Enlace Judío México e Israel – Cualquier profesor de ciencias estaría de acuerdo que hoy, para dar lecciones sobre el método científico basta con mirar las noticias: no hace falta remontarse a los tiempos de Descartes o dar ejemplos sobre Newton. También hoy, lo que habitualmente sucedía en los laboratorios y era observado solamente por los investigadores y las agencias regulatorias de salud que comprenden el lenguaje y son familiares a los procesos, es motivo de discusión política, de opiniones editoriales, de sorpresas bursátiles, comentarios en redes sociales y temas para los cafés por zoom. Inevitablemente, los grandes reflectores que antes alumbraban las glamurosas pasarelas de Hollywood y los atiborrados estadios de futbol, alumbran, y hasta deslumbran, a quienes están trabajando para ponerle un final a la pandemia de coronavirus. ¿Pero, cuál es ese fin? ¿Llegara el fin? Ya que estamos todos pendientes del desenlace, vale la pena ahondar más en los detalles.
La respuesta rápida es que sí, que sí habrá un fin a la pandemia. Hubo un principio y habrá un final que será declarado por la Organización Mundial de la Salud cuando considere, según indicadores epidemiológicos, que la transmisión del nuevo coronavirus en el mundo ha logrado contención. ¿Cuándo? Depende. Así es, depende de muchos factores que están en juego: de los países, de su colaboración, de las comunidades, de cada uno de nosotros y de la elección de los caminos para llegar al final. Esta claro que una vez que el genio salió de la botella, es trabajo en equipo volver a domarlo; desgraciadamente no salió a conceder tres deseos, pero sí a darnos algunas lecciones importantes de atender. Pero antes, ¿cómo acabará todo esto?
La obra teatral puesta en el 2020 en que estamos todos los terrícolas con papeles de reparto sin que nos hayan preguntado lleva por título ¿Cómo llegamos a la inmunidad de rebaño? Para ello, veo dos escenarios posibles… y medio. Hasta el más despistado ha escuchado que los epidemiólogos dicen que el fin lo veremos cuando la población alcance la llamada “inmunidad de rebaño”; es decir, cuando una gran proporción de la población ya no sea susceptible a infectarse por coronavirus y por ende la velocidad de transmisión disminuya considerablemente.
Esta proporción necesaria varía según las características de infectividad y contagio de cada patógeno. Hay agentes como el sarampión, polio y viruela que requieren un porcentaje alto para su control y hay otros, como el Zika, que con menos proporción de personas infectadas logran contención. Para el coronavirus causante del COVID-19, los epidemiólogos han estimado un aproximado del 60%. Es decir, que grosso modo, la pandemia logrará su fin cuando 4,200 millones de los 7 mil millones de habitantes del planeta ya no seamos susceptibles al SARS-CoV-2. La pregunta ahora es: ¿cómo alcanzarlo?
Muchos caminos llegan a Roma, pero no todos son tan placenteros como otros. La forma de andarlos hace toda la diferencia, no sólo en el tiempo de travesía sino también en la calidad y costo del paseo. En este caso particular, hay dos caminos… y medio.
Espero que para esta etapa de la pandemia de coronavirus sea claro que dejar correr al virus libremente entre la población se entienda como riesgoso y sumamente peligroso. El ejemplo de ello es Suecia, y sin ánimo de juzgar la decisión del país nórdico, es obvio que México no es Suecia. Pero a pesar de ello, algunos, fatigados por la pandemia, cansados por los encierros y por la disrupción en la vida cotidiana, siguen pensando que al mantener a los mayores y a personas de alto riesgo aislados se podría regresar a las actividades y permitir que la población “no vulnerable” se contagie sin grandes consecuencias.
Sin embargo, y por si hubiera duda, aclaro que optar por este argumento, lleno de agujeros y suposiciones no comprobadas, es evidencia de irresponsabilidad. No se puede tomar una decisión de esta magnitud sin considerar la película completa. Al día de hoy, aún se sabe poco sobre la robustez de la inmunidad, sobre los eventos de reinfección, no conocemos los factores predeterminantes para quienes acaban con secuelas a largo plazo luego de COVID-19 y aún hemos observado situaciones críticas y muertes en personas que se conocían jóvenes y sanas. Definitivamente no entendemos lo suficiente como para dejar salir el virus sin control y mirar pasivamente su transitar; debemos evitar los contagios, las presiones a los sistemas de salud, las muertes prevenibles, las decisiones desgarradoras y las escenas distópicas. Haciendo una comparación burda, por más que la mortalidad de la COVID-19 haya disminuido, sigue siendo mayor a la de la influenza estacional, enfermedad para la cual sí se tiene vacuna y un tratamiento eficaz. Es por ello que recalco, junto con el recién emitido Memorando John Snow, que el escenario de dejar libre al coronavirus sería catastrófico, implicaría altos costos en vidas humanas y estragos en la población. Generaciones futuras nos juzgarían como gladiadores barbáricos.
