A mediados de S XIX, la existencia de una mujer judía que escribía versos en hebreo causó una gran sensación en la Europa germano-parlante.
La lengua hebrea -la lengua santa- tiene documentos que prueban su existencia escrita desde hace treinta y tres siglos. Hubo que esperar a principios del S XIX para que apareciera, por primera vez en la historia, una mujer que escribiera en hebreo. Y lo que escribió fue poesía: la aristocracia de la literatura.
Esa mujer se llamó Raquel Luzzato y fue a nacer en el año de 1790 en la hoy ciudad italiana de Trieste, a orillas del mar Adriático, relativamente cerca de Venecia y haciendo frontera con Eslovenia. Cuando ella nació, la ciudad hacía tiempo que era un puerto franco muy beneficiado en todos los aspectos por Francisco II de Habsburgo-Lorena y Borbón, el último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. (Suprimió el título para que no lo pudiera ostentar su gran enemigo, Napoléon Bonaparte)
Raquel descendía de una conocida familia de intelectuales rabínicos. A principios del S XVIII, destació entre ellos Ha´Ramjal, poeta, rabino y mekubal enterrado en Ako, Israel. Por parte de padre, Rajel era nieta del poeta y médico Yitzjak Luzzato. Por parte de madre, prima de Samuel David Luzzato, más conocido por su acrónimo: Shadal. Yitzjak Luzzato tuvo un hijo, Benedetto, quien se casó con su prima Braja, la hermana de Samuel David Luzzato. De la unión de esos dos primos, Benedetto y Braja, nació Raquel Luzzato.
Ya en su niñez entre muselinas dio muestras de ser muy aplicada en los estudios, que seguía, por supuesto, con preceptores e institutrices, no en instituciones académicas. Con apenas doce años conocía La Torá de forma completa; a los catorce se lanzó al mar de El Talmud, la exégesis de Rashi y a la litografía -que entonces era una modernidad.
En 1809 -el mismo año en que Trieste es ocupada por tercera vez por los franceses- Raquel ya atesora un vocabulario y una sintaxis hebreos que le permite comenzar a escribir versos en la lengua entonces sólo reservada al culto sinagogal. Pero dada su condición de mujer no le era dado publicarlos. No lo hizo hasta mucho más tarde, a la edad de 52 años. Entonces, en 1842, asumiendo un gran riesgo por cometer una gran audacia, publicó sus poemas en la misma revista en que lo hacía su primo y mentor, Samuel David Luzzato, una revista literaria de Viena, en hebreo, titulada Kojabei Yitzjak, Las estrellas de Isaac. Fue una publicación tan importante -en ella llegó a publicar Heine- que hay una calle en Tel Aviv que lleva el nombre de esta revista.
Los versos de Raquel, inspirados en episodios clásicos del mundo tanájico, y con marcado fervor de espera mesiánica, cosecharon un estrepitoso éxito no sólo en Viena sino también en el resto de Europa ( y entre las personas cultas que abrazaron el movimiento de la Haskalá – la Ilustración judía- que propugnaba por sacar la cultura judía del gueto e integrarla en de la cultura europea de la época del Siglo de las Luces y el S .XIX.)
Raquel -que ya no era Luzzato sino desde su boda en 1829, Morpurgo- publicó poemas (“Mira, esto es nuevo”, “Lamento de mi alma”, “¿Por qué , Señor, para muchos gritos “,” O Preocupado Valle “,” Hasta que yo soy viejo “) que tienen dos grandes características y ambas están superpuestas: por un lado, respeta las convenciones poéticas de sus colegas masculinos en aquel tiempo; pero por otro, de forma a veces quizás sutil, oímos la voz de una mujer que describe su sufrimiento protestando por su status inferior en la sociedad y la cultura judías. Una anticipada a la lucha de la emancipación femenina que supo aprovechar su púlpito editorial para despertar conciencias.
Y es que, muchos lectores llegaron a dudar de que aquellos versos hubieran sido escritos por una mujer. Podía ser un ardid editorial, una provocación intelectual. El caso era tal que algunos se personaron en su casa de Trieste para comprobar que verdaderamente había una mujer poetisa en hebreo, una judía que publicaba de forma inaudita unos versos que eran magníficos.
Su primo y mentor , Samuel David Luzzato, falleció en Padua en 1865. Tras esta ausencia, Raquel no vio publicados ni el más breve de sus versos, fue totalmente defenestrada del mundo editorial en hebreo. Falleció pocos años después, en 1871, con 81 años de edad , y sus versos cayeron en el olvido hasta que cien años después, en 1971, se publicó una reseña sobre ella en el periódico neoyorquino (en hebreo) Ha´Doar (El Correo) a cargo de Moshe Ungerfeld, el primer director de la casa del poeta nacional hebreo por excelencia: Jaim Najman Bialik.
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