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domingo 22 de diciembre de 2024

Benjamín de Tudela, un Marco Polo hebreo en la Edad Media

Enlace Judío México e Israel.- Un viaje en el siglo XII podía ser una odisea. El de este judío de Navarra, Benjamín de Tudela, duró siete años y le llevó por casi doscientas ciudades. Tomó nota de todo.

Este artículo fue publicado por primera vez en el número 609 de la revista Historia y Vida y que La Vanguardia republica esta semana en su sección de Historia

ANTONIO BAQUERO

Sus ojos habían visto mucho. Pero ni así estaban preparados para aquello. Aunque en los meses que llevaba viajando había recorrido buena parte de la cuenca mediterránea e incluso había pasado por Roma, Benjamín de Tudela cayó rendido ante la magnificencia de la Constantinopla de mediados del siglo XII. La riqueza y los bulliciosos usos y costumbres de la capital del Imperio bizantino dejaron maravillado a aquel treintañero.

De ello dejó constancia en sus notas, con las que, años más tarde, daría forma a su Libro de viajes, o Séfer-masa’ot. “Allí hay un lugar destinado a la diversión del rey, adosado al muro del palacio, llamado Hipódromo. Cada año, el rey organiza una gran diversión en el día de la Natividad de Jesús”.

Panoramica actual de Tudela, ciudad de origen del viajero (The Spanish Traveller CC-BY-SA-2.0) (captura de pantalla)

“En dicho lugar –continúa– se exhiben, ante el rey y la reina, todo género de seres humanos que hay en el mundo, con todo tipo de encantamiento o sin él; y traen leones, panteras, osos y cebras para que luchen entre sí; hacen lo mismo con las aves, y no se ve espectáculo como ese en ningún país”.

El avispado viajero empezó a percibir que, bajo los fastos, había un imperio que amenazaba ruina ante el empuje creciente de los musulmanes, a los que en la época se denominaba ismaelitas. “Reclutan mercenarios de todos los pueblos gentiles llamados bárbaros para guerrear con el sultán Masud, rey de los turcomanos, llamados turcos, porque ellos [los bizantinos] carecen de espíritu combativo”.

La estancia en Constantinopla es uno de los hitos de un viaje que hace de Benjamín de Tudela un Marco Polo antes de Marco Polo, ya que se adelanta casi un siglo al periplo del famoso veneciano. Con una diferencia: el relato del judío tudelano es mucho más fidedigno, ya que se deja llevar menos por la fantasía y, en su mayor parte, solo relata aquello de lo que él mismo ha sido testigo.

Por medio mundo

Hijo de un rabino, Benjamín, cuyo nombre en hebreo era Biniamin ben rabbí Yonah mi-Tudela, nació alrededor de 1130 en la aljama de esa ciudad navarra. Allí aprendió el romance navarro, aunque, cuando emprendió su aventura, ya hablaba hebreo y árabe y entendía el latín y el griego.

El trayecto arrancó en Tudela, entre 1165 y 1166, y desde allí nuestro hombre iba a transitar por el Mediterráneo, Mesopotamia, Persia y Egipto. El resultado es un viaje de siete años –casi una odisea, por las penosas condiciones que imponía la época y el peligro de buena parte de los recorridos– durante el cual visita cerca de ciento noventa ciudades.

La colección de notas de sus andanzas toma forma a su regreso a Tudela, donde un autor anónimo las compila en el Libro de viajes. A ese compilador se atribuye el prólogo de la obra, donde señala que Benjamín de Tudela “escribió todas las cosas que vio y oyó de boca de hombres veraces”.

En conjunto, su Libro de viajes, escrito en forma de itinerario, pues está estructurado etapa por etapa, constituye un fresco de impagable valor –geopolítico, etnográfico, religioso y cultural– sobre el Oriente Medio de la era medieval. Pueblos, reyes, modos de gobierno, rutas, mercancías, cultos religiosos, monumentos… Todo tiene un hueco en su relato, un auténtico libro de las maravillas de lectura apasionante.

