La poco conocida historia de una muy valiente mujer de la comunidad judía de Beirut, a mediados del S XX, que pasaba información y judíos a Israel, hasta que fue descubierta por la policía libanesa.
Shulamit Kishik-Cohen nació en Argentina en 1917 -un año difícil para nacer junto al Río de la Plata. Su padre, un judío de Damasco, casado con una mujer de Jerusalén, había emigrado a Argentina a fines del S XIX, donde se dedicó al comercio textil; pero, poco después del nacimiento de Shula, cuando ya hubo acabado la Primera Guerra Mundial -el fin del Mandato del Imperio Otomano en Eretz Israel- la familia decide hacer aliá y radicarse en el barrio de Mekor Baruj, en Jerusalén, entonces recién construido.
Tras estudiar en el emblemático colegio de Evelina de Rothschild, entonces dirigida por la famosa Miss Landau -un icono de las niñas sefardíes de Jerusalén- y con tan sólo 16 años, sus padres le presentan a quien va a ser su esposo: Yosef Cohen, un adinearado mercader libanés que la doblaba en edad.
“Aquella noche me encerré en mi habitación y lloré hasta que me quedé dormida”
Los recién casados, allá por 1936, se instalan en el barrio judío de Wadi Abu Jamil, en pleno centro de Beirut, también llamado Wadi Al Yehudi, pues durante siglos ha sido epicentro del judaísmo libanés; por aquella época se había aumentado su población judía con refugiados de Irak y de Siria. Shula y Yosi fueron padres de siete criaturas. Además de sus labores domésticas como madre, Shula se involucró mucho con la comunidad y llegó a tener relaciones sociales con altos cargos del gobierno de Beirut. Fue así como accedió a información confidencial que no dudó en compartir con la Haganá (las milicias judías pre-estatales contra el Mandato Británico) En concreto, hizo llegar a las fuerzas de la Haganá en Metula, la localidad israelí que hace frontera con Líbano, la información sobre las intenciones militares del gobierno de Beirut contra los judíos de Eretz Israel si conseguían la independencia del Mandato Británico. Y como consecuencia de esa coyuntura política, empezó a ayudar a salir del Líbano a muchos judíos que tenían prohibido abandonar el país. Sin que nadie de su familia tuviera conocimiento de sus actividades como espía, entre 1947 y 1961 fue una inestimable fuente de información para los servicios de inteligencia de Israel. Su mote era “La Perla”
Una tradicional madre de siete retoños que dedica su tiempo libre al voluntariado para el mantenimiento y desarrollo de la comunidad judía era, entonces, el escondite perfecto para la discreción necesaria de una espía. No obstante, consciente del riesgo que estaba corriendo, decidió enviar a sus dos hijos mayores -de 7 y 9 años- a vivir con los abuelos en Jerusalén, mientras dejó a los demás a su lado porque aún la necesitaban como madre y porque haberse quedado sin ninguno habría levantado rumores y sospechas. Uno de esos niños, Yitsjak, con el tiempo, será embajador de Israel en Egipto.
Gracias a esta valiente mujer, más de mil judíos libaneses pudieron llegar a Israel en pequeñas barcas que zarpaban de una ensenada muy discreta y atracaban en el puerto de Ako. También consiguió sacar a 70 niños llevándolos en un autobús a la frontera con Israel, con 70 velas de Januká para despistar a la policía como si fuera una excursión escolar sin más.
Shula, a todas luces una mujer inteligente (además de muy valiente) sabía que, en aquel mundo de Beirut tras la Segunda Guerra Mundial, donde las intrigas y los delatores abundaban por sus calles y sus casas, estaba sin duda alguna siendo observada por las siempre celosas autoridades libanesas, que a la sazón consideraban a los judíos como ciudadanos que no había que dejar de tener controlados. Shula sabía que la perseguían. No podía ser de otra manera. Además, tenía indicios claros de ellos. En la casa de enfrente, a cuyos vecinos ella conocía perfectamente, siempre había sentado junto a la puerta el mismo hombre, que no era vecino del barrio. Nunca se supo quién delató o cómo se llegó a saber en las fuerzas de seguridad de Líbano sobre las actividades de esta ama de casa.
Tal como contó en su libro de memorias, “Poesía Shulamit – La historia de un espía sionista” (que escribió con Ezra Alankam Yachin), en aquellos tiempos Beirut era conocida como el París del Oriente Medio, pero para ella era como si hubiera caído del techo del mundo, consciente de que su persona era llamativa en Beirut: mientras que todos soñaban con ir a Jerusalén, ella había dejado Jerusalén para irse a Beirut. Sabía que era conocida, que había malshines (delatores) y sobre todo sabía que estaba corriendo un gran riesgo. Pero sus ideales sionistas podían con todos los miedos.
No obstante, a pesar de sus sospechas, ella continuó con sus actividades, completamente sola, sin nunca pedir al menos ser acompañada. Ni siquiera por su marido. Todos los encuentros secretos que tuvo que tener los hizo completamente sola. Tal es así que no la llamaban Señora Cohen, sino Monsieur Cohen.
A menudo recibía los mensajes de sus operadores en Israel en una farmacia en Beirut. La llamaban por teléfono para que fuera a recoger el medicamento que había encargado, donde se infiltraban los mensajes.
En 1961, por desgracia, fue descubierta, arrestada y, por supuesto, torturada. La sentencia a la cual la condenaron era morir en la horca. Luego, la pena fue revocada y condenada a 21 años de cárcel. Su marido, además, también había sido arrestado, por encubridor y colaborador.
” Cuando me arrancaron la primera uña sentí tal dolor que apreté los labios y los dientes con tal fuerza que me empezó a salir sangre por la boca.”
Shula Cohen entró en la cárcel libanesa y estuvo privada de libertad durante siete años, hasta que se produjo la Guerra de los Seis Días y recobró su libertad en virtud de un acuerdo de intercambio de prisioneros. Su marido había huido a Israel a través de Chipre, y la esperaba en Jerusalén con el resto de la familia, excepto por el padre, que había fallecido sin vivir ese momento de la libertad de su hija. En el aniversario nº 44 de su sentencia de muerte, fue honrada por el Estado de Israel para encender una antorcha en los fastos de la fiesta del Día de la Independencia.
“En la cárcel hay dos cosas que no pude hacer: llorar y dormir.”
En Israel, trabajó como dependienta de una tienda de antigüedades de Jerusalén, ciudad de cuya municipalidad recibió el honor de ser nombrada Hija Predilecta, Yekir Yerushalayim.
En el Centro por el Legado del Modiín (el núcleo de inteligencia militar de Israel) se puede ver un documental sobre su vida, narrada por ella misma.
Su marido, que era mucho mayor que ella, falleció en 1994. Shula Cohen falleció el 21 de agosto de 2017, en Jerusalén, pocos meses antes de cumplir 100 años; está enterrada en el cementerio de Guivat Shaúl, z”l. Tras de sí dejó un gran número de nietos y bisnietos. Uno de ellos la llamaba Abuela James Bond.
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