Pues bien, no por nada la mirada de los habitantes de la tierra está puesta en el escenario deseado: en la carrera por una vacuna. No es de asombrarse que la hemos idealizado tanto que esperamos su aprobación como si fuera un “mesías”, un resolutor absoluto. Pero entendamos más a fondo los asteriscos que conlleva esta aparente panacea. Más allá de la cuestión logística y ética de distribución y asignación de “la vacuna”, esta realmente el aspecto mismo de su efectividad, seguridad y variedad en la elección. Sin duda esperarla es el camino correcto, pero ante las altísimas expectativas, entendamos el lenguaje y los procesos para no llevarnos inesperadas sorpresas. Veamos.
La vacuna que propone enfrentar a nuestro sistema inmunológico de tal manera que lo prepare para un posible contacto con el nuevo coronavirus, a modo de entrenamiento, sí es el mejor método para lograr el número mágico deseado de inmunidad de rebaño. Pero empezando por la sintaxis, ni siquiera debemos de referirnos a ella en singular; son realmente “las vacunas”. Necesitamos un abanico de productos biotecnológicos para saciar los requerimientos poblacionales, no solamente por las limitaciones físicas de producción, sino porque cada una de las vacunas en proceso cubrirá diferentes propósitos. Lo que necesitamos son muchas vacunas eficaces y seguras, no solo una ganadora.
De las cientos de vacunas candidatas en evaluación, 42 están en fases humanas de experimentación y 10 de ellas en la fase III, probándose en decenas de miles de voluntarios, y esto es bueno. Sin embargo, sabemos que las primeras vacunas en llegar a la meta no necesariamente serán las mejores, pero serán sí, las más rápidas. Pero por un lado, la efectividad que la FDA ha aceptado para la autorización de una vacuna contra COVID-19 es marginal, del 50%; además debemos tener cautela, ya que se teme que con la aprobación de la primera vacuna, se ponga en riesgo las pruebas clínicas de las demás. Como dije, sí requerimos distintas vacunas, ya que algunas serán mejores para ciertas poblaciones, tendrán distintos efectos secundarios, niveles de efectividad, dosis requeridas, forma de administración, manera de conservarse y transportarse, incluso diferentes objetivos.
Por el momento, las vacunas que van en la delantera buscan prevenir casos graves y sintomáticos de COVID-19. Es importante aclarar que estas NO están siendo probadas para evitar la infección por SARS-CoV-2. Esto es importante. Las que van delante buscan lo urgente, que es minimizar la cantidad de pacientes críticos y disminuir la letalidad; no la infección en sí. Eventualmente, si quisiéramos prevenir la infección al contacto con el virus, sería ideal. Pero además, no se nos olvide que todo esto es en un entorno en que aún desconocemos los elementos más importantes de la respuesta inmune al virus: su robustez, su duración.
Incluso, como muestra de la premura por tener ya “la vacuna”, un grupo de voluntarios en Gran Bretaña de entre 18 y 30 años, sanos, serán posiblemente sometidos a dosis virales intencionales y controladas para probar la efectividad de la vacuna, una propuesta que ha levantado el debate ético ya que, a pesar de que estos ensayos de reto en humanos se han llevado a cabo para otras vacunas, como contra la tifoidea, cólera e influenza, todas ellas son enfermedades con tratamientos efectivos. Para COVID-19 aún no los tenemos.
Evidentemente el escenario de conseguir la inmunidad de rebaño a través de la vacunación es el camino deseado y correcto. Sin embargo, hablamos coloquialmente de “la vacuna” como una solución perfecta sin estar conscientes de que nos traerá una compleja situación. Y no será anormal, sin embargo estos procesos habitualmente sucedían tras bambalinas, bajo el microscopio de las farmacéuticas y la lupa de las instancias de salud, no en el radar de la opinión pública. Es por ello que ahora que tenemos a la ciencia al desnudo, debemos estar preparados para observar en primera fila detalles que son favorables e incluso comunes, pero que para los espectadores, impacientes, nos parezcan irregulares. Como por ejemplo, que algunas pruebas clínicas en fase III se frenaron por seguridad, caso totalmente habitual; que las vacunas tendrán efectos secundarios, tema absolutamente de esperar; que en el proceso de ensayo y error se tengan que modificar las dosis, importantísimo.