Un demógrafo pionero

Pese a haber sido objeto de estudio desde hace siglos, no se ha podido establecer con exactitud el motivo del viaje del judío tudelano. La hipótesis más establecida es la de que Benjamín era un mercader, interesado sobre todo en el comercio de joyas. La razón es el interés que se desprende en sus escritos hacia el comercio de coral.

Como le definió a finales del siglo XIX Israel Abrahams en su obra Vida judía en la Edad Media, Benjamín de Tudela fue “el típico mercader judío” que en sus viajes “registra la naturaleza de los productos de cada país que visita”.

“Su libro proporciona el más antiguo material para la historia del comercio de Europa, Asia y África en el siglo XII”, indicaba Abrahams, que ponía en valor el hecho de que “Benjamín estaba igualmente interesado en la vida en general de los pueblos entre los que estuvo”.

No obstante, el profesor José Ramón Magdalena Nom de Déu, autor de una de las mejores traducciones al castellano de su obra, sostiene que el “estilo” de las notas, “impersonal a lo largo de todo el texto, nos infunde la sospecha de que acaso se trate de un informe o memorándum” a presentar a su regreso a su tierra natal.

Según este catedrático de la Universidad de Barcelona, alguien financió el viaje de Benjamín, cuyo propósito habría sido crear una red internacional de comunidades judías que sirviesen de ayuda a los miembros de esa fe, ya fuera para el comercio o con fines de refugio, en caso de persecución.

Por ello, uno de los temas recurrentes en las notas del viajero es la descripción detallada de las distintas comunidades judías que habitan en las ciudades por las que va pasando. Deja constancia de cuántos judíos viven en cada una de ellas, de quiénes son los líderes de la comunidad, con los que siempre se reúne, y del estado en que se encuentran estas. Es decir, si sufren marginación u opresión o si, por el contrario, gozan de los favores de los gobernantes.

Para el demógrafo israelí Sergio Della Pergola, catedrático de la Universidad Hebrea de Jerusalén, esto convierte a Benjamín de Tudela en “el primer demógrafo del judaísmo”.

“Su libro es un primer censo mundial de judíos. Proyecciones realizadas con métodos modernos muestran que las cifras que daba eran bastante aceptables”, afirma este experto, que destaca “la importancia capital” del viajero tudelano. “Entre lo que se sabía de la demografía de los judíos en la Antigüedad y los tiempos modernos había un gran vacío, que era la Edad Media. Benjamín de Tudela llena ese vacío”.

Las comunidades judías

En la obra del tudelano queda patente cómo, en esos años, aún hay más judíos viviendo en Oriente Próximo que en tierras europeas y cómo, en general, les iba mucho mejor en la Edad Media con los musulmanes que con los cristianos.

Así, cuando se refiere a Constantinopla, explica que “los judíos no están en la ciudad, porque fueron deportados a la otra parte del brazo de mar. […] no pueden salir a comerciar con los habitantes de la ciudad sino a través del mar. […] Allí no está permitido a los judíos montar a caballo, excepto a R. Salomón el egipcio, que es médico del rey. Gracias a él encuentran los judíos gran alivio a su opresión, pues permanecen grandemente oprimidos. Grande es el odio que les tienen los curtidores de pieles, quienes vierten sus aguas pestilentes en sus calles […]. Por eso los griegos detestan a los judíos, ya sean buenos o malos, agravando su injusticia sobre ellos”.

La situación de los judíos es radicalmente opuesta en Bagdad. “Hay allí como unos 40.000 judíos israelitas, y permanecen en calma, tranquilidad y honor bajo [el poder] del gran rey. Hay entre ellos grandes sabios y jefes de academias, ocupados en la Torá. […] Los judíos de la ciudad son sabios y muy ricos. En la ciudad de Bagdad tienen los judíos 28 sinagogas”.

Benjamín de Tudela señala también que el líder de todos los judíos es el exilarca Daniel, al que el califa tiene en gran consideración y hace sentar en un trono ante él. Incluso explica cómo rezan juntos, en concreto en la sinagoga del profeta Ezequiel, situada al sur de Bagdad. “Asimismo, los notables ismaelitas acuden allí a rezar por su gran amor al profeta Ezequiel”.

