Enlace Judío México e Israel – La filosofía no es una disciplina inocua. Su efecto sobre las sociedades humanas puede ser tan benéfico como nocivo, y a veces no reparamos en ciertas sutilezas que, a la larga, pueden resultar muy perniciosas. Algo así ha sucedido con ciertos aspectos de la filosofía de Platón. Pero no hay problema: en los peores momentos, ahí estuvo el Judaísmo para salvar la tarde.
La filosofía fue la primera gran revolución intelectual que trató de ofrecer a la humanidad una comprensión razonable del universo. En la antigüedad, todo nuestro entendimiento de la naturaleza estaba definido por el pensamiento mágico propio de las religiones politeístas. Este era un esquema en el que no buscábamos comprender la relación entre las causas y los efectos, sino que todo lo explicábamos como interferencia de los dioses, que lo mismo eran responsables de las cosas buenas o malas que nos sucedían.
La filosofía de la Escuela Eleática vino a cambiar esa ecuación. Su principales exponentes fueron Parménides, Zenón, Jenófanes y Meliso de Samos. Una de sus principales aportaciones fue la insistencia en que la verdad de las cosas sólo se obtenía por medio del razonamiento. Parece una idea muy lógica y elemental, pero en su momento fue de una gran trascendencia, ya que su implicación directa era que las cosas tenían una causa y un efecto, y estos podían ser entendidos de manera racional. De ese modo, el intelecto humano empezó a ganarle terreno a los dioses.
En el transcurso de los siguientes 150 años, dos filósofos de capital importancia para la Historia se vieron altamente influenciados por esta noción: Pitágoras y Platón.
No cabe duda de que fueron mentes brillantes. Sin embargo, hay que estar conscientes de una realidad: vivieron en una época muy lejana a lo que llamamos conocimiento científico. Así que hay que entender su qué hacer filosófico como producto de su tiempo.
Dicho de otro modo, Pitágoras y Platón vivieron en una época en la que los seres humanos no entendíamos cabalmente la importancia de la experimentación para la construcción de verdadero conocimiento. Es decir, estábamos muy lejos todavía de conceptualizar el Método Científico. Por ello, ambos se mantuvieron apegados a la idea de que “la verdad” se conocía exclusivamente por medio del razonamiento. Platón lo explicaría de un modo elegante: los sentidos nos servían para entrar en contacto con los fenómenos físicos, pero las ideas sólo las podíamos conocer por medio del intelecto.
Hay que destacar que el concepto de “idea” en la filosofía platónica es de la mayor relevancia. Tanto él como Pitágoras entendían el mundo físico no como la última realidad, sino apenas como una proyección o sombra de la verdadera realidad (valga la redundancia). Para Pitágoras, dicha realidad eran los números; para Platón, las ideas.
Sin negar que ambos hicieron propuestas intelectuales notables (como el Teoremo de Pitágoras o la filosofía política de Platón), lo cierto es que también provocaron un problema: nos inculcaron la conflictiva idea de que los eventos físicos no eran la última realidad.
Aristóteles, discípulo de Platón, fue el primero en rebelarse contra esta noción, y en su monumental obra filosófica propuso que la esencia y la forma (o la idea y el fenómeno) conformaban una unidad indisoluble. Es decir, se separó de la idea pitagórica o platónica de que la realidad estaba fuera del mundo físico. Curiosamente, el de Aristóteles fue un enfoque muy similar al que el Judaísmo de ese tiempo ya tenía bien trabajado: alma y cuerpo no son entes disociados, sino indivisibles. La realidad tiene una dimensión espiritual, pero no es ajena a la material. Al contrario: nuestro único contacto con la realidad se da en el mundo material.
A la larga, la civilización occidental cayó bajo la tutela del pensamiento platónico. Plotino fue el responsable. Filósofo del siglo III, es el mayor exponente del Neo-Platonismo, y su influencia en el pensamiento medieval fue decisiva. Llevando las ideas de Platón hasta sus últimas consecuencias, fue quien explicó de modo explícito que este mundo físico no era “la realidad”. El daño que esta idea provocó en la sociedad occidental, heredera del mundo greco-latino, fue terrible. Fue la base de la idea de que el ser humano debía soportar pacientemente el sufrimiento en esta vida, con tal de “ganar el cielo”. Idea que parece linda, pero que siempre fue aprovechada por los tiranos para imponer su control sobre la gente.
Fueron dos las personas que vinieron a cambiar esta situación en la Edad Media: Averroes y Maimónides, ambos contemporáneos (nacidos apenas con 12 años de diferencia). Ellos fueron los responsables de reintroducir el aristotelismo en el pensamiento occidental.
