamos sentir impotencia de estar encerrados, de no poder ayudar de la medida posible, en la medida de lo posible, para tratar de ver también cómo nos preocupamos por el otro, cómo ayudamos a los otros, cómo podemos ver que si la gente que está afuera de casa viene a recoger nuestra basura, qué podemos hacer nosotros también para ayudarlos, para darles un plato de alimentos, bien desinfectado, y darnos cuenta de que la salud de nosotros está vinculada a la salud de los otros.”
Un reto aún mayor
“No sabemos lidiar con lo invisible”, dice Gordon. Pese a que poseemos herramientas que nos permiten saber con certeza que el enemigo está ahí, sea este un virus o los cloroflorocarbonos de los que nos alertó Mario Molina, premio Nobel de química, “como no lo vemos, no nos damos cuenta de la dimensión del problema.
“Si, por ejemplo, los virus pudieran iluminarse y pudieran ensancharse y los pudiéramos ver, entonces estaríamos dándonos cuenta más claramente de lo que quiere decir la palabra ‘exponencial’, porque ‘exponencial’ es nada más un concepto abstracto, pero tratemos de hacer el ejercicio de ver qué es lo que quiere decir que se vaya multiplicando una y otra vez, y que podamos imaginar que ahí está pasando un problema aunque no lo podamos ver, que es lo mismo que sucede con el calentamiento global, y si lo llevas más lejos, incluso lo que sucede con las relaciones interpersonales.”
Así llega la conversación a un terreno en apariencia diferente. “No podemos leer el pensamiento o ver el pensamiento del otro pero las mujeres, por cierto, siempre han sido más capaces para decirnos ‘¿Qué no te estás dando cuenta lo que estoy sintiendo?’, y los hombres, de manera muy estúpida, tenemos que decir ‘no, necesito que me lo digas verbalmente porque si no, no entiendo nada’.
“¿Qué quiere decir? Que tenemos que estar más alertas a leer entre líneas, a leer lo invisible, con los instrumentos que nos da la ciencia, con los instrumentos también que nos da la empatía, para poder leer lo que está en los ojos del otro.”
Pero también con la imaginación. Y ahora Gordon cita a Carlos fuentes, que “decía que destruimos al otro cuando somos incapaces de imaginarlo. Imaginarlo quiere decir imaginarlo en toda su riqueza. Lo que a veces solemos hacer es etiquetar a la otra persona como si fuéramos entomólogos y, con un alfiler, lo clavamos como si fuera un insecto y decimos ‘ya estás clasificado, ya sé quién eres, ya sé cómo piensas, ya sé cómo vives, ya sé cómo respiras….’ Eso es lo que aveces está pasando en las redes sociales con las grandes empresas que tratan de descubrir los algoritmos de nuestros deseos, y que a veces saben más de nosotros de lo que nosotros sabemos de nosotros mismos.”
La invitación que nos hace Pepe Gordon es a descubrirnos más allá de los impulsos superficiales, de la personalidad. Hay que usar también el acceso a nuestros sueños, a nuestros deseos más profundos, “que se abren precisamente con la imaginación artística, y que precisamente también nos sacan de los límites en los que los otros nos encasillan.
“Me acuerdo que George Steiner, este gran crítico de la cultura, planteaba que los sueños a veces tienen que ver con el presente. Y que realmente, el sueño es algo en donde los tiranos no pueden penetrar. Entonces, esa es la parte que debemos de volver a descubrir.”
Una soledad acompañada
“David Grossman le llamaba a este tipo de sueños y de deseos más profundos, el Libro de la gramática interna. Y ¿qué quiere decir el Libro de la gramática interna? El libro de las palabras de la intimidad, que han sido secuestradas por la información superficial con la que nos movemos.”
Ahora, ante la crisis y en medio del estado de inmovilidad al que nos ha confinado la pandemia, es tiempo de “recuperar esos lenguajes de la intimidad, recuperar esos lenguajes internos. Para ello utilizamos la poesía, para ello utilizamos la creatividad, para ello utilizamos también el humor, en donde descubrimos que, cuando estamos frente a una gran literatura, frente a un gran libro, somos una soledad acompañada.”
En la mirada vivaz de Pepe Gordon, expuesta al mundo a través de la pantalla, las ideas parecen fluir inabarcablemente. Encuentra las palabras necesarias para darle cause al río. Pone la poesía al servicio de las ideas, al servicio del otro, de los otros:
“Y en estos días, precisamente, en donde tenemos que estar de alguna manera recogidos, creo que, como nunca, tenemos que descubrir que somos una soledad acompañada y que podemos seguir conversando con Platón, y que podemos conversar también con aquella persona que parece estar distante en el espacio, pero que estamos vinculados, gracias también a la tecnología con la que contamos hoy en día, por medio de la cual podemos abrazarnos, mucho más allá de las distancias que pensábamos que nos limitaban.”
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