Cuando hablamos de judaísmo, estamos acostumbrados a pensar en términos de la dualidad judía más famosa: ashkenazíes y sefarditas. De estos últimos, podemos identificar sin problemas dos grupos: los sefarditas occidentales (Inglaterra, Holanda, Francia y Marruecos) y los orientales (Siria y Líbano). En medio, como un grupo que merece atención especial por sus características, están los sefarditas turcos, griegos y balcánicos, más emparentados en sus modos de ser con los occidentales que con los orientales. Por ello, pocas veces le ponemos atención al hecho de que el judaísmo en los países árabes fue mucho más que el de las ciudades de Damasco y Alepo.
1.- La presencia judía en los países árabes es milenaria
En realidad, la presencia judía en los países árabes es muy anterior al islam. El fenómeno conocido como diáspora judía se remonta al año 539 AEC, cuando el emperador persa Ciro el Grande permitió que todos los israelitas que se encontraban exiliados pudieran regresar a su hogar ancestral. A partir de ese momento, las comunidades que se habían distribuido en amplias zonas del otrora Imperio asirio, dejaron de ser “comunidades en el exilio” para pasar a ser “comunidades en la diáspora”. La más importante de ellas era la que el rey Nabucodonosor había ubicado en el corazón del reino babilónico, muy cercana a la capital. Esta comunidad se estableció allí a partir del año 587 AEC, e incluso fundó una ciudad judía.
Bien: estamos hablando de territorio que actualmente corresponde a Irak (un país árabe). Así que el judaísmo se practicó en Irak más de mil años antes que el islam.
Esta comunidad fue la base para lo que después sería la imponente comunidad judía de Babilonia. En tiempos en los que las cosas no fueron nada sencillas para el Reino de Judea, los judíos de Babilonia pudieron prosperar y desarrollar su vida religiosa sin límites ni presiones especiales. Las sinagogas y las Yeshivot florecieron a la par de los negocios. Por ello, para las épocas finales de la etapa del Segundo Templo, la comunidad babilónica era la que mantenía el verdadero liderazgo espiritual e intelectual del judaísmo. Eso nos explica por qué al Talmud Bavli (babilónico) se le da preminencia —hasta la fecha— sobre el Talmud Yerushalmi (jerosolimitano).
Pero nada es eterno, y Babilonia tuvo su período de decadencia y colapso. Sin embargo, la vida en esa zona se reactivó con la fundación de Bagdad, a iniciativa del califa abasí al Mansour, en el año 761. Por simple lógica geográfica y cultural, la comunidad judía de Bagdad vino a ser la heredera de la antigua comunidad babilónica, y el judaísmo volvió a florecer en ese lugar hasta 1948.
Ese mismo esquema se repitió en muchos otros lugares que luego fueron arabizados: las comunidades judías en lo que hoy es Líbano, Siria, Arabia Saudita, Jordania, Irak, Yemen, los diversos emiratos, Egipto y Túnez existieron, como mínimo, desde las épocas del Imperio romano. Cuando la expansión árabe conquistó todos estos territorios, ya había comunidades judías centenarias allí. Así que fue una situación relativamente similar a la que se dio en Europa: cuando los misioneros cristianos lograron evangelizar al continente completo, las comunidades judías también tenían mucho tiempo allí establecidas (precisamente, desde tiempos del Imperio romano como mínimo).
Y eso nos lleva al segundo dato interesante
2.- La vida judía en los países árabes no fue muy distinta a la de la Europa cristiana
Hay una serie de factores que hizo que la vida judía no fuera muy distinta en los mundos cristiano y árabe. El más obvio es que ambas religiones fueron mayoritarias, y el judaísmo siempre fue una diminuta minoría (valga la exageración retórica). Además, en las narrativas fundacionales de cada religión, el fundador en cuestión —Jesús o Mahoma— tuvieron fricciones con los judíos. Eso determinó que, tanto para el cristianismo como para el islam, los judíos fueran vistos de un modo inevitablemente prejuiciado.
