Enlace Judío México e Israel – En tiempos de zozobra, cuando mucha gente se siente sin rumbo, extraviada, la Kabalá puede servir de guía o mapa para orientarse hacia el destino: el conocimiento profundo e individual de quiénes somos, para encontrar lo que nos hace eternos, lo que nos une con todos y con todo.
¿Qué es la Kabalá? Para Mario Sabán, la respuesta está en dos preguntas, “cómo se creó el universo y qué sentido tiene la vida, qué sentido tiene el alma humana.” Estas inquietudes han motivado la búsqueda de los cabalistas a lo largo de la historia y son preguntas muy importantes hoy en día, cuando “mucha gente ha perdido el sentido de su vida o nunca lo ha encontrado.”
Quizá por eso la Kabalá es una disciplina que, según observa Sabán, “cada vez está teniendo más auge, mucha más gente. Hace muchos años (que) ha salido del marco del judaísmo, es decir, muchísima cantidad de gente de todas las culturas, de todas las religiones se acerca a la Kabalá porque se ve (en ella) una potente herramienta de comprensión de la realidad humana, que va más allá de la psicología, que va más allá de la filosofía, que yo creo que engloba todo…”
Mario Sabán es escritor, investigador, licenciado en Derecho y tiene seis doctorados, en Filosofía, Antropología, Psicología, Historia, Teología y Matemática Aplicada. Pero es la Kabalá, junto con el origen del cristianismo, el tema que más lo apasiona.
En entrevista exclusiva con Enlace Judío, Sabán explica que la Kabalá ha estado imbuida en cada una de sus especialidades académicas, desde su tesis doctoral en Filosofía, que trató de Maimónides, hasta el resto, pues la Kabalá “puede entrar en cualquier disciplina de la realidad. Porque las disciplinas de la realidad están divididas a partir del siglo XVIII, con la Revolución Francesa, con la Revolución Inglesa, con el liberalismo económico, y nuestra sabiduría (…) proviene de una fuente donde todavía la sabiduría estaba totalmente unificada.”
Por eso, Sabán piensa en la Kabalá como una comprensión cosmogónica, una comprensión del cosmos. Y en este momento, en que el mundo enfrenta una crisis inédita, la Kabalá tiene mucho que aportar en la búsqueda de respuestas.
“No es que el mundo esté enfermo ahora: el mundo ya estaba enfermo”, dice Sabán. Por eso la Kabalá “habla del Tikún Olam, la rectificación del mundo. Es decir que no por este virus estamos enfermos, la enfermedad viene muy anterior.”
Para el erudito, la muestra inequívoca de la enfermedad del mundo no se halla en la dispersión del virus SARS-CoV-2 sino en la cantidad de guerras y desequilibrios que produce la actividad humana sobre el mundo.
Hace referencia a los salmos para recordar que todo ser humano está desequilibrado, y piensa que las revoluciones históricas han buscado equilibrar a la sociedad pero nunca al alma humana. El trabajo de la Kabalá, dice, es “un trabajo de Teshuvá, de Tikún personal, de cambio del alma humana, para que el alma humana no enferme” y así evitar que enferme a la sociedad.
Al igual que la psicoterapia, la Kabalá busca qué hay que corregir en el alma del individuo. La Kabalá reconoce la multiplicidad de los problemas humanos y sabe que “se puede hacer Tikún, se puede hacer una rectificación.”
El sufrimiento es la expresión de un alma que reclama rectificar, hacer un cambio. Según Sabán, la Kabalá es opuesta a la visión freudiana pesimista que dice que estamos determinados irremediablemente por nuestro origen, por nuestro aprendizaje inicial, y recurre a dos conceptos que le ayudan a explicar la tensión entre ese origen y el deseo de cambio.
Por un lado está la Neshamá, el alma que “quiere cumplir su misión y, básicamente, cuando cumple su misión es feliz.” Pero en el nivel “más bajo del alma humana” yace el otro concepto, en Ruaj, conformado por todos los condicionamientos culturales, la educación, la familia, la nacionalidad…
Este Ruaj es repetitivo y pugna por la perpetuación de esos condicionantes, lo que ocasiona un sufrimiento en la Neshamá, que quiere cambiar, dejar de hacer aquello que le provoca dolor. “La Neshamá viene y dice ‘pero yo no soy esto’.”
