Falta todavía para que se resuelva de modo definitivo el proceso electoral en Estados Unidos, porque es muy probable que los republicanos impugnen los resultados ante la Corte Suprema. Sin embargo, es un hecho que Joe Biden es ya proyectado como el próximo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿En qué situación quedaría Israel ante un cambio de partido en la Casa Blanca?
Una de las incógnitas es saber si Joe Biden se mantendrá más próximo al estilo de Clinton que al de Obama. En ese caso, no se darían grandes cambios y menos aún rupturas entre Estados Unidos e Israel. Pero si Joe Biden sigue la línea que, en su momento, implementó Barack Obama, el panorama cambia.
En ambos casos, hay una realidad objetiva: es muy difícil deshacer lo ya hecho, y hay nuevas realidades en el Medio Oriente que ya no van cambiar.
1.- Irán
Uno de los principales temores es que Joe Biden regrese a una política complaciente con Irán, y eso le dé oxígeno al régimen de los ayatolas. Los puntos críticos son las posibilidades de que se cancelen las sanciones contra Teherán y que se retome el acuerdo nuclear originalmente firmado por Obama, luego cancelado por Trump. Con ello, Irán dispondría de recursos económicos frescos y podría continuar —descaradamente, por supuesto— con sus planes nucleares.
Sí, todo lo anterior es un riesgo, pero repito: hay nuevas realidades que no van a cambiar. Una es que Irán está en una profunda crisis económica, y la cancelación de las sanciones no la van a solucionar. Lo más que puede suceder es que esto prolongue —innecesariamente— la agonía del poderío de los ayatolas. Paradójicamente, quienes más lamentarían un giro de esta naturaleza en la política estadounidense, serían los propios iraníes, una sociedad cada vez más harta de la ineptitud con la que los ayatolas han manejado la economía del país.
Respecto a la posibilidad de que Irán se convierta en una potencia nuclear y, por lo tanto, en una amenaza mayor para el Medio Oriente, hay también una nueva realidad que no va a cambiar: en los últimos años se ha hecho más que evidente que Israel tiene todos los recursos para ponerle un alto a los objetivos más agresivos de Irán. No sólo ha bombardeado y destruido cualquier cantidad de infraestructura iraní en Siria, eliminando tanto a militares y operativos de Irán, Siria y Hezbolá, sino que incluso se cree que ha lesionado severamente las instalaciones nucleares iraníes por medio de sabotajes, muy seguramente logrados por la vía cibernética.
Podríamos decir que Israel aprovechó muy bien los cuatro años de panorama favorable que representó la administración Trump. Los golpes dados a Irán en ese período provocaron pérdidas irreparables para los ayatolas, y eso es algo que Estados Unidos no puede alterar.
En términos generales, hoy más que nunca la situación está totalmente controlada por Israel, e Irán está en evidente desventaja. La cancelación de las sanciones puede darle un respiro al régimen de Teherán, pero no más que eso.
2.- Las relaciones diplomáticas con los países árabes
Este es otro rubro en el que es prácticamente imposible que haya cambios relevantes. La firma del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Baréin puso el proceso de acercamiento judeosunita en un nivel irreversible. Y es que dicho acercamiento no se dio porque Estados Unidos lo provocara, sino —paradójicamente— todo lo contrario.
Los acercamientos extraoficiales y hasta clandestinos entre Israel y Arabia Saudita —la verdadera autoridad en el mundo árabe sunita— llegaron a su primer nivel verdaderamente significativo durante la gestión de Barack Obama. Por supuesto, no era el plan de Obama. Desconocedor absoluto de la realidad de Medio Oriente —o perverso tramposo—, Obama empoderó al régimen iraní y puso en riesgo la integridad de Israel, pero también la de Arabia Saudita y sus aliados. Semejante insensatez fue la que obligó a Israel y Arabia Saudita a reconsiderar la naturaleza de sus relaciones, y los primeros acercamientos fueron mera cuestión de interés en la seguridad regional. A fin de cuentas, Irán es un enemigo igualmente radical y peligroso para los dos.
Jared Kushner, más que Trump, tuvo la capacidad de ver que este acercamiento iba muy avanzado, y se encargó de que Estados Unidos diera el empujón para el primer logro concreto, que fue la firma del tratado entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Baréin.
Podemos decir que el entorno más hostil posible, por parte de los Estados Unidos, fue con Barack Obama. Y es muy difícil imaginar que Joe Biden, aun en el caso de que siguiera por esa misma ruta, asumiera una postura tan dura como la de su predecesor demócrata. Así que lo que ya está logrado no va a cambiar, y el proceso particular que llevan Israel y Arabia Saudita no se va a detener. Incluso, un potencial incremento de las amenazas iraníes puede llevar a estos dos países a acelerar la firma de un tratado de reconocimiento diplomático, para así consolidar el frente común anti-iraní que ya opera, a nivel práctica, desde hace unos seis años.
