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lunes 25 de noviembre de 2024

Ciencia y pseudociencia en tiempos de COVID-19, un diálogo entre cuatro divulgadores de la ciencia

Enlace Judío México e Israel – La pandemia de covid-19 hizo lo que parecía imposible: que la divulgación científica lograra preponderancia en la agenda mediática de todo el mundo. Pero hablar de ciencia (y entenderla) no es fácil, como tampoco lo es discernir entre información confiable y las notas sensacionalistas que solo buscan conquistar clics. Para discutir estos problemas, Limud Chile y Enlace Judío organizaron y transmitieron un interesante debate entre cuatro divulgadores de la ciencia. 

Limud Chile y Enlace Judío se unieron para transmitir en vivo, cada uno desde su respectiva página de Facebook, una conversación sobre ciencia entre cuatro divulgadores de gran prestigio: Nora Bär, José Edelstein, Andrés Gomberoff y Carol Perelman, quienes abordaron la problemática de la divulgación científica en tiempos de coronavirus.

La primera en tomar la palabra fue Nora Bär, importante divulgadora científica argentina: quien se refirió al momento actual como “una oportunidad increíble, donde las grandes tensiones entre la ciencia, el periodismo y los intereses de la sociedad se ven más al desnudo que nunca.”

Para Bär, los periodistas de ciencias pasaron de ser porristas de los científicos a interlocutores y enlaces entre estos y la sociedad.

“La ciencia va ofreciendo la oportunidad de desarrollar más poder sobre el mundo y así vemos cómo saltan a la agenda pública cuestiones como la minería a cielo abierto o los usos de la inteligencia artificial, también vimos que la ciencia no es impoluta, porque se publican papers que luego se retractan, hay grandes controversias en el mundo científico.”

La editora de Ciencia y Salud del diario La Nación identifica un problema: “ahora hay un periodista científico en todos los congresos, apresurándose a publicar rápidamente, con grandes titulares, en diarios masivos, estudios que tal vez no están bien probados, no fueron reproducidos, y entonces ocurre que algunos trabajos o resultados que luego se ve que no eran sostenibles ya llegaron al dominio público.”

Estamos en un momento crítico, cuando se están tomando “decisiones de una enorme trascendencia sobre la base de la incertidumbre.” Si bien la divulgación científica siempre ha enfrentado retos importantes, el “tsunami” de información que el SARS-CoV-2 trajo consigo ha hecho más difícil para los editores y reporteros, pero también para los propios científicos y tomadores de decisión, discernir entre evidencia sólida y aparente.

Según la experta, quien por más de 35 años se ha encargado de la divulgación científica en la prensa argentina, este flujo de información cambiante ha hecho que, por ejemplo, la recomendación sobre usar o no cubrebocas cambie mes con mes, o que se nos diga que el virus puede viajar ocho metros desde una persona infectada hasta una sana y otros lo nieguen, o que surja un estudio que afirma que hay que higienizar con alcohol las superficies, solo para que días más tarde aparezca uno más, que pone en duda la capacidad de contagio de las partículas virales que se depositan sobre los objetos…

El reto para los periodistas de ciencia en estos momentos es particularmente crucial, pues “nuestras palabras generan hechos (…) e incluso pueden tener consecuencias letales”, dice. Pone como ejemplo el uso peligroso de la hidroxicloroquina, promovido por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y que ha causado muertes por su administración no supervisada.

Necesitamos, dice, un periodismo científico que no solo informe sobre los resultados de los estudios científicos sino que aporte las bases para entender el pensamiento científico que aporten a la sociedad la capacidad de evaluar la información que recibe.

La educación y la ciencia

“Que la enseñanza científica vaya, como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la educación pública. Que la enseñanza elemental sea ya elementalmente científica.” La frase no la dijo un científico sino un hombre de letras, José Martí. Y la trae a cuento en esta conversación su tocayo, José Edelstein. Si Martí, que es una persona reconocida sobre todo en el mundo de las letras, “observaba la importancia de la educación científica en el siglo XIX, imagínense en el XXI.”

Edelstein, físico teórico, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela comenzó así su participación y luego recordó que la historia científica está llena de papers equivocados. En la búsqueda de respuestas, el científico se encuentra en una caja negra, sin respuestas, y solo el tiempo permite distinguir entre los verdaderos hallazgos y los “pescados podridos” que, aunque solo estén ligeramente podridos, tarde o temprano quedan exhibidos.