La sociedad en que uno vive provoca una asfixia para la Neshamá, que aspira al Tikún, al mejoramiento interior. Esa guerra interior, según la Kabalá, se produce a los 40 años. A partir de ahí “viene la gran crisis” representada por la letra mem del árbol de la vida, “que es la letra del agua (…) donde uno tiene que cruzar el Mar Rojo.”
Al igual que Moisés, uno se convierte, a esa edad, en el salvador de sí mismo. Se impone la voluntad de ser quien uno es “y ahí empieza el problema”, dice Sabán. Una persona que se ha adaptado al sufrimiento llega a construir una personalidad de víctima, “y eso también es peligroso”, porque se vuelve parte de la identidad y se vuelve difícil terminar con él.
La pandemia es, según la interpretación que Sabán extrae de la Kabalá, “un momento de Geburáh“, como las grandes plagas, como el Diluvio o las pestes enviadas por Dios. El problema no es en sí el periodo de Geburáh, sino desaprovechar los momentos de Jesed o bonanza. Un ejemplo simplificado de estos conceptos son los años de vacas flacas y gordas, de dominio popular y origen bíblico.
“Nosotros dilapidamos energía, no sabemos ahorrar energía, ese es uno de los grandes problemas que plantea la Kabalá en el árbol de la vida, porque el árbol de la vida es un sistema donde las Sefirot, lo que hace el alma humana es saber cómo ahorrar energía para realmente situarla (…) Cuando uno sitúa bien su energía, vive bien.”
Según Sabán, desde el punto de vista de la Kabalá, el bien y el mal no son conceptos morales sino que tienen que ver con dónde sitúa la persona su energía. Colocar la energía en un sitio inapropiado es desperdiciarla y provoca daños.
Desde ese punto de vista, la pandemia que vivimos es una muestra de cuánta energía desperdiciamos como humanidad en guerras, en armas, en hacer el mal, y estamos pagando las consecuencias de no haber aprovechado los momentos de bonanza para prepararnos para enfrentar esta crisis que vivimos ahora.
Según esta cosmogonía, no hay castigo. Tampoco éxito o fracaso. El Cosmos, el universo está en un proceso constante de buscar el equilibrio y el sufrimiento es solo una oportunidad para aprender. La Kabalá llama a hacer el Tikún, el mejoramiento interno “en esta vida física que es limitada”.
Sabán advierte que, aunque el Ruaj nos diga que todo está bien tal y como es, que no hay por qué hacer ningún cambio o mejora interior, una vez que la Neshamá se despierta su llamado es permanente: “no se vuelve a dormir. Entonces empieza a hacer ‘toc toc’, y eso no te lo puedes sacar más, es decir, no es que te puedes evadir.”
¿Y qué podemos hacer los seres humanos para seguir ese llamado? La respuesta, como suele ocurrir con las tradiciones místicas de pensamiento, es a la vez clara y misteriosa. Tenemos que estudiar, dice Sabán. Pero no se refiere a adquirir conocimientos, a leer libros, a ser más sabios, sino a “meditar sobre la existencia.”
Ese trabajo interno reclama valentía, pues cuando se comienza a indagar en el sentido de la existencia uno se topa de frente con su lado oscuro. “Uno tiene que ser valiente con uno mismo porque con uno mismo tiene que aparecer la honestidad radical. Nosotros decimos, en el árbol de la vida, en la dimensión de Tiféret, que en Tiféret tiene que aparecer la honestidad más alta, que es con uno.”
Fin del mundo o fin del universo
Esta semana, México enfrentó un terremoto que hizo que en las redes sociales comenzara a hablarse, una vez más, del fin del mundo. Pandemia, terremoto, polvo del Sahara, crisis económica… Pero, ¿existe realmente el fin del mundo para la Kabalá? ¿Estamos en su antesala?
Para Sabán, lo único que verdaderamente existe es el fin del universo. Para ello, “según os físicos faltan 200 mil millones de años. Así que, por ahora, hay tiempo“, bromea. Aclara que a él, la finitud de la raza humana es irrelevante “porque, al final, el universo va a seguir su curso. Creo que cuando nosotros hablamos del fin del mundo, el fin de la humanidad, nos estamos poniendo muy importantes. El Universo va a continuar existiendo, va a buscar nuevas formas de consciencia.”
