Freud, el judío que no quiso ser rabino pero transformó al mundo

Este 6 de mayo se han cumplido 164 años del nacimiento de Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis y uno de los personajes más influyentes del siglo XX.

Enlace Judío México e Israel – Este 6 de mayo se han cumplido 164 años del nacimiento de Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis y uno de los personajes más influyentes del siglo XX. Su huella en la cultura humana es imborrable, y sus aportes a la investigación sobre el comportamiento humano es invaluable.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Pocos saben que Freud fue descendiente de una familia rabínica ucraniana. Su bisabuelo fue el rabino Ephraim Freud, nacido en 1760 en Bachach, Ucrania, del cual no tenemos su fecha de fallecimiento. Sabemos que su padre Joseph Freud nació en 1735 en la misma ciudad. No tenemos más datos sobre Ephraim, salvo que se casó y tuvo por lo menos un hijo: El rabino Schlomo Freud, nacido en 1788 también en Bachach, Ucrania, y fallecido en 1856.

Schlomo Freud se casó con Pessel (Peppi) Hoffman. Ambos tuvieron un hijo llamado Jacob Kalamon Freud, nacido en 1815 en Tysmenytsia, Ucrania, y que no optó por continuar con el oficio rabínico. Se dedicó al comercio. Jacob se casó tres veces. De su primera esposa sólo sabemos que se llamó Rebecca y no tuvieron hijos. Luego, en 1832, se casó con Sally Kanner y tuvo dos hijos con ella: Emmanuel Freud (1834) y Phillip Freud (1838). Sally falleció, aunque no sabemos en qué momento, y entonces Jacob se casó con Amalia Nathanson (1835-1930) en 1855. Con ella tuvo ocho hijos, y el mayor de ellos fue Sigismund Schlomo —nuestro Sigmund—, llamado así evidentemente por su abuelo rabino. Sigismund-Sigmund nació en 1856, y después de él nacieron Julius (1857), Anna (1858), Regine Debbora (1860), Maria (1861), Esther Adolfina (1862), Pauline Regine (1864) y Alexander Gotthold Ephraim (1866).

Amalia, por su parte, era hija de Jacob Nathanson y de Sara Wilenz-Widenz. Todos oriundos de Brody, Galitzia. Amalia fue la hija menor de la familia. Antes de ella nacieron Hermann, Aron Adolf Leib, Jente, Marcus Hersch, Nathan e Isaac.

Los Nathanson fueron destacados comerciantes en Brody. Hacia finales del siglo XVIII, la familia —originalmente apellidada Ben Nathan— tuvo a tres hermanos destacados: Samuel y Jacob, comerciantes, y Abraham, rabino.

Ese fue el marco familiar en el que nació y creció Sigmund, que desde pequeño recibió una educación bastante tradicional, aunque poco apegada a la religión. Sus padres no eran demasiado observantes. Sin embargo, siempre consideró muy importante su vínculo cultural con el Judaísmo. En 1873 se matriculó en la Universidad de Viena, y en 1881 se graduó como médico.

Pese al ambiente de asimilación generalizada que tenían muchas familias judías establecidas en Viena en esa época, Sigmund —otro de tantos— no pudo escapar de la sombra del antisemitismo. Cuando comenzó sus estudios de medicina, la judeofobia estaba otra vez en boga en los ambientes académicos austríacos, y esa situación lo persiguió hasta el final de su vida. De hecho, Freud habría sido feliz de terminar su vida en Viena, la ciudad en donde había desarrollado toda su carrera. Sin embargo, sus últimos meses los tuvo que pasar en el exilio en Inglaterra, debido a la persecución desatada por el nazismo. Muchos de sus familiares directos no pudieron evitar el Holocausto y murieron en campos de concentración.

Sin duda, la obra en donde mejor se reflejó el apego intenso —aunque poco ortodoxo— que Freud tenía con el Judaísmo es el último libro suyo que se publicó mientras vivía: Moisés y la religión monoteísta. Consta de tres ensayos en los que aborda, desde la perspectiva del Psicoanálisis, el tema del Judaísmo.

Freud trató de descifrar la personalidad histórica de Moisés y el origen del pueblo israelita y, para ser sinceros, no lo logró en lo mínimo. Es un libro que aporta más al Psicoanálisis que a la Crítica Textual Bíblica, si bien refleja los profundos cambios ideológicos que ya para entonces se habían manifestado en las academias de Ciencias Bíblicas. Gracias a ellos, a Freud no le interesa presentarnos a un Moisés sujeto al perfil tradicional. Para él, Moisés fue un egipcio que se identificó con un pueblo oprimido —el israelita—, al cual trató de inculcarles la religión monoteísta aprendida de Ajenatón. Como bien se ha señalado, acaso lo más interesante del libro es la forma en la que Freud compara los momentos decisivos en la evolución del antiguo Israel, con las características de la neurosis a nivel individual. Más allá de eso, su Moisés egipcio no es demasiado convincente.

