Enlace Judío México e Israel – El problema de esta época es que no vivimos del todo y no morimos del todo. Antes (porque hay un antes y un después de la pandemia), las personas se morían definitivamente de un modo integral, independientemente de que hayan tenido una agonía prolongada o que por el contrario sucumbían de inmediato a causa de un síncope o de un accidente. Pero no es este el caso de mi amigo David.
Fue hace aproximadamente un año que los médicos lo habían declarado medio muerto, pero advirtiendo a la vez que todavía estaba medio vivo, que es un poco lo que nos pasa a muchos hoy en día.
Y es que hay gente así, y no solo por la pandemia. En David, por ejemplo, esta característica era como una segunda piel. Desde que vino al mundo puede decirse que lo hizo a medias.
Fue uno de los mellizos idénticos, pero a la media hora de haber nacido, su gemelo murió, y desde entonces David existió con la mitad de un todo. Jamás logró desarrollarse física y espiritualmente como un ser completo. Nunca se sintió entero, y todo lo que aprendió y acometió en su vida lo hizo a medias, como mucha gente.
Para comenzar, solo logró crecer ochenta y cinco centímetros, que es la mitad de la talla promedio normal entre nosotros los habitantes de este mundo. Pero esto no es lo peor, pues sabemos de enanos felices.
David fue a la escuela, pero a la mitad del año invariablemente se medio enfermaba, y ya no podía continuar el curso, como les pasa hoy a muchos. En consecuencia, su educación nunca fue completa, lo cual le impidió en la edad adulta abrirse camino como era debido. Siempre tuvo que conformarse con empleos mediocres de medio tiempo, igualito como nos pasa a casi un millón de israelíes en esta época, y nunca llegó a percibir un sueldo completo.
Pero como en la vida no todo es tan malo (a veces es malísimo), al morir su padre, que no era pobre ni rico, les dejó a David y a sus hermanas ciertos medios de vida, con los cuales fueron medio pasándola. Pero ahora recuerdo que éstas en realidad eran solamente sus medias hermanas, pues cuando se murió la mamá de David, el papá volvió a contraer nupcias y las señoritas Levy fueron fruto de este segundo matrimonio.
David, como tantos adolescentes de su generación (y de esta), quiso ser médico, pero debido a las circunstancias antes mencionadas no pudo terminar la carrera. Por lo cual se dedicó a ser curandero en Tepoztlán, un pueblo mexicano a unas dos horas de la Ciudad de México, y como solo cobraba la mitad de lo que solían cobrar otros profesionales radicados ahí, pudo conseguir solamente una medio regular clientela.
A la mitad del camino de su vida, como diría Dante, el poeta italiano, David decidió que debía casarse. Quería, como todo mundo (o casi todo mundo) tener su media naranja. Pretendió a diversas jovencitas, pero por una razón u otra, los noviazgos quedaban a medias, y nunca llegó a efectuarse ningún matrimonio feliz. David tuvo que conformarse entonces con una “amiga” (así las llaman ahora), a la que puso un departamento medio amueblado. Sus amistades y hermanas decían escandalizadas que solo estaba casado a medias.
Eventualmente, la amiga se marchó con un señor de tiempo completo dejando a mi amigo David con medio palmo en las narices. Estaba muy deprimido y para consolarse, nuestro amigo (los amigos de mis amigos son mis amigos), decidió viajar por medio mundo, cuando todavía se podía. Pero solo llegó a Israel, pues ahí lo pilló la guerra (una de tantas que ya ni me acuerdo cual), y tuvo que buscar toda clase de medios de transporte (camello, burro, barco, avión), para volver a México, su país natal, a su medio ambiente.
Ya de regreso en México decidió entrar a medias en un negocio con un medio pariente suyo (aunque yo le aconsejé que nada de negocios con familia). Como era de esperarse, pusieron una tienda de ropa a medias en el Centro, pero con tan mala fortuna que al poco tiempo el socio (primo, además), se largó con el capital íntegro, dejando a David en mitad de la calle.
Desde ese momento empezaron a declinar su salud y sus ánimos. Sin embargo, macho mexicano, al fin y al cabo, no llegó a desesperarse del todo, solamente entró en una especie de trance y anunció a familiares y amigos que iba a dedicarse al espiritismo, es decir, a servir de medium.
Medio año después le sobrevino la rara dolencia que habría de ponerlo entre la vida y la muerte. Por espacio de medio mes estuvo en la extraña situación en que lo encontré cuando viajé a México el año pasado, es decir, ni completamente vivo ni completamente muerto. Y es que según parece, dios no se decidía si llevarlo al cielo o mandarlo al infierno. Pues David, como tantos de nosotros, no había sido ni del todo malo ni del todo bueno. Hasta que decidió (Dios, no David), dejarlo otro tiempo en el planeta tierra para darle una segunda oportunidad de definición.
Igual que a todos nosotros.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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