Aranza Gleason – Una de las cosas que más difíciles me parecen es hablar de D-os. Qué se puede decir de Él que sea concreto, que no caiga en un sentimentalismo simplón y a la vez que trasmita la calidez y seguridad que pensar en Él trae a mi vida. Una de las mayores virtudes de las religiones textuales es que logran ser puntuales sin simplificar a D-os mismo. Cuando la tradición judía dice que la Torá fue dictada por D-os, letra por letra, corre el riesgo de hacer que D-os se convierta para los hombres en un concepto frío y abstracto al cual uno debe obedecer sin involucrarse. Sin embargo, para el judaísmo y quienes viven con sus preceptos y costumbres D-os es una entidad tan viva y real como ellos mismos y la Torá es la forma en que a lo largo del tiempo D-os ha guiado al hombre. Sus mandatos deben ser estudiados y observados con mayor respeto incluso que la ley de un soberano. Por eso siempre me ha parecido cautivador tratar de entender cómo se refiere la ley judía a D-os y las exigencias que tiene sobre quienes lo siguen.
Uno de los temas que más me interesan son las normas que existen sobre el control de los sentimientos. Cuando uno lee la Torá se encuentra que D-os tiene distintas exigencias para el pueblo judío y les promete que a través de ellas se santificarán. Entre estos mandatos se encuentran el amor prójimo y el odio al malvado. Sin embargo, cómo puede odiarse al malvado si también él mismo es nuestro prójimo, cuál es el balance que debe existir entre ambos sentimientos. Son preguntas que el rabino Bernard Paperon hace y responde en su ensayo “Los límites judíos al amor.” En este análisis cuidadoso de los comentarios toraicos y el Talmud, el rabino y profesor de la Sorbona y Estrasburgo explora las distintas posiciones que se presentan frente al precepto de “amarás a tu prójimo como a ti mismo,” las paradojas lógicas que el propio principio presenta y las limitantes naturales que el hombre tiene para cumplirlo. Las fuentes nos enseñan que el amor al prójimo no surge naturalmente sino sólo a través de un trabajo espiritual intenso que existe al controlar el sentimiento del odio. Sólo a través de anular o limitar el odio en nuestro corazón es que uno puede realmente verse en un espejo, amarse y amar al prójimo. Sin embargo, estas reflexiones cruzan a lo largo de todo el aparato analítico que la tradición judía, y el jasidismo en particular, han logrado generar en el pasar de los años. Desde rab Epstein, el escritor de la Torá Temima, el Talmud, los comentarios de los tosafistas, el Tania y varios pensadores jasídicos, el autor del ensayo explora con mucha precisión las implicaciones filosóficas que el mandato y el tema en cuestión presentan. Su análisis lo desarrolla a través de citas textuales de los grandes textos judíos. Sin embargo, lo inicia con una de las disertaciones más famosas que Freud hizo sobre el amor en su momento. A continuación destacaremos algunos de los rasgos más importantes que el autor rescata.
Los límites al amor
El ensayo inicia señalando una similitud que existe entre la crítica rabínica y el concepto de amor presentado por Freud en El malestar y la cultura. Ambos notan la dificultad inherente dentro de la obligación de amar al prójimo: “si es un extraño para mí y no es capaz de atraerme, ni por algún valor propio, ni por ningún significado ya adquirido en mi vida por sentimientos previos, me será difícil amarlo.” (Freud). “ es difícil mandar a amar al prójimo como se ama a uno mismo: es imposible por naturaleza ” (rab Epstein).
Tanto para Freud como para los rabinos existe una imposibilidad natural en el hombre de amar al prójimo como se ama a uno mismo. No sólo porque nos es extraño, sino porque amarlo al mismo nivel que uno ama a su hijo, a su esposa o a cualquier amigo cercano sería injusto con la persona que tenemos mayor cercanía; si nuestro amor es dado por igual a todas las criaturas de la tierra, entonces, ¿dónde radica realmente su valor? Freud por ello descarta al mandato y la tradición que lo sostiene como irrelevantes por su imposibilidad, mientras que los rabinos lo toman como un incentivo a la interpretación bíblica. Entonces se preguntan cómo debe uno amar prójimo, dónde empieza el amor hacia el prójimo y cuáles son los limites de ese sentimiento. Primordialmente se retoma un pasaje del Talmud, el cual el texto entero discute. En él se nos dice que el inicio del amor es “no hacer al prójimo lo que te es odioso” mientras que su límite es el mandato de “salvar la vida.”
En el judaísmo uno no es dueño de su propia vida, uno tiene una responsabilidad para con D-os y con la gente que lo rodea y por eso en una situación de peligro tiene la obligación de salvar su vida y la de sus seres cercanos. A excepción de tres transgresiones muy serias, uno no puede decidir morir por cumplir con un mandato divino, porque el mandato de proteger la vida es superior a cualquiera. Por eso la caridad y la asistencia que se le deben al prójimo llegan a un limite en cuanto se contraponen con las necesidades que uno está obligado a satisfacer sí mismo. Así como el amor a uno mismo tiene un límite cuando las necesidades vitales del prójimo corren peligro.