3.- Los palestinos
No es un secreto que Joe Biden y el Partido Demócrata tienen una postura más favorable hacia los palestinos. Tan es así, que no es nada raro que los demócratas tengan una congresista de origen palestino (Rashida Tahlib), amante de la irracionalidad progresista posmoderna y comprometida con causas tan falaces como xenófobas. Así que la eventual victoria de Joe Biden va a ser vista como un regalo del cielo en Ramallah.
Pero eso no va a mejorar demasiado la situación de los palestinos, que en el transcurso de los últimos años han ampliado su confrontación con los demás países árabes. ¿La razón? Una, que son una carga que cuesta mucho dinero. Dos, que tienen un régimen profundamente corrupto que hace que todo ese dinero simplemente se haya desperdiciado. Y tres, que siempre han considerado que su mejor apoyo es Irán, cuyo régimen está en abierto conflicto con los reinos sunitas como Arabia Saudita.
En otras épocas, los países árabes pusieron como condición absoluta para negociar algo con Israel que primero se llegara a una solución del conflicto con los palestinos. Esa condición, evidentemente, ha ido a parar al bote de la basura, y los palestinos han sido muy explícitos al señalar que se consideran, literalmente, traicionados. Algo que no le quita el sueño a los países árabes. De hecho, a juzgar por el curso que están tomando los acontecimientos tras la firma de los tratados árabes israelíes, es muy probable que primero se vayan a restablecer las relaciones de Israel con Arabia Saudita y sus aliados, y que se hasta después que se llegue a una solución con los palestinos. Solución que, muy probablemente, va a ser impuesta por Riad a Mahmoud Abbas y su gente, dado que nunca se han caracterizado por su disposición a negociar.
Estados Unidos no tiene modo de cambiar esa realidad. Puede, momentáneamente, animar a los palestinos a que refuercen su intransigencia, pero eso sólo provocaría que los países árabes se distanciaran todavía más de ellos.
El punto central que resume estos primeros tres tópicos es este: desde la desastrosa gestión de Obama en Medio Oriente, las dinámicas locales alrededor de Israel y sus enemigos o sus nuevos amigos, tomaron vida propia. Se emanciparon de lo que Estados Unidos haga o deje de hacer, y eso fue muy bueno. Es lo que provoca que, hoy por hoy, todo lo que suceda allá pueda decidirse exclusivamente allá. Obama cometió el gravísimo error de entrar en conflicto con los viejos aliados de Estados Unidos y, por ello, los gobiernos de Jerusalén y Riad entienden a la perfección de que, en caso extremo, simplemente pueden mandar bien lejos a los enviados de Washington sin ningún problema. Netanyahu ya se lo aplicó a Kerry en el marco de la guerra en Gaza en 2014, y Obama no pudo hacer nada por evitarlo.
Y si Obama no pudo, es evidente que Joe Biden menos aún. Es más: probablemente, Biden ni siquiera vaya a querer llegar a este nivel de fricciones.
4.- Jerusalén
Este es un tema en el que sí pueden darse cambios radicales en la política estadounidense. La administración de Joe Biden sí podría ser reacio de todas las decisiones de Trump —el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y la reubicación de la embajada estadounidense allí—. Pero es igualmente cierto que no sería algo que afectara demasiado la realidad en el terreno. Incluso es probable que no afecte en nada.
El reconocimiento de la soberanía de Israel sobre Jerusalén, más que una política que afecte o impacte en la vida real, es un termómetro para medir qué tan estrecha o no es la relación entre los dos países. En otras épocas, incluso con una buena relación entre Jerusalén y Washington, semejante medida era inimaginable porque habría implicado una fricción innecesaria —y grave— con los saudíes y los demás países árabes. Pero esa situación comienza a cambiar, así que la única razón por la cual Estados Unidos echaría abajo la política establecida en su momento por Trump respecto a Jerusalén, sería para congraciarse con los palestinos e Irán. Algo que ahora no sería del agrado de Arabia Saudita.
Si Biden es sensato, simplemente va a dejar las cosas como están y no va a hacer ruido al respecto. Si cede a las presiones de grupos propalestinos al interior del Partido Demócrata, cometerá el error de mandar un mensaje que no debe mandarle a sus aliados en la zona: que Estados Unidos si está dispuesto a que el Medio Oriente vuelva a ser más peligroso por medio de políticas favorables, en última instancia, a Irán.
En el otro extremo, la posibilidad de que Estados Unidos tenga injerencia sobre lo que sucede en Jerusalén, será la misma que con Barack Obama: nula.
