Enlace Judío México e Israel – Hace 27 años, el 30 de diciembre de 1993, se firmó en Jerusalén el Acuerdo Fundamental entre la Santa Sede y el Estado de Israel.
Un hecho histórico que ha dado lugar a relaciones diplomáticas plenas y a la apertura de la Embajada del Estado Judío.
Las relaciones diplomáticas plenas y formales entre Israel y la Santa Sede fueron establecidas en 1993. Sin embargo, estas fueron precedidas por casi un siglo de contactos y actividad diplomática, por no hablar de casi dos milenios de encuentros entre católicos y judíos, que a veces estaban lejos de ser armoniosos.
En 1897, cuando la idea sionista empezaba a ganar adeptos en Europa, y cuatro meses antes de que el Primer Congreso Sionista se celebrara en Basilea, la muy seria revista jesuita La Civiltà Cattolica, hizo saber que un estado judío en Tierra Santa con Jerusalén como su capital y con la custodia de los Santos Lugares era impensable para la Iglesia Católica.
Siete años más tarde, en 1904, el fundador del movimiento sionista, Teodoro Herzl, se reunió con el Papa Pío X, con la esperanza de ganar el apoyo de la Santa Sede para la empresa sionista.
Pío lo rechazó, declarando que la Iglesia no podía reconocer al pueblo judío y a sus aspiraciones en Palestina, ya que los judiÍos “no han reconocido a nuestro Señor”. Herzl estaba impulsado por consideraciones políticas; la respuesta del Papa surgía de la teología católica.
Contactos sionistas con la jerarquía eclesiástica y los pronunciamientos del Vaticano con respecto a las ambiciones sionistas fueron esporádicos durante las siguientes cuatro décadas, que abarcaron dos guerras mundiales.
Sin embargo, fueron suficientes para confirmar elementos básicos y coherentes en la posición del Vaticano prefigurada, por así decirlo, por Civiltà Cattolica y Pío X.
La Santa Sede se oponía a una patria judía en Palestina, especialmente en como estaba concebida en la Declaración de Balfour británica del 2 de noviembre de 1917. Los Santos Lugares eran un interés vital y la custodia judía de estos no era aceptable.
Su disposición y salvaguarda eran cuestiones a ser determinadas entre la Iglesia y las grandes potencias. Había problemas teológicos rodeando una posible soberanía judía en la Tierra Santa.
La Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU del 29 de noviembre de 1947 (la “Resolución de Partición”), que concebía un estado de “corpus separatum” para Jerusalén y sus alrededores, fue vista con buenos ojos por el Vaticano.
Sin embargo, dicha resolución fue rechazada de inmediato por los estados árabes y, a raíz de las hostilidades de 1948, el “corpus separatum” (entidad separada) para Jerusalén no llegó a ocurrir.
En octubre de ese año, el Papa Pío XII, profundamente perturbado por el violento conflicto en Tierra Santa, publicó una encíclica, In Multiplicibus Curis, en la que hizo un llamamiento a los pacificadores para dar a Jerusalén y sus alrededores “un carácter internacional” y para asegurar “con garantías internacionales”, la libertad de acceso y de culto a los Santos Lugares esparcidos por toda Palestina.
En una segunda encíclica, Redemptoris Nostra de abril de 1949, Pío hizo un llamamiento por la justicia para los refugiados palestinos, y reiteró su llamado por un “estatus internacional”, como la mejor forma de protección de los Santos Lugares.
La posición oficial del Vaticano sobre el tema, así como sobre la cuestión de los refugiados, había sido esencialmente establecida para las siguientes dos décadas.
Una nueva era de reconciliación después de la Segunda Guerra Mundial
Las décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial fueron testigos de un cambio muy positivo en la actitud del papado hacia el pueblo judío.
Acontecimientos que habrían sido impensables poco tiempo antes se volvieron habituales. Los papas visitaron campos de concentración y sinagogas, se celebró un concierto en memoria del Holocausto en la Ciudad del Vaticano y se condenó inequívocamente el antisemitismo.
La Iglesia Católica promovió las relaciones religiosas con los judíos, se hicieron regulares las audiencias papales a las delegaciones judías y se adoptó un diálogo extraordinariamente cordial.
Esto fue posible gracias a la revisión dogmática revolucionaria impulsada por el Concilio Vaticano II, convocada por Juan XXIII, continuada por Pablo VI y honrada por todos sus sucesores.
En particular, la Declaración de Nostra Aetate representó el punto de inflexión teológico para el advenimiento de una nueva era de reconciliación con Israel.
Fue atacado por sectores católicos ultraconservadores y por delegados árabes, lo que resultó en una minimización de su centralidad y una versión final menos auspiciosa que el borrador original.
Aun así, Nostra Aetate fue un hito religioso y sigue siendo el documento católico más importante sobre las relaciones de la iglesia con el pueblo judío. Posteriormente, las Guías (1974) y las Notas (1985) complementaron sus enseñanzas positivas.
Pero el símbolo más significativo del nuevo enfoque del Vaticano hacia el pueblo judío fue el reconocimiento del Estado de Israel por parte del Vaticano en 1993.
Un año y medio de complicadas negociaciones culminaron con la firma del Acuerdo Fundamental entre la Santa Sede y el Estado de Israel. Entonces, de acuerdo con el Protocolo Adicional al Acuerdo Fundamental, embajadores plenamente acreditados fueron intercambiados en mayo de 1994.
Con información de JCPA.
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