Natalio Steiner/ Los cambios geopolíticos en Medio Oriente: se forma un nuevo mundo

Enlace Judío México e Israel – ¿Cómo definiríamos al Medio Oriente? Como un conglomerado de etnias, religiones, pueblos, Estados, Estados fallidos y alguna que otra democracia en una región de límites geográficos nubosos, consolidados a medias por la expansión del islam, la descolonización y la fragmentación árabe-musulmana.

Es un espacio territorial en el que desfilaron imperios y religiones  dejando sus huellas. Desde la Mesopotamia asiática lo han hecho los persas; desde Europa los griegos y romanos. En Medio Oriente nació el judaísmo, el cristianismo, el islam. Mongoles, mamelucos, turcos, franceses, británicos, alemanes, rusos, estadounidenses, todos dejaron sus marcas y valoraron esta conexión territorial que incorpora riquezas petroleras, gasíferas, proliferación nuclear y mares estratégicos como el Mediterráneo, Arábigo, Rojo, Pérsico, Caspio, canal de Suez y océano Índico.

Semejante “combo” no podía pasar desapercibido en un mundo de grandes cambios geopolíticos.

Medio Oriente une tres continentes: Europa, África,  Asia. Hasta el siglo XIX no estaba vigente esta denominación eclipsada por un vasto Imperio otomano. La región abarca zonas climáticas disimiles como Anatolia, el Cáucaso, el Levante, la península  Arábiga y Mesopotamia.

Los árabes-musulmanes se consideran preeminentes y son mayoría de los Estados a excepción de Israel, Turquía e Irán.

El norte de África se asocia geopolíticamente a la zona de Medio Oriente.

Hay en el mundo 22 Estados árabes, si se incluye a los palestinos.

La herencia árabe-islámica fue vital desde Mahoma hasta nuestros días y sin ella no sería posible entender lo que sucede en la región. Viven en Medio Oriente 300 millones de árabes, mientras que los musulmanes suman 1,700 millones en todo el mundo siendo la religión que más rápido crece. De ellos, el 87 por ciento son sunnitas y el 13 por ciento chiitas.

En Israel viven 6,800,000 judíos y otros 10,000 más en otras zonas cercanas. El 15 por ciento del cristianismo está en extinción o en retroceso en Egipto, Palestina, Sudán, Irak y Líbano. La alta densidad de los árabe-musulmanes se debe a su edad, proselitismo religioso, disparidad económica. A nivel riquezas, no es lo mismo el golfo Pérsico que el norte de África.

En Medio Oriente viven sólo el 20 por ciento de todos los musulmanes y el 50  por ciento de todo el pueblo judío.

Lo que hoy denominamos Arabia Saudita, nacida en el siglo XIX con una versión wahabita (antioccidental) del islam, hoy  es sunita “moderada”.  Es un país hegemónico para el islam, pero su rol se ve amenazada por el crecimiento e influencia de Irán y Turquía.

Hay algunos hitos claves en la historia del Medio Oriente moderno. En 1918 se produjo el desmoronamiento del Imperio otomano y su lugar fue ocupado por franceses e ingleses que delinearon la región en el marco del acuerdo Sykes-Picot (1916). En 1917, Gran Bretaña oficializa las justas reivindicaciones de los judíos y ya en 1921 podíamos ver los primeros indicios de choques entre el nacionalismo judío y los árabes palestinos. En 1928 nacería la Hermandad Musulmana que es una organización política que inspiró hasta el día de hoy al terrorismo sunita.  De 1945 hasta 1971 se produjo un serio proceso de descolonización.

El fracaso del nacionalismo árabe en su lucha contra Israel brindó euforia al extremismo islámico. 1979 va a ser un año decisivo en Medio Oriente porque se produjeron tres hechos significativos: la invasión soviética en Afganistán, la paz entre Israel y Egipto y la revolución islámica en Irán. Tampoco se puede dejar pasar por alto la guerra que Irán e Irak llevaron a cabo entre 1980 a 1988 con un saldo de 1 millón de muertos y un resultado indefinido.