Cupula de la tumba del profeta Ezequiel en Bagdad.
(Farhadmirza / CC BY-SA 4.0) (captura de pantalla)

Su narración plasma la diversidad de la comunidad judía, al retratar en ella sus distintas ramas. Cuando alcanza Chipre, por ejemplo, relata que “allí hay judíos rabanitas y caraítas. Además, hay allí judíos heréticos llamados epicúreos, y los israelitas los excomulgan en todas partes porque profanan la noche del sábado y guardan la noche del domingo”.

Acostumbrado a sufridoras comunidades, a Benjamín le dejan estupefacto durante su viaje “los judíos llamados jebar, habitantes del Teima”, una fiera comunidad guerrera a la que se conocía como “judíos salvajes”. “Tienen grandes y fortificadas ciudades, y no hay yugo de gentiles sobre ellos. Van a saquear y apresar botín a tierra lejana con árabes, que son sus aliados. […] Todos los vecinos de los judíos los temen”.

Pero no habla solo de judíos. Se interesaba también en el resto de comunidades y sectas. Benjamín de Tudela es el primero en explicar en Occidente la existencia de la temible secta de los asesinos. “No creen en la religión de los ismaelitas, sino en la de uno de ellos al que consideran como profeta; y hacen todo lo que les ordena, ya sea para muerte o para vida. […] Les temen en todos los lugares porque matan a los reyes con fanatismo”.

El relato alcanza sus momentos cumbre en las descripciones de Constantinopla, Jerusalén y Bagdad. Así describe el Jerusalén de las cruzadas, una ciudad multirreligiosa: “Hay en ella muchas personas; los ismaelitas les llaman jacobitas, armenios, griegos, georgianos y francos, así como gentes de toda lengua”.

“Allí descansan los caballeros y de él salen trescientos caballeros diariamente para guerrear”. Es muy llamativa la manera en que se refiere a Jesús: “Allí está la gran iglesia que llaman Sepulcro; allí está sepultado aquel Hombre al cual acuden todos los peregrinos”.

En Bagdad retrata con detalle la vida en la corte del califa, un mandatario que se niega a vivir a costa del erario público. “No quiere sacar beneficio sino de su trabajo manual, y hace esteras que marca con su sello; sus dignatarios las venden en el zoco, y las compran los magnates del país”.

Benjamín plasma la compleja vida en la corte bagdadí. “Cada hermano, así como toda la familia [del califa], tiene […] un palacio en el interior del palacio, pero están todos presos con cadenas de hierro, habiendo guardianes en cada una de sus casas para que no se levanten contra el gran rey”.

Explica, además, las ceremonias que allí se celebran: “[El califa] no sale de su palacio más que una vez al año. En ese día vienen de países lejanos para ver su faz. Acuden a él todos los jefes ismaelitas […] de Arabia, Turkmenistán, Daylam, Persia y del país del Tíbet, que está a tres meses de marcha, al oeste de Samarcanda”.

El Libro de viajes de Benjamín ben Tudela en una edición de 1633 (Dominio público) (captura de pantalla)

En su itinerario, el viajero muestra un gran interés por las ruinas arqueológicas, y hay quien le califica de primer asiriólogo. “Desde allí hay una jornada hasta Babel, que es Babel la Antigua, en ruinas, las cuales tienen una extensión de treinta millas. Todavía se encuentra allí el palacio derruido de Nabucodonosor”.

En Hilah, localidad cercana a Bagdad, creyó identificar las ruinas de la torre de Babel: “La torre que edificaron los de la generación que vivió la separación de las razas”. A su paso por Egipto quedó impactado por las pirámides: “Hay allí un obelisco hecho por arte de encantamiento, no viéndose cosa tal en todo el mundo”, afirma.

Aunque en su libro menciona también Persia, Asia Central, la India, Ceilán, la península arábiga, Yemen e incluso países europeos como Alemania, Rusia y Francia, donde termina su narración, todo parece indicar que nunca los visitó. Es posible que consignara relatos que le habían contado de estos lugares. Así lo consideran los expertos, que apuntan al perceptible descenso en el detalle de las descripciones en la obra. Desde Egipto, Benjamín regresó, vía Sicilia, a España, donde, tras dictar su libro, murió preparando otros viajes.

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