Por supuesto, hubo claroscuros en ambos casos. Momentos o lugares en los que se dio una gran tolerancia, y etapas en las que la intransigencia llegaron incluso a un nivel abyecto y criminal.
Lo cierto es que la condición judía siempre fue frágil, y fue frecuente que las comunidades judías tuvieran que pagar impuestos especiales, llevar atuendos o señalamientos exclusivos para ser identificados, o incluso verse obligados a cambiar de religión por imposición de algún gobernante fanático.
Pero esto también tuvo sus cosas buenas y positivas, especialmente en el período en que España fue un país árabe. En ese momento y lugar, las comunidades judías funcionaron como puente que contactó lo mejor de las dos culturas, y el beneficio cultural y científico llegó a todos. Especialmente en el ámbito de la medicina, fue la época en la que los judíos se destacaron como los mejores en la materia. Por ello, papas, reyes cristianos o califas musulmanes con frecuencia contrataron a médicos judíos como los principales responsables de cuidar su salud.
Lamentablemente, los prejuicios se mantienen en ciertos sectores cristianos o musulmanes hasta la fecha, y a muchos les resulta demasiado incómodo que el pueblo judío haya logrado su autonomía plena en el moderno Israel (Estado que, curiosamente, se encuentra exactamente a la mitad de los territorios cristiano y musulmán).
3.- El exterminio de la vida judía en los países árabes fue un genocidio
Hasta inicios del siglo XX, se calcula que la población judía en los países árabes abarcaba más de un millón de personas. Si se incluyen otros países musulmanes no árabes, como Afganistán, Pakistán, Turquía o Irán, la población tal vez ascendía a los dos millones.
Estas comunidades judías —algunas de ellas, milenarias, como la de Bagdad— fueron prácticamente aniquiladas a partir de 1948. La creación exitosa del Estado de Israel fue un duro golpe para el orgullo de los países árabes, que fueron derrotados en una guerra que parecía desigual y a su favor (1948-1949). Como represalia, los judíos fueron despojados de sus pertenencias y obligados a abandonar los lugares donde habían vivido durante siglos. Muchos migraron hacia otros países, sobre todo Estados Unidos. Pero un alto porcentaje encontró refugio en Israel, país que los recibió de inmediato porque, a fin de cuentas, era su hogar ancestral.
Se calcula que en todo el mundo árabe hoy no hay más de 5 mil judíos, 10 mil cuando mucho. Eso significa que hubo un proceso coordinado y voluntario para eliminar a un tipo de población a partir de su identidad histórica. Eso, en términos técnicos, es un genocidio. Sin embargo, la ONU nunca se ha pronunciado de manera decisiva sobre ese asunto, y en cambio se ha dedicado a promover una retórica anti-israelí en la que es el pueblo judío el que ahora es acusado del exterminio de los palestinos, cosa que es completamente falsa. Los árabes palestinos siguen ahí, y han pasado de ser 1.5 millones en 1948, a más de 5 millones en la actualidad. Quienes viven en Israel son ciudadanos con plenos derechos y obligaciones, y su integridad está garantizada por las leyes israelíes.
En contraste, la esplendorosa vida judía en el mundo árabe ha pasado definitivamente a la historia. El nuevo panorama político seguramente permitirá que inicie una nueva etapa, pero será algo distinto —y mucho menor— a lo que algún día fueron las prósperas comunidades judías del Medio Oriente.
4.- Los judíos de los países árabes no desarrollaron idiomas como el ídish o el ladino
En la Europa cristiana aparecieron dos idiomas característicamente judíos: el ídish y el ladino. En estricto, no son idiomas judíos. En realidad solo son germánico antiguo y español del siglo XV. Pero fueron conservados sólo por las comunidades judías que, en algún momento, estuvieron afincadas en lo que hoy es Alemania y en lo que hoy es España, y que luego se tuvieron que desplazar.