El salvaje atentado del 2001 contra las torres gemelas sería una nueva bisagra en Medio Oriente, ampliándose la guerra contra al Qaeda en Afganistán e Irak y agudizándose el choque del islamismo sunita radical y los EE. UU en especial.

Desde la invasión de EE. UU. a Iraq en 2003 hasta el 2011, se produciría una nueva fragmentación árabe en Medio Oriente. La Primavera Árabe sería un catalizador de esa situación con graves consecuencias que perduran hasta nuestros tiempos. Entre ellas podemos citar la caída de regímenes en Egipto, Túnez, Libia, Yemen, la guerra civil en Siria (no finalizada con la derrota del ISIS), intervención y expansión de Rusia, Turquía e Irán en la región, el fallido Estado kurdo y la atomización de la región con el debilitamiento del sunismo, la expansión iraní en estados mediante proxies y una retirada de EE. UU. en 2001 (era Obama) que dejó un hueco para el crecimiento del chiismo.

La era Trump (2016-2020) generó un cambio dramático de la posición de EE. UU. en Medio Oriente, revinculándose a través de aliados regionales como Israel, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto para frenar el desastroso acuerdo que Obama firmara con los iraníes, que permitió la expansión militar de un Irán aún no nuclearizado por zonas como Yemen, Irak, Siria y lo fortaleció en el Líbano.

El necesario acercamiento sunita a Israel por la amenaza iraní reafirmó a este país como la única y legítima democracia occidental ya que Líbano, Túnez y Turquía son democracias condicionadas por factores endógenos.

Los éxitos parciales de Israel en la contención de Irán en  Siria y Líbano, fortalecieron el acercamiento sunita a Israel. A ello hay que sumar que los países sunitas valoran el aporte científico, militar y de seguridad de Israel privilegiando el acercamiento por encima de la lealtad a la causa palestina, que quedó relegada en su intransigencia.

De esta forma vemos conformadas en Medio Oriente nuevas alianzas estratégicas.

Por un lado EE.UU., Israel, Egipto, Jordania, Emiratos y Baréin. A estos países podrían sumarse Omán, Sudán, Marruecos, Túnez y a largo plazo, Arabia Saudita. Por otro lado hay una alianza sunita radicalizada compuesta por Hamás, Catar y Turquía. Hay una tercera alianza chiita radical compuesta por Irán, Siria, Hezbolá, Yemen y parte de Irak.

Un párrafo aparte merece la Turquía de Erdogan que desde 2002 a 2020 ha venido acelerando un proceso de radicalización sunita que revive a la Hermandad Musulmana.

Erdogan abandona la Turquía laica en búsqueda de la construcción de lo que podemos llamar un neo-otomanismo, que busca expandirse al Cáucaso vía Azerbaiyán; controlar a los kurdos en Siria, el petróleo africano en Libia y en la cuenca del Mediterráneo complicando a Israel, Chipre, Italia, Grecia y Egipto. A su vez, Erdogan intenta erigirse en el baluarte de la causa palestina “traicionada”.

Frente a este complejo panorama, Israel se transforma en un “tapón” estratégico para frenar a Irán, a la vez que apoya a Egipto en su lucha contra ISIS.

La política israelí frente al terrorismo siempre ha sido no solo de contención sino de prevención colaborando con servicios de inteligencia que hacen frente al terror en Europa.

Los acuerdos de Israel con países árabes de la región han generado un “terremoto” político. Estos acuerdos no tienen la magnitud de los de Egipto y Jordania pero son un progreso inmenso. Si bien sacan a Israel de la incómoda situación de extensión de la soberanía en Judea y Samaria, no ha habido renuncia territorial y pone a los palestinos en un segundo plano; alivia la presión sobre Jordania como un Estado palestino alternativo y alivia a la comunidad judeo-norteamericana incómoda con Trump. También da lugar a la aparición de un liderazgo árabe joven, menos conservador, hartos de las viejas luchas tribales. En definitiva, por ahora son un soplo de aire fresco en una región que vive de tormenta en tormenta.

*El autor es director de Comunidades Plus y corresponsal en Argentina de Enlace Judío


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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