Enlace Judío México e Israel – El título del presente comentario, podría llevar a pensar que sólo se trata de una experiencia personal. Creo que su lectura, llevará a muchos a encontrarse con y en mis vivencias, ya que pueden haber pasado por el mismo proceso. Si finalmente, deja alguna enseñanza positiva, será la mayor satisfacción que podría recibir.
EDUARDO HADJES NAVARRO
Mis padres, ambos de Ismir, se “fisieron noviesikos” en aquellos lejanos lugares. Alrededor de 1920, mi padre se vino a “las américas” en busca de un mejor porvenir. El barco que lo trajo, tenía por destino Perú. Supo que en Cañete, ciudad fronteriza con la Amazonía peruana, había un “buen dyidio” que ayudaba a todos los “mansevikos ke llegaban sin paras” (jóvenes sin plata). Partió a esos lares y empezó a vender ambulante. Pasado un tiempo, compró una mula, por lo que pudo pedir más mercadería, hasta lograr establecerse con un buen nivel de vida.
Mi madre, años más tarde, se vino con su familia y desembarcó en Coronel, ya que era un barco carbonero. Posteriormente, mi padre, en una historia que contaré en otra oportunidad, vino a Chile, se casaron y se establecieron en Concepción, donde yo nací. Después del terremoto de Chillán, se vinieron a Santiago.
Lógico, eran judíos sefaradíes sin lugar a dudas, pero de aquellos que les bastaba con recordar Pésaj y Kipur. Conté anteriormente, que teniendo 10 años, un sábado en la mañana (desconocía lo que era shabat) fui por primera vez en mi vida, al menos hasta donde recuerdo, al Cal de Santa Isabel.
Sin saberlo, estaba iniciando una nueva etapa de mi vida, la cual me marcaría indeleblemente. Todo partió al incorporarme al JIS (Juventud Israelita Sefaradí), lo que me llevó a interiorizarme de lo que era judaísmo y sionismo, como un sólo todo. De a poco, fui empapándome de este nuevo (para mí) concepto, lo que me hizo activar cada día con más intensidad, en esta institución dependiente de la Comunidad Sefaradí, para luego, pasar a integrar la Hanagá Rashit (directiva) que nos llevó a ser Hanoar Hatzioní.
Creo que los únicos 3 aún con vida de aquellos grandiosos días, somos Raquel Gateño (Que viva muchos años más, con su ímpetu que todos conocemos), Gabriel Palombo, que hasta donde sé, vive en EEUU y yo. Nombres como Abraham Jasón, Hiram Albala, David Galemiri, ya nos dejaron hace años y ahora, seguramente rondan por donde sólo los grandes y superiores, pueden llegar. Vaya para todos ellos, mi recuerdo emocionado a agradecido, pletórico de gratos recuerdos, a mis queridos e inolvidables maestros.
Desde siempre, mis aspiraciones eran llegar a estudiar medicina. Estando en quinto humanidades, el año 1949 y ya creado el Estado de Israel, Hanoar resuelve crear su primer Garín Hajshará (espero esté bien escrito) para luego, pasar a integrar en Israel, el Kibutz Ein Hashloshá. Esto, me lleva a estudiar, en el año 1951, agronomía, avicultura y apicultura, estos dos últimos, de un año, los cuales cursé exitosamente.
A principios del 1953, faltando 15 días para partir a cumplir mi sueño más anhelado, tengo un encuentro con el grupo, lo que me lleva a retirarme, volviendo al seno de mi familia, la cual, desde sus inicios, se oponía fervientemente a mi ida a Israel.
Me voy a vivir por 10 años a un campo familiar en Pitrufquén, 35 kilómetros al Sur de Temuco, lo que constituye la única oportunidad en que estoy ausente de MI COMUNIDAD SEFARADÍ (CIS)
En Temuco, me incorporo a la vida comunitaria de dicha ciudad, con las limitaciones de vivir en el campo. Mi vocación judía y sionista, permanecen incólumes. Ya de vuelta a Santiago, me reintegro a los trabajos comunitarios, reforzado con mi activa participación en OSI (Organización Sionista Independiente)
El gran error de mi vida, fue creer que ser sionista era suficiente para tener una vida plena como judío. Son muchos los que al menos en esa época y, me atrevo a decir, hasta hoy, incurren en la misma equivocación.
Desde chico, me deleitaba leyendo La Biblia. En el campo, fueron muchas las noches que pasé sentado junto al fogón, rodeado de la totalidad de los inquilinos que trabajaban para mí, leyéndola a la luz de unas velas, ya que ninguno de ellos, sabía leer, hasta que decidí cambiar, enseñándoles a que ellos mismos, supieran leer y escribir. Ambas cosas, me dejaron un recuerdo imborrable.
Fue necesario esperar hasta el año 2000 en que falleció mi padre, que comprendiera mi error. Cumpliendo mi “obligación” de concurrir en shabat a la Sinagoga, bastó el primer sábado en la mañana, en que luego del servicio religioso, pasamos al hall de entrada de la Sinagoga de Lyon, para el desayuno y luego el estudio de la Torá, que comprendí mi tan prolongado error.
Hasta ese momento, había perdido parte importante de mi vida, leyendo La Biblia. A partir de ese instante y bajo el alero del Rabino Gad Román, iniciaba mis ansias de reparar el tiempo perdido, cambiando la “lectura” de este libro, por el “estudio de la Torá”
Finalmente, había comprendido la realidad de ser plenamente judío, estudiando ese texto milagroso, que ha permitido que el pueblo judío, pese a haber sido el pueblo más perseguido de la historia, pudiera subsistir. Lo que los ejércitos más poderosos, a través de los siglos, no habían logrado, lo tenía a mi alcance, LA TORÁ, la verdadera razón de nuestra supervivencia.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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