Los viernes de Shulamit Beigel: La desesperación de mi vecina del 8

Dalia, la vecina del 8, estaba tan desesperada del encierro, de su situación económica, del ruido, nada pudo quitarle de la cabeza que ya nada valía la pena

Enlace Judío México e Israel – Dalia, la vecina del 8, estaba tan desesperada del encierro, de su situación económica, del ruido, del “se cierran las playas”, “se abren las playas”, que ya ni el yoga ni la gimnasia, ni las clases de cocina, de pintura, de relajación, etc. etc. por zoom, uno tras otro durante todo el día, pudieron devolverle la alegría perdida y quitarle de la cabeza que ya nada valía la pena, por lo que estaba resuelta a quitarse la vida.

Los pocos ahorros de toda su larga existencia, que tenía en el Banco Discount, iban acabándose. La compañía en la que trabajó durante años, cerró, y de otro trabajo la echaron, y un día en que no pudo más, abrió la llave del gas, se cortó las venas, se clavó un cuchillo de cocina en el estómago (el mismo que había pensado clavarle a su marido y nunca se atrevió), y como seguía viva y nada le funcionó, se colgó subiéndose a una silla, pero hasta en eso tuvo mala suerte, se cayó y todo fue en vano.

Atraídos por el olor a gas, los vecinos, que siempre la criticaban y se meten en todo menos en ayudar, pues ni el buenos días le daban, acudieron rápidamente y descolgaron a la ahora sí señora Cohen, cuando antes la llamaban la loca del 8, para transportarla al hospital Ijilov. Llamaron a una ambulancia que llegó en cinco segundos, es decir en menos de lo que canta un gallo, pero el chofer estaba tan nervioso que chocó contra un autobús cruzando por la calle Arlozorov, (el 5 creo), y aunque ustedes no lo crean, hubo tres muertos menos Dalia, que frustrada llegó al hospital y hasta pudo subir por sí sola las escaleras, ya que no quiso meterse al elevador por miedo de contagiarse con el famoso virus.

En la sala a la que se dirigió sin saber dónde estaba, encontró una cama vacía y ahí se metió, pero en el camino un enfermero que la vio le acarició la cabeza y le dio un beso en la boca, cosa que la salvó de querer morir.

El suicidio es, después de todo, una expresión de la máxima libertad individual en democracia. Y no es que personalmente lo esté recomendando,( jas ve jalila, aunque hay días en que ay güey…) excepción hecha de unos cuantos políticos que no estaría del todo mal que… pero creo que todo ciudadano (y ciudadana), al corriente en el pago de los impuestos, la municipalidad, la electricidad, el agua, el celular, la renta de su departamento, (¿se me pasó alguno?) tiene el derecho inalienable en esta época pandémica, o cualquier otra, de suprimir su próximo cumpleaños si así lo desea. Si existen tantas clases de libertades, la libertad de palabra y expresión, la libertad de conciencia, la libertad de cambiarse el género, de religión, etc. etc. ¿por qué no ha de existir la libertad de liberarse de todo incluyendo los discursos políticos de Bibi y compañía? El suicidio, en resumidas cuentas, no es más que el control de la natalidad como lo hacen en China con otros métodos, o un apoyo al coronavirus.

En el caso de mi vecina la del 8, que tan decidida estaba a matarse, que intentó varios procedimientos cada uno más espeluznante que el otro, resulta insufrible la intromisión de sus vecinos. No sabemos cuáles fueron las causas reales, profundas, que impulsaron a Dalia la del 8, tantas veces frustrada, a eliminarse de este “bello” mundo. Posiblemente haya sido el haber perdido su trabajo de limpieza en la tienda de ropa que se declaró en quiebra en esta época tan difícil, un understatement, palabra que usa mi amigo Henry constantemente, las deudas y la renta que ya no podía pagar, o los discursos de Bibi por la televisión cada noche. De lo que sí estoy segura es que ningún ente social, ni su familia y menos aún los políticos de este país, tuvo misericordia de ayudarla a resolver sus problemas. Y sus vecinos, que nunca la ayudaron tampoco, se metieron en el asunto cuando ella misma estaba en proceso de liquidarlos (no a los vecinos, a sus problemas).

Debería haber una disposición legal en este país que asegure a los suicidas frustrados el cumplimiento de sus deseos, por parte del gobierno. Como un seguro. A menos, claro está, que como en el caso de mi vecina la del 8, un enfermero guapo y generoso, les hiciese cambiar de propósitos.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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Shulamit Beigel: Llegué de Israel a México a la edad de siete años. La primaria y la secundaria las hice en el Colegio Hebreo “Tarbut”. Mis recuerdos de aquella época son excelentes. Mi primer trabajo como periodista, lo hice recortando periódicos en la Embajada de Israel, en el departamento de prensa, a cargo en aquel entonces, de Sergio Nudelstejer. La prepa, fue en la Escuela de la Ciudad de México, en Campos Elíseos, que me permitió conocer otra gente y otros aspectos de la vida mexicana. Estudié y me gradué en antropología y en letras, en la universidad de las Américas, en Cholula. La maestría, en Antropología, fue en la UNAM. Antes de incursionar a la universidad viví en Teloloapan, Guerrero, haciendo trabajo de comunidad y siendo jefa de organización campesina para varias instituciones gubernamentales. Viví varios años en Israel. En esa época, los ochentas, fui productora de Ariel Roffe y Erika Vexler para Televisa desde Medio Oriente. Tuve una columna que se llamaba “Burbujas” en el periódico israelí en español Aurora, otra, “Al Margen” en la revista Semana, que ya no existe. Viví cuatro años en Caracas, cuando mi ex esposo fue sheliaj del KKL. Actualmente vivo entre Londres y Venezuela, he dejado de creer en la política y mi pasión es la literatura, el cine y la música. Confieso que ya no tengo grandes respuestas ante la vida, pero que soy muy feliz.