Enlace Judío México e Israel – Trump soltó la bomba esta mañana: Israel y los Emiratos Árabes Unidos están ya en el franco proceso de establecer relaciones diplomáticas, lo cual conlleva un tratado de paz entre ambas naciones. Así que mis previsiones fueron correctas respecto a tres temas trascendentales: Netanyahu, paz árabe-israelí y anexiones.
Desde hace casi seis años comencé a insistir que la torpe política exterior de Obama en Medio Oriente, basada en la delirante lógica de que había que equilibrar poderíos y, por lo tanto, reforzar a Irán (la nación con el programa imperialista más agresivo del mundo), lo único que estaba provocando es que todos los enemigos de Irán (es decir, todos, menos Siria y Líbano) se unieran para poder enfrentar la amenaza que estaba surgiendo de los despistes estadounidenses.
Todavía en aquel entonces parecía irreal un arreglo formal entre Israel y países como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, pero me aventuré a hacer ese pronóstico tomando en cuenta que el riesgo de un Irán con armas nucleares podría lograr el milagro.
Los meses y los años lo fueron confirmando. Los vínculos entre Israel y la nueva generación de políticos árabes fue estrechándose, y eso se notó particularmente en el trato que la prensa saudí empezó a dar a Israel, un país con el que nunca se habían tenido verdaderos conflictos —las guerras de 1967 y 1973 habían sido pura obsesión árabe, específicamente egipcia—, y que, por el contrario, resultaba un socio perfecto para encarar los retos del siglo XXI. Imagínense: dinero árabe y tecnología israelí.
Donald Trump trajo un cambio radical en la política norteamericana para Medio Oriente, pero eso no afectó los acercamientos árabo-israelíes. Al contrario: el cambio llegó en el punto en el que el proceso mejoró y se reforzó.
Por supuesto, hubo quienes intentaron descarrilarlo. Como era previsible, palestinos e iraníes no iban a quedarse con los brazos cruzados mientras Israel y las principales naciones árabes empezaban a volverse amigos. Para los palestinos el asunto es simple: ven ese acercamiento como una traición para su causa. Lo que nunca tomaron en cuenta es que Arabia Saudita, los Emiratos, y las demás naciones sunitas, ven el asunto al revés. Es decir, ven a los palestinos como los verdaderos traidores. ¿Por qué? Porque en el afán de mantener su lucha contra Israel, han aceptado girar en la órbita de Irán, el gran enemigo de la corona saudí.
Los palestinos no tenían muchas opciones. Básicamente, sólo una: provocar un conflicto de gran envergadura en el que Israel tuviera que generar los suficientes destrozos en Gaza como para reunificar los sentimientos nacionalistas anti-israelíes en el mundo árabe, y voltear la balanza otra vez hacia el modo de conflicto.
El único momento donde se logró llevar la escalada militar a grandes niveles fue en 2014, tras el secuestro de tres adolescentes israelíes que luego fueron asesinados, y la consecuente campaña militar que destruyó un gran porcentaje de los recursos e infraestructura militar de Hamás y otros grupos terroristas en la Franja de Gaza.
Pese a lo delicado que fue ese momento, Israel supo mantener el nivel de contención necesario para que el asunto no se complicara diplomáticamente más de lo necesario (y no se olvide que todavía estaba en funciones Barack Obama, quien se puso descaradamente del lado de los terroristas de Gaza; John Kerry, en uno de los momentos cumbres de la estupidez diplomática estadounidense, literalmente solicitó la rendición de Israel al proponer una serie de arreglos que eran, punto por punto, las exigencias de Hamás).
Además, en ese momento el acercamiento israelo-árabe apenas estaba en sus arranques.
Los palestinos han continuado, ininterrumpidamente, con sus agresiones y provocaciones. Esa situación ha tenido un impacto interesante en la política israelí: los críticos de Netanyahu se han quejado, sistemáticamente, de que el primer ministro no ha sido lo suficientemente duro con los enemigos de Israel. Han manejado el discurso de que Netanyahu traicionó a los habitantes vecinos de Gaza, abandonándolos a su suerte.
En varias ocasiones durante los últimos tres años he señalado que la apuesta de Netanyahu era muy clara: mantener la política de contención máxima con miras a no descarrillar ese acercamiento que se estaba reforzando con los países árabes. De hecho, ya desde entonces Israel se fue anotando muchos puntos a favor en el terreno diplomático y, contrario a lo que Barack Obama, John Kerry, Hillary Clinton, Tzipi Livni e Isaac Herzog amenazaron previo a las elecciones de 2015, ni Israel ni Netanyahu quedaron aislados del concierto internacional.
Todo lo contrario: hoy por hoy, Israel tiene la mejor posición a nivel mundial que haya soñado en toda su historia. Dista mucho de ser normal, gracias al casi infalibe antisemitismo de muchos políticos europeos, pero el giro es indiscutible. Se evidencia en que cada vez menos países repiten y perpetúan las peroratas sesgadas de los palestinos.
El arranque de una negociación de paz entre los Emiratos e Israel le da la razón a Netanyahu: valía la pena no ceder a las provocaciones palestinas, hacer un trabajo quirúrgico para garantizar la seguridad básica e indispensable de los residentes en la zona cercana a Gaza, pero de ningún modo infringir un golpe decisivo a Hamás. La razón inmediata era que eso podría, efectivamente, azuzar el nacionalismo árabe y entorpecer los acercamientos, pero también estaba la realidad de que el colapso de Hamás en Gaza provocaría un vacío de poder, mismo que sería llenado por algún otro grupo más radical. Y eso implicaría el empeoramiento de la situación.