De acuerdo con esta visión, si los seres humanos hacemos el Tikún, el universo se encargará de sostenernos. En cambio, si somos un factor que desequilibra el universo, este se encargará de hacernos desaparecer. El equilibrio se impone al final, desde dentro o desde fuera. La pandemia nos viene a imponer un equilibrio que nosotros no supimos imponernos a nosotros mismos. El fin del mundo sería, pues, una forma del universo de equilibrar las cosas. La alternativa sería imponer con nuestras acciones, con la introspección a lo profundo de nuestra consciencia, un equilibrio que nos permita permanecer.
La Kabalá estudia el alma humana en cinco niveles “de los cuales, tres son muy cercanos a nosotros y otros dos son muy elevados.” El nivel más básico es el Néfesh o alma animal, que se observa en el cuerpo y donde radican nuestros deseos primarios, como el deseo sexual o el hambre. “Luego tenemos una categoría del alma mucho más interior a nosotros que es el Ruaj, que sería la psique, nuestra identidad.”
Sigue la Neshamá, “nuestra alma en rotación, la que viene de una vida anterior, la que transmigra, rota y entra a los cuarenta días de la concepción, dentro de la panza de la madre” y que constituye nuestra verdadera identidad, una energía que va más allá de los condicionamientos sociales y también más allá del cuerpo.
En los niveles más altos se encuentra la Jayá, el equivalente en otras culturas al aura, una energía que nos conecta “con la raíz de nuestra alma”. Esa energía es la que permite que nos sintamos identificados o afines a un completo desconocido, de quien no sabemos nada, pero con quien estamos conectados desde “la misma raíz del alma”.
“Y luego tenemos un niel muy elevado, que no todos tienen el privilegio de poder percibir”, y que incluso podría pensarse como algo externo al alma, de tan elevado, y que se conoce como Yejidá, “que es la unificación con el todo, que es un nivel de iluminación (…), un nivel de adhesión a la divinidad tal que el alma humana es como que tiene la sensación de desaparecer, unida frente al todo.
Según Sabán, no se puede permanecer en ese estado mucho tiempo porque podría morir a destiempo. Es necesario volver al alma subjetiva. Sin embargo, es en ese estado en el que “uno se da cuenta que es parte de la totalidad, parte de la energía divina que opera en el universo, y que por lo tanto, cambia totalmente la percepción de la realidad a partir de esta experiencia.”
Hallar el Tikún
La Kabalá puede ser vista como un mapa o guía espiritual para poner en equilibrio las diversas dimensiones del ser, que suelen desequilibrarse en un constante mecanismo de oposición de fuerzas interiores. Este mapa puede leerse en el árbol de la vida, accesible para quien estudia la Kabalá o para quien consulta con un cabalista.
Para Sabán, el sentimiento de desesperación que proviene de sentirse sin rumbo en la vida representa un desgaste de energía, un agotamiento. Es, dice, como dar vueltas a la manzana en un auto durante horas, solo para terminar en el mismo sitio y con el tanque de combustible vacío.
Entonces, el rumbo se convierte en un elemento fundamental para no vivir angustiados. El problema, segura Sabán, es que para saber a dónde vamos primero tenemos que saber quién somos. “Alguien que no sabe quién es no sabe a dónde va porque uno siempre va donde es.”
La gente sufre por ignorancia, dice, la ignorancia de no saber a dónde vamos. Esta búsqueda ciega del sentido puede traer consecuencias terribles, dice Sabán. “Aquellos que no tienen un mapa se vuelven ultrareligiosos dogmáticos. Entonces, a la gente que está perdida, sin mapa, que es la mayoría de la gente, aparecen los fundamentalistas dogmáticos, que ellos casi son los voceros de Dios, que saben todo lo que hay que hacer, pero que en realidad agudizan el problema porque lo que hacen es un mecanismo exterior y el alma no cambia.”
En este sentido, la Kabalá podría verse como una disciplina opuesta, en cierto sentido, a la religión tradicional. Ningún pastor, ningún rabino, ningún predicador puede otorgar prescripciones generales que apliquen para todos. Ninguna receta es universal porque cada alma es individual y tiene su propio camino. Encontrar ese camino, el camino que conduce a Dios, es una tarea absolutamente individual, aunque, paradójicamente, la búsqueda de Dios sea la búsqueda de esa conexión con todo cuanto existe: la consciencia de ser parte de ese gran todo, de esa gran consciencia, de esa divinidad.
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