Cuando los resultados de un experimento no pueden ser replicados, se presume que algo está mal. La ciencia es una especie de juego colaborativo en el que participan miles de personas en todo el mundo. Todas deben partir del escepticismo, de la duda primordial acerca de todo. Nada es verdadero mientras sea posible demostrar que no lo es. Luego, cuando nadie puede negar lo que se ha postulado, queda la teoría en pie. Al menos durante algún tiempo.

Para que la divulgación científica sea efectiva, el público debe saber “diferenciar el olor del pescado cuando esté en mal estado”, dijo Edelstein, quien considera que la formación científica básica del público es fundamental.

Se asombra de que personas del “máximo nivel intelectual en el mundo de la academia y en el mundo del arte” lo buscaron para preguntarle sobre la supuesta relación entre la tecnología 5G y el coronavirus. “Solo para darles una idea de cómo le suena a un científico la relación entre el 5G y el coronavirus, es como que alguien les dijera a ustedes que Napoleón y Zapata tuvieron una gran influencia en el pensamiento de Platón.”

Así de ilógico, de improbable es pensar que esta teoría de la conspiración cuenta con un mínimo sustento. Sin embargo, la desconfianza que mucha gente tiene en las instituciones, explica su propensión a “comprar” este tipo de teorías que pretenden hacer ver a la humanidad como  un rebaño que se encuentra preso de los intereses insospechados de personajes visibles o invisibles, reales o ficticios, a cuyos actos secretos se les puede atribuir cada una de las desgracias del mundo.

Luego están los casos de los médicos que aparecen por ahí, supuestos dueños súbitos de una verdad que tira por los suelos el consenso científico, y que aseguran que para curar la enfermedad hay que hacer justo lo contrario a lo que opina el resto de la comunidad. Estas figuras, dice Edelstein, son tan improbables que no más de cinco veces ha surgido alguien que, en verdad, haya ido a contracorriente para demostrar con éxito una teoría absolutamente revolucionaria.

Aprender a distinguir entre esa forma de charlatanería y el conocimiento científico, consensual por definición, requiere un conocimiento básico de cómo funciona la ciencia. Y no es necesario ni saber matemáticas, dice. La ciencia, dice Edelstein, es “encadenar razonamientos de manera lógica y sostenida y luego contrastarlos con la realidad.”

Pseudociencia científica

En su peculiar estilo, el chileno Andrés Gomberof, físico teórico, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez, investigador del Centro de Estudios Científicos de Santiago de Chile y, junto con el propio Edelstein, autor del libro Einstein para perplejos, inició su participación en el diálogo mostrando un motor de stirling, activado por el vapor de una taza con agua caliente, y recordó que durante su pubertad solía leer libros de pseudociencia: ovnis, telequinesis…

“Lo que veo que está ocurriendo es también una especie de pseudociencia científica”, dijo. Es un poco culpa de todos: de muchos científicos, de muchos periodistas. La urgencia del mundo por respuestas que alivien la ansiedad provocada por la pandemia ha hecho que prestemos demasiada atención a las hipótesis, cuando la ciencia requiere tiempo para validarse, para que múltiples experimentos bien controlados corroboren lo que se postula inicialmente, y que en estos días se difunde a toda prisa como si se tratara de un hecho científico.

Otro problema, dijo Gomberof, es el auge de la data y la inteligencia artificial, que “nos están nublando la vista un poco.” Los datos, dijo, no son el centro de la ciencia. Los datos no aportan la cura a una enfermedad. Son solo una herramienta para hacer mejores hipótesis. Pone como ejemplo el descubrimiento de las sulfas, los primeros antibióticos, que salvaron la vida de millones de personas y que provinieron de “una idea demencial”, la de utilizar pigmentos para matar bacterias sin dañar excesivamente los tejidos humanos.

Lo que la pandemia develó

Por su parte Carol Perelman, quien además de ser colaboradora de Enlace Judío es, principalmente, la fundadora y directora del Jardín Weizmann de Ciencias, abrió su participación hablando de la relación entre la ciencia, la divulgación y el público. Una relación que, dijo, esta pandemia ha transformado.