El ídish es un dialecto germánico que se remonta a mil años o más. Eso significa que es anterior al alemán como tal, un idioma que fusionó a los diversos dialectos germánicos que estaban vigentes hace unos 500 años. Eso hace que el ídish tenga características propias (más allá de los lógicos hebraísmos o eslavismos que ha incorporado), aunque no son demasiado particulares como para que no se reconozca su origen teutónico. O como para que un alemán, un austríaco o un suizo lo encontraran ininteligible. En realidad, quienes hablan idiomas germánicos como el alemán, el holandés o el danés, pueden comprender un alto porcentaje de lo que se dice en ídish.
Pero lo interesante fue que este idioma no se desarrolló en territorio alemán o austríaco, sino en Europa del Este. Los judíos que vivían en la zona entre el Rin y Alsacia simplemente hablaban en la lengua coloquial de ese lugar y de ese tiempo (hasta el siglo X). Luego comenzaron a desplazarse, a más tardar hacia el siglo XIII, y fundaron las comunidades judías de Polonia, Rusia, los Países Bálticos, Ucrania, Georgia, Hungría, Bulgaria, la República Checa, Eslovaquia, Rumania, y la zona que en otra época fue Yugoslavia. Allí se convirtieron en el grupo judío más numeroso del mundo.
Lo singular es que siguieron hablando el dialecto germánico de sus ancestros, y por eso este modo de hablar se convirtió en un idioma por pleno derecho (desarrollando variantes dialectales propias), que fue identificado como “judío”. En su propio modo de expresarse, ídish.
Sucedió lo mismo con los judíos españoles. Al verse forzados al exilio en 1492, llegaron a Turquía, Grecia y los Balcanes, y se mantuvieron hablando en el idioma coloquial que hablaban en España: el castellano. Fuera de la zona española, este idioma vino a ser identificado como característicamente judío, por lo que fue llamado judesmo o djudesmo, que en términos técnicos viene significando lo mismo que ídish. También se le llamó ladino, ya que los turcos lo identificaban plenamente como un idioma “latino”.
Por supuesto, los judíos que permanecieron en Alemania o en España (estos últimos forzados a la conversión) no hablaron ni en ídish ni en ladino. Simplemente, siguieron hablando como el resto de la población, y sus idiomas hasta la fecha son el alemán y el español.
Algo muy similar fue lo que sucedió con los judíos de los países árabes. A diferencia de los ashkenazíes o los sefarditas, no se vieron obligados a hacer grandes desplazamientos. Y si en algún momento lo hacían, se ubicaban en zonas en las que de todos modos se hablaba el árabe.
A eso hay que agregar que el árabe, siendo una lengua semítica, es muy similar al hebreo. Así que para ellos fue mucho más cómodo adaptarse a la realidad lingúística de su entorno. Podríamos decir que gozaron de una estabilidad idiomática que los judíos europeos nunca tuvieron.
Por ello, no les costó trabajo adaptarse a hablar en árabe. Incluso, un contingente de judíos sefarditas llegó a establecerse a la ciudad de Alepo (Siria) después de la expulsión de 1492, y muy pronto se asimiló al idioma árabe, dejando de hablar el español que sí conservaron sus vecinos sefarditas turcos.
La única comunidad que podría parecer que se sale de este esquema es la de Marruecos. Pese a estar en un país árabe, continuó hablando el español, aunque lo mezcló con elementos del árabe y del bereber, generando otro idioma característicamente judío: la jaquetilla.
Sin embargo, debe tomarse en cuenta que en las épocas en la que el exilio sefardita llegó a Marruecos, el contacto con la cultura europea era masivo. Incluso hubo épocas en las que Marruecos fue colonia europea, no árabe (aunque su población fuera una mezcla de árabes y bereberes). Por ello, es lógico que en Marruecos se reprodujeran las dinámicas del judaísmo europeo, y no las del judaísmo de los países árabes.
