Enlace Judío México e Israel – Desde la antigüedad, el ser humano ha tratado de entender por qué las cosas son como son. Sobre todo, de darle un sentido a lo que pasa alrededor.
Hoy en día, estamos acostumbrados a que la ciencia es la que nos explica la mecánica de la naturaleza. Podemos estar seguros de que la información que nos proporciona va por la ruta correcta, por una razón muy simple: funciona (tanto, que podemos comunicarnos por internet por medio de estos videos). Sin embargo, el camino fue largo y difícil para llegar hasta donde estamos.
En un principio, los mitos fueron el modo en el que nuestros ancestros se explicaron el funcionamiento del universo. Básicamente, todo se entendía como el resultado de las acciones de los dioses. Más adelante, vino la primera gran revolución intelectual, y la protagonizaron los antiguos griegos. Su propuesta fue la filosofía, una disciplina que no se contentaba con achacarla a los dioses el devenir del mundo, sino que buscaba —por medio de la razón— encontrar las causas y los efectos de todo lo que sucedía alrededor de nosotros.
Sin embargo, las aportaciones de la filosofía también tuvieron sus límites. Fue hasta apenas hacia la segunda mitad del siglo XIX que se consolidaron las bases para la consolidación de la ciencia moderna, que no es otra cosa sino un modo de entender el mundo basado en la experimentación sistemática y el análisis riguroso de los datos que dicha experimentación nos ofrece.
¿En qué radicó la posibilidad de que el Método Científico funcionara correctamente? Irving Gatell nos explica cómo la ecuación científica se compone de dos elementos que, curiosamente, el judaísmo ya había descubierto desde siglos antes: el primero, que uno debe estar consciente de que la realidad física es la realidad. Parece redundante decirlo así, pero a lo largo de la historia surgieron muchas tendencias filosóficas —que, por supuesto, impactaron en las diversas prácticas religiosas— que afirmaban que este mundo físico no era, ni por asomo, la “verdadera realidad”.
Y lo segundo es que el conocimiento de esa realidad va íntimamente ligado al concepto de corrección. En el judaísmo se trata del Tikún Hanefesh (la corrección del alma) y el Tikún Olam (la corrección del mundo). En la ciencia, de la corrección de nuestra comprensión de la información.
Pero el principio es el mismo. Por ello, en los últimos 150 años la participación judía en lo más destacado de la ciencia, ha sido constante.
Curiosamente, ciencia y judaísmo son dos caras de la misma moneda, y están inmersos en el mismo compromiso: conocer nuestra realidad para mejorarla.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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