“La comunicación pública de la ciencia muchas veces se da en una sola dirección, sin saber exactamente quién está del otro lado, muchas veces hablamos, escribimos, hacemos esta labor de comunicación sin saber quién nos está escuchando” ni qué es lo que el público quiere saber.

Cita un estudio hecho por la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, a la que ella pertenece, y que halló, apenas el año pasado, que muy poca gente se interesa por la ciencia en México. Un pequeño porcentaje de los encuestados en dicho estudio se dijo interesado en temas de salud y bienestar, lo cual contrastaba notablemente con las ideas preconcebidas de los investigadores y científicos, también encuestados.

Según Perelman, el estudio descubrió que lo que mueve el interés ciudadano por la ciencia es el sentido de utilidad: “de qué me va a servir” el conocimiento científico. No hay un deseo popular por adquirir cultura científica salvo en un nicho, que es justo el receptáculo del periodismo de divulgación.

La pregunta, dijo, es cómo llegar a un público más amplio; cómo hacerle saber a la gente que la ciencia es un conocimiento que quizás sí deberían de adquirir. La respuesta llegó de mano de la pandemia, que ha capturado el interés de la gente por conceptos netamente científicos, relacionados con la salud, con la enfermedad, sí, pero también con las implicaciones que estas tienen en la vida cotidiana de miles de millones de personas.

Llamó a analizar tres fenómenos. El primero, dijo, es que el ciudadano comprendió que saber ciencia y “entenderla mejor lo puede proteger”: entender cómo se transmite un virus puede ayudar al ciudadano promedio a evitar prácticas de riesgo. El ciudadano se está empoderando a través de la ciencia y está convirtiendo el proceso de generación-divulgación-asimilación del conocimiento científico algo “más cíclico.”

Un ejemplo de esto lo arrojó, el mes pasado, una encuesta nacional realizada en México que, dijo Perelman, descubrió que 56% de la población mexicana se confinó voluntariamente, antes de que el gobierno decretara el inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia.

El segundo fenómeno inédito al que Perelman aludió es una aparentemente nueva relación de los científicos con el público final. Los científicos están buscando canales directos de comunicación con las grandes audiencias a través de Twitter, de blogs y de otras plataformas que no requieren la intermediación de los divulgadores ni tienen como fin el dialogo por pares con otros científicos.

En este afán, los científicos abren también al público un lenguaje al que no está acostumbrado: no son las afirmaciones categóricas de los científicos o los opinadores sino las hipótesis, el lenguaje de la pregunta, de la duda que puede resultar ambiguo para un público que espera verdades absolutas y que no está entrenado para reconocer que es justo la valoración de la duda, del margen de error, lo que hace de la ciencia un instrumento confiable para construir conocimiento.

El comunicador de la ciencia y el científico se encuentran frente a un público que tiene una muy pobre cultura científica, y ese es el tercer fenómeno que la epidemia ha desnudado en toda su crudeza.

“La astrofísica Katie Mack, en un comentario de los que publica (la revista) Nature, escribió que la mayoría de los americanos no podían nombrar a ningún científico vivo. El comunicador se ha enfrentado con tener que explicar términos como ‘eliminar’, que en español significa ‘quitar por completo’, pero que en lenguaje científico significa ‘disminuir significativamente’, cuando un científico quiere decir ‘quitar por completo’ dice ‘erradicar’.”

La divulgadora se refirió a la necesidad de construir en la sociedad  una base de conocimientos científicos elementales que permitan, por ejemplo, identificar entre lo que es y no es ciencia, discernir entre la avalancha de información que recibimos todo el tiempo, más ahora, cuando la ciencia tiene sobre sus hombros la carga de salvar el mundo que conocemos.

¿Será que esta nueva relación entre los científicos, los divulgadores, los medios y el público irá a propiciar el surgimiento de nuevas vocaciones en los niños que hoy viven este momento histórico. ¿Podremos como sociedad ser capaces de entender finalmente que la duda, la pregunta, el margen de incertidumbre son parte inherente al pensamiento y al conocimiento científico?

Te invitamos encarecidamente a ver el debate completo en el video que publicamos en esta nota. Porque entender la ciencia es ahora, más que nunca, fundamental para ser parte activa y propositiva de una sociedad que se ha descubierto frágil en la orilla del conocimiento.

Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudío

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