Y bueno, ahí entonces los dos escenarios, ambos para tomarlos con algo de sal: un camino claramente rodeado de precipicios y el otro irregular y empedrado. Obviamente preferimos los baches, que resultan ser pequeños estresores que nos harán mejorar, sin provocar consecuencias trágicas. Me chocan las alturas, no tengo vértigo, pero voy en contra de los riesgos que no están acotados, el costo de la falta de control conlleva una volatilidad que me parece desagradable, inaceptable.
Pero existe un escenario más, uno paralelo, que se acompaña de una palabra que hemos escuchado pero quizás no queremos oír: es el concepto de endemismo. Este refiere a que el nuevo coronavirus podría integrarse para siempre al vocabulario de las enfermedades infecciosas respiratorias estacionales como lo son los cuatro coronavirus causantes de las gripas. De forma coloquial, ser endémico significa que el nuevo coronavirus llegó para quedarse. Que ya pasamos el punto en que el genio podía haberse regresado a la botella, se nos fue la oportunidad de erradicarlo como se hizo con su primo responsable del SARS en 2002-2003. Entonces, ¿qué lo hace endémico?
Los factores que influyen en que un virus reciba el calificativo de endémico son cuatro: su capacidad de reinfección, la periodicidad de estos contagios, la interacción que puede tener con otros agentes infecciosos, y las medidas de control que asumamos. Por ejemplo, un modelo en Science estimó que si la inmunidad que adquirimos ante COVID-19 durara aproximadamente 40 semanas, las epidemias que veríamos después de la pandemia podrían serán anuales. Además, hoy, cuando todos los Homo sapiens somos susceptibles al virus, la humedad y la temperatura no son suficientes para modular la transmisión, pero es posible que más adelante si veamos patrones estacionales para SARS-CoV-2 como lo observamos con la influenza. Por otro lado, cuando finalice la pandemia, el nivel de circulación de este nuevo coronavirus dependerá de la competencia que resulte de su coexistencia y posible interferencia con otros virus respiratorios. Y finalmente, su éxito como agente endémico dependerá del éxito mismo de las intervenciones que implementemos: como la vacunación, los tratamientos y las medidas de distanciamiento y uso de equipo de protección (como el cubrebocas).
Este escenario endémico existe, además y a pesar de los dos caminos anteriores, y lo califico como “y medio” porque estará presente como pequeñas epidemias y microbrotes independientes al fin mismo de la pandemia. Es decir, sí llegaremos al fin de la pandemia, celebraremos la llegada a Roma y se estudiará esta época en los futuros libros de historia; pero, además y a pesar de ello, no alcanzaremos el fin del nuevo coronavirus, y COVID-19 será una enfermedad recurrente, que se integrará a los futuros libros de medicina interna. Acabará la pandemia pero no el nuevo coronavirus.
No obstante, retomando el primer párrafo, lo más importante son las lecciones que extraemos de esta obra de teatro: ¿Cómo llegamos a la inmunidad de rebaño?. Y me disculpo de antemano por mi tono pesimista, pero tratando de ser realista, es importante aclarar que la pandemia de COVID-19 es apenas un ensayo general, ni siquiera es la verdadera función; que vendrán sin duda más epidemias, algunas también de patógenos nuevos con potencial de convertirse en amenazas mundiales, y que por si fuera poco, estamos viviendo una crisis silenciosa que poco a poco se está haciendo más ruidosa y pronto será imposible ignorar: el cambio climático. Y que casualmente las lecciones de esta pandemia se aplican para resolver tanto las que vengan como los retos de calentamiento global. Desde el clásico Esopo sabemos que es fundamental ante cualquier relato, extraer las moralejas, enumerar las lecciones y prepararnos para el siguiente reto. En resumen, para estar preparados para lo que vendrá, aprendamos que necesitamos más ciencia, acción temprana y más cooperación. Porque lo que estamos viviendo es la consecuencia de la falta de preparación: por no apoyar y escuchar a la ciencia, por las acciones y reacciones tardías y por la ausencia de una consciencia y visión global.
En el 2020 hemos confirmado que ignorar el problema no hace que desaparezca, que en la adversidad conviene adaptarse para crecer y seguir avante, que un problema global requiere soluciones incluyentes, para todos, y que las respuestas, queramos o no, las tiene la ciencia.
Espero que como humanidad aprendamos bien estas lecciones antes del siguiente examen.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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