Silvia Cherem S./ David Serur, Ingeniero de sueños magnánimos

Siento mucho la partida de David Serur, un hombre generoso, inteligente y creativo, un ingeniero apasionado, soñador y promotor de grandes proyectos.

Siento mucho la partida de David Serur, un hombre generoso, inteligente y creativo, un ingeniero apasionado, soñador y promotor de grandes proyectos.

Cuando menos en los últimos treinta años conté con su cariño e impulso. Tuve el privilegio de acompañarlo en 2014 cuando recibió el Premio Cemex a la Vida y Obra, galardón para homenajear su legado en el ámbito de la Ingeniería y, a lo largo de los años, fui testigo de sus logros en el Instituto Cultural México Israel, porque él y Jennie me invitaron a formar parte de su patronato junto a enormes personalidades del México contemporáneo, una distinción que siempre agradecí.

David fue un “mentschn” en todo el sentido de la palabra. Su prestigio obedece a que fue un gran ingeniero, un soñador que supo emprender y un maestro magnánimo, pero, sobre todo, su grandeza reside en sus valores. Fue modesto, sencillo, curioso, bondadoso y férreamente honorable.

Huérfano a una temprana edad, supo rodearse de gente brillante de quien bien supo aprender: el ingeniero Emilio Rosenbluth, don Emilio Azcárraga y el artista Mathías Goeritz. También de amigos entrañables como Jacobo Zabludovsky, Miguel Alemán o el arquitecto César Pelli, su socio en la creación del Hotel St. Regis de la Ciudad de México.

David Serur se casó con Jennie Cababie, a quien adoró, y durante más de cincuenta años, ¿quizá más?, hospitalarios como son, convirtieron su hogar en un centro de reunión de artes e ideas donde recibían amigos, artistas y embajadores.

Muchos tuvimos el inolvidable privilegio de presenciar ahí conciertos espléndidos.

El paisaje urbano de México lleva el sello de David Serur. Es difícil pensar en la avenida Reforma sin mirar los edificios que él promovió y construyó. Asimismo, participó en la edificación de grandes obras icónicas para el México contemporáneo: el Palacio de los Deportes, la Alberca Olímpica, el Segundo Piso del Periférico, inclusive el drenaje profundo.

En nuestra Comunidad también hay mucho que agradecerle. Construyó la sinagoga Maguén David en Bernard Shaw, para la que Mathías Goeritz creó la hermosa estrella de piedra y, décadas después, concluyó la obra del Centro Maguén David en Carlos Echánove. Fue uno de los principales artífices del Museo Memoria y Tolerancia, y concibió y promovió el Instituto Cultural México Israel, a donde atrajo a las grandes personalidades de México para honrar y lograr un vínculo de entendimiento entre sus dos grandes amores: México e Israel.

Descansa en paz, querido amigo. Me quedo, David, con tu enorme sonrisa que acariciaba brindando estímulo, alegría de vivir y certeza en el mañana. Me quedo con tus consejos, tu ejemplo y tu gran corazón. Quizá tu mayor obra es tu familia. Moy y yo abrazamos con enorme cariño a Jennie –tu socia y aliada, la mujer que impulsó tu vuelo, ahí donde tu aún habitas–, y a tus hijos y nietos, que estoy segura preservarán tu enorme y admirable legado.

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Silvia Cherem: Mi alumbramiento en la carrera del periodismo fue repentino y con dolor como, en cierta forma, lo fue en aquellos días para México el despertar zapatista. Los indígenas encapuchados en Chiapas dejaron escuchar su grito desamparado que arrojaba por la borda la creencia de que México ingresaba al primer mundo y, en ese contexto, después de haber trabajado largamente para ello, decidí que mi momento de "ser periodista" había llegado. No conocía a nadie en los medios de comunicación y hubo quien me dijo que "sin padrino" nunca publicaría una sola línea en los periódicos mexicanos. Como colaboradora, los proyectos se han sucedido encadenándose unos a otros, tanto en el entorno cultural, como en el político y el internacional e inclusive investigando temas de interés científico y médico. Confieso que aún hoy, cuando debería "tener más callo", paso noches sin dormir y esta vibrante carrera de emociones fuertes me mantiene viva y creciendo en una vertiginosa montaña rusa, colmada de raudas y emocionantes subidas y bajadas. Quizá esa pasión arropada de arrojo, miedo y gozo sea la esencia de "ser periodista".