Averroes tuvo una ventaja singular en ese aspecto: en una época en la que las obras de Aristóteles se habían perdido en occidente, este notable filósofo árabe-español creció en un ambiente intelectual en el que Aristóteles era conocido gracias a las copias en árabe que había de sus obras. Este mismo ambiente influyó de manera determinante en Maimónides (judeo-español), con la ventaja extra de que el Judaísmo Sefardita de la época se convirtió en el puente entre las culturas islámica y cristiana. De ese modo, estos dos autores fueron el gran impulso para que la filosofía aristotélica se volviera a sentir entre las élites intelectuales europeas.
El proceso lo culminó un monje cristiano, cumbre de la filosofía escolástica y autor básico de la teología católica moderna: Tomás de Aquino. Nacido casi un siglo después de Averroes y Maimónides, este destacado pensador eclesiástico logró imponer a Aristóteles como norma en un mundo que, hasta entonces y por culpa de Plotino, había sido netamente platónico. Con ello, los pensadores occidentales recuperaron la noción de que lo que sucede en el mundo físico es la realidad.
El cambio fue sutil, pero decisivo. Por supuesto, tuvieron que pasar siglos para que eso rindiera frutos destacados. Sin embargo, el proceso era irreversible. Las tensiones ideológicas se acumularon al interior de la iglesia, y llegaron a su punto máximo con la Reforma Protestante. Lutero, Calvino, y otros líderes reformistas, no estaban particularmente interesados en dirimir controversias filosóficas entre platonismo y aristotelismo, pero al provocar el rompimiento de la hegemonía ideológica de la Iglesia de Roma, abrieron la puerta a que cada vez más intelectuales se arriesgaran a reflexiones más libres.
Ese fue el ambiente óptimo para la aparición de la Filosofía Racionalista, la primera que dio pasos decisivos hacia la conformación de un tipo de razonamiento verdaderamente científico. Rene Descartes y Francis Bacon fueron los primeros en publicar sendas obras sobre este tema, y en ellas consolidaron las primeras versiones —muy rudimentarias todavía, pero sin duda importantes— del Método Científico. Luego llegaron las aportaciones de Blais Pascal y, finalmente, el monumental trabajo filosófico del judío sefardita holandés Baruj Spinoza.
Aunque las aportaciones de estos pensadores no fueron plenamente comprendidas y asimiladas en su momento, el impacto que causaron poco a poco fue transformando el mundo intelectual europeo, y fueron la base para que la ciencia lograr su emancipación plena a partir de finales del siglo XIX. Una vez que se perfeccionaron los criterios de investigación científica, siempre basada en la experimentación, el razonamiento científico se emancipó por completo de los criterios filosóficos platónicos.
Los resultados son evidentes: es justo a partir de entonces que los seres humanos hemos sido capaces de transformar nuestra realidad. Y por “realidad” me refiero, obviamente, a la realidad física, la única que le interesa a la ciencia. Cierto que muchos de estos avances fueron torpes y contraproducentes (por ejemplo, como todo aquello que ha contaminado al planeta). Pero otros fueron notables y sumamente benéficos (como los avances en medicina y alimentación que han elevado las expectativas de vida de la humanidad a niveles nunca vistos en la Historia).
Y todo comenzó con un filósofo griego —Aristóteles— que se dio cuenta que la Doctrina de las Ideas de su maestro Platón era incorrecta. Pero los cambios no se hubieran dado sin la intervención de Maimónides, el titán intelectual que sirvió como puente para que el aristotelismo impactara de lleno en Europa.
Es cierto que Averroes y Tomás de Aquino jugaron un papel importante en este proceso, pero también es cierto que ellos son los representantes de los dos polos extremos (la cultura islámica y la cultura cristiana) en la Edad Media.
Maimónides —sinécdoque del Judaísmo Sefardita— es el puente que los une.
Y es lógico: tenía que ser el Judaísmo Español, atrapado en medio de esos dos mundos, el que se convirtiera en el enlace que permitió la recuperación del racionalismo aristotélico en Europa, que vino a ser el germen del Racionalismo Filosófico que luego dio a luz la Ilustración y el Razonamiento Científico.
Y todo, gracias a algo tan sencillo y natural para el pueblo judío: la realidad es lo que es, y la única manera de cambiarla es aceptándola.
De hecho, esa es la premisa fundamental del Judaísmo Rabínico: la Halajá. Literalmente, el correcto modo de caminar.
Es decir, el modo en el que construyes tu realidad, en el aquí y el ahora.
Judaísmo: siempre presente para ayudar a la humanidad cuando más falta le hace.
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