Semejante hipótesis está absolutamente descartada por las investigaciones en Historiografía de la Biblia. Pero, como bien ha dicho Salo Withmayer Baron, el libro era un castillo en el aire, pero siempre había que atender lo que dijera Freud. Su nivel como pensador era tal, que incluso en temas en los que no atinara a decir algo realmente acertado, había que ponerle atención.

Por todo ello no tiene nada de extraño que la influencia de Freud no haya afectado a la religión judía, ya que sus mejores aportaciones están en la clínica psicoanalítica y en las investigaciones sobre la mente humana.

De todos modos, hubo otro extraño detalle en el que Freud resultó “demasiado judío”, y es una de las razones por las que, a manera de broma, se ha dicho que el Psicoanálisis es otra tendencia del Judaísmo: Salvo Jung, todos los seguidores iniciales de Freud fueron judíos.

El primero fue Félix Gattel (sí, mi pariente), muerto prematuramente a los 34 años de edad. Después, el más destacado discípulo de Freud fue Alfred Adler, si bien tuvieron diferencias importantes respecto al asunto de los traumas sexuales en la infancia. De cualquier modo, fue un destacado colaborador, y si Freud puso a Jung al frente del primer grupo de “psicoanalistas” fue porque no quería que este fuese considerado una banda de judíos.

Otro de sus más destacados alumnos fue Otto Rank, cuyo verdadero nombre fue Otto Rosenfeld. Colaborador de Freud durante veinte años, fue uno de los primeros en destacarse como editor de revistas psicoanalíticas.

El Psicoanálisis sigue produciendo una extraña fascinación entre judíos, y a veces llega a ser casi de caricatura que la representación estereotipada de los psicoanalistas sea, por supuesto, un judío. Un viejo chiste dice que en un congreso de Psicoanálisis, en un momento el ponente pregunta “¿cuántos de ustedes son judíos?”, y sólo dos o tres levantan la mano. El ponente lo piensa un poco y entonces corrige su pregunta: “¿Cuántos de ustedes tienen el bris (circuncisión, en yiddish)?”, y entonces todos levantan la mano.

Si pudiésemos considerar esto una especie de enamoramiento, hay que decir que es mutuo. Tal vez Freud no sea el judío más tradicional o típico, ni sea la lectura más recomendada en las yeshivot de Israel. Sin embargo, es un personaje entrañable para el pueblo judío. Un ejemplo de la incansable búsqueda judía por mejorar nuestro modo de vivir y, sobre todo, por entendernos mejor.

Cierto también que el Psicoanálisis no le gusta a mucha gente. Pero eso no es razón para descalificar las grandes aportaciones que Freud hizo tanto a la medicina (psiquiatría) como la psicología, dos disciplinas que en muchos aspectos cruciales pueden tomar distancia de las propuestas de Freud.

De cualquier modo, el Psicoanálisis como técnica terapéutica —y no como propuesta científica, tal y como especificó el propio Freud— se ha convertido en un referente obligado del siglo XX y de la cultura contemporánea.

Probablemente, el mejor ejemplo de cómo el complejo mundo de las relaciones entre gente neurótica y psicoanalistas lo encontremos en la comedia, y sin duda el que mejor lo ha retratado es —por cierto— Woody Allen, uno de los más destacados comediantes judíos.

En las tiras cómicas que se publicaron con Woody Allen como protagonista, hay una formidable viñeta en la que Woody Allen llama a la Dra. Fobick, su terapeuta, para decirle que el psicoanálisis no le está ayudando y que va a dar por canceladas las sesiones. La Dra. Fobick entonces le dice que por lo menos tendrá que regresar una vez más, a lo que Allen contesta intrigado preguntando por qué. Su psicoanalistas entonces le recuerda que ha dejado su oso de peluche en el consultorio. En el último dibujo, la Dra. Fobick ríe complacida sabiendo que no ha perdido a su paciente, y mientras toma notas Woody Allen está tumbado en el diván diciendo “cuando era niño, me daba miedo comer mermelada…”.

Para disfrutar ese chiste no sé qué será más necesario: Si ser psicoanalista, o si ser judío.

Supongo que es culpa de Freud.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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