La cuestión del idioma está íntimamente relacionada con todo lo que implica la cultura. Y hasta la fecha se puede constatar: los judíos halebis (de Alepo) y shamis (de Damasco) se parecen, culturalmente hablando, más a los árabes, que los ashkenazíes a los polacos, rusos, ucranianos o húngaros.
Se puede decir que los judíos de Europa occidental —alemanes, holandeses o ingleses, por ejemplo— sí se asemejaron culturalmente a sus compatriotas, pero también es un hecho que son una minoría en el mundo ashkenazí. En cambio, los modos de vida en una aljama judía en Bagdad no eran muy diferentes a los del resto de la población árabe. Y en ello tiene mucho que ver el aspecto: a fin de cuentas, semitas todos, los árabes no veían a los judíos como un grupo tan distinto —salvo por el tema religioso— a ellos mismos. En cambio, en Europa la diferenciación fue mayúscula. Por mucho que se apele a que cierto rango de mezclas que provocaron que un buen porcentaje de los judíos ashkenazíes sean rubios o de cabello claro, la realidad es que la fisonomía siempre fue mayoritariamente distinta, y eso reforzó los prejuicios racistas contra los judíos.
No hay que olvidar que esta relativa facilidad de los judíos de los países árabes para acomodarse cultural y lingüísticamente a su entorno, no necesariamente —o no siempre— significó que su vida fuera más fácil que la de los judíos en Europa.
5.- Los pocos judíos que viven en los países árabes son el punto de partida para el renacimiento demográfico y cultural que está comenzando
Las relaciones entre judíos y árabes están cambiando. Acabamos de ser testigos de un histórico tratado que da el primer paso en la reconciliación de ambos grupos, firmado entre Israel por un lado, y los Emiratos Árabes Unidos y Baréin por el otro. Se sabe que pronto vendrán más tratados de este tipo, y sin duda el más relevante será el que se firme con Arabia Saudita.
Estos tratados fueron más significativos que los firmados con Egipto y Jordania, porque aquellos fueron tratados de paz entre países beligerantes que, en otras épocas, se habían enfrentado militarmente. Con los Emiratos y con Baréin no existía esa situación, así que no fueron “tratados de paz”, sino el inicio de relaciones diplomáticas normales. Por ello, es evidente que su significado va más allá de sólo vivir en paz: son tratados que implican que los lazos se van a fortalecer. Son más bien tratados de amistad, que de otra cosa.
Y los resultados los empezamos a ver: acercamientos y contratos comerciales, intercambios culturales, y un repentino desenfado para evidenciar que, en realidad, los árabes y sus comunidades judías se pueden llevar muy bien.
Y es que ya había —o todavía había— unos pocos judíos en ambos lugares. Estas comunidades son, con toda seguridad, la punta de lanza para un renacimiento de la vida judía en el mundo árabe. Conforme los tratados se sigan firmando y las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales se fortalezcan, volveremos a ver sinagogas espléndidas en Dubái —por ejemplo—, y otras ciudades semejantes.
Así que podemos asumir que ha terminado una etapa, y estamos en plena gestación de algo nuevo que, seguramente, será muy positivo para todos.
El relato sobre Yaacov y Esav en el texto bíblico concluye con una reconciliación después de varios años de pleitos terribles, casi mortales.
Así se encuentran hoy los hijos de uno y de otro: tras varios siglos de fricciones catastróficas, el abrazo reconciliador ha llegado. La diferencia es que en el relato bíblico, cada uno siguió por su lado. Parece que ahora hay esperanzas realistas de que eso no vuelva a suceder.
Los hijos de Abraham se están reconciliando, y eso siempre será una buena noticia, porque es a ellos —a todos ellos, árabes y judíos por igual— que se refiere la hermosa profecía del Génesis: en tu descendencia serán benditas todas las naciones de la Tierra.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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