Así que la administración de Netanyahu optó por la contención, y el resultado positivo lo estamos viendo este día.
Todavía hace un par de meses nos vimos envueltos en otra controversia, heredada del plan de paz propuesto por EE. UU: el tema de las anexiones.
En medio de esa política de contención, Netanyahu tomó una decisión que parecía desentonar con el esfuerzo de mantener los acercamientos con los árabes: una anexión unilateral de territorio en Cisjordania. No era una idea nueva. En realidad, es parte de la propuesta estadounidense: un intercambio de territorios. El plan es que Israel ponga bajo su soberanía las zonas de Cisjordania donde están los asentamientos judíos y, a cambio, a los palestinos se les dé toda una franja de territorio nunca antes contemplada, al sur de Gaza. Sería un corredor cuyo principal objetivo es la creación de una zona de desarrollo tecnológico, para de ese modo meter a los palestinos de lleno en la modernidad.
Por supuesto, los palestinos rechazaron todo. Fieles a su tradición de siempre decir que no, se indignaron porque —a fin de cuentas— el único plan que podría satisfacerles sería la destrucción de Israel.
Y como era de esperarse, la reacción internacional —especialmente en Europa— también fue pegar el grito en el cielo. Los acercamientos entre Israel y las naciones árabes han logrado lo suyo, pero la judeofobia en la política europea y, sobre todo, en la ONU, todavía gozan de muy buena salud. Así que se siguió la línea política de siempre: nunca hay que concederle nada a Israel.
En aquel momento señalé dos cosas al respecto: una, que la anexión de esos territorios es prácticamente inevitable. Y dos, que era evidente que eso no se realizaría en el corto plazo, ya que todo tenía visos más bien de ser una provocación de Netanyahu para acelerar otros procesos que no tienen por qué mantenerse estancados.
Y helo ahí: el proceso de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos se ha reactivado (o ha iniciado formalmente), y a cambio se habla de que Israel ha detenido cualquier proceso de anexión. Por el momento.
Los grandes derrotados, por supuesto, son los palestinos. Pero era de esperarse: son un grupo que exige todo y nunca está dispuesto a conceder nada. Esa ha sido su postura no sólo ante Israel, sino también ante el resto del mundo.
Europa y la ONU los han tolerado con singular felicidad porque, como ya señalé, ahí están muy arraigados los sentimientos anti-judíos. Así que apoyar a los palestinos y levantarse contra Israel es casi un deporte para ellos. Pero a los países árabes se les acabó ese gusto. En primera, porque los palestinos han representado un gasto enorme de dinero que, en términos prácticos, sólo se ha desperdiciado. Y en segunda —y acaso lo más importante—, porque los países árabes están en alerta máxima ante un posible conflicto con Irán, y no les queda ninguna duda sobre quién es un mejor socio y cómplice: si una potencia militar con tecnología de punta que, además, también está en guerra potencial con Irán, o un grupo que sólo pide y pide, gasta y gasta, y que no oculta su simpatía y devoción hacia los ayatolas de Teherán.
Por ello, la política árabe de los últimos 5 o 6 años ha sido de un claro distanciamiento hacia los palestinos.
Por supuesto, todavía es muy temprano para que se tomen decisiones radicales sobre qué hacer con Mahmoud Abbas y su gente, o con Hamás. No tiene sentido si Irán todavía se mantiene detrás como el gran apoyo moral y económico de los palestinos. Pero Israel y los países árabes parecen estar muy bien coordinados con la política de estrangulamiento impuesta por Estados Unidos, y están esperando pacientemente a que los grandes cambios en Irán surjan desde adentro.
Es probable que una victoria de Joe Biden en las elecciones del próximo mes de noviembre en EE. UU. le dé un poco de oxígeno a los ayatolas (sería un torpeza descomunal, pero no sería de extrañarse que el Partido Demócrata la cometiera). Sin embargo, Israel ha aprovechado para asestar golpes decisivos al poderío militar iraní en Siria. Los constantes bombardeos a posiciones iraníes, sirias o de Hezbolá han infringido pérdidas cuantiosas, y es algo de lo que la deteriorada economía iraní no se va a recuperar. Arabia Saudita, por su parte, se ha encargado de hacer polvo todo el dinero invertido por Irán en la guerrilla hutí en el sur de Yemen.
Falta mucho para que veamos la conformación de un nuevo Medio Oriente, pero el círculo se va cerrando. El anuncio de hoy es, sin duda, el paso más grande que se ha dado desde la firma del tratado de paz entre Israel y Jordania en 1994.
Pero lo cierto es que los hijos de Abraham se están reconciliando, y eso siempre será una buena noticia.
A mediano plazo, se puede lograr una poderosa alianza militar y comercial que haría del Medio Oriente un foco de desarrollo económico de grandes alcances. Rusia y China ya lo saben, por lo que han reforzado sus vínculos comerciales con Israel en los últimos años.
A un plazo tal vez un poco más largo, será la propia población iraní la que dé cuenta del brutal y medieval régimen teocrático de los ayatolas. Si un nuevo gobierno ciudadano revierte las irracionales políticas expansionistas de Irán, y solicita negociaciones de paz con Israel, Estados Unidos, Arabia Saudita, Yemen, y los Emiratos, es seguro que una gran inversión internacional puede sacar a Irán de su terrible crisis. Y si Irán se integra al eje que podrían iniciar Israel y Arabia Saudita junto con los demás aliados regionales, el Medio Oriente se puede convertir en un paraíso para el desarrollo y el progreso.
Por cierto: Israel ya tiene la tecnología para convertir toda esa zona en un paraíso natural, además.
Así que imagínense todo lo que se podría lograr.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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