5.- Los Altos del Golán
La misma situación se da con este territorio que, bajo el gobierno de Trump, se reconoció como zona bajo soberanía israelí. Ciertamente, Biden podría dar marcha atrás al respecto, pero no sería un movimiento demasiado prudente. Mandaría un mensaje molesto para muchos países en Medio Oriente, ya que sería un mensaje de apoyo al régimen de Bashar al Assad. Es decir que otra vez, en la última instancia, sería un mensaje de apoyo a Irán.
Pero en la vida cotidiana la situación no va a cambiar. El Golán nunca va a regresar a manos sirias. Ni Carter ni Obama pudieron hacer que Israel cambiara de opinión, así que es materialmente imposible que Joe Biden logre ningún tipo de cambio a la situación actual.
6.- Seguridad y colaboración militar
Estados Unidos ha sido, desde hace décadas, el principal apoyo de Israel en materia militar y de seguridad. Esa situación no va a cambiar. En gran medida, porque no depende de Joe Biden, sino del Congreso, y esta ya ha demostrado sistemáticamente que sigue comprometido con la seguridad de Israel. Apoyo del que participan por igual senadores y representantes tanto republicanos como demócratas.
La prueba es sencilla: incluso durante el mandato de Obama esta fue una situación que no cambió. Y si Joe Biden optara por una línea más parecida a la de Bill Clinton, cualquier posibilidad de que se interrumpa la colaboración militar con Israel se esfumará por completo.
Y es que Estados Unidos no puede darse ese lujo. ¿Por qué? Porque todos los huecos que Estados Unidos deje en Medio Oriente serán rápidamente llenados por otro país. Y sí, ya lo adivinó usted, querido lector: Rusia. La pura posibilidad de que Israel comenzara a acercarse a Moscú en esta materia podría matar de urticaria a cualquier político norteamericano. Así que por un simple gesto de elemental sensatez, la colaboración militar entre ambos países se mantendrá.
7.- Los asentamientos
Este es otro rubro donde la postura estadounidense puede cambiar —y me atrevo a decir que seguramente lo hará—, pero que tampoco cambia mucho (o nada) la situación en el terreno. Pero esto último se debe a que la política israelí sobre asentamientos no ha sido particularmente agresiva. Salvo anuncios esporádicos sobre la construcción de nuevas casas, el único episodio notable en este tema fue cuando Netanyahu anunció la inminente anexión de los asentamientos, todo el mundo puso el grito en el cielo y, curiosamente, se reactivó y hasta se aceleró el proceso que concluyó con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Baréin.
Aquí lo señalé en aquel momento: eso, a todas luces, sólo era para presionar a que se aceleraran otros asuntos. A Israel no le urge anexar un territorio que de todos modos ya controla y que de todos modos va a anexar. Porque eso es inevitable, toda vez que los palestinos no van a poder garantizar la pacificación completa de su eventual territorio. Así que lo más probable es que al final se proceda con la anexión de esas zonas, y los palestinos sean compensados con territorio en otro lugar. Nuevamente, Kushner lo entendió bien y por ello la propuesta de paz presentada por Estados Unidos se condujo exactamente en estos términos.
En términos retóricos, Joe Biden podría quejarse todo lo que quisiera sobre los asentamientos. Pero, en la práctica, es muy improbable que tenga la capacidad de alterar la situación actual, para bien o para mal.
8.- Las relaciones entre Netanyahu y Joe Biden
No creo que esto vaya a ser particularmente problemático. Netanyahu es un viejo lobo de mar que sabe desenvolverse ante cualquier político. Se ha enfrentado a Putin, a Obama, a la Comunidad Europea y a la ONU, siempre con éxito. Y Joe Biden ya no es un joven con la energía suficiente como para lanzarse a conflictos gratuitos que no le aportarían nada a la imagen de Estados Unidos.
Así que si llegan a darse desavenencias —por ejemplo, por los temas de Jersualén o los asentamientos— lo más probable es que todo suceda conforme a la corrección diplomática tradicional, y al final pase lo que tiene que pasar: que Netanyahu va a hacer lo que mejor le parezca.
El meollo del asunto es que Joe Biden no gobierna solo y los políticos israelíes saben que tienen un fortísimo apoyo en el Congreso estadounidense. Por supuesto, principalmente con los republicanos, pero también con muchos demócratas de línea conservadora y centrista.
En el otro extremo, Joe Biden sabe que los republicanos no fueron derrotados. El equilibrio de fuerzas se mantuvo, así que no puede tomar decisiones unilaterales ni arbitrarias.
En otras palabras, y resumiendo toda la situación, Estados Unidos e Israel seguirían siendo los mismos. Es cierto que las cosas no serían tan “armoniosas” como lo eran con Trump, pero es muy improbable que llegasen a ser tan ríspidas como lo fueron con Obama o, varias décadas antes, con Carter.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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