Jorge Rozemblum/ Mazal

Mazal

La palabra hebrea Mazal es una de las más conocidas internacionalmente, en gran medida gracias a la expresión “Mazal tov!”, tantas veces retratada en películas de Hollywood, preferentemente para ilustrar una boda judía. Sin embargo, a pesar de que “Mazal” se suele traducir por suerte, “Mazal tov” no se debe entender literalmente como “buena suerte” (la expresión de un deseo), sino como “enhorabuena”, a modo de bendición que extendemos a otros.

Lo paradójico es que dicha palabra tiene un origen foráneo, probablemente del acadio, lengua de una de las más antiguas civilizaciones de la Mesopotamia asiática, siendo su significado constelación o zodíaco. La redesignación como suceso afortunado sobre el cual no tenemos control (como el que se premie nuestro número en una lotería) tiene que ver con la creencia o superstición de que existe algún factor que influye para bien o para mal, para la buena o la mala suerte, como expresa una palabra ya en desuso pero leída en El Quijote: desmazalado por desafortunado.

No obstante, hay que diferenciar entre la suerte y lo aleatorio o estadísticamente probable, como en el caso mencionado de la lotería: le puede tocar a cualquiera, tanto al desgraciado (en ídish, shlimazl) que realiza miles de apuestas, como al afortunado que lo hace una única vez en su vida.

No hay que despreciar sin embargo el efecto placebo: quien se “siente” en buena racha disfruta más de lo que le pasa y ello tiene efectos colaterales beneficiosos para su salud y sus relaciones sociales. Y viceversa: el “gafe” (yeta, en Argentina) tendrá una vida mucho más complicada en cuanto se vea así a sí mismo, reflejando esa imagen en los demás.

En el judaísmo hay opiniones encontradas, algunas radicales como la del profeta Jeremías: “Así dijo Dios: no aprendáis el camino de las naciones, ni de las señales del cielo tengáis temor, aunque las naciones las teman”.

Por el contrario, según el Talmúd, el profeta Abraham creía en la suerte y estudiaba el cielo para descubrir por qué no podía tener descendencia de su esposa, por lo que Dios obró el milagro de hacerlo padre de Isaac para eliminar de su corazón dicha creencia y demostrarle que no dependía de la suerte y el zodíaco.

Aunque, por otro lado, Dios será quien altere sus nombres (Abraham en lugar de Abram y Sara por Sarai), cambiando con ello sus destinos.

En tiempos antiguos, se “echaba a suertes” por diferentes medios aleatorios para elegir la opción objetivamente correcta, en la creencia de que una fuerza superior controla el azar.

Aunque parezca una doctrina superada hace milenios, el mismísimo Einstein se resistió a lo caprichoso de la entonces emergente física cuántica, pronunciando aquello de que “Dios no juega a los dados”: Mazal tov por su conclusión.

Shabat shalom

*El autor es director de Radio Sefarad


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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