Por ejemplo, cuando un pueblo tiene un pozo de agua y otro pueblo carece de él, a quien pertenece el pozo tiene la obligación de compartir su agua con el pueblo vecino sólo en ciertas ocasiones:
Tomemos el caso de una fuente de agua que pertenece a una ciudad. Si los habitantes de la ciudad deben elegir entre su propia vida y la de los demás, su vida está por delante.[32] Entre las vidas de sus animales y las vidas de los animales de otras personas, las primeras van delante. Entre sus necesidades de lavar la ropa y las necesidades de los demás, sus necesidades son lo primero. Pero si tienen que elegir entre su necesidad de lavar la ropa y las necesidades vitales de los demás, son estas últimas las que vienen primero. (Talmud Babli, Nedarim)
Por ello el limite al amor debido al otro es la asistencia debida a uno mismo. Sin embargo, cómo es posible que evitar el odio sea una extensión del amor.
Los límites al odio
Cuando el Talmud afirma que “lo que es odioso para ti no lo hagas a los demás” es una extensión del precepto “amarás a tu prójimo como a ti mismo” abre la posibilidad a dos interpretaciones distintas que fueron dadas por los rabinos a lo largo del tiempo. La primera es ofrecida por los tosafistas, y hace alusión a la dificultad que se mencionó anteriormente; es más fácil abstenerse de hacer actos odiosos que dominar el sentimiento del amor. La segunda es dada por los padres del movimiento de Jabad y nos dice que es a través de controlar el sentimiento del odio que uno llega amar al prójimo. La complejidad de esta última respuesta y su belleza es enorme y se requiere alguien con la agudeza intelectual de Paperon para poder presentarla correctamente. El análisis se compone de varios elementos, el primero es el mandato toraico y talmúdico que nos obliga a limitar el odio; el segundo es cómo los grandes rabinos jasídicos vieron en el amor la forma correcta de limitar el odio. A través de estos dos componentes es que “no hacer aquello que te es odioso” se convierte en la extensión y la forma correcta de amar al prójimo.
El primer limite al odio que el Talmud presenta es la prohibición de odiar al prójimo por sí mismo y la obligación de asistir a tu enemigo antes que a tu amigo en determinados momentos; esto con el fin de dominar el instinto del odio. Lo que el Talmud nos enseña es que si bien la Torá nos pide odiar la maldad, nos prohíbe odiar a la persona. Uno debe sentir desagrado al ver transgresiones de la ley de D-os siendo cometidas, sino también der corre el riesgo de cometerlas uno mismo. Sin embargo, no puede permitir que el odio que siente hacia ese acto particular se transforme en un odio particular a la persona y por eso está obligado incluso a ofrecer ayuda a la persona por la que siente rechazo. Sólo se permite odiar a aquellas que se conocen como totalmente malvadas, aquellas personas que están tan separadas de D-os que no queda un ápice de bondad en ellas. Sin embargo, quiénes son estas personas y cómo neutralizar el odio hacia aquellos que no caen dentro de esa categoría.
Frente a esta dicotomía los jasídicos responden que la forma de limitar el odio es el amor. Uno debe reconocer en el prójimo la chispa divina que D-os infundió a cada hombre al crearlo y debe ser capaz de verlo particularmente en cada persona. Ese amor que siente hacia la infinitud del otro hombre, hacia la imagen de esa divinidad cobija y cubre la maldad interna de cada persona. Pone un límite al odio y le permite al individuo amar a su prójimo. Sólo a aquellos individuos que están tan apartados de D-os, tan inmersos en su propia maldad que ningún rastro de su humanidad es evidente puede uno odiar, porque su maldad ha invadido toda su persona y al odiarlos se odia su maldad. Sin embargo, los grandes rabinos del movimiento jasídico como el Tzémaj Tzedec, el rebe de Chernóbil y rab Najmán nos impulsan a ir más allá. El tzadik (el justo) es el que no siento odio por nadie, ni siquiera por individuos como los que acabamos de describir. En los Salmos David reza porque el malvado se redima, así también nosotros. Uno debe sentir compasión y dolor por el exilio que el hombre sufre de D-os y cubrir con amor aquello que produce odio.
Y aún, incluso van más allá; uno debe aprender a ver la propia maldad interna y perdonarla, cubrirla con amor. El Tzémaj Tzedec nos muestra que nuestros propios defectos nos molestan tanto por el amor que nos tenemos; así con ese mismo amor debemos ver al prójimo, debemos “juzgarlo para bien” y que sus faltas sean cubiertas por dicho amor. Mientras que el rebe de Chernóbil nos recuerda que al ver y juzgar al prójimo nos estamos viendo en un espejo, aquel que sepa amarse y que su conciencia esté libre de faltas no odiará al prójimo, pero aquel que no perdona sus faltas ve la cara sucia del otro como cuando ve su cara en el espejo.
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