Recientemente, en su casa de Miami, se reunía con sus padres, a la edad de 91 años, la leyenda del mundo de las cuerdas, Ida Haendel. Bendita sea su memoria.
Ida Haendel nació en Chelm, una localidad al sureste de Polonia, casi en la frontera con Ukrania; en el mundo del humor judío, Chelm es algo así como la capital de la locura (Singer, el Premio Nobel, ubica en Chelm muchas de las andanzas de Shlemiel, un entrañable personaje judío que no es como el común de los mortales. ) Ida Haendel tampoco fue común. De hecho fue descomunal. Pero por desgracia era mortal. Y fue la gran diva del violín en el S XX y parte del XXI.
Ida nació en Chelm diez años después del fin de la Primera Guerra Mundial. Fue tan precoz en lo suyo que comenzó a tocar el violín a los tres años; a los cuatro empezó a estudiar en el Conservatorio de Varsovia con Miecyzslaw Michalowicz ; a los cinco ganó el Concurso Hubermann. A los siete fue finalista en el Concurso Internacional de Violín Henryk Wieniawski. Y entonces dijeron, a este prodigio hay que darle una educación musical seria: y empezó a estudiar, primero, en Londres con Flesch (hasta que éste fuera arrestado por la Gestapo) y después en París, con Eonescu.
El hecho de que la familia se trasladara en esa época a Inglaterra los salvó de perecer asesinados en los campos de concentración nazis. Prácticamente toda la población judía de Chelm desapareció en esas circunstancias.
En Londres empezó a tocar en fábricas y en cuarteles militares, hasta que consiguió un fulgurante éxito en los conciertos de los Proms en el Royal Albert Hall, a los cuales permanecería fiel de por vida. Después de ese éxito vino su primer gira por Estados Unidos y su primera grabación con la Filarmónica de Chicago.
En 1952, se radicó en Montreal, Canadá, con sus padres, para estar cerca de su hermana, que vivía allí; en este lugar es donde, además de escribir su autobiografía -ya tenía mucho que contar- vivió hasta 1979; en ese año se mudó a Miami, donde viviría hasta que falleció – en una residencia de ancianos- el último día de junio de 2020, a causa de un cáncer de riñón.
Ida Haendel vivió abrazada a un Stradivarius de 1699 ; ella, calificada a veces como encantadoramente excéntrica, era consciente de que , más que persona, más que mujer era un violín humanizado. Ida no conoció otro amor que el del violín. Un amor tan sereno que ella huía de las piruetas circenses del virtuosisimo, porque cuando se ama no hay nada que demostrar a nadie: sencillamente se ama.
En 1991 fue condecorada con la Orden del Imperio Británico, además de recibir varios doctorados honoris causa en distintas universidades inglesas. Dejó tras de si una serie de discípulos que hoy son grandes figuras del mundo del violín. Por no decir nada de 70 años de grabaciones hoy ya históricas. En su discografía destacan el Concierto para violín de Sibelius, cuya interpretación fue elogiada por el propio compositor, y el Concierto para violín de Brahms, bajo la batuta de Celibidache, con quien mantendría una estrecha relación musical de más de 35 años. La Gran Dama del violín que llamó a su perro como una de sus discográficas de